(Publicado en Diario16 el 26 de junio de 2020)
Christine Lagarde no solo es la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), también es esa señora de infausto recuerdo a la que en cierta ocasión se le ocurrió decir que las personas viven demasiados años, con el consiguiente exceso de gasto en pensiones para los Estados modernos. La primera banquera de Europa, gran gurú del pensamiento neoliberal que ha llevado al mundo al callejón sin salida en el que se encuentra hoy, se ha hecho célebre porque cada vez que suelta una sentencia de las suyas sube el pan. Podría decirse que Lagarde es la Cayetana Álvarez de Toledo de la economía mundial, solo que en lugar de montar pollos políticos a fuerza de insultos contra rivales políticos ella es más de liarla con las cifras del PIB, el crecimiento industrial, el déficit público y otras monsergas de la gran estafa del capitalismo salvaje global.
Hoy Lagarde se ha despachado con uno de sus habituales sarcasmos al asegurar que “en el mundo podría haber pasado lo peor de la crisis del coronavirus”, aunque cree que es “poco probable” que volvamos al status quo anterior a la pandemia. A esta mujer habría que preguntarle cómo puede llegar a pensar que hemos pasado lo peor de la tempestad económica cuando en España, sin ir más lejos, tenemos más de ocho millones y medio de pobres de solemnidad desde la crisis de 2008 (más otros 700.000 que según el informe de Oxfam Intermón ya están preparados para ingresar en la lista negra de la desigualdad en las próximas semanas). Resulta difícil creer en los optimistas augurios de la presidenta del BCE, en su poesía sobre los brotes verdes, mientras el paro va camino de superar el 20 por ciento y las colas del hambre crecen cada día, recordando en buena medida a aquellas otras colas del racionamiento en blanco y negro de nuestra posguerra. “Esa recuperación va a ser incompleta y podría ser transformadora”, ha afirmado este viernes en su intervención en el marco de la cumbre online de Northern Light. Y es precisamente en ese párrafo donde están las claves y las contradicciones del discurso de Lagarde. Cuando ella dice que la recuperación va a ser “incompleta” nos está advirtiendo de que la factura del destrozo la van a pagar los mismos, los de siempre, los de abajo. Y cuando la señora Lagarde augura que la salida de la crisis podría ser “transformadora”, se está refiriendo sin duda a los suyos, a los que tienen posibles, a los que cambiarán de negocio o seguirán tirando con el mismo a costa de la precarización del trabajo, los bajos salarios y la desigualdad. Las recetas de Lagarde son las de toda la vida, por mucho que en esta pandemia haya hecho alguna que otra concesión a la socialdemocracia y haya tenido que admitir (a regañadientes, todo hay que decirlo) que los Estados deberán gastar más para reforzar la Sanidad, el escudo social de las clases más bajas y lo poco que queda de Estado de Bienestar. “Es probable que el comercio se reduzca significativamente… Tenemos que estar muy atentos a los más vulnerables”, alega Lagarde tratando de armonizar el farragoso discurso neoliberal de los aranceles y las exportaciones con una cierta sensibilidad humanista ante el inmenso drama que supone la lucha por la supervivencia cotidiana y el sufrimiento de millones de europeos.
Todo lo que dice Lagarde suena a más de lo mismo. Inversiones comerciales, transacciones y activos financieros, deuda pública, especulación bursátil, en definitiva la neolengua habitual que solo entienden los brókers, los testaferros de las grandes fortunas y los expertos de Standard and Poor’s, Moody’s o Fitch, todas esas agencias de calificación y bulos cuyo trabajo consiste en propagar la religión del neoliberalismo como el único camino, la verdad y la vida. En resumen, lo que nos propone la jefa del BCE es el mismo argumentario económico de los últimos doscientos años para perpetuar un modelo en el que cien multimillonarios del mundo acumulan más de la mitad de la riqueza del planeta.
Está muy bien que Christine Lagarde quiera insuflar un poco de optimismo a las maltrechas economías y Bolsas del mundo rico, pero que deje de engañarnos con sus felices augurios que solo beneficiarán a las élites del gran capital. Mientras ella juega con los informes, gráficos y previsiones estadísticas de la falsa macroeconomía, en su flamante despacho de Fráncfort, millones de personas guardan su turno, pacíficamente, en las colas del hambre, en las oficinas de desempleo, en los hospitales públicos cada vez más saturados. No es cierto que haya pasado lo peor de la crisis. El mundo siempre ha estado en crisis y lo seguirá estando, porque la crisis es la vuelta a la vieja normalidad, como dicen ahora. Y si es verdad que la cosa ha mejorado, será para unos pocos, los que tienen la sartén por el mango, mientras a la inmensa mayoría del pueblo solo le queda seguir resistiendo en su titánica lucha por la existencia.
Viñeta: Pedro Parrilla