(Publicado en Diario16 el 14 de marzo de 2022)
Hasta dónde está dispuesto a llegar Vladímir Putin en su espiral de locura imperialista? Esa es la pregunta del millón que se hace todo el mundo en esta hora crucial para el futuro de la humanidad. ¿Es Ucrania solo un laboratorio de experimentación militar, apenas la primera fase en un plan de conquista mucho más amplio para extender sus fronteras hacia el oeste de Europa, hacia Polonia, hacia Hungría, hasta Bulgaria o Rumanía quizá? ¿Va de farol el sátrapa del Kremlin en su estrategia de imponer el terrorismo nuclear en el planeta o realmente está dispuesto a apretar el botón del maletín atómico, como predicen algunas fuentes de su cancillería en Moscú? Los expertos militares se encogen de hombros, los tertulianos televisivos todoterrenos confiesan que se ven superados por la situación, ya que no pueden aportar ni un solo análisis sobre lo que está por venir, y todo son preguntas, incertidumbres, simples especulaciones. No hay respuestas lógicas sencillamente porque casi ocho mil millones de personas, la totalidad de habitantes de la Tierra, dependen única y exclusivamente de lo que ordene la mente de un solo individuo que está jugando a emperador, a mandatario metido a villano de cómic.
Una vez más, tal como ha ocurrido en otros momentos de la historia, el futuro del planeta depende del factor humano individual, del deseo delirante de un solo tipo que se impone sobre el derecho internacional, sobre los gobiernos mundiales, sobre las instituciones políticas, económicas y militares que sostienen la sociedades y sobre las organizaciones transnacionales que como la ONU fueron creadas para resolver conflictos y evitar el fantasma de la guerra. Toda la formidable y prodigiosa superestructura humana construida tras siglos de procelosa y traumática historia, todos los avances en democracia, en bienestar social, en cultura, en ciencia y en derechos humanos, vuelven a ceder y a resquebrajarse ante el impulso enfermizo de un solo hombre, de un tirano fanatizado, tal como ocurría en la Antigüedad, cuando el más fuerte aplastaba al más débil e imponía su ley de la jungla.
Dicen que Europa está retrocediendo cuarenta años hasta el viejo tablero de la Guerra Fría, pero lo que está ocurriendo aquí es que la civilización humana ha entrado en una curva acelerada de la historia, en un agujero espacio temporal, retrocediendo miles de años en el calendario cósmico hasta un neolítico de ordenadores, satélites, antenas parabólicas y luces de neón. Estamos adentrándonos en una oscura Edad de Piedra cibernética, un mundo de violentas tribus enfrentadas globalmente donde el teléfono inteligente ha sustituido a la lanza prehistórica, los hackers a los chamanes y el misil de largo alcance al garrote asesino. El homo sapiens ha alcanzado un nivel tecnológico inimaginable hace solo doscientos años, un vertiginoso escenario de ciencia ficción, pero en el fondo sigue siendo un niño inmaduro y malvado que juguetea traviesa y suicidamente con sus ojivas nucleares. Hemos ido demasiado deprisa en la evolución, no hemos sabido asimilar la brusca transformación de nuestra especie y ahora, cuando las pandemias nos acechan, el cambio climático nos amenaza, el horror del Tercer Mundo se extiende y la energía atómica se vuelve contra nosotros caemos en la cuenta de que esto no da para más, de que el Apocalipsis va en serio y de que hemos llegado al final del camino por nuestros propios errores, nuestro odio congénito y nuestra estupidez ancestral.
Ahora que empezábamos a dar los primeros pasos rumbo a Marte y a otros planetas, ahora que habíamos iniciado una fascinante odisea a través del espacio en busca de vida en otros mundos, reparamos en que seguimos siendo simios enloquecidos atizándose duramente, monos violentos que no han salido de aquella charca infecta de la sabana africana tan magistralmente retratada por Kubrick en 2001. Nada ha cambiado desde hace un millón de años, nada salvo que en lugar de matarnos a pedradas y a golpes con huesos de fémur ahora lo hacemos con bombas de racimo, lanzacohetes, sofisticados fusiles de mira telescópica y misiles teledirigidos. Hasta en el arte de la guerra hemos ido hacia atrás en nuestro tortuoso y traumático proceso evolutivo, ya que en la Prehistoria eran los guerreros los que morían en el campo de batalla mientras que ahora la carne de cañón la ponen los civiles, anticipando la aniquilación total a poco que al loco le dé por apretar el botón rojo del final de los tiempos.
Todo lo cual nos lleva a la pregunta del principio, a la obsesiva cuestión que se ha instalado en nuestras cabezas en las últimas semanas de guerra en Ucrania y que ya no nos deja conciliar el sueño en paz y tranquilidad: ¿está realmente dispuesto Putin a dar el paso definitivo y letal para la humanidad o todo forma parte de un juego macabro de disuasión y amenaza para lograr sus objetivos de expansión territorial? Ayer, el sátrapa de Moscú lanzaba un salvaje ataque contra una base militar ucraniana situada a tan solo 25 kilómetros de Polonia. De haber impactado el misil en suelo polaco la OTAN habría activado de inmediato el artículo 5 (una agresión contra un socio del club es una agresión contra todos) y hoy no sería un lunes normal como otro cualquiera, sino que estaríamos metidos de lleno en la Tercera Guerra Mundial. La Alianza Atlántica teme que ese “incidente” ocurrido a escasa distancia de territorio de la Unión Europea no sea sino el primer paso en el ambicioso plan de Putin, que estaría buscando no ya arrasar Ucrania sin piedad, como estamos viendo estos días negros para la historia, sino una confrontación directa con Occidente, un último pulso entre mundos, entre bloques antagónicos y modos de vida diferentes, entre autoritarismo y democracia. Entre tribus globales que se odian.
China sopesa ponerse de lado de Moscú. Estados Unidos advierte de que ese paso sería “un grave error”. La tensión es máxima, cualquier incidente, provocado o fortuito, puede hacer saltar la chispa de un conflicto nuclear global y a gran escala. Miles de personas agonizan ya sin agua, sin comida y sin medicinas en las ciudades ucranianas sitiadas como Mariúpol, urbes convertidas en nuevos guetos para el genocidio masivo planeado por el déspota psicótico del KGB. Quizá sea cierto eso que dicen los ucranianos mientras resisten heroicamente bajo las bombas. Quizá la última guerra de la historia ya haya comenzado y nosotros, los felices e indolentes europeos instalados en nuestro pequeño oasis de democracia y prosperidad, ni siquiera nos hemos enterado todavía. O puede que en nuestro fuero interno todos sepamos la horrible verdad, puede que ya estemos metidos hasta las cachas en la Tercera Guerra Mundial aunque no queramos asumirlo porque la idea es tan aterradora y triste que resulta insoportable.
Viñeta: Lombilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario