(Publicado en Diario16 el 11 de marzo de 2022)
El PP de Mañueco abre la puerta de las instituciones a Vox en Castilla y León. ¿A alguien le cabía alguna duda de que iban a hacerlo sí o sí? Pues todavía hay ingenuos que se sorprenden y se rasgan las vestiduras por este infame pacto de Gobierno. En realidad no se alían dos partidos con objetivos diferentes. Son las mismas ideas, el mismo pensamiento ultraconservador, el mismo proyecto político. Dos formaciones que encajan como anillo al dedo.
PP y Vox se parecen como dos gotas de agua aunque con ciertos matices. Ambos comparten esa idea tan del antiguo régimen que entiende la política como una manera de perpetuar el capitalismo de amiguetes, el nepotismo y la economía clientelar (ahí está el Hermanísimo de Díaz Ayuso con sus contratos por la patilla, no hay mucho más que decir). Ambas fuerzas entienden la democracia como una especie de dictadura orgánica donde siempre gobiernan los mismos (o sea ellos), y donde las instituciones les pertenecen en propiedad como si se tratara de un cortijo. Y ambos creen que el adversario político es un enemigo a exterminar (mayormente el rojo dispuesto a romper España). Por supuesto, cualquier avance social supone un peligro para el orden establecido y las buenas costumbres, cuando no para la unidad de la patria. No es que las dos estirpes de las derechas españolas sean inmovilistas, es que son reaccionarias y sienten alergia a la propuesta de investigar la pederastia en la Iglesia católica.
Los programas de uno y otro partido parten del mismo origen, están inspirados en los mismos principios ultraconservadores y van en la misma dirección política. Nunca reformar nada, siempre mantener los privilegios de las clases altas. El manual del buen trumpista en la mesita de noche, junto a la Biblia que invocan pero que no leen ni entienden, y la foto del rey emérito en la pared, sobre la bandera de España (la oficial para los actos públicos, la del pollo en casa). Son tan monárquicos que están dispuestos a tragar con cualquier trapacería o cosa ilegal que haga el Borbón y si mañana Juan Carlos I saliera a la Gran Vía armado con una escopeta y pegando tiros, en plan Donald Trump en la Quinta Avenida, populares y voxistas lo apoyarían como un solo hombre porque entienden la monarquía no como un poder más del Estado de derecho sometido al imperio de la ley sino en su aspecto feudal, medieval, absolutista.
Por descontado, ambos son clasistas y están en contra de mejorar los derechos de los trabajadores, ya lo vimos hace solo unos días, cuando votaron no a la reforma laboral (si el decreto ley salió adelante fue gracias a un torpe que se equivocó de botón). El programa económico es calcado en ambos partidos: mucho neoliberalismo salvaje, privatización a calzón quitado y desmantelamiento de lo que para ellos son “chiringuitos socialcomunistas” (en realidad supresión de los cimientos del Estado de bienestar que pretenden liquidar poco a poco). En el capítulo del dinero están de acuerdo en todo, desde la repugnancia a pagar impuestos hasta la laxitud y la tolerancia contra el fraude fiscal. El sueño suizo es lo que les motiva.
En cuanto a las diferencias, son nimias, apenas imperceptibles. En Vox se sienten machistas y xenófobos y si bien es verdad que en el PP se declaran firmes defensores de la igualdad entre hombres y mujeres detestan el feminismo tanto o más que las huestes de Abascal, de modo que para el caso es lo mismo. En lo concerniente a las cuestiones de inmigración, los populares presumen de que no son supremacistas blancos como sus socios voxistas, pero en realidad todo es puro postureo y jamás saldrían a la calle a protestar por el apaleamiento de un mantero, ya que eso es cosa de comunistas piojosos.
Ayuso, Cayetana, Aguirre y otros posaznaristas de nuevo cuño encarnan la derechona más dura y radical de este país. Podrían fichar por el partido de Abascal sin ningún problema. En lo esencial (Dios, patria y orden), coinciden al milímetro y por eso se ajustarán como una tuerca a un tornillo en el engranaje institucional de Castilla y León. Ambos partidos son hermanos que un día riñeron por cuitas de poder, que no ideológicas. Gente a la que la pureza de la democracia se la trae al pairo. Los mismos perros con diferentes collares.
El Partido Popular Europeo repudió ayer el infame pacto castellanoleonés. El líder popular, Donald Tusk, cree que el acuerdo es una “capitulación” de la derecha democrática española y confía en que sea “un accidente y no una tendencia”. Lo lleva claro el tal señor Tusk, hablamos de nostálgicos de un partido fundado por un ministro de Franco que siempre se mostraron abiertamente en contra de sacar la momia del dictador del panteón del Valle de los Caídos. Feijóo va a tener que emplear una buena cantidad de lejía si quiere limpiar el oprobio de ayer, que asquea a la derecha europea clásica y que quedará como una jornada negra en la historia de este país. El día que el PP aceptó colocar a un franquista en la presidencia de un parlamento democrático. El día que el fascismo reconquistó una región de España, 47 años después del final de la dictadura, sin necesidad de recurrir a la Legión.
Bien mirado, este sucio enjuague no deberíamos anotarlo en el legado de Casado, sino en el debe del propio Feijóo que, o se la han colado en medio del vacío de poder que vive el PP o se la ha dejado colar mirando para otro lado. En ambos supuestos sería gravísimo. En todo caso, ayer asistimos al pacto de la vergüenza, como dice Adriana Lastra. Un acuerdo que en Bruselas horripila e inquieta por lo que tiene de retroceso de España hacia los peores tiempos de los regímenes antidemocráticos. Muchos de los procuradores que ayer juraban sus cargos se negaron a estrechar la mano a Carlos Pollán, que así se llama el voxista elegido nuevo presidente de las Cortes regionales. Con ese apellido tan viril estamos seguros de que no tardará en recuperar las esencias del españolismo testicular, recio y macho. Arriba España.
Ilustración: Artsenal
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