martes, 15 de marzo de 2022

LA DERECHA DE PUTIN

(Publicado en Diario16 el 9 de marzo de 2022)

La nueva extrema derecha internacional inventada por los neocon norteamericanos a finales del pasado siglo tenía un metódico plan para acabar con las democracias liberales desde dentro e instaurar regímenes autoritarios en todo el mundo. La hoja de ruta consistía en ir colocando a partidos neofascistas en cada país y en cada continente, proyectos y siniestros personajes que si bien al principio ofrecerían su cara más amable y blanda, con el tiempo, y a medida que fueran conquistando cuotas de poder, irían endureciendo sus discursos. Así ha sido como en los últimos años han logrado instalar a un “trumpito” allá donde ha sido posible: Bolsonaro en Brasil; Orbán en Hungría; Johnson en el Reino Unido; Marine le Pen en Francia; Salvini en Italia; Santiago Abascal en España, y en ese plan.

Con un discurso declaradamente nacionalista/patriotero, xenófobo, machista, antisistema, antisocialista y reaccionario, el plan ultranacionalista (podríamos denominarlo nazi sin problema) se ha ido cumpliendo con la precisión de un reloj suizo. Desde el 11S, y paulatinamente, los muñidores en la sombra han ido moviendo sus fuerzas y colocando a sus peones avanzados, cuya corrosiva labor de erosión de las democracias liberales se empieza a notar ya en Polonia y Hungría, países que sufren una alarmante pérdida de libertades y una preocupante erosión del Estado de derecho. En la última cumbre ultraderechista celebrada en Madrid, en la que el propio Abascal ejerció de anfitrión, todas las estirpes del nuevo orden mundial neofascista se reunían para mostrarse orgullosas y sin complejos, actualizar el programa y poner en común principios y tácticas antes del asalto final al poder global. Sin embargo, un acontecimiento histórico que no entraba en sus cálculos, un cisne negro que se les ha cruzado inoportunamente en el camino, ha venido a asestar un fuerte golpe al proyecto autoritario ultra: la salvaje invasión de Ucrania ordenada por Vladímir Putin que va camino de convertirse en el peor genocidio desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

No será necesario recordar que, hasta hace cuatro días, Donald Trump y el presidente ruso siempre se han declarado en la misma onda política y en cada evento, cumbre o reunión en la que participaban ninguno ocultaba su admiración por el otro (en la medida en que dos líderes arrogantes y narcisistas puedan sentir algo de afecto hacia otra persona que no sea ellos mismos). Ambos se han reído con los mismos chistes machistas, ambos han trazado planes racistas y homófobos y ambos han confesado su fe inquebrantable en Dios: Trump levantando la Biblia en los peores momentos de las revueltas del Black Lives Matter, Putin bautizándose a sí mismo, semidesnudo y en pleno invierno, en las frías aguas de una piscina con forma de cruz cristiana. El dúo, uña y carne, siempre se ha mostrado como un par de fanáticos nacionalistas, mesiánicos, autoritarios y ultrarreligiosos, dos antisistema alérgicos a la democracia liberal que se entendían a las mil maravillas cuando se sentaban en el Kremlin o en la Casa Blanca para negociar el precio del gas y repartirse el mundo.

Lógicamente, esa buena relación bilateral de la USA trumpista y la Rusia putinesca se contagiaba al resto de líderes de las distintas sucursales que componían la gran multinacional ultraderechista mundial. De esta manera, Orbán se ha confesado como un fan incondicional de ambos dirigentes; Salvini los ha idolatrado (enfundándose camisetas a mayor gloria de su mito Putin, como haría un adolescente); y Abascal ha seguido a pies juntillas el manual de propaganda que el gurú Steve Bannon puso en manos de los animosos chicos voxistas cuando visitaron por primera vez la Trump Tower en busca de financiación para el extremófilo proyecto autoritario español.

Por si fuera poco, el presidente de Vox ha coqueteado con el putinismo, como demuestra ese polémico tuit de noviembre de 2015 (hoy debidamente borrado) en el que el Caudillo de Bilbao hacía suyo, supuestamente, una premonitoria frase atribuida al exagente del KGB: “Os iremos a buscar al fin del mundo y allí os mataremos”. En ese mensaje, Putin amenazaba con matar a los responsables de la explosión de un avión de pasajeros ruso ocurrida ese mismo año cuando sobrevolaba Egipto, una venganza que por lo visto a Abascal debió encenderle el ardor guerrero, aunque más tarde, según cuenta la prensa nacional, borrara el controvertido tuit. 

Es bien conocido que Putin ha financiado todo aquel movimiento antisistema que haya servido para desestabilizar las democracias liberales del viejo continente. Se dice que el sátrapa ruso concedió un préstamo a Marine Le Pen por casi diez millones de euros para ayudarla a afrontar sus gastos en las presidenciales francesas. A cambio, ella apoyaría la anexión rusa de Crimea. Por su parte, Matteo Salvini también estuvo bajo sospecha de financiación por cuenta del Kremlin e incluso la Fiscalía de Milán llegó a abrir una investigación contra el todopoderoso ministro italiano. Hace tres años, el propio Abascal recibió una invitación para reunirse con el líder ruso nada más y nada menos que en su palacio de invierno. Finalmente, el encuentro no llegó a celebrarse “por prudencia”, según le dijo el dirigente de Vox al escritor Fernando Sánchez Dragó.

Hoy, cuando Putin se enfrenta a una ola de antipatía y odio mundial solo comparable a la que Hitler cosechó en su tiempo, cuando las imágenes de los bombardeos causan el horror de la opinión pública occidental, todos los líderes populistas europeos y americanos tratan de desmarcarse del siniestro personaje, ya apodado como El carnicero de Ucrania. Por lo visto ser amigo del dictador es malo para el negocio, han saltado las alarmas y se ha echado el freno bruscamente en todas las cancillerías ultraderechistas. Nadie en ese siniestro submundo populista esperaba que el paranoico cruzara el Rubicón para amenazar al mundo con el botón nuclear. Los tuits del pasado en apoyo al tirano se borran, las fotos con el sátrapa se destruyen, los recibos y préstamos se queman en un plato al más puro estilo KGB y aquella botellita de vodka, regalo del Kremlin, se vacía a toda prisa en el retrete. Sin embargo, quizá sea demasiado tarde para borrar huellas y pruebas de las conexiones con Putin, ya que algunos analistas predicen sucesivos batacazos electorales de los movimientos autoritarios europeos a corto plazo.

El volantazo de los últimos días de Abascal ha sido antológico y ya no cuela ni su impostada condena de la guerra ni su desesperado intento por acusar a Pedro Sánchez de mantener a podemitas rusófilos en el Consejo de Ministros. Los bulos y mentiras se vuelven contra Vox, el proyecto apesta a hijo de Putin, y ahora la parroquia, o sea el votante, se plantea si no será ir demasiado lejos apoyar a un partido que ha coqueteado peligrosamente con el trastornado, un obsesionado con desencadenar el apocalipsis mundial. Porque una cosa es jugar a la retórica hueca y a ser más facha que Franco y otra muy distinta es ver cómo la guerra se hace realidad y las ojivas atómicas vuelan sobre la cabeza de uno, de su casa y de su familia. Hasta ahí podía llegar la broma.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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