(Publicado en Diario16 el 11 de marzo de 2022)
La leyenda de Feijóo el moderado ha durado apenas un cuarto de hora. El tiempo justo que han tardado Mañueco y Vox en firmar el churretoso acuerdo de Gobierno en Castilla y León que abre las puertas a la extrema derecha en nuestro país por primera vez en democracia. Superado el casadismo y los días de la parálisis institucional de España, el PSOE había puesto grandes esperanzas de cara al diálogo en el nuevo líder del PP, que viene rodeado de una aureola de supuesto centrismo, sensatez y talante. Sin embargo, el personaje del estadista que el Partido Popular había tratado de construir a fuerza de propaganda y campañas de imagen se ha disuelto como un azucarillo a las primeras de cambio.
Ayer, la derecha europea limpia y aseada, esa que ha decidido poner un cordón sanitario a los nazis, dio un severo tirón de orejas al principal partido conservador español. El mandamás Donald Tusk calificó de “capitulación” y de “triste sorpresa” la firma del acuerdo castellanoleonés mientras los principales periódicos conservadores del viejo continente abren hoy sus ediciones dedicando amplios espacios al enjuague de las derechas españolas y al hombre que ha abierto la gatera al franquismo, de nuevo, en España. Alguno que otro ya califica de “error histórico” la alianza que ha entregado la presidencia de la Cortes regionales a Carlos Pollán y no falta quien se apresura a ver en este episodio histórico la muerte del PP tal como lo conocíamos y el nacimiento de un nuevo proyecto político, otro partido, otra cosa.
De modo que Feijóo estaba haciendo la maleta para mudarse a Madrid, metiendo en ella todo lo necesario (unas mudas, el cepillo de dientes, el retrato de don Manuel Fraga y unas cuantas empanadas gallegas para soportar la morriña en la capital) cuando se ha desatado una nueva crisis en el partido. Y eso que todavía no ha llegado a Villa y Corte. El marrón es considerable, todavía más si tenemos en cuenta que el otro día el defenestrado y vitriólico Pablo Casado se despidió de sus compañeros del PP europeo soltando unas lágrimas de cocodrilo y jurando y perjurando que él nunca había pactado nada con la ultraderecha española. Su actuación fue un teatrillo de variedades que no ha hecho sino aumentar todavía más el descrédito de los populares ibéricos en el extranjero. Casado se ha ido de la política siendo fiel a sí mismo y a su forma trumpista de entender de la vida pública. Hace falta tener descaro, frescura y poca vergüenza para decir que él no ha acordado nada con Abascal cuando hay tres comunidades autónomas donde Vox ya toma decisiones e influye en la agenda y el programa de gobierno del Partido Popular. Infumable.
Pero no nos desviemos de lo mollar, o sea Feijóo. Tras el suceso de Castilla y León, ya sabemos que la clave de la reconstrucción del PP, la piedra angular sobre la que la derecha clásica española pretendía levantar su nueva iglesia, es en realidad un pragmático más que un idealista, un paréntesis en la historia más que el anhelado hombre de Estado, un oportunista que antepone el cálculo electoral a los ideales sagrados de la democracia. En definitiva, un burócrata más que firma lo que haya que firmar para no perder el poder. Los grandes gurús de la caverna mediática que han estado semanas dándonos la matraca con que a Madrid venía un señor regenerador con altitud de miras, un gran líder a la europea capaz de moderar el partido, un Churchill a la gallega (o sea Losantos, Pedrojota, Inda y otros) han quedado en evidencia y hoy se ven obligados a blanquear el vergonzante acuerdo en Castilla y León.
El hipotético sucesor de Casado (ojo, que todavía no ha llegado a Génova y Ayuso sigue postulándose) es más de lo mismo. Un continuista de esa derechona hispánica que no se ha movido ni un centímetro en sus principios desde los tiempos de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). De José María Gil-Robles se dice que llegó a asistir como observador a un congreso hitleriano en Alemania, donde estudió la propaganda nazi. Allí debió aprender aquello de que la democracia era el “medio” para instaurar el Estado autoritario corporativo. “Cuando llegue el momento, ya sea a través del Parlamento, eliminaremos la democracia”, dijo en cierta ocasión. O sea, la misma hoja de ruta antisistema que traza hoy Vox para llegar al poder. Dinamitar el Estado de derecho en sus cimientos, desde dentro, rompiendo el consenso y el espíritu de concordia. La guerra cultural.
Sinceramente, no creemos que Feijóo se parezca demasiado a Gil-Robles. Pero ha cruzado un Rubicón tanto o más peligroso que el que ha atravesado Putin invadiendo Ucrania. Al abrir la puerta de las instituciones a Vox, Feijóo ha metido el monstruo en casa y ya no será posible sacarlo de ahí. Dice Tusk que confía en que el pacto de Castilla y León sea un “accidente”. Pero más que un desgraciado traspiés parece más bien un guion predeterminado que seguirá con las elecciones en Andalucía –donde otra coalición bifachita está servida– y que culminará con las generales, a las que o mucho nos equivocamos o el PP concurrirá también en coalición con la extrema derecha posfranquista.
Feijóo trata de distanciarse del acuerdo de Valladolid alegando que eso es cosa de Mañueco. “Tenía las manos libres” para firmar lo que estimara oportuno, alega el ungido gallego. Pero su responsabilidad en esta inmensa tragedia para el país es más que evidente: si ordenó la rúbrica del hediondo papel, por acción, y si dejó hacer, por omisión. En cualquiera de los dos casos su imagen de hombre moderado sale seriamente tocada ante España, ante Europa y ante el mundo, que estos días asiste con horror al ascenso de los nuevos fascismos putinescos con los que Abascal ha coqueteado en los últimos años. El PP ha renunciado al centro para ponerse el traje de ultra. Qué miedo da esta gente.
Ilustración: Artsenal
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