(Publicado en Diario16 el 24 de marzo de 2022)
Ha muerto Luis Roldán. El que fuera icono del felipismo corrupto y decadente, la oveja negra de la Benemérita que convulsionó España con sus trapacerías, fugas de película y papeles secretos de Laos, se ha ido de este mundo en un hospital de Zaragoza. Personaje crucial sin el que no se puede entender la historia reciente de este país, ‘El Algarrobo’ se lleva a la tumba no pocos secretos de Estado, entre ellos qué fue del grueso de su fortuna amasada ilícitamente y que actualmente sigue en paradero desconocido. Diez millones de euros de los que nunca más se supo. Diez millones que se ha llevado consigo al otro barrio.
Fue precisamente una noticia de Diario 16 la que destapó el caso Roldán cuando, tras ser nombrado director general de la Guardia Civil, se airearon sus propiedades valoradas en más de 400 millones de pesetas. Había metido la mano en la caja sin ningún pudor. El escándalo monumental supuso un antes y un después en el devenir de este país, tanto que puede decirse que a partir de ese instante el felipismo quedó herido de muerte. La victoria de Aznar en el 96 no se entiende sin Mariano Rubio, sin Filesa, sin los GAL, sin las barrabasadas de aquella cúpula de Interior implicada en el feo asunto de los fondos reservados. Pero por encima de todos ellos, como gran estrella de la corrupción sociata de aquel tiempo, siempre estará el enigmático Roldán con su gabardina de detective de novela negra, sus gafas oscuras, su sospechoso maletín y ese aire de tipo duro, calvorota, rollizo y misterioso que siempre dio la sensación de saber mucho más de lo que parecía.
Tras ser cazado mientras metía las narices en la hucha de todos, en el año 94 Roldán protagonizó la fuga más trepidante de la historia de este país. Aquel día había sido citado por el juzgado para entregar el pasaporte pero no apareció por allí. Puso pies en polvorosa, se desvaneció como si se lo hubiese tragado la tierra. Al Estado se le escapó por la chimenea pero siempre quedó la duda de si le abrieron la jaula al pájaro, dejándolo volar, ya que se había convertido en un peligro para las altas esferas. ¿Cómo pudo ser posible que a la Justicia se le escabullera el hombre más peligroso, el enemigo público número 1 en aquellos tiempos? Le leyenda cuenta que en su valiosa agenda privada había un detallado listín con la corrupción española del momento que ni la guía telefónica de Madrid. Así que le dieron cuerda al juguete/trasto y lo dejaron marchar.
Tras meses en busca y captura, de jugar al gato y al ratón con la Interpol, su rastro reapareció en Laos y finalmente fue detenido en el aeropuerto de Bangkok. A partir de ahí el trepidante y sublime espectáculo de la corrupción para consumo de la sociedad de masas: los titulares impactantes, las entrevistas en exclusiva, las fotos de las orgías en la portada de Interviú. Un tío en calzoncillos y señoras en pelotas, esa fue la imagen que quedó de una época decadente, la del cachondosocialismo felipista que tocaba tristemente a su fin. La peripecia roldanesca incluso daría para una película, Paesa, el hombre de las mil caras. Y así fue como nació el mito del nuevo Luis Candelas, un pícaro bandolero que vendía thriller, diversión y novela negra para entretenimiento de los españoles acuciados por la crisis.
Toda aquella basura política y moral hasta entonces inédita en nuestro país, toda aquella corrupción propia de los estados occidentales avanzados, fue la que Roldán inauguró como nuevo fenómeno sociológico. Hoy seguimos padeciendo la lacra de otros roldanes más o menos glamurosos, más o menos atractivos para la prensa. El bipartidismo del 78 ha tenido dos grandes agentes corruptos que han reventado las cloacas del sistema: Roldán en el PSOE; Villarejo en el PP. Dos caras de la misma moneda, dos boinas eternas que han terminado por imponer moda y tendencia en la beautiful people de la gran pasarela Cibeles de la corrupción. Y en medio de ambos, el tesorero Bárcenas, otro abrigo carísimo, otro símbolo de la descomposición.
Con Roldán se hizo añicos el sueño de una democracia limpia y justa tras cuarenta años de dictadura, con él nos dimos de bruces contra la cruda realidad, o sea la corrupción capitalista como sistema económico, el poder del dinero que siempre acaba enfangándolo todo, el final de los valores ilustrados, de los nobles ideales, de la democracia en fin. En Estados Unidos tuvieron el Watergate, aquí, con Roldán, inauguramos la era de los tipos que le hacen la peineta a los periodistas en Barajas cuando regresan de meter el dinero en las cajas de Suiza. Una corrupción casposa, rancia, hortera, cañí. Una corrupción de tebeo de Ibáñez made in Spain pero tan sórdida y tóxica como otra cualquiera.
Roldán fue finalmente juzgado en un tribunal de Madrid. Le cayeron 28 años de prisión por malversación, cohecho, fraude fiscal y estafa, una pena que el Tribunal Supremo incrementó en tres años más. Luego la cárcel femenina de Brieva (donde por lo visto acaban los testigos incómodos para el poder), después los primeros permisos penitenciarios. Y por último el olvido. La odisea delictiva del picoleto de paisano fue quedando atrás como un mal recuerdo del pasado. El hombre más buscado del mundo se encerró en una vida anónima, monacal, discreta, alejada de todo tipo de lujo para no llamar la atención. Se fue a vivir a un piso de 70 metros cuadrados heredado de sus padres, se jubiló y subsistió modestamente con una pensión de 774 euros. Plácidos paseos por la ribera del Ebro y por la Plaza del Pilar. Algún que otro viaje con su pareja rusa pero sin llamar la atención. La cosa se fue enfriando y, aunque la Policía nunca dejó de buscar el rastro de la fortuna oculta, el tesoro obra del robo y el expolio jamás apareció. Roldán siempre dijo que el dinero lo tenía Paesa, el espía que fingió su propia muerte poniéndose una esquela. Hoy pocos dudan de que aquella manta de Roldán que no llegó a destaparse completamente escondía oscuros secretos de Estado que terminarán en la tumba con el ilustre finado. Se va la gabardina bogartiana y gris de la que a día de hoy no sabemos casi nada y que nos hace sospechar que, de una forma o de otra, los malos siempre terminan ganando la partida.
Ilustración: Artsenal
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