(Publicado en Diario16 el 22 de diciembre de 2020)
Desde que vimos a Rajoy bailando Mi gran noche, pasito pa’lante pasito pa’tras, sabemos que Raphael pone la banda sonora a la derechona española. Pero el idilio viene de lejos, concretamente desde que Aznar amenizaba sus victorias electorales con Julio Iglesias, Norma Duval y las coplas del propio “Ruiseñor de Linares”. Hace algún tiempo, en Santander, Raphael llamó “catetos de pueblo” a los socialistas, que le devolvieron el piropo calificando sus declaraciones de “impresentables, inadmisibles y fascistoides”. Desde entonces parece que las desavenencias entre el mito del traje enlutado y la izquierda de este país han ido a peor.
El reciente concierto en el Wizink Center de Madrid, al que han acudido 5.000 almas en medio de una pandemia tremenda, no deja de ser una reafirmación ideológica y una declaración de intenciones en toda regla. Cuando media humanidad se refugia en sus casas para no contraer el bicho, que Raphael haya sido capaz de movilizar a los ejércitos folclóricos de las derechas, a la España raigal, es toda una demostración de músculo político. El polémico recital no ha sido un espectáculo artístico más, sino un manifiesto musical anticomunista, españolazo y cañí.
La derecha negacionista de nuevo cuño va adoptando a sus nuevos líderes de la guerra cultural −José Manuel Soto, Hermann Tertsch y Sánchez Dragó, entre otros−, pero les faltaba la pieza grande, Raphael, el gran dios de los escenarios. El concierto, que no le ha gustado al ministro Illa porque pone en peligro, inútilmente, la salud de los madrileños, ha sido sin duda auspiciado por Isabel Díaz Ayuso, que no da puntada sin hilo en cada cosa que hace y dice con tal de erigirse en nueva jefa de la oposición. Pablo Casado debería andarse con cuidado con la niña de sus ojos, la Estrellita Castro de la política autonómica, porque a este paso, y cuando menos se lo espere, la pupila aventajada le levanta al maestro el sillón de Génova 13. IDA ya ejerce de autoproclamada lideresa nacional conservadora, aunque presente los datos más nefastos y cochambrosos de la pandemia de toda España. Sin embargo, a la chica se le da bien el montaje y el bulo trumpista, un arte sin duda aprendido en sus tiempos de tuitera del Perro Pecas de Aguirre. La presidenta es una recreación casadista que se le va de las manos a su inventor, como el androide aquel de Metrópolis, solo que en lugar de seducir y controlar a las masas obreras que malviven en el gueto subterráneo la misión del autómata IDA es mantener a salvo los privilegios de los de arriba, o sea el Barrio Salamanca y alrededores.
Según Ayuso, la imagen de un Palacio de los Deportes atestado de gente dispuesta a dar la vida por ver en directo al mito rafaelita no se ajusta a la realidad, ya que el recinto tiene capacidad para 16.000 personas y esa noche estaba solo al treinta por ciento. Como si 5.000 asistentes cantando por Raphael a grito pelado, aunque sea con mascarilla, no fuesen suficientes como para desencadenar un apocalipsis coronavírico. Ante el aluvión de críticas en redes sociales y la indignación general con posible recrudecimiento de la madrileñofobia, IDA ha tenido que reconocer que “si la incidencia acumulada en Madrid fuera preocupante, de aquí en adelante se suspenderían todos estos eventos”. Es decir, cuando se dispare la curva con el número de muertos se cancelan los saraos y volvemos a la lógica sanitaria. Una lumbrera de Occidente la delfina de Casado. De todas formas, es de primer curso de ayusismo entender que eso no ocurrirá jamás, ya que la lideresa es una talibana de la economía ultraliberal y ya está pensando en celebrar San Isidro por todo lo alto, con las plazas de toros rebosantes de futuros inquilinos para su hotel de pandemias.
En lo que llevamos de crisis hemos visto conspiraciones variopintas para derribar a Pedro Sánchez, desde organizar manifestaciones de señoritos con cacerolas hasta promover querellas electoralistas contra Moncloa, o sea el lawfare o judicialización de la política. Pero lo de sacar al escenario a Raphael para hacerle la guerra sucia y la revolución biuti al Gobierno bolivariano hay que reconocer que no deja de tener su ingenio y su aquel. Raphael arrastra a las masas conservadoras de este país a los estadios y en el reverso de la entrada al Wizink en realidad va el lema “vota PP” con el logo de la gaviota azul. Esto es, pan y circo y que le den al doctor Simón.
Poco queda ya de aquel Ruiseñor de posguerra de familia humilde que dio sus primeros gorgoritos en el coro de niños de los Escolapios. “El hambre y la penuria son los que han afinado mi voz”, ha declarado Raphael, descarnadamente, en más de una entrevista. Tras su bodorrio veneciano con Natalia Figueroa entroncó con la jet y desde entonces fue el cantante de cabecera de la España esencial, hortera y catetoide. Hoy muchos quieren ver en el gran mito de la balada romántica la imagen perfecta del renegado de su clase, el desmemoriado que ha olvidado sus orígenes en aquella España sórdida y hambrienta, el desarraigado venido a más que ya solo afina y se entona bajo los palcos del trifachito, ese que le abre los teatros y pabellones de par en par mientras otros artistas sin tanto gancho y tirón en el Madrid ultraconservador de Ayuso sufren los rigores de las restricciones. O sea que a Raphael lo han pasado de la canción popular al Partido Popular.
Probablemente entre todo ese reventón de fans que hizo la vista gorda al estado de alarma para ver la actuación del mito hubiese algún confuso de izquierdas, pero en realidad el concierto fue un homenaje a una de las dos Españas, mayormente la de Aznar. Raphael hace tiempo que pone el libreto y la melodía al sueño ultraconservador y de aquel icono yeyé contracultural adorado por todos ya no queda nada. La otra noche bien podría haber cancelado el concierto del Wizink, una magnífica oportunidad para concienciar a la población y recordarle, ahora que llegan las navidades suicidas, que el virus mata en lo que dura una dulce canción. Sin embargo, él prefirió refrescar su repertorio navideño, plegarse al papel de flautista de Hamelín de los exaltados antisanchistas y de paso hacer caja. Invitar a miles de potenciales contagiados a un recital prescindible en medio de una crisis sanitaria descomunal es un escándalo, como dice su viejo éxito hoy desempolvado y remasterizado por la derechona. Un pelotazo musical y un exceso, digan lo que digan. Puede que fuera una gran noche, pero para el virus.
Viñeta: Igepzio