(Publicado en Diario16 el 9 de diciembre de 2020)
En España se puede proponer el fusilamiento de 26 millones de españoles, tan ricamente y sin que pase nada, mientras al rapero trosko de turno se le mete la perpetua por hacer chistes malos de Carrero Blanco. Son las consecuencias de no haber hecho la desnazificación, como dice el historiador Paul Preston, que atribuye la responsabilidad de que el franquismo haya arraigado fuerte no solo al pueblo español por su tolerancia y mansedumbre secular, sino también a los americanos que ganaron la guerra y permitieron que el dictador se perpetuara en el poder a cambio de unas bases aéreas y un pequeño Caribe en Torremolinos. Aquí, como Franco se murió en la cama y no se pudo hacer justicia, nos faltó una ley de apología del fascismo en condiciones y otra de memoria histórica en las escuelas, de manera que ahora estamos pagando el precio de cuatro décadas de democracia negligente.
Lo que vimos el pasado fin de semana en Barcelona al término de la manifestación de Vox por el Día de la Constitución es la prueba fehaciente de que España tiene un serio problema con el fascismo de nuevo cuño. La imagen de grupos neonazis coreando cánticos franquistas, ondeando banderas hitlerianas y empleándose a fondo en la propagación del odio con eslóganes como “rata, rata, rata separata”, en referencia al mundo independentista, es intolerable para cualquier sociedad sana y avanzada. Los cabezas rapadas llegaron incluso a exhibir “una bandera de las SS, con el consiguiente significado, que pertenece a la segunda división de las que fueron condenadas por crímenes de guerra”, según el informe policial. Los chicos hicieron volar la insignia de los carniceros del Führer con total tranquilidad, como si se tratara de la bandera de su equipo de fútbol favorito.
La alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, no quedó callada ante el aquelarre facha y aseguró que “una cosa es la libertad de expresión” y otra “la exaltación del fascismo y el nazismo”, por lo que anunció que llevará los hechos a la Fiscalía. Por su parte, algunas entidades y colectivos sociales se sumaron a la denuncia para “poner en evidencia la impunidad con que se mueve el nazi-fascismo en el Estado español” y lamentar la “pasividad de los Mossos d’Esquadra desplegados” en la zona y del “servicio de orden del partido Vox”, organizador del acto.
Sin embargo, hasta donde se sabe y pese a la gravedad de los hechos, a esta hora no se ha puesto a disposición judicial a ninguno de los participantes, lo cual demuestra que la democracia española sigue sin tomarse en serio a los cachorros del fascismo, unos mozallones a los que se les suele perdonar casi todo en la nefasta creencia de que son cuatro gatos que montan alguna gamberrada de vez en cuando por aquellas cosas de la juventud. Esta visión del fenómeno no puede ser más nociva y peligrosa para nuestra sociedad. Los grupos ultras son cada vez más numerosos, organizados y activos, sobre todo en las redes sociales, donde se muestran cada vez más fuertes y violentos. No se trata de unos angelitos descarriados, ni de unos estudiantes con demasiado tiempo libre, ni de unos simples aficionados a coleccionar pines, gorras e insignias de la Segunda Guerra Mundial. Tienen ideología, saben a lo que juegan y son plenamente conscientes del daño que ocasionan a la convivencia pacífica y democrática.
Lo que ha ocurrido en Barcelona está sucediendo en otras ciudades españolas como Madrid o Valencia. Hace solo unas horas, grupos neonazis han campado a sus anchas por el barrio madrileño de San Blas-Canillejas, cometiendo un delito de odio ante la pasividad de la Policía Nacional, tal como denuncia SOS Racismo, que muestra vídeos en los que los nazis se dirigen a un piso de acogida para menores no acompañados y corean “Madrid será la tumba de los menas”.
Ya poco importa si nos enfrentamos a una juventud robusta y engañada, como decía Quevedo, una hornada de ágrafos, escasos de libros, desmemoriados, manipulados, nihilistas hartos de la coca y la orgía o rabiosos contra un sistema que no le ofrece un futuro esperanzador. Están aquí y es preciso combatirlos. Sin duda, detrás de los nuevos ejércitos neofascistas urbanos hay no pocas razones o factores, entre ellas el fracaso de un Estado de bienestar que no ha sabido dar respuesta a un sector de la sociedad juvenil, el poder de unas élites políticas que alimentan el discurso del odio, el capitalismo ideológico que ha sabido seducir y canalizar a las masas descontentas con la fascinante retórica hitleriana y la crisis de una izquierda desnortada. Muchos de estos nuevos reclutas callejeros del nacionalsocialismo ni siquiera sabrían explicar lo que es el fascismo pero les han inoculado el viejo mensaje facilón de que España es una, grande y libre; de que Europa los estafa; de que los negros les quitan el trabajo; de que Pedro Sánchez es un peligroso comunista que quiere arrebatarles la libertad; y de que Pablo Iglesias los ha traicionado porque vive en una mansión que ni un lord inglés. Les han prometido que por la senda del patriotismo, la bandera y la violencia se puede conseguir todo: un trabajo, un coche y dinero en abundancia.
Casi todos se machacan el cuerpo en el gimnasio (nuevo cuartel de los alevines del fascio redentor), hacen del reguetón su banda sonora favorita, pasan las horas muertas delante del teléfono móvil, se tatúan, beben de teorías conspiranoicas en Youtube, frecuentan la disco o el hamburguer y jamás leen un libro, ni siquiera el Mein Kampf, que tendría su sentido. Son las legiones del Rubicón poligonero (ese territorio de arrabal para bárbaros abandonados a su suerte), los ceros a la izquierda de un sistema educativo fallido y demás desechos de la sociedad de consumo rescatados y redimidos por el salvapatrias de turno, veáse Santi Abascal. Nada nuevo bajo el sol, nada que no nos haya enseñado ya la historia del último siglo. Y pese a saber perfectamente cómo se cría el huevo de la serpiente, seguimos sin cortarle la cabeza al monstruo, mirándolo con fascinación y consintiéndoselo todo.
Viñeta: El Koko Parrilla
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