(Publicado en Diario16 el 8 de diciembre de 2020)
La Unión Europea atraviesa por uno de los momentos más delicados de toda su historia, una “tormenta perfecta” tal como acaba de reconocer la ministra de Exteriores, Arancha González Laya. Los euroescépticos, populistas y ultras de todo pelaje y condición tratan de asfixiar el proyecto europeo por el norte y por el sur y a esta hora en Bruselas cunde la preocupación y la inquietud. La bomba de relojería nacionalista y eurófoba la ha activado el primer ministro británico, Boris Johnson, quien en las últimas horas ha vuelto a amenazar con un Brexit por las bravas. “No se cumplen las condiciones para un acuerdo”, ha asegurado el inquilino de Downing Street. Johnson y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, han pactado una reunión “cara a cara” (más bien habría que decir a cara de perro) ante el bloqueo de las negociaciones. Lo que está en juego es ni más ni menos que la posibilidad de que los británicos incumplan los acuerdos firmados para la salida de la UE y se marchen sin pagar la factura, consumando así uno de los mayores simpas de la historia.
Ayer lunes, la Cámara de los Comunes de Reino Unido votaba a favor de mantener las cláusulas más controvertidas de su proyecto de ley de mercado interior, que podrían anular el acuerdo con la UE tras el Brexit. Expertos juristas consideran que de aplicarse esta medida, el Gobierno de Londres estaría simple y llanamente violando el Derecho Internacional, y aunque la decisión de Johnson no es definitiva el jaque a Bruselas está servido. Estamos, sin duda, ante una consecuencia directa de tener en el poder a un populista ultrapatriota como el rubio mandatario inglés, un hombre que cuando estalló la pandemia de coronavirus, y para no dañar la economía, propuso que todo su pueblo se contagiara hasta alcanzar la inmunidad de rebaño de forma natural (a costa de pagar un alto precio en miles de muertos y contagiados). Hoy, sin embargo, y ante las evidencias científicas, Johnson ha tenido que tragarse su orgullo nacionalista, aceptar medidas drásticas contra el covid-19 y abandonar la senda del negacionismo obtuso. El país entero se felicita por el cambio de rumbo mientras Margaret Keenan, una anciana de 90 años, se convierte en la primera mujer en recibir la vacuna, dando inicio a un programa de inmunización similar al que en los próximos días se desarrollará en todos los países de Europa.
No cabe duda de que el populista Johnson ha perdido la batalla de la demagogia en la crisis sanitaria tras haber tenido que renunciar a sus principios supremacistas y ultraprotectores de la economía, pero no ceja en su empeño en dinamitar el proyecto de construcción europea. Una UE fuerte implica un Reino Unido más debilitado y eso lo sabe el premier británico. De ahí que el Brexit duro, traumático, sin acuerdo, no sea más que la continuación de la guerra comercial que Donald Trump declaró a China en su día a cuenta de los aranceles de los productos importados. El neofascismo del siglo XXI es autárquico, aislacionista, unilateral y xenófobo en lo económico, de ahí que Boris Johnson apriete las tuercas para que el Reino Unido se marche de la UE sin pagar lo que debe, lo que resucitará más pronto que tarde los viejos conflictos internacionales y rencillas entre europeos. Por experiencia histórica sabemos que el ultrapatriotismo exacerbado siempre conduce a la guerra. Si la Constitución Española del 78 se ha convertido en el último dique de contención que impide el enfrentamiento entre las dos Españas, el Tratado de Maastricht es la barrera que nos libra de una contienda mundial entre las dos Europas y de tantas sangrientas guerras como asolaron el continente durante siglos. Solo por eso, ambas cartas magnas, la española y la comunitaria, ya han desempeñado una labor fundamental en el mantenimiento de la paz, el progreso y el Estado de bienestar.
Eduardo Madina cree que los británicos se arrepentirán del Brexit en un futuro no muy lejano, pero entretanto el daño ya está hecho. En este envite, Europa no solo se juega unas cuantas cuotas lácteas y unas directivas sobre pesca, agricultura y contaminación. Hay mucho más sobre el tablero, está la paz mundial, la derrota de los ultranacionalismos racistas en auge por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el poder de las élites siempre temerosas ante cualquier avance que suponga fraternidad, unidad, socialismo y colaboración entre los pueblos de Europa. De ahí que al trumpismo fascista y su monaguillo inglés les interese la atomización, la desintegración, la ruptura de cualquier proyecto transnacional, ya sea la ONU, el Protocolo de París, la OMS o Unicef. En ese empeño por socavar los cimientos de la Europa civilizada no está solo Boris Johnson. Cuenta con varios aliados eficacez que, desde dentro mismo de la UE, siguen haciendo su labor de corrosión de las instituciones europeas. Es el caso de Hungría y Polonia, dos poderosas sucursales del trumpismo yanqui en el corazón mismo de la UE, dos países donde el discurso totalitario, antidemocrático, xenófobo y ultrarreligioso se abre paso con fuerza en toda la sociedad.
El Eje Londres-Varsovia-Budapest está funcionando a pleno rendimiento estos días, como puede comprobarse con el truculento episodio de bloqueo de las ayudas europeas esenciales para iniciar la reconstrucción de las economías continentales tras el covid. Los gobiernos de Hungría y Varsovia, fieles a la ideología euroescéptica, amenazan con dinamitar el plan de subvenciones oficiales que contempla un fondo de 750.000 millones de euros, 140.000 millones para España. Los ultraderechistas Viktor Orbán y Mateusz Morawiecki se han propuesto que las ayudas no lleguen a la población castigada por la pandemia porque saben que están ante su gran oportunidad, ya que cuanta más ruina y miseria, cuanta más crisis económica y desesperación, más hundimiento de la democracia liberal y más populismo neonazi.
De momento, Bruselas ya ha advertido a ambos “estados gamberros” que la UE seguirá adelante con el fondo europeo de recuperación si no dan “muestras” de su voluntad de levantar el veto. “Necesitamos tener señales claras de Hungría y Polonia hoy o mañana a más tardar; si no las tenemos probablemente tendremos que pasar al escenario B”, aseguran las fuentes de la Comisión. La batalla entre europeístas defensores del Estado de bienestar y neofascistas fanáticos del aislacionismo nacionalista va a ser dura. Del resultado final dependerá el futuro de Europa, el futuro de todos.
Viñeta: Igepzio
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