(Publicado en Diario16 el 31 de octubre de 2020)
Pablo Casado se ha reunido en las últimas horas con el opositor Leopoldo López. Sin duda, la entrevista beneficiaba a ambos como golpe propagandístico, al primero para seguir manteniendo vivo su culebrón venezolano −que va de hacer creer que la España sanchista está a un paso de convertirse en un Estado totalitario bananero−, y al segundo para demostrarle a Nicolás Maduro que sigue fuerte en su intento de derrocar el régimen chavista desde Europa.
Es evidente que Casado ha estado buscando esa foto, desesperadamente, durante meses. Y al final la ha conseguido. El nuevo Cánovas del Castillo de la política española pretende construir la ficción de que en nuestro país gobierna una especie de pequeño y peligroso “madurito”, solo que algo más elegante, mucho más guapo y con traje de alta costura en lugar del sobado chándal tricolor. El líder del Partido Popular cree que esa película disparatada y de bajo presupuesto le puede funcionar en Europa, ya que cada vez que se deja caer por Bruselas propala un poco más la leyenda negra de la España atrapada por las filosofías bolivarianas que llegan del otro lado del charco. En realidad lo único que llega últimamente del continente americano es “trumpismo” del malo, una ideología tóxica basada en el bulo tuitero y la mentira constante de la que beben no solo Casado, sino personajes como la insumisa Díaz Ayuso y el gurú delirante Miguel Ángel Rodríguez (MAR). Los incidentes de anoche en Barcelona, todos esos disturbios violentos entre jóvenes negacionistas y los Mossos d’Esquadra, vienen a confirmar que tenemos un problema mucho más serio que la pandemia: el populismo antisistema de la derecha reaccionaria, un manantial de basura política que nutre de ideas no solo a un sector del PP (los chicos de la Escuela de Harvard-Aravaca) sino también a la extrema derecha de Vox.
El histrionismo ha llegado a tal punto que Casado se ha referido a López como “el Mandela de Venezuela”. Ya quisiera este emisario del “trumpismo” latino tener la dignidad de Madiba, el gran defensor de los derechos humanos y de la libertad de los negros. Los opositores a Maduro tienen sus buenas razones que no vienen al caso, pero todo el mundo sabe a estas alturas que los hilos de la revolución venezolana los mueven las estirpes y clases pudientes caribeñas, los señores del petróleo, la CIA y el xenófobo y supremacista Donald Trump desde la Casa Blanca. Que no nos hablen pues de defensa de la libertad porque no cuela.
Sea como fuere, Casado ha recibido a López en su despacho del Congreso de los Diputados tratando de darle a la entrevista la pátina de gran cumbre de Estado. De alguna manera, el líder del PP siempre se ha visto en la Moncloa, se siente ganador, y le seducía la idea de jugar un rato a los presidentes. Pese a que el opositor antichavista ha logrado escapar de las garras de Maduro gracias a la intervención diplomática del Gobierno socialista/podemita que lo ha sacado del avispero en el que se había metido (nunca lo olvidemos) sus primeras palabras demostraban que Pedro Sánchez no pintaba nada en esta historia. “Gracias a todo tu equipo y a España en general, que ha sido muy solidaria; el pueblo español está con la causa de la libertad en Venezuela”, le ha dicho a Casado y solo a Casado, que en ese momento hinchaba pecho viéndose a sí mismo como un gran héroe por la libertad.
El montaje publicitario ha sido perfecto. ¿Quién va a dudar del pedigrí democrático de dos tipos que reclaman elecciones presidenciales libres, justas y verificables? López pide urnas para superar la tiranía chavista; Casado exige comicios porque siempre ha considerado a Sánchez como un presidente ilegítimo, un okupa que ha llegado al poder con una moción de censura “traidora y felona” apoyada “por batasunos, filoetarras y separatistas”. El discurso de ambos líderes políticos se parece como dos gotas de agua (deslegitima que algo queda) y si Casado no ha urdido ya una revolución de cayetanos y borjamaris a la venezolana, si no ha montado ya una tarima en medio de la Plaza Cibeles para arengar a los españoles con un megáfono –como hizo en su día Juan Guaidó cuando se autoproclamó presidente de su pueblo en aquel golpecillo de Estado blando− es porque no se atreve a dar el paso crucial.
El nuevo golpismo de las derechas populistas, el lawfare judicial, la propaganda tóxica, la caza de brujas y la conspiración antisanchista en Europa es algo muy delicado y de momento a Casado le basta y le sobra con mover los hilos de su experimento trumpista de laboratorio, de su androide o marioneta ultraliberal, o sea Ayuso, para ir desgastando al Gobierno de coalición. Solo así se entiende el esperpento de Madrid, solo así se puede comprender la insumisión, la rebeldía y la desobediencia permanente de una presidenta autonómica que está ahí precisamente para eso: para estorbar, malmeter, intrigar, obstaculizar, confrontar, conspirar, presionar y hacerle el mobbing diario y constante a Sánchez. Que mueran unos cuantos de miles de madrileños por el coronavirus es lo de menos; aquí de lo que se trata es de mantener viva la ficción “trumpista” hasta el final, dar la apariencia de que el PP defiende España frente al estado de alarma chavista decretado por Moncloa y conquistar el poder a toda costa y por cualquier medio, ya sea por lo civil o por lo criminal.
A falta de un programa político y de un proyecto para España, Casado sigue con su juego de interpretar el papel de elegido, de chico de la película capaz de enfrentarse al monstruo totalitario rojo, de héroe por la causa de la libertad (una patraña infumable teniendo en cuenta que dirige un partido que todavía no ha sido capaz de condenar el franquismo). En ese montaje Leopoldo López le venía al pelo como figurante o actor secundario que pasaba por allí y lo ha contratado para un cameo puntual en esta mala serie de ficción ideada por MAR y los guionistas de la FAES, que sin duda poseen una imaginación fértil y desbordante. Y es que todo en Casado es tan surrealista como patético.
Viñeta: Igepzio
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