(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2020)
Dice la portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, Adriana Lastra, que siempre escucha atentamente a sus mayores pero que ahora les toca a ellos, a los jóvenes, a los renovadores del partido. “Somos una nueva generación a la que toca dirigir el país y la dirección del PSOE”, ha zanjado la cuestión tras la polvareda política que se ha levantado estos días a cuenta del apoyo de Bildu a los Presupuestos Generales del Estado y la enmienda pactada por el Gobierno de coalición con Esquerra para eliminar la mención expresa del castellano como lengua vehicular en los planes de estudio de Cataluña. Es decir, que Lastra da por liquidado el PSOE de siempre, el PSOE liberal refundado por Felipe González y Alfonso Guerra en tantos congresos y exorcismos para expulsar del cuerpo al patriarca Marx, y anuncia una nueva etapa.
De modo que ahí está la clave de toda la barahúnda que se ha formado estos días convulsos en Ferraz, el motivo de las luchas internas entre las grandes familias socialistas. Por un lado están los clásicos, la veterana escuadra felipista, los viejos roqueros que en política tampoco mueren. O sea la hornada de la Transición, muchos de los cuales vivieron en sus propias carnes las salas de tortura de la Brigada Político Social y la brutal persecución franquista. Por otra parte están los hijos de la libertad, los jóvenes cachorros que se criaron en las juventudes socialistas sin el miedo a la dictadura y sin la sombra del dictador planeando sobre sus cabezas. Gente que viene de la movida de los ochenta (aquella dulce explosión de cultura y libertad); de una universidad autónoma, independiente y sin censura; de una España burguesa y de clases medias donde nunca faltó de nada. Gente que cree que en política cualquier cosa es posible, desde sacar la momia del tirano del Valle de los Caídos sin que se organice un 36 hasta llegar a pactos de Gobierno con los anticapitalistas de Unidas Podemos y con las fuerzas no solo nacionalistas (que eso ya lo hizo Aznar cuando cató el poder) sino con independentistas e incluso con los herederos de ETA si es preciso.
Pero aún hay más diferencias que marcan definitivamente la brecha entre los viejos y los jóvenes; entre el socialismo de antes (más pragmático y resignado al haber estado marcado por el signo de los tiempos) y el socialismo del futuro, mucho más polarizado, ideologizado y utópico. La joven ‘generación covid’ del PSOE es una quinta que ha hecho la mili en medio de una guerra cruenta como está siendo la pandemia de coronavirus. Han visto cómo el Estado al completo se derrumbaba sin remedio; han tenido que improvisar políticas de urgencia mientras decenas de miles de compatriotas morían asfixiados en los pasillos de los hospitales; han tenido que tirar a la papelera todos sus programas económicos y sociales del viejo mundo y adaptarlos a un futuro distópico casi de ciencia ficción, un escenario lleno de epidemias, de ciudadanos traumatizados por el virus y la crisis galopante, de grupos fascistas, negacionistas y medievales resurgiendo por doquier. Los muchachos “sanchistas” pasarán a la historia no solo como los liquidadores del caduco socialismo del siglo XX superado por la evolución histórica, por la convulsión de una nueva era y por el puro apocalipsis, sino como unos pioneros del nuevo PSOE posibilista que es capaz de todo para seguir siendo un partido importante y no quedar reducido a la intrascendencia como ya ha ocurrido con otros partidos socialistas del entorno europeo.
En junio del pasado año, Sánchez inauguraba la exposición “140 años de progreso”, que fue, quién lo iba a decir, el epitafio de un último capítulo de la historia. Organizada por la Fundación Pablo Iglesias, el secretario general del PSOE pronunció un discurso premonitorio en el que, quizá sin calibrar la dimensión total de sus palabras, reivindicó los nuevos valores emergentes del socialismo como el feminismo, la defensa del Estado del bienestar, la movilidad social, la lucha contra la desigualdad, el europeísmo, el combate contra el cambio climático y la convivencia en el marco de la diversidad territorial (la dichosa plurinacionalidad). “Querer a este país por cómo es, y no por cómo algunos entienden que debe ser, es una seña de identidad de unas siglas que tienen plena implantación en cada rincón de España”, dijo Sánchez, que destacó como pilares principales de su programa político la lucha por la justicia social, la solidaridad y la igualdad, “avanzando con la misma convicción, pero siempre mirando hacia delante”. Aquello ya sonó a ruptura con el pasado, al igual que su reciente reprimenda a los maduros barones territoriales, a los que ha afeado su “deslealtad” por sus ácidas críticas a cuenta de los apoyos de Bildu a los Presupuestos.
Hoy Sánchez se encuentra en medio de una película mala de terror de sábado tarde que lamentablemente y por desgracia es real. Con un virus machacando a la población y engordando cada día las cifras de muertos y contagiados; con un país absolutamente polarizado en dos bloques irreconciliables (los partidos emergentes que venían a romper el bipartidismo no han hecho sino contribuir a reforzarlo, solo que con más agentes políticos alineados en ambos frentes); con los fascistas resurgiendo tras 40 años en el ostracismo mientras la derecha convencional del PP es incapaz de pactar nada con el PSOE, Sánchez ha tenido que tirar de imaginación y de “geometrías variables” para mantener en pie su frágil Gobierno formado in extremis con Pablo Iglesias en aquel “pacto del comedor” tras la moción de censura contra Mariano Rajoy. No, este PSOE no está para exquisiteces y discusiones bizantinas como pretenden los Fernández-Vara, García-Page, Lambán, Susana Díaz y otros barones y baronesas que siguen aferrados al mundo que se derrumbó estrepitosamente a comienzos de este año. Son otros tiempos, otros problemas diferentes a los de 1982. Querer aplicar las polvorientas y trasnochadas enseñanzas felipistas en el año 2020 es tanto como pretender que el manual de instrucciones de un transistor sirva para manejar un teléfono 5G. Por eso urge la renovación de líderes y caras; por eso los viejos ideólogos saben que su tiempo se ha agotado porque su forma de ver e interpretar la realidad ya no puede aportar nada nuevo a los problemas de hoy. Ahora se trata de mantener el Gobierno de izquierdas a toda costa o entregar el país a la extrema derecha. Así de duro y así de crudo, señor Page. Ese es el dilema que los clásicos barones (anclados en Suresnes y en los años del plomo de ETA que ya pasaron) no terminan de entender. Es obvio que el partido está gravemente dividido entre los viejos y los jóvenes y de esa guerra generacional saldrá un nuevo PSOE, dos PSOE o el final del PSOE. Con o sin el permiso de Felipe.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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