domingo, 13 de diciembre de 2020

EL CIEGO Y LA BARBARIE

 
(Publicado en Diario16 el 29 de octubre de 2020)

Un juzgado de Barcelona ha condenado a un taxista por negarse a subir al coche a un hombre ciego acompañado de su perro guía, una auténtica cacicada urbana que merecía una respuesta contundente del Estado de derecho. Según la sentencia, los hechos ocurrieron en octubre de 2018, cuando el invidente intentaba acceder al taxi con su lazarillo cuadrúpedo y el dueño del automóvil le advirtió con prepotencia y fastidio: ‘Perros no, perros no’. Sin dar más explicaciones, el taxista arrancó el motor y reinició la marcha, provocando que el ciego sufriera un fuerte golpe contra la puerta del vehículo. El choque causó a la víctima una contusión en el hombro izquierdo y cervicalgia, siempre según la resolución judicial.

Una vez más, nos encontramos ante un hecho brutal que demuestra el grado de insensibilidad al que han llegado las sociedades modernas. Cabría preguntarse si ese taxista ahora condenado sintió un rechazo irrefrenable contra el ciego, contra el perro que guía a su dueño por los oscuros caminos de la vida o contra ambos. En cualquiera de los casos nos encontraríamos ante un episodio flagrante de discriminación, bien de una minoría social discapacitada o de un animal que también tiene su derecho a que no lo echen de un taxi en un repugnante ejercicio de apartheid canino. Mientras Donald Trump acaricia la reelección tras polinizar la Tierra con su filosofía xenófoba llena de odio y discriminación, mientras otro loco yihadista mata a machetazo limpio a tres personas en una iglesia de Niza, asistimos a esta sentencia histórica por lo que tiene de defensa de los valores humanistas, aquella antigua y necesaria moral de los sabios griegos que lamentablemente algunos poderes fácticos se empeñan en enterrar para siempre porque molesta a la nueva religión del dinero.

La civilización se defiende de la barbarie con políticas, sentencias y leyes justas, con la aplicación de unos principios ilustrados irrenunciables, tal como hace estos días el heroico Macron frente a quienes pretenden acabar no solo con el estilo de vida occidental y los preceptos democráticos más elementales, sino con los valores propiamente humanos hasta reducirnos a todos a la categoría de rebaño asustado en manos de Alá.

En ocasiones la Justicia española nos sorprende y si ayer asistíamos al lamentable espectáculo de la petición fiscal de seis meses de prisión para Ángel Hernández, el hombre que decidió ayudar a morir dignamente a su mujer enferma de esclerosis múltiple, hoy es preciso elogiar una resolución inédita y vanguardista que contribuirá sin duda a avanzar en la defensa de los derechos de los humanos y de los animales. Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso, decía Diderot, en este caso el que hay entre la calle y un taxi elitista que aplicó una de esas nefastas ideologías de los tiempos reaccionarios que nos ha tocado vivir. Congratula y reconcilia con el género humano el párrafo del alegato del fiscal en el que el Ministerio Público hace un ejercicio de pedagogía y explica que con la difusión de esta sentencia espera que otras personas invidentes víctimas de los mismos hechos “se animen a denunciarlos”. La Fiscalía concluye que el fallo también debe servir de “llamada de atención” para todos los profesionales que tienen la responsabilidad de facilitar su “prestación pública o privada”, debiendo cumplir con sus obligaciones sin incurrir “en ningún tipo de discriminación”.

Mientras tanto el taxista, que ha reconocido los hechos, será condenado a seis meses de inhabilitación por un delito con motivo del ejercicio de los derechos fundamentales y libertades públicas en la modalidad de denegación de una prestación privada y deberá indemnizar a la víctima de la discriminación con 1.600 euros por las lesiones y el daño moral causado. Así aprenderá el primer mandamiento que debería interiorizar todo niño en la más tierna infancia: que buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro, tal como nos enseñó el viejo Platón hoy criminalmente enterrado (y así nos va).

Las ideas xenófobas y discriminatorias se extienden rápida y peligrosamente por influjo de partidos políticos que como Vox tratan de instaurar una sociedad clasista, un mundo fracturado y dividido entre españoles de pedigrí e inmigrantes, una realidad de hombres supremacistas y mujeres subyugadas o perseguidas simplemente por ser feministas. Las ideologías de odio, ya sean las que se propalan contra los menas, los homosexuales, los veganos, los piojosos okupas (como dice con desprecio la ultraderecha) los ciegos o los perros lazarillos deben ser combatidas sin ambages y con todas las de la ley. Si Rosa Parks, la célebre activista afroamericana, ha pasado a la historia de los movimientos por los derechos civiles al haberse negado a ceder su asiento a un blanco en aquel sórdido autobús de Alabama, esta sentencia de Barcelona es igualmente pionera, ya que pone en valor los derechos de las personas discapacitadas y de sus amigos peludos que son quienes velan y cuidan de ellos.

Puede que una resolución tan trascendental haya pasado desapercibida en medio del caos originado por la pandemia, en medio del desastre de muertos y contagiados en el Madrid anárquico e insumiso de Díaz Ayuso y en medio de la barahúnda organizada por Pablo Casado y sus socios de la extrema derecha durante el debate sobre el estado de alarma en el Congreso. Pero sin duda, es un gran paso adelante en la defensa de los derechos humanos y de las ideologías animalistas en un tiempo oscuro impuesto por doctrinas ultras, atávicas y carcas. El perro lazarillo de ese ciego puede estar satisfecho porque hoy es un día importante para él y sus congéneres. Ahora a esperar una nueva victoria en forma de sentencia que sin duda llegará algún día y que acabará con las corridas de toros. Otro vestigio de crueldad y barbarie que acabará siendo derrotado más pronto que tarde.

Viñeta: El Petardo

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