(Publicado en Diario16 el 5 de diciembre de 2020)
Lo fascinante del esperpento español es que no tiene límites. Pablo Casado, por poner un ejemplo, empezó criticando los vínculos y lazos de Unidas Podemos con Venezuela y ha terminado creyéndose una especie de Juan Guaidó dispuesto a dar su vida para salvar España de las garras de los chavistas bolivarianos. O sea que el líder del PP, al igual que Béla Lugosi acabó sus días durmiendo en un ataúd porque se creía el conde Drácula, ha terminado esperpentizándose a sí mismo hasta convertirse en un hombre grotesco fuera de la realidad, un personaje novelesco que se ha creído su propio relato delirante. A Casado hoy le preguntas cuál es la capital de nuestro país y te responde sin dudarlo que Caracas. A Casado se le requiere para que diga el nombre del presidente del Gobierno español y te contesta, con los ojos haciéndole chiribitas y el hilillo de saliva colgandero, que Nicolás Pedro Sánchez Maduro. Está tan metido en su farsa, es tal la obsesión enfermiza del presidente del PP con la invasión comunista que cualquier día termina gagá, levantando la espada del abuelo contra el enemigo bolchevique y balbuceando aquello de “¡a mí la Legión!”, como en el panfleto de Orduña.
Otro que está llevando el esperpento valleinclanesco al extremo es Hermann Tertsch, que uno ya no sabe si es escritor, periodista, eurodiputado o animador social. Tertsch es otro que debe creer que los comunistas le han echado algo al agua para contaminar sus preciados fluidos corporales, como le ocurría al desnortado general fascista Jack Ripper, encarnado magistralmente por Sterling Hayden en ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, el peliculón de Kubrick. Ayer mismo, el señor Hermann le declaró la guerra a Campofrío, que para él debe ser algo así como el Kremlin del jamón de bellota. Y ustedes se preguntarán qué mal puede haber cometido una empresa que ha surtido de viandas a los españoles (sobre todo a los más humildes) durante tantas Navidades en estos cuarenta años de difícil y sufrida democracia. Por lo visto a Tertsch no le ha gustado el tradicional anuncio navideño de la popular empresa porque salen demasiados actores rojos-podemitas y eso él debe considerarlo un ataque a la unidad de España. Lo cual que ha iniciado una disparatada campaña de boicot como la que en su día orquestó el PP contra los productos catalanes a cuenta del procés. La derechona irracional es así, cuando se encabrita la emprende a palos con un votante de Sabadell, una botella de cava Codorníu o una ristra de mortadela.
El spot de Campofrío trata de transmitir el mensaje de lo hermoso que es disfrutar de la vida tras un año tan complicado como el que nos ha tocado vivir. Así, Quique San Francisco hace las veces de La Muerte con su capa y su guadaña y le da un toque de humor negro, mientras otros invitados al cameo como Andreu Buenafuente, Silvia Abril, Echanove, James Rhodes y María Galiana hacen su pequeña aportación al corto. Durante el anuncio, San Francisco mira al cielo dirigiéndose a Michael Robinson quien, desde arriba, le dice que está con Pau Donés y con Chiquito de la Calzada y que lo esperan dentro de muchos años. Esa es la secuencia más emotiva. En ningún momento se habla de política ni de rojos o fachas. No hay más mensaje que no sea un sincero canto a la vida y un homenaje a los que se fueron por la pandemia. Nada de lo que se dice ahí puede ofender a alguien que esté en sus cabales. Sin embargo, este es el mensaje que Tertsch ha colgado en Twitter: “Campofrío elige a Buenafuente, Rhodes, la peor gentuza que se ríe de España y acosa a media España, como héroes de Campofrío. Con su pan se lo coman. Estas Navidades comienzo mi alejamiento definitivo de la marca”.
Si el miedo es libre el odio esclaviza. Una vez que uno empieza a odiar ya no puede parar y así es como se empieza por aborrecer y detestarlo todo, al rival político, al frutero de la esquina, al taxista que te lleva al trabajo, a la pareja que se besa en el parque y al vecino de enfrente. Ya se trata de odiar por odiar, sin sentido ni razón, y al final, después de ver comunistas en todas partes en lugar de personas, se acaba maldiciendo la vida misma o un inocente anuncio de televisión sobre embutidos que no le hace daño a nadie. Tertsch vuelca su furia y su bilis contra todo aquel que huela a Gobierno filoetarra y separatista y en su paranoia contra los titiriteros pijoprogres solo le falta empezar un campañón de desprestigio contra los jardineros de Galapagar, los bedeles de Unidas Podemos, el piloto del Falcón amigo de Sánchez, el sastre de Rufián o la asistenta de Echenique. Cualquiera que haya tenido trato con los comunistas debe ser debidamente depurado; todo aquel que haya tenido algo que ver con el gabinete filoetarra separatista puede darse por fusilado, como se dice en el chat de los nostálgicos Reservistas de la Decimonovena.
Quizá, a fin de cuentas, lo que odia Tertsch no sea el actor más o menos izquierdoso que aparece en el spot, sino que Campofrío no esté en el guerracivilismo golpista y en la guerra cultural de Vox. La empresa siempre ha mostrado en sus anuncios una sensibilidad especial con la tolerancia, el respeto y la concordia entre todos los españoles sin excepción. La fábrica se dirige al pueblo llano, a los de abajo, a los que cuando llegan estas fechas tan entrañables, como diría el Borbón, siempre tienen unas lonchitas baratas de embutidos Campofrío a mano para echárselas al coleto y vivir la ficción del rico, aunque solo sea por una noche. Eso es lo que realmente le toca la moral al señor Tertsch (sin duda el Mr. Scrooge de estas navidades de pandemia por aclamación popular): que la empresa haga patria de la buena, que fomente la igualdad de todos los españoles ante la mesa y el mantel, la lucha de clases gastronómica que a cualquier supremacista ultra (temeroso de perder sus privilegios a manos de la famélica legión) le provoca una urticaria incontenible. Tertsch quiere llevar las dos España a los entremeses de Nochebuena. Que se quede él con su odio, su rencor y su absurdo boicot. Y para nosotros el sabroso ibérico curado. Que está cojonudo.
Viñeta: Igepzio
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