martes, 29 de diciembre de 2020

RAPHAEL

(Publicado en Diario16 el 22 de diciembre de 2020)

Desde que vimos a Rajoy bailando Mi gran noche, pasito pa’lante pasito pa’tras, sabemos que Raphael pone la banda sonora a la derechona española. Pero el idilio viene de lejos, concretamente desde que Aznar amenizaba sus victorias electorales con Julio Iglesias, Norma Duval y las coplas del propio “Ruiseñor de Linares”. Hace algún tiempo, en Santander, Raphael llamó “catetos de pueblo” a los socialistas, que le devolvieron el piropo calificando sus declaraciones de “impresentables, inadmisibles y fascistoides”. Desde entonces parece que las desavenencias entre el mito del traje enlutado y la izquierda de este país han ido a peor.

El reciente concierto en el Wizink Center de Madrid, al que han acudido 5.000 almas en medio de una pandemia tremenda, no deja de ser una reafirmación ideológica y una declaración de intenciones en toda regla. Cuando media humanidad se refugia en sus casas para no contraer el bicho, que Raphael haya sido capaz de movilizar a los ejércitos folclóricos de las derechas, a la España raigal, es toda una demostración de músculo político. El polémico recital no ha sido un espectáculo artístico más, sino un manifiesto musical anticomunista, españolazo y cañí.

La derecha negacionista de nuevo cuño va adoptando a sus nuevos líderes de la guerra cultural −José Manuel Soto, Hermann Tertsch y Sánchez Dragó, entre otros−, pero les faltaba la pieza grande, Raphael, el gran dios de los escenarios. El concierto, que no le ha gustado al ministro Illa porque pone en peligro, inútilmente, la salud de los madrileños, ha sido sin duda auspiciado por Isabel Díaz Ayuso, que no da puntada sin hilo en cada cosa que hace y dice con tal de erigirse en nueva jefa de la oposición. Pablo Casado debería andarse con cuidado con la niña de sus ojos, la Estrellita Castro de la política autonómica, porque a este paso, y cuando menos se lo espere, la pupila aventajada le levanta al maestro el sillón de Génova 13. IDA ya ejerce de autoproclamada lideresa nacional conservadora, aunque presente los datos más nefastos y cochambrosos de la pandemia de toda España. Sin embargo, a la chica se le da bien el montaje y el bulo trumpista, un arte sin duda aprendido en sus tiempos de tuitera del Perro Pecas de Aguirre. La presidenta es una recreación casadista que se le va de las manos a su inventor, como el androide aquel de Metrópolis, solo que en lugar de seducir y controlar a las masas obreras que malviven en el gueto subterráneo la misión del autómata IDA es mantener a salvo los privilegios de los de arriba, o sea el Barrio Salamanca y alrededores. 

Según Ayuso, la imagen de un Palacio de los Deportes atestado de gente dispuesta a dar la vida por ver en directo al mito rafaelita no se ajusta a la realidad, ya que el recinto tiene capacidad para 16.000 personas y esa noche estaba solo al treinta por ciento. Como si 5.000 asistentes cantando por Raphael a grito pelado, aunque sea con mascarilla, no fuesen suficientes como para desencadenar un apocalipsis coronavírico. Ante el aluvión de críticas en redes sociales y la indignación general con posible recrudecimiento de la madrileñofobia, IDA ha tenido que reconocer que “si la incidencia acumulada en Madrid fuera preocupante, de aquí en adelante se suspenderían todos estos eventos”. Es decir, cuando se dispare la curva con el número de muertos se cancelan los saraos y volvemos a la lógica sanitaria. Una lumbrera de Occidente la delfina de Casado. De todas formas, es de primer curso de ayusismo entender que eso no ocurrirá jamás, ya que la lideresa es una talibana de la economía ultraliberal y ya está pensando en celebrar San Isidro por todo lo alto, con las plazas de toros rebosantes de futuros inquilinos para su hotel de pandemias.

En lo que llevamos de crisis hemos visto conspiraciones variopintas para derribar a Pedro Sánchez, desde organizar manifestaciones de señoritos con cacerolas hasta promover querellas electoralistas contra Moncloa, o sea el lawfare o judicialización de la política. Pero lo de sacar al escenario a Raphael para hacerle la guerra sucia y la revolución biuti al Gobierno bolivariano hay que reconocer que no deja de tener su ingenio y su aquel. Raphael arrastra a las masas conservadoras de este país a los estadios y en el reverso de la entrada al Wizink en realidad va el lema “vota PP” con el logo de la gaviota azul. Esto es, pan y circo y que le den al doctor Simón.

Poco queda ya de aquel Ruiseñor de posguerra de familia humilde que dio sus primeros gorgoritos en el coro de niños de los Escolapios. “El hambre y la penuria son los que han afinado mi voz”, ha declarado Raphael, descarnadamente, en más de una entrevista. Tras su bodorrio veneciano con Natalia Figueroa entroncó con la jet y desde entonces fue el cantante de cabecera de la España esencial, hortera y catetoide. Hoy muchos quieren ver en el gran mito de la balada romántica la imagen perfecta del renegado de su clase, el desmemoriado que ha olvidado sus orígenes en aquella España sórdida y hambrienta, el desarraigado venido a más que ya solo afina y se entona bajo los palcos del trifachito, ese que le abre los teatros y pabellones de par en par mientras otros artistas sin tanto gancho y tirón en el Madrid ultraconservador de Ayuso sufren los rigores de las restricciones. O sea que a Raphael lo han pasado de la canción popular al Partido Popular.

Probablemente entre todo ese reventón de fans que hizo la vista gorda al estado de alarma para ver la actuación del mito hubiese algún confuso de izquierdas, pero en realidad el concierto fue un homenaje a una de las dos Españas, mayormente la de Aznar. Raphael hace tiempo que pone el libreto y la melodía al sueño ultraconservador y de aquel icono yeyé contracultural adorado por todos ya no queda nada. La otra noche bien podría haber cancelado el concierto del Wizink, una magnífica oportunidad para concienciar a la población y recordarle, ahora que llegan las navidades suicidas, que el virus mata en lo que dura una dulce canción. Sin embargo, él prefirió refrescar su repertorio navideño, plegarse al papel de flautista de Hamelín de los exaltados antisanchistas y de paso hacer caja. Invitar a miles de potenciales contagiados a un recital prescindible en medio de una crisis sanitaria descomunal es un escándalo, como dice su viejo éxito hoy desempolvado y remasterizado por la derechona. Un pelotazo musical y un exceso, digan lo que digan. Puede que fuera una gran noche, pero para el virus.

Viñeta: Igepzio

AL LÍMITE DE LA VIDA

(Publicado en Diario16 el 21 de diciembre de 2020)

Hoy por hoy, los científicos no se ponen de acuerdo sobre si los virus son seres vivos o solo​ materia orgánica que interactúa con los organismos infectándolos, enfermándolos y matándolos. Aunque no existe un consenso unánime, los investigadores tienden a no considerar a los virus como estructuras biológicas vivas, de modo que no sería un “bicho”, tal como decimos cuando nos referimos coloquialmente a él no sin cierta dosis de odio y desprecio por los estragos que estos entes invisibles ocasionan a la humanidad. Por tanto, a la espera de que aparezca un Einstein de la biología y desentrañe el misterio de los virus, no podemos más que decir que se trata de “organismos al límite de la vida”, una idea que resulta todavía más inquietante y estremecedora y que nos da una noción sobre lo extraño que es el enemigo al que nos enfrentamos.

Por un lado los virus poseen genes, se multiplican y evolucionan por selección natural. Hasta ahí se comportan “como” cualquier otro ser vivo. Sin embargo, carecen de célula, de modo que no pueden cumplir con las funciones metabólicas de los organismos con estructuras más complejas y organizadas. Se sabe que no tienen membranas celulares, ni cromosomas, ni ribosomas u orgánulos. Son entidades simples compuestas de un tipo de ácido nucleico (ARN o ADN) y proteínas. En esa fascinante simplicidad y en su poderosa capacidad para mutar reside su terrorífico poder destructor, tal como vienen demostrando desde hace millones de años, mucho antes de que apareciera el bípedo sapiens. De hecho, hay quien considera que los virus son los auténticos emperadores del cosmos.

El pasado 14 de diciembre, el ministro británico de Sanidad, Matt Hancock, anunciaba que habían detectado una nueva variante del SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la enfermedad de la covid-19. El primer brote fue detectado en el condado de Kent y apenas veinticuatro horas después ya estaba transmitiéndose exponencialmente por Londres. Más de un millar de personas cayeron víctima de la mutación del covid en las primeras fases del rebrote. Los expertos han pedido calma tras el hallazgo de la nueva cepa pero lo cierto es que las alarmas ya se han disparado en todos los países del mundo. España acaba de suspender los vuelos procedentes del Reino Unido y la sombra del confinamiento retorna de nuevo. El virus mutante, que ya ha sido bautizado como VUI-202012/01 (demasiados números, pronto lo conoceremos por un alias mucho más manejable y cotidiano), es más contagioso que su hermano, ya que se transmite más rápido, de modo que a mayor transmisibilidad mayor contagio. No obstante, a pesar de que infecta un 70 por ciento más, no es más grave ni más letal, según aseguran las autoridades sanitarias.

El nuevo enemigo intangible del ser humano es producto de una mutación, es decir, un error del covid-19 al copiar su propio código genético o una adaptación del virus ante la respuesta del sistema inmunitario humano, que va desarrollando anticuerpos poniéndoselo cada vez más difícil al agente patógeno. Así es la batalla por la supervivencia en el mundo micro, una partida de ajedrez con infinitas piezas. La respuesta normal de los virus es ir modificando las proteínas que se encuentran en su parte más externa para, de algún modo, “engañar” a los anticuerpos y conseguir infectar al organismo vivo. Es así como se infiltran en la maquinaria celular para poder “copiarse” a un ritmo frenético. Desde que estalló la pandemia, el SARS-CoV-2 ha producido 12.800 variantes, que se tenga constancia oficial. En España, por ejemplo, se detectaron al menos 62 mutaciones del virus solo en los tres primeros meses de la pandemia, según un estudio del Instituto de Salud Carlos III. Pero lo peligroso de esta nueva cepa es que ha sido capaz de crear hasta 17 modificaciones genéticas respecto a la original, lo cual la convierte, sin duda, en peligrosa.

El momento que vivimos recuerda bastante a esas películas de terror en las que, cuando parece que el héroe o heroína ya ha conseguido derrotar al monstruo, este se rehace y vuelve con más fuerza que nunca. De cualquier modo, no es seguro que la nueva cepa pueda dejar sin efectividad a las diferentes vacunas que como la de Pfizer o Moderna se están administrando a la población mundial. “Por ahí podemos estar tranquilos”, aseguran los expertos, que advierten de que habrá que esperar a ver cómo se comporta la nueva amenaza y qué efectos puede tener en una persona vacunada. No se descarta que sea necesario desarrollar un nuevo antídoto eficaz partiendo de los ya fabricados, lo cual llevaría su tiempo. Sería algo así como una pesadilla en bucle.

A esta hora es más que probable que el VUI-202012/01 esté circulando por nuestro país. El propio gobierno de Boris Johnson ha dado por hecho que el virus mutante ha sido detectado en Gibraltar. Cualquiera que haya estado por El Peñón alguna vez sabe del intenso contacto y trasiego humano que hay entre un lado y otro de la verja. Es solo cuestión de tiempo que aparezca el primer caso, probablemente en Andalucía, Baleares o la zona de Levante, que son las que más afluencia de viajeros ingleses han recibido en las últimas semanas. De momento se sabe que el agente mutado circula desde hace al menos un mes por Bélgica, Países Bajos e Italia. La aparición del VUI-202012/01 va a abrir un nuevo capítulo en la historia de la pandemia. No nos queda otra que seguir resistiendo y adoptar todas las medidas de prevención que aconsejan los médicos. Porque puede ocurrir que los virus no sean seres vivos y se encuentren en esa fantasmagórica frontera entre lo vivo y lo inerte, tal como sugieren los biólogos. Pero por sus movimientos tácticos en su guerra sin cuartel contra los humanos y por sus comportamientos casi de adiestrados soldados en campo de batalla diríase que nos enfrentamos a una inteligencia superior.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL DISCURSO DEL REY

(Publicado en Diario16 el 21 de diciembre de 2020)

Ya se sabe que el rey reina pero no gobierna. Es decir, el rey es, está, permanece, es inviolable e inmutable por derecho divino y jamás se mete en política. En su sustancialidad, el rey es como Dios, se supone que existe pero rara vez se le ve por la calle o se le escucha. Ya se lo dijo una vez el añorado Sabino al golpista aquel: el rey ni está ni se le espera. Pues eso. Para intentar mantener un diálogo o conversación con el rey primero hay que enviar una carta a Zarzuela con acuse de recibo, como a Papá Noel, y no es seguro que conteste. De hecho, hay escasas posibilidades de que lo haga. A veces, solo a veces, el rey baja del Olimpo de la lejana Monarquía para estar un minuto con los suyos, saluda con la mano de autómata, se mete en el blindado y otra vez para los palacios. Eso ocurre en contadas ocasiones, como una inundación, un partido de Copa o un premio importante. Meter a un rey en una burbuja de cristal es la mejor forma de diluirlo, de anularlo políticamente hasta convertirlo en un muñeco de cera.

Este año el pueblo espera que Felipe VI diga algo trascendente en su discurso navideño, que se pronuncie, que se moje de una vez. Hasta los periodistas de la televisión vasca, que suelen pasar bastante del discurso real, han pedido entrada para estar en primera fila. Eso es que hay expectación, interés, lo cual no le viene mal a la Monarquía por aquello de la publicidad y el share de la pequeña pantalla. Lo importante es que hablen de uno aunque sea mal. Pero esta vez el rey está obligado a dar noticias con enjundia más allá de ser un simple Aliatar transmisor de un mensaje de esperanza y buena voluntad. Mientras la pandemia sigue arreciando, mientras las instituciones del Estado se desmoronan como el Coloso de Rodas y con el escándalo de las cuentas opacas del emérito tronando por medio mundo, ha llegado la hora de que Felipe se encarne, se haga mortal y aborde con valentía los graves asuntos del país, analizando causas y efectos y aportando soluciones. Porque en una monarquía parlamentaria el rey puede ser un personaje simbólico, un escudo heráldico mayormente, pero su papel y su responsabilidad de líder y referente de la sociedad no se lo quita nadie. A los españoles ya no les vale el manido “en estas fiestas tan entrañables me llena de orgullo y satisfacción…”, y tampoco van a conformarse con el christmas televisivo de un rey de manos y piernas cruzadas delante del árbol de Navidad, junto al retrato de Letizia y las infantas y la ventana de fondo que da a los idílicos jardines de Zarzuela.

Sin duda, es hora de salir de la zona de confort, de la mesa despacho Luis XVI, del pisapapeles, de la pluma barroca y del globo terráqueo. Es hora de abordar los problemas acuciantes del país más allá de las palabras genéricas, de las declaraciones institucionales y las frases buenistas siempre debidamente filtradas por los censores de Moncloa. Para empezar, la nación entera aguarda al menos un comentario sobre los excesos del padre. El español espera gestos, ejemplaridad, medidas concretas para sanear la institución. No estaría de más que anunciara una auditoría interna de los bienes y cuentas de palacio a Price Waterhouse Coopers, a Andersen Worldwide o a Ernst and Young International, qué más da el nombre del bufete multinacional que lo lleve, lo importante es que el mundo entero sepa que la Monarquía española se pone al día, abre sus puertas y ventanas para ventilar y levanta las alfombras. Transparencia ante todo, mucha transparencia. Y después, y al margen de que la Justicia haga su trabajo, Juan Carlos I debería recibir una severa reprimenda por su comportamiento inmaduro y juvenil que ha puesto el país al borde del abismo. Retirarle la distinción honorífica se antoja un primer paso inevitable en la necesaria regeneración. Tras la abdicación, el patriarca de la Transición no ha hecho méritos para seguir siendo emérito.  

Hay no pocas tareas y asuntos pendientes en la agenda regia de Su Majestad, sin ir más lejos esos catalanes apaleados del 1-O que aún esperan una petición de perdón, o una contundente advertencia a los militares golpistas de la Decimonovena para que se les quite de la cabeza el delirio de implicar al jefe de Estado en aventuras africanistas. El rey es apenas un emblema, eso lo sabemos desde el 78, pero por su papel de moderador y árbitro de la vida política nacional debería ser capaz de sentar a Pedro Sánchez y Pablo Casado en la misma mesa para que se pongan de acuerdo en la renovación del Poder Judicial, en la ley educativa, en la eutanasia y en los fondos de Bruselas. Si Juan Carlos demostró habilidad para que Fraga y Carrillo se dieran un abrazo fraternal que cerró 40 años de dictadura y crímenes sangrientos, Felipe debería hacer honor a su sobrenombre de El Preparao y lograr un nuevo pacto de la Moncloa. Por la Casa Real que no quede, aunque Casado ya esté practicando sin rubor el entreguismo más descarado al mundo ultra español. El rey debería tener mano izquierda, nunca mejor dicho, para poner en su sitio al líder de la oposición, que se ha echado al monte por mucho que él diga que anda buscando el centro.

Esta no puede ser una Nochebuena más. Las familias están arruinadas y han sido apartadas unas de otras para evitar la expansión del coronavirus. Felipe debería tener la gallardía y el valor de sacar una mascarilla del bolsillo de la americana, ponérsela delante de las cámaras y proclamar que ese trozo de tela salva vidas y no puede ser un motivo más de confrontación entre las dos Españas. Los médicos y enfermeras exhaustos se lo agradecerían y el ministro Illa también. De entrada, la obligación del monarca sería condenar el concierto de Raphael, una auténtica orgía vírica que ha puesto en peligro la vida de miles de madrileños. Un correctivo a Díaz Ayuso de la mano del padre de la patria tampoco vendría mal. Desde hace meses la traviesa niña trumpita se está mereciendo que alguien le dé un par de azotes ideológicos por sus excesos. Pero, o mucho nos equivocamos, o tampoco habrá mención especial del monarca para la líder castiza.

Lamentablemente, es más que probable que todo el argumentario que debería formar parte intrínseca del discurso navideño de Felipe VI de este año quede aparcado como siempre y la alocución no pase de un mero sermón de Misa del Gallo que servirá para felicitar las pascuas a los sufridos súbditos y poco más. Los españoles empiezan a verlo como alguien ajeno a la familia, un simple allegado. Y ya ni eso.

Viñeta: Igepzio 

MORIRSE EN PAZ

(Publicado en Diario16 el 21 de diciembre de 2020)

España tendrá una ley de eutanasia acorde con los nuevos tiempos y con las necesidades de la sociedad (más de un 80 por ciento de los españoles aprueban el texto legal, lo que da una idea de lo mucho que ha avanzado el país culturalmente en cuarenta años de democracia). El dictamen de la Comisión de Justicia de la pasada semana se tramitó con 198 votos a favor, 138 en contra y dos abstenciones, de tal forma que solo PP y Vox se opusieron a una ley de amplio consenso que además es “profundamente garantista”, como aseguran prestigiosos expertos en Derecho Constitucional.

Los grandes avances sociales siempre vienen de la mano de la izquierda, mientras las derechas se dedican a blindar y perpetuar los privilegios de las clases dominantes. Así ha sido siempre y así será en esa batalla secular entre lo viejo y lo nuevo, entre la igualdad y el abuso de poder. Los partidos esencialmente reaccionarios (y PP y Vox lo son) sienten auténtica alergia ante la palabra “cambio” y si de ellos dependiera en este país todavía irían a la universidad únicamente los hijos de las élites, las clases oprimidas malvivirían en poblados infectos (como en el feudalismo) y los principios generales del Movimiento Nacional seguirían plenamente vigentes. Vox es un partido emergente, o sea de reciente formación, que ya está dando muestras de hasta dónde piensa llegar para evitar que España siga avanzando en democracia, en igualdad y en derechos cívicos. Y qué podemos decir del PP, que tiene un amplio historial de batallas perdidas contra reformas necesarias, de conservadurismo a ultranza y de declarados intentos por dinamitar cualquier avance o progreso social. Leyes como la del aborto o la del divorcio fueron boicoteadas en su día por Alianza Popular, por no hablar de que la Constitución del 78 −esa que hoy dicen defender con tanto ahínco y fervor−, despertó recelos en amplios sectores de la derecha española durante la Transición. Curiosamente, los hijos y herederos de aquellos nacionalcatolicistas intransigentes del partido fundado por Manuel Fraga que hoy recurren a la interrupción voluntaria del embarazo, al matrimonio homosexual o al divorcio, se cuentan por miles, la prueba palpable de que las derechas siempre se oponen a los necesarios avances sociales impulsados por la izquierda pero terminan aprovechándose de ellos sin pudor.

La ley del divorcio de 1981 es el ejemplo paradigmático de ese extraño fenómeno ultrarreacionario que aqueja a la derecha española desde tiempos inmemoriales. Junto con el ingreso de España en la Alianza Atlántica, fue una de las iniciativas del Gobierno de Calvo-Sotelo que mayor polémica generaron en aquellos días inciertos. La ley no solo sirvió para acabar con los últimos y débiles restos de cohesión interna que quedaban en el seno de la UCD, sino que supuso una auténtica revolución social en nuestro país (téngase en cuenta que veníamos de un régimen patriarcal nacionalcatolicista profundamente impregnado de conceptos y dogmas religiosos donde la mujer tenía que pedir permiso al marido para firmar un simple contrato de trabajo). Conviene no perder de vista que la ley del divorcio fue presentada en su versión definitiva por un socialdemócrata en ciernes como Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Justicia, primero de Suárez y después con el propio Calvo-Sotelo.

Los obispos plantearon una feroz batalla ideológica, al igual que hace hoy la Conferencia Episcopal con la ley de eutanasia, que los sectores más reaccionarios de la curia romana consideran una normativa contra la vida. En 1981 la jerarquía católica también se puso de frente contra una ley que contemplaba el divorcio de mutuo acuerdo sin que el juez pudiera impedir la disolución del lazo conyugal, tal como los conservadores reclamaban. Hasta el nuncio del Vaticano, monseñor Innocenti, participó en las gestiones para derribar el proyecto de ley y acudió urgentemente a entrevistarse con el ministro de Justicia con el fin de expresarle su rotunda oposición a la iniciativa legislativa antes de que fuera votada en el Pleno del Congreso, donde la izquierda se preparaba para una de sus primeras grandes victorias en democracia. Una vez más, los partidos del arco parlamentario “rojo” impulsaban un avance social que nos equiparaba con el resto de países europeos y que superaba, por fin, la ley de Dios contumazmente difundida desde los púlpitos durante 40 años de dictadura. Cuando llegó el momento de ser sometida a votación en el Parlamento, no solo se confirmó la sospecha de que las derechas y la Iglesia iban de la mano formando un frente común contra la ley, sino que para sorpresa de las fuerzas nostálgicas del franquismo algunos diputados de la extinta UCD, los “más socialdemócratas”, por así decirlo, votaron «sí» con las izquierdas. Aquello, más que una traición, como dijeron algunos, fue un gran servicio a la patria.

El 22 de junio de 1981 la ley del divorcio se aprobó en el Congreso. UCD sumó sus votos a los del PSOE, PCE, Minoría Catalana, Esquerra Republicana y el PNV. Los votos en contra fueron los del resto de diputados del grupo parlamentario de UCD (el ala conservadora) y los de Alianza Popular. Al día siguiente, Óscar Alzaga, uno de los más destacados dirigentes democratacristianos de UCD, exigió públicamente la dimisión del ministro de Justicia de su propio Gobierno con el siguiente argumento: “Esto es un fraude a nuestro electorado”. Por su parte, el también democratacristiano Fernando Álvarez de Miranda aportaba en el diario El País un diagnóstico de lo que estaba sucediendo en el seno de su partido: “Estas cosas evidencian que la unidad de UCD es una farsa […] ya que los modelos de sociedad que sostenemos los democratacristianos y los socialdemócratas son demasiado distintos”.

El partido centrista empezó a resquebrajarse con aquella ley que dejó profundas fracturas en el entonces partido del Gobierno. A finales de agosto, Fernández Ordóñez presentó su dimisión como ministro de Justicia. Pocas semanas más tarde abandonaba UCD junto con otros 16 parlamentarios socialdemócratas. Sin duda, Ordóñez presintió que el proyecto de Suárez tocaba a su fin una vez cumplido su efímero papel en la Transición y tras formar su propio partido −el denominado Partido de Acción Democrática (PAD)−, acabó integrándose en el PSOE, que terminó arrasando en las elecciones de 1982. Una vez más, la socialdemocracia reformista había ganado, desde dentro, la batalla de la historia frente a las fuerzas ultras. Y así es como, paso a paso, las corrientes progresistas siempre acaban imponiéndose a la resistencia conservadora empeñada en mantener la tradición y los privilegios de casta de un sistema injusto, caduco y obsoleto. 

Viñeta: Igepzio

EPIDEMIA EN NAVIDAD

(Publicado en Diario16 el 17 de diciembre de 2020)

Las alarmas se han disparado en Alemania, que estas navidades cerrará todas las tiendas para tratar de atajar la espantosa oleada de coronavirus que se está cebando con el país. Angela Merkel puede ser una mujer sensible capaz de llorar en público por la muerte de cientos de compatriotas pero no le tiembla el pulso a la hora de adoptar medidas contundentes para frenar la pandemia. Eso se llama gobernar, ni más ni menos. Y mientras tanto, ¿qué hacen nuestros políticos de la piel de toro? ¿En qué se entretienen nuestros padres de la patria? En las luchas estériles y cainitas de siempre que nos arrastran a todos al precipicio.

El Gobierno advierte de que se pondrá mucho más estricto si los datos de la curva epidémica no mejoran en los próximos días, pero al mismo tiempo delega la responsabilidad en las comunidades autónomas, de manera que una vez más tendremos 17 planes sanitarios diferentes de cara a las fiestas navideñas. De nuevo la descoordinación, la sensación de que cada taifa hace la guerra por su cuenta contra el covid-19. El desconcierto es de tal calibre que muchos españoles aún no saben si podrán viajar de un lugar a otro para estar con sus familias.

Es evidente que el miedo a adoptar medidas impopulares está condicionando a nuestros gobernantes en todas las administraciones públicas. Al político de turno se le encoje el brazo, como a ese jugador de baloncesto que no quiere mirar a la canasta en el último segundo, cuando se trata de abordar el delicado asunto de la pandemia. Nadie tiene el valor de coger el toro por los cuernos, afrontar la realidad y decirle al pueblo que este año lo más sensato es suspender las fiestas, quedarse en casa y no poner en riesgo la vida de nuestros padres y abuelos. Todos nos podemos contagiar, al igual que todos podemos convertirnos en potenciales gerontocidas por imprudencia temeraria. Pero lejos de tomarnos la amenaza en serio, aquí seguimos pensando en los langostinos del menú navideño y en los regalos de Papá Noel. Cuando un país autoriza unas fiestas que pueden ser letales, dando por buenos miles de muertos, es que la neurosis colectiva es mucho más grave y profunda de lo que pensábamos. El español lo aguanta todo, que le engañen con el salario mínimo interprofesional (como pretende hacer la Calviño), que le obliguen a trabajar hasta los 66 años (según los planes de Escrivá) y hasta que el rey emérito se vaya de rositas en el turbio asunto de sus cuentas opacas Royal Black. Sin embargo, cuando se le pone encima de la mesa una posible suspensión de la Navidad planea la sombra de una revolución y el Gobierno se tambalea. Es este un país extraño donde los principios constitucionales de libertad, justicia e igualdad han sido sustituidos por fiestas, pan y circo (mayormente fútbol y toros).

Todo eso los saben nuestros líderes políticos, tanto del Gobierno central como los autonómicos y municipales. Nadie se atreve ordenar el confinamiento y a clausurar el gran mercado navideño a riesgo de perder el puñado de votos que garantiza la poltrona. Y aunque el discurso político oficial siempre apela a la responsabilidad de la ciudadanía y a luchar contra el virus, en la práctica se va a hacer la vista gorda y la manga ancha con las cenas y cotillones, lo cual augura una auténtica catástrofe vírica en la cuesta de enero. Isabel Díaz Ayuso, un suponer, se ha propuesto crear la ficción de un Madrid feliz lleno de luces de colores, arbolitos de Navidad, gnomos, elfos y unicornios donde el coronavirus ya es historia. La consigna es pasar página cuanto antes, que aquí no ha ocurrido nada. Los 11.000 muertos forman parte del pasado y se impone el tarjetazo febril en el centro comercial y el relaxing cup en Plaza Mayor, como dijo la alcaldesa aquella. Todo con tal de salvar, no ya la Navidad, que eso es solo la excusa, sino el sistema capitalista salvaje, que es la gran religión de nuestro tiempo. “No seremos nosotros quienes vamos a cerrar la hostelería ni a impedir que vengan a visitar Madrid”, asegura la conspicua presidenta. Ayuso debería mirarse en el espejo de Merkel, pero ese referente ya lo tiene intelectualmente superado y ella está más en el rollo Trump.

Nos guste o no, España es un país tradicionalista y católico. Aquí la Navidad no se toca, o sea que con la Iglesia hemos topado, o mejor dicho con la Santísima Trinidad formada por el dios dinero, el Íbex 35 y la patronal, que para el caso es lo mismo. Ayer mismo se lo afeó Pablo Casado a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados: “¿Tanto le cuesta felicitar la Navidad, que es el nacimiento de Jesús? Estamos en un país cristiano, en una civilización occidental”. Por momentos el líder de la oposición parecía un cura echando el sermón de la Misa del Gallo. Está visto que lo importante es montar el Belén capitalista aunque vayan a palmar viejos a granel. Con la lógica socrática en la mano, y siguiendo los consejos de los médicos, lo importante sería prohibir cualquier tipo de reunión que ponga en peligro vidas inocentes. Pero el humanismo ha muerto y el ministro Illa dice que no puede poner un policía en cada casa. El Estado claudica y nos deja solos ante nuestro destino y ante nuestro sentido común. Salir con buen pie de esta pesadilla de Navidad dependerá de la responsabilidad individual de cada cual y del sacrificio que seamos capaces de hacer por el bien común. Lamentablemente, de eso los españoles tampoco andamos muy sobrados. Este año los Reyes Magos nos van a traer carbón en forma de trancazo neumónico y un estuche con la PCR que seguramente dará “positivo”. El matasuegras contagioso va a ser el juguete del año. Eso sí, el colocón de Nochevieja promete ser antológico. Que no decaiga.

Viñeta: Pedro Parrilla

UN CABEZÓN EN LAS CORTES

(Publicado en Diario16 el 17 de diciembre de 2020)

Pablo Iglesias y María Jesús Montero tuvieron ayer sus más y sus menos en los pasillos del Congreso de los Diputados. Un fotógrafo captó el momento y aunque se desconoce el contenido de la conversación, por el lenguaje gestual de ambos parece que se dijeron de todo menos bonito. La escena ha quedado inmortalizada como un tapiz parlamentario, casi una instantánea de las críticas relaciones PSOE/Unidas Podemos, y está dando para horas de tertulias y sesudos análisis en la prensa nacional. De la secuencia muda, digna del mejor Murnau por su alto grado de tensión expresionista, tan solo ha trascendido una frase para la historia que la ministra de Hacienda le espetó con severidad al líder de la formación morada: “No seas cabezón”.

Montero es una andaluza indomable que dice las cosas como las siente y con ese deje o gracejo trianero que le da un toque de encanto. Pero en esta ocasión, y a falta de conocerse los entresijos de la discusión entre ambos protagonistas, habría que decirle a la ministra que en política la cabezonería, testarudez, terquedad o pertinacia no tiene por qué ser un defecto, sino más bien una virtud. Vivimos tiempos líquidos en los que la coherencia y los principios se encuentran en peligro de extinción, como los osos polares. Desde que murió Anguita, la izquierda española está huérfana de cabezones, como diría la titular de Hacienda, y ese es precisamente el gran drama del socialismo hispano. Ahora que la ministra Calviño se coloca de lado de la patronal y le niega los 50 euros de miseria al proletariado español con la excusa de que se puede hundir la economía; ahora que el ministro Escrivá alarga hasta los 66 años la vida laboral del españolito para torturarlo y hacerlo sufrir un poco más antes de la merecida jubilación, se echa de menos que no haya más gigantes cabezudos en la vida pública del país.

El cabezón no solo es necesario sino imprescindible. El cabezón político siempre lleva su ideología hasta el final, sin dejarse corromper por los cantos de sirena del Íbex o el tintineo de las Bolsas. En el contumaz, terco o cabezota, siempre hay algo de heroico, de comprometido con la causa, de noble guerrillero, como aquel Empecinado patilludo de la guerra contra el francés que no descansaba nunca y al que Galdós dedicó un Episodio Nacional y Goya un sublime retrato. La ministra le echa en cara su cabezonería a Iglesias, pero en realidad lo que parece ciega obcecación o intransigencia no es más que integridad política, honestidad, un no venderse a los poderes fácticos como hacen otros que se llaman a sí mismos socialistas. El cabezón es un personaje quizá cargante e incómodo, pero cabal e insobornable, y jamás se deja caer en manos de los trumpistas que hoy dicen una cosa y mañana la otra, véase Pablo Casado, un personaje político mucho más voluble y superficial. El mejor ejemplo de ligereza política lo tenemos en esos populistas centroeuropeos que se las dan de machos, ultracatólicos y patriotas para acabar entregándose al sexo salvaje y tumultuario entre hombres. Toda Bruselas es ya una inmensa orgía, un gigantesco cuarto oscuro donde los euroescépticos ultraderechistas se lo montan sin distinción de razas ni credos para más tarde, en el culmen de la hipocresía social y la perversión política y ética, salir al atril del Europarlamento a proclamar la guerra cultural contra el pobre africano.

Al mundo le hacen falta más cabezones con coleta o sin ella, como ese profesional y digno Tom Cruise que ayer montó en cólera y abroncó a sus empleados negacionistas de rodaje por pasarse la mascarilla por el forro y no guardar una mínima distancia de seguridad. El actor de Misión imposible es otro ilustre cabezón que no pasa ni una ni media y se pone en su sitio cuando toca, entre otras cosas porque se juega su dinero y que le cierren el plató al menor brote de coronavirus. Con las cosas del comer (y la política es el pan para todo hombre de izquierdas) siempre hay que ser porfiado, terco como una mula, o de lo contrario uno se acaba relajando, frivolizándose y vendiéndose al poder o a un señor con bigote, como le ocurrió al PP de la Gürtel.

Es bueno que haya cabezones en la vida, gente insumisa que no se deja influir por los poderes fácticos y muere de pie, con las botas y sus cabezonerías puestas. Si el rey emérito hubiese sido algo más estricto y cabezón con la ética política, ahora no se vería acosado por un fiscal suizo y una señora rubia. El acalorado aparte entre Iglesias y Montero dice mucho sobre lo que está pasando en esta España de pandemias y ruina moral, porque si un líder no se pone cabezón la patronal termina colándole un salario mínimo interprofesional de mierda, la banca sigue con sus desahucios criminales, cualquier ministro relajado de principios le hace una jugarreta en las Cortes y los pobres energéticos pagan el pato de la indolencia de cierto PSOE. Pedro Sánchez, que es partidario de que el nuevo Ejecutivo de coalición hable “con varias voces y con una sola palabra”, debería romper una lanza por su vicepresidente cabezota. Una especie en vías de extinción.

Viñeta: Igepzio

INFILTRADOS

(Publicado en Diario16 el 16 de diciembre de 2020)

Ni Nadia Calviño ni José Luis Escrivá vienen del mundo de la política. Tampoco son socialistas de militancia con una amplia hoja de servicios. La primera se forjó como economista del Estado y es una alta funcionaria española en las instituciones europeas, es decir, una burócrata de Bruselas. Más allá de ser hija de José María Calviño −el que fuera director general del ente público Radio Televisión Española con Felipe González−, hasta que fue elegida para ponerse al frente del Ministerio de Economía no destacaba precisamente por su peso específico en el PSOE. No era una histórica, ni una líder territorial, ni alguien cuyas reflexiones y pensamientos sentaran cátedra en Ferraz. Simplemente Sánchez confió en ella para manejar las cuentas del país con plenos poderes. ¿Por qué? Solo el presidente lo sabe.

En cuanto a Escrivá, estamos ante un perfil bastante parecido. El hoy ministro de Seguridad Social tampoco ha despuntado por su pasado como activista de la izquierda, líder sindical o luchador en la calle. Al igual que su compañera del negociado de Economía, él también viene de los despachos, de los fríos informes, de la tecnocracia. En concreto del mundo de la banca (primero en el Banco de España y después en el BBVA), con el añadido de que en 2014 fue nombrado primer presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), órgano creado en plena crisis por el Gobierno de Mariano Rajoy para garantizar el principio de estabilidad presupuestaria en el marco de sus políticas austericidas. Ciertamente, nunca fue un factótum del socialismo español ni organizó ruidosas huelgas generales en defensa de los derechos de los trabajadores.

Hoy Calviño y Escrivá están en el punto de mira. La vicepresidenta económica por haber desautorizado la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) que pretende impulsar la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y por haber frenado en seco la derogación íntegra de la reforma laboral de Rajoy, que estaba pactada con Unidas Podemos, ERC y Bildu. Por su parte, al titular de Seguridad Social se le cuestiona por haber lanzado un paquete de polémicas medidas para supuestamente garantizar la sostenibilidad de las pensiones −prolongación de la vida laboral hasta los 66 y ampliación de los plazos de cotización de 25 a 35 años−, iniciativas que no pocos expertos califican ya de restrictivas de los derechos de los trabajadores.

Sin duda, nos encontramos ante dos ejemplos perfectos del proceso de relativización que viene sufriendo la política española. De un tiempo a esta parte, los partidos se han desideologizado, se han tornado más pragmáticos y líquidos. Las caras de supuestos independientes engrosan las listas de candidatos y la idea pierde fuerza en detrimento del currículum, del apellido y de la marca. Atrás quedaron los tiempos en que los socialistas se forjaban leyendo a Marx y batiéndose el cobre en las barricadas. El funcionario solvente se impone al político; el gestor eficaz al líder social. El perfil neutro, inocuo, invade partidos y ministerios y la consecuencia final es que el ciudadano al final no sabe lo que está votando. Tal es la homogeneización y la uniformidad, que personajes como Calviño y Escrivá podrían fichar perfectamente por el PP y a nadie le extrañaría.

Pero en este caso no solo se trata de dos apuestas personales de Pedro Sánchez, sino también de una estrategia concreta para darle a su Gobierno una pátina de moderación e institucionalidad con la que quitarse de encima el sambenito de radical. La historia se remonta a enero de 2019, cuando el futuro presidente socialista se vio obligado a tejer todo tipo de alianzas en la sombra para tratar de apuntalar su frágil gabinete y evitar unas elecciones que finalmente tuvo que convocar el 28 de abril de 2019. Con Vox subiendo como la espuma, el PP al rebufo de la extrema derecha y Podemos en una fase de preocupante estancamiento, a Sánchez solo le quedaba acercarse a Ciudadanos en busca de aliados para cerrar sus Presupuestos Generales del Estado, que tenían que ser los más sociales de la historia. Y ahí entraban los poderes fácticos económicos.

En ese contexto Iván Redondo, jefe de gabinete de Sánchez y gran artífice de la moción de censura que derrocó a Mariano Rajoy, mantuvo en Madrid, en lugar desconocido, una discreta reunión con una veintena de presidentes y altos cargos de los consejos de administración de las empresas más importantes del Íbex 35. Ningún medio de comunicación fue convocado al acto y el encuentro ni siquiera aparecía en la agenda de trabajo del jefe del Ejecutivo. Fue una reunión privada, secreta, aunque de la mayor trascendencia, ya que entre los objetivos del Gobierno sin duda estaba explicar a los prebostes de los buques insignia de la economía española su proyecto de presupuestos generales. Había que tranquilizar a las gentes del dinero, temerosas ante las medidas socialdemócratas que se avecinaban, y garantizarles que no estaba en marcha ninguna revolución bolivariana, sino que la economía española seguiría por la senda del capitalismo neoliberal.

La cumbre duró una hora y cuarto y los empresarios pudieron intercambiar opiniones con la delegación de asesores del Gobierno. Quizá de allí salió el pacto de que el futuro gabinete socialista, en el caso de necesitar del apoyo de Unidas Podemos, quedaría a salvo de aventuras “demasiado izquierdistas”. Calviño y Escrivá no son más que la consecuencia lógica de aquellos tensos contactos con las élites financieras. Dos garantías fiduciarias de que el PSOE jamás cruzaría el Rubicón hacia un Estado primordialmente intervencionista. Hoy, en medio de la turbulenta negociación de la reforma laboral entre Gobierno y agentes sociales (con el ruido de los desencuentros y discusiones entre socialistas y podemitas como telón de fondo) asistimos en vivo y en directo a los primeros movimientos de Calviño/Escrivá para mantener a salvo las esencias del capitalismo ultraliberal. Y es que en política, como todo en la vida, cada cosa tiene su causa y origen.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA CACICADA DE ESCRIVÁ

(Publicado en Diario16 el 16 de diciembre de 2020)

Algunos medios de comunicación han filtrado que el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, prepara un borrador para modificar el cálculo de la pensión por jubilación, aumentando el período cotizado de 25 a 35 años, una medida que de llevarse a cabo tendría más bien poco de socialista. Y nos explicamos: aumentar a 35 los años efectivamente trabajados supondrá inevitablemente una merma en los derechos laborales, ya que a cientos de miles de españoles se les contabilizará el período con salarios y cotizaciones más bajas, lo que conllevará pensiones también más escasas.

Medidas de esta guisa hacen que muchos votantes del PSOE pierdan la fe y la confianza en su partido y lleva a preguntarnos si es que el ministro no ha encontrado un sistema más dañino para la clase trabajadora y para lograr la sostenibilidad de la hucha de las futuras pensiones (siempre en peligro) que exprimir hasta la última gota la vida laboral de millones de ciudadanos. Si a esto unimos que Escrivá pretende impulsar un aumento de la edad legal de jubilación a 66 años desde el mes de enero; que la reforma laboral se aplaza una y otra vez, sine die, para no enfadar a la patronal y a las derechas; y que el salario mínimo interprofesional (SMI) quizá no suba más de un raquítico 0,9 por ciento en 2021 −cuando en la mayoría de los países europeos la tendencia es ir dotando de mayor poder adquisitivo a los trabajadores, tal como aconseja la Unión Europea como forma de proveer de un escudo de protección frente a la pandemia a las clases más desfavorecidas− ya tenemos suficientes datos como para concluir que un nuevo giro a la derecha del PSOE, por influencia de la superministra Nadia Calviño, está servido para desgracia del socialismo y de la izquierda española.

Como no podía ser de otro modo, Unidas Podemos ya ha alertado de la cacicada laboral de Escrivá, que según fuentes consultadas por Diario16 está provocando nuevas tensiones en el seno del Gobierno de coalición. Tras meses de públicas discrepancias y desencuentros entre las dos almas del Consejo de Ministros, llegamos a la hora de la verdad, a la batalla ideológica decisiva entre los socialistas de salón entregados a razones inconfesables y al Íbex 35 y los verdaderos militantes de la causa obrera. No hay cuestión más importante para un proyecto de izquierdas que la defensa de los derechos adquiridos por los trabajadores tras cuarenta años de lucha democrática. Ahí es donde radica el socialismo de verdad, ahí es donde está la esencia del pensamiento progresista, y claudicar de ese programa fundamental supone abdicar de la izquierda y dejar a la famélica legión, a los desahuciados y náufragos del socialismo, en manos de la extrema derecha de nuevo cuño.

Durante la pandemia nos hemos hartado de escuchar por boca de Casado y Abascal que con el sanchismo llegaba el comunismo, el colectivismo chavista, la dictadura del proletariado, los okupas y muchos desastres más, y ahora resulta que Escrivá se pliega a los dictados de la patronal y se convierte en el corderito o mascota de la peor derechona de este país. Con compañeros de gabinete tan dóciles con los poderes fácticos no extraña los disgustos y enfados que se agarra Yolanda Díaz, una mujer íntegra que está obrando el milagro de hacer política de Estado, arriba en las esferas del poder, sin renunciar a sus principios más básicos. Díaz es la mujer que necesita la izquierda española, el recambio perfecto de ese socialismo oxidado, trasnochado y reciclado como combustible para que siga funcionando esa prodigiosa y formidable maquinaria ultraliberal (con sus engranajes y rodamientos de la corrupción) que es la obsoleta economía española. Debe resultar ciertamente desolador llegar al Consejo de Ministros y encontrarte con una serie de caras desubicadas que parecen haberse equivocado de lugar, ya que encajarían mejor en cualquier otro Gobierno, véase uno del PP.

Con sus propuestas de corte conservador (por no llamarlas directamente estafa a la clase trabajadora) a Escrivá habrá que ir etiquetándolo como el octavo pasajero de Moncloa, un hombre que trabaja desde dentro para erosionar los derechos laborales de la ya maltrecha clase obrera. Con socialistas así, con gente como Escrivá que cada vez se parece más a Montoro, no necesitamos de Casados, ni Garamendis, ni Abascales promoviendo el nuevo esclavismo del siglo XXI.    

Isa Serra acaba de decir que todo lo que no sea mejorar el nivel adquisitivo de los pensionistas será “ir hacia atrás” y tiene más razón que una santa la portavoz morada. Y no solo por el contenido del infame borrador que prepara el ministro, sino porque esa medida, un ataque directo a las futuras pensiones, no figura en el acuerdo de Gobierno de coalición, de modo que es una nueva traición a los postulados y principios socialdemócratas. A Escrivá habría que decirle que no se trata solo de garantizar el sistema público de pensiones, que también, sino de que los futuros pensionistas no pierdan poder adquisitivo, ya que por este camino las jubilaciones que nos quedarán de aquí a unos cuantos años serán de risa, no darán ni para pipas, y tendrán poco que ver con las que hemos disfrutado estas cuatro décadas de más que decente Estado de bienestar.

La semana que nos están dando los ministros del PSOE es para enmarcar. Primero nos congelan el SMI para escamotearle 50 euros de miseria a los obreros mileuristas y ahora nos ponen a trabajar hasta los 65, robándonos una parte de nuestra merecida jubilación. Lo dicho, una cacicada infecta. Las caretas van cayendo. Quedan desnudos los que no predican la coherencia entre los discursos y los hechos.

Viñeta: Pedro Parrilla

LOS EUROESCÉPTICOS

 

(Publicado en Diario16 el 15 de diciembre de 2020)

Los buques de guerra de la Marina británica dispuestos para salir a patrullar en el Canal de la Mancha. Los camiones españoles agolpándose en largas colas en los pasos fronterizos de Calais. Toneladas de fruta y verdura echándose a perder antes de llegar a las tiendas y centros comerciales. Y millones de contratos firmados entre empresas de Reino Unido y países europeos a la papelera. Son las consecuencias nefastas de un Brexit, que a falta de acuerdo entre Londres y Bruselas, empieza a pasar factura a la economía mundial. El miedo al colapso y al aislacionismo de Boris Johnson y su pandilla de iluminados euroescépticos se percibe ya en las Bolsas internacionales, donde se temen fuertes pérdidas si a finales de año se consuma la ruptura sin un pacto aceptable para ambas partes.

Los trumpistas de este lado del Atlántico han conseguido colocar su discurso fake en la ciudadanía. A fuerza de mentiras, se ha propagado la idea de que lo primero es la defensa de la soberanía y los intereses de los ciudadanos nacionales (patriotismo decimonónico y xenofobia nacionalista); la primacía de los mercados locales por encima de los proyectos comunitarios o globalizantes (autarquía, egoísmo del dinero); el rechazo a las directivas europeas que se consideran imperialistas y discriminatorias (de nuevo la patraña patriotera); y el repudio de cualquier política económica que tenga por objetivo la cohesión y solidaridad social. En realidad, bajo el disfraz de defensor de la libertad y de los valores patrióticos, los euroescépticos esconden un profundo supremacismo, un negacionismo a ultranza, una defensa de los privilegios de las élites y un racismo (económico y filosófico) consistente en la idea de que a los vagos y morenos vecinos “pigs” de los países del sur no se les debe dar ni agua (mucho menos una ayuda o subvención oficial para que puedan avanzar y progresar bajo el noble principio del reparto de la riqueza, que los eurófobos han liquidado con el falso pretexto de la amenaza comunista).

En medio de una pandemia como la que estamos viviendo, la peor noticia para Europa es que ha terminado imponiéndose la ideología ultra, xenófoba y populista de un señor con bombín como Johnson que empezó negando el coronavirus, continuó apostando por el contagio masivo de su población para lograr la inmunidad de rebaño y ha terminado blindando la economía a costa de cargarse el turismo en las Canarias y Baleares. Hoy, desbocado ya el virus, su derrota moral no tiene paliativos y se ha visto obligado a adoptar (a regañadientes) las medidas de confinamiento más restrictivas del mundo occidental.

El virus del neofascismo blando que recorre el viejo continente es sumamente contagioso y la UE tiene un serio problema, no ya al otro lado del Canal de la Mancha, sino en el corazón mismo de la Europa central y oriental, donde se han consolidado los populismos de extrema derecha en países como Hungría, con Viktor Orbán al frente de la Fidesz-Unión Cívica Húngara, y Polonia, con el partido Ley y Justicia. Ambos movimientos ultras han logrado que cale en la ciudadanía el discurso de la “revolución robada”, una teoría según la cual las nuevas élites democráticas no se distinguen de los antiguos jerarcas comunistas, por lo que es preciso desalojarlas del poder para devolver la libertad al pueblo.

El fenómeno antieuropeísta se propaga como la pólvora desde Gibraltar hasta los Urales, como demuestra el proyecto italiano de la Liga Norte liderado por Matteo Salvini, el alemán Alternativa para Alemania, los Verdaderos Finlandeses, el Partido Popular Danés y Vox en España. Gente nostálgica de las fronteras de siempre que tantas guerras nos trajeron. Gente inmoral que asume la guerra de todos contra todos en aras del ideal patriótico y que ha renunciado a utopías como el Estado de bienestar, la socialdemocracia, la igualdad y la paz entre las naciones. La idea de que es preciso rebelarse en las urnas para cambiar la Europa de los burócratas y banqueros ha calado hondo y ahora pagamos el precio del cáncer con un Brexit que salvo milagro de última hora será duro y sumirá a la vieja Europa en una crisis institucional sin precedentes.

La fecha límite para alcanzar un acuerdo es el 1 de enero, pero el temor a la escasez y al desabastecimiento de productos se ha disparado ya en el Reino Unido. Ningún inglés sabe a esta hora cómo va a terminar esta disparatada y enloquecida aventura del Brexit que llega en el peor momento para la humanidad. La situación en la frontera es “catastrófica”, según asegura el delegado regional en el Paso de Calais de la Federación Nacional de Transportistas por Carretera, Sébastien Ribera. “A la anticipación del Brexit se le añade que con la covid-19 no hay turismo, así que las compañías marítimas han reducido las rotaciones y hay menos ferris actualmente. Es el cóctel que nos ha llevado a esta situación, con atascos kilométricos y entre cinco y seis horas de espera para cruzar”, asegura.

La bienintencionada presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, se muestra pesimista ante la posibilidad de llegar a un acuerdo amistoso con Boris Johnson, un hombre tozudo y profundamente reaccionario que según quienes le conocen siempre lleva su patriotismo exacerbado hasta sus últimas consecuencias. El rubio líder anglosajón no dará su brazo a torcer, está dispuesto a todo, incluso a cerrar fronteras y poner a patrullar las fragatas de Su Majestad, lo cual sería nefasto para la economía británica. Con el tiempo, los ingleses irán cayendo en la cuenta de que están solos en su delirio imperialista y del grave error que han cometido votando a opciones políticas construidas alrededor de la patraña, el patrioterismo más zafio y el viejo bulo del Europa nos roba. Cuando entren en el supermercado y se encuentren con que una botella de Rioja o de aceite puro de oliva virgen −el oro español del que habla el chef José Andrés−, están por las nubes, se lamentarán y se les llenarán los ojos de lágrimas. Para entonces los fatuos salvapatrias como Johnson ya no estarán en política, pero su legado político quedará para la historia de la infamia.  

Viñeta: Igepzio

EL TÍTULO HONORÍFICO


(Publicado en Diario16 el 15 de diciembre de 2020)

¿Qué ha ocurrido con la información de TVE que apuntaba la posibilidad de que Juan Carlos I sea despojado de su título honorífico de rey emérito tras el escándalo de sus cuentas y patrimonio oculto? Hace unos días fuentes próximas al ente público daban por seguro que Zarzuela y Moncloa estarían valorando opciones para reducir el impacto social y mediático de la hipotética vuelta a casa por Navidad del monarca abdicado. Sin embargo, la noticia fue inmediatamente desmentida tanto por el Gobierno de Pedro Sánchez como por Casa Real. Ambas instituciones niegan rotundamente que haya existido ningún tipo de acuerdo o plan para proponerle al patriarca de la Transición la retirada de su condición vitalicia a cambio de retornar al país en las fechas navideñas. La noticia −emitida en el Canal 24 Horas, en RNE y en la web de la corporación−, aseguraba que “fuentes próximas al rey emérito han informado que Zarzuela y Moncloa estarían valorando opciones para minimizar el impacto de su posible vuelta, entre ellas la retirada del título de rey, como forma de reducir la presión sobre el actual jefe del Estado y la institución de la Corona”. ¿Qué ocurrió entre la difusión de esta impactante información y el posterior desmentido de ambas instituciones? ¿Quién cometió el error de divulgar la noticia citando “fuentes próximas al rey emérito”?

El misterio, varios días después del titular sensacional, sigue sin estar resuelto y podría ser el argumento perfecto para una novela de intriga del gran John Le Carré, que ayer mismo nos dejaba para siempre. Parece difícil digerir que un periodista de “La Casa” acostumbrado a redactar noticias siempre avaladas por fuentes oficiales pueda arriesgarse a lanzar semejante bulo sin tenerlo todo atado y bien atado, nunca mejor dicho. Sin embargo, es evidente que algo ha fallado. Y aquí caben varias interpretaciones, entre ellas tres principalmente. La primera, que el redactor o redactora se tirara a la piscina por el afán de la exclusiva, aunque hasta donde se sabe nadie en la dirección de TVE le ha abierto un expediente disciplinario por la supuesta metedura de pata, de modo que no parece que el error esté en el procedimiento periodístico y cabe concluir que el profesional cumplió con su tarea con todo rigor. La segunda hipótesis es que alguien en el Gobierno haya lanzado un globo sonda para comprobar de primera mano cómo la opinión pública española, las fuerzas políticas y los poderes fácticos reaccionaban ante la propuesta. En ese caso la filtración es más probable que partiera de Unidas Podemos, que lleva a cabo una intensa campaña de desestabilización de la Monarquía, que del PSOE, cuyos ministros (también Pedro Sánchez) han garantizado por activa y por pasiva que los socialistas son fieles a Felipe VI.

Y en tercer lugar estaría la versión de que Zarzuela, al verse arrinconada por las noticias sobre los últimos escándalos del rey emérito (tarjetas opacas, comisiones millonarias, testaferros, etcétera) se mostrara en un primer momento dispuesta a tomar medidas drásticas para salvar la Corona a cualquier precio (incluso castigando severamente a Don Juan Carlos), reculando acto seguido y paralizando in extremis la operación que efectivamente tenía por objeto despojar al viejo monarca de sus derechos dinásticos, una medida que, dicho sea de paso, sería inédita en la historia de España. Las malas relaciones entre padre e hijo son públicas y notorias desde que Felipe VI apartara a Juan Carlos I del núcleo duro de Zarzuela y le retirara la asignación anual, un drama familiar avalado por la propia Corinna Larsen, examante del rey emérito, quien ha aportado detalles de cómo se tramó la conspiración palaciega contra el arquitecto de la Transición, en la que habría participado la reina Sofía y el Gobierno de Mariano Rajoy.

Cualquiera de las tres versiones sobre lo que ha ocurrido estos días (y alguna más que circula en los corrillos, en las redacciones y mentideros políticos) podría ser la buena, pero a falta de confirmación oficial (que probablemente no la haya nunca) lo sensato es concluir que algún tipo de movimiento para reprobar al emérito se ha producido en las más altas instancias del Estado, aunque finalmente es obvio que si ha existido ha sido abortado en el último momento. En ese sentido, será interesante ver qué dice Felipe VI al respecto de la conducta paterna en su tradicional discurso de Nochebuena.

En ese contexto de tensión en palacio se debe encuadrar la reciente propuesta de Juan Carlos I para ponerse al día con Hacienda. La “regularización exprés”, anunciada por los propios abogados del monarca, ha tratado sin duda de aplacar los ánimos encendidos de buena parte de la población española (además de evitar la apertura de un juicio por delito fiscal). El emérito ha debido pensar que para congraciarse de nuevo con su pueblo era una buena idea tragar con una declaración de renta complementaria y abonar algo más de 678.000 euros de cuota defraudada al fisco por el uso de las tarjetas Royal Black. De esta forma podría regresar a casa por Navidad. Sin embargo, es obvio que la jugada no le ha funcionado, el frente republicano se ha recrudecido todavía más y a esta hora puede decirse que la indignación cuaja entre los españoles, que no entienden cómo un señor que lo tenía todo en la vida ha podido dilapidar su reputación enfangándose en turbios negocios en el extranjero. Al emérito no le va a servir de nada reconocer su deuda por las black (unas migajas si se comparan con los 65 millones de dólares de su supuesta donación a Corinna Larsen, con los 10 millones de euros que algunas informaciones le adjudican en Jersey o con los 2.000 millones de fortuna personal que le atribuyen medios de comunicación del prestigio de Forbes o The New York Times tras cuarenta años de reinado).

Podría decirse que nada de lo que haga ya Juan Carlos I podrá lavar su deteriorada imagen y el sistema monárquico constitucional solo podrá salir airoso de esta crisis monumental sin precedentes por un solo camino: que la Justicia llegue hasta el final haciendo valer el principio de que es igual para todos (tal como el propio monarca proclamó en cierto discurso de Nochebuena); que devuelva todo el patrimonio acumulado de forma ilegal; y que renuncie a su título honorífico de rey emérito al que −pese a su innegable contribución histórica en la reinstauración de la democracia en nuestro país− ya no es merecido acreedor. No obstante, cabe recordar que esa renuncia no es tan fácil. Para que don Juan Carlos pierda tan alta distinción sería necesario que el Gobierno Sánchez aprobara un Real Decreto que, por pura lógica, tendría que firmar el hijo del afectado, Felipe VI, y que reformaría la ley de abdicación de 2014. Una iniciativa política que, en plena ofensiva de los militares nostálgicos y con la extrema derecha ganando terreno, entraña no pocos riesgos de desestabilización institucional.

Viñeta: Igepzio 

LA GUERRA DE LAS VACUNAS

(Publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 2020)

Los barones del Partido Popular trabajan ya para patrimonializar las diferentes vacunas que han salido al mercado y que llegarán a la población española en las próximas semanas. Mientras Isabel Díaz Ayuso sigue haciendo trumpismo barato contra el Gobierno de Pedro Sánchez al denunciar que no habrá dosis suficientes para todos los madrileños, en Galicia Núñez Feijóo ha anunciado que confía en empezar la vacunación en la segunda semana de enero, un plan al que parecen querer sumarse otras comunidades autónomas gobernadas por el PP como Murcia y Andalucía. Y todo ello a pesar de que el ministro Illa aún no ha concretado el calendario general para todo el Estado (solo se sabe que el 5 de enero estarán aquí las primeras ampollas). Al igual que los prebostes populares quisieron llegar los primeros a la desescalada tras el confinamiento −en un intento suicida por salvar la economía y el lobby hostelero de tapas y cañas−, ahora pretenden anotarse el tanto de ser los primeros en administrar las sustancias milagrosas, como si estuviesen jugándose el Premio Nobel. El intento por desgastar a Moncloa con este asunto resulta rastrero y patético pero, por lo que se va viendo, el PP casadista no va a renunciar a hacer guerra política también con el asunto de los antídotos, una cuestión que debería ser asunto de Estado pero que Génova 13 pretende convertir, una vez más, en herramienta de propaganda electoral partidista.

Desde que estalló la pandemia, Pablo Casado no ha hecho otra cosa que poner palos en las ruedas del país −el “cuanto peor mejor” en la línea del trumpismo más descarado con la intención de derribar el Gobierno de coalición− y un bocado tan jugoso como el de las vacunas no iba a ser una excepción. Los discípulos ibéricos de Donald Trump aprenden deprisa del maestro multimillonario neoyorquino, que en plena campaña electoral de las elecciones a la Casa Blanca ya intentó rentabilizar políticamente el descubrimiento de Pfizer para arañar un puñado de votos en las urnas. Díaz Ayuso, como buena trumpita que es, sigue a rajatabla esta estrategia en la creencia de que quien llegue primero a la vacuna tendrá primero el poder. Ahora que acabamos de perder a John Le Carré, el gran maestro de la novela de espionaje, de la Guerra Fría y de las oscuras conspiraciones políticas, asistimos al espectáculo denigrante y lamentable de un partido filoyanqui que sueña con hacer su propia carrera armamentística con el ansiado medicamento y que no ve la vacuna como un gran logro científico para toda la humanidad, sino como el arma definitiva para ganar votantes en sus respectivos terruños y para derrotar al enemigo rojo, que en este caso no es el mundo soviético sino el sanchismo bolivariano, a quien los populares acusan de todos los males del país. Al igual que Panoramix −el druida de la aldea del cómic Astérix− era capaz de fabricar la poción mágica suficiente para derrotar a los romanos, los Ayuso, Feijóo, López Miras y Moreno Bonilla creen haber encontrado la fórmula sobrenatural para doblegar al dúo socialcomunista Sánchez/Iglesias. Nos encontramos, sin duda, ante un nuevo delirio casadista, un plan descabellado, cuando no una nueva muestra de deslealtad manifiesta. Apenas unas horas después de que Casado haya anunciado su intención de reducir a ceniza la ley educativa o Ley Celaá en las comunidades gobernadas por el PP (con el objetivo de “seguir garantizando la libre elección de las familias para elegir centro escolar, blindar a la concertada y a la especial, garantizar una educación de calidad impidiendo la promoción con suspensos y proteger el castellano”) nos encontramos con esta nueva maniobra sanitaria espuria de las vacunas. Cada día que pasa, el partido conservador da un paso más en su escalada de crispación y ya ha pasado de la demagogia barata a la rebelión o insumisión en todos los frentes. 

Los populares están reformando la Constitución por la vía de los hechos consumados, de tal manera que cuando les interesa se transforman en federalistas radicales y aplican el soberanismo cañí, o sea que pasan mucho de las leyes del Estado. A este paso Pedro Sánchez no tendrá más remedio que empezar a aplicar el 155 a discreción y a mansalva a madrileños, gallegos, andaluces y murcianos porque de lo contrario España se tornará ingobernable (como los CDR de Quim Torra) y devendrá, esta vez sí, en Estado fallido por desobediencia, deserción y deslealtad de todos aquellos que van por libre en un extraño fenómeno de independentismo españolista. No deja de sorprender que aquellos que más presumen de patriotas sean al final los que se encierran a cal y canto en su feudo, taifa o diminuto ciego provincianismo solo por darle una patada en la espinilla al presidente del Gobierno, al que no reconocen legitimidad sencillamente porque no saben perder (el mal de Trump que se les ha metido en el cuerpo) y por una deficiente concepción de la democracia que viene de los tiempos del franquismo.

El PP ha empezado su propia campaña de vacunación, que va más allá de inmunizar a la población y que pretende inocular al personal el odio antisanchista, un virus mucho más peligroso y mortífero aún que el covid-19 por lo que tiene de peligro para la convivencia. Asistiremos por tanto al vodevil del cacique de turno retratándose ufano y orgulloso ante un camión de Pfizer cargado de inyecciones con la etiqueta de la gaviota azul en un intento por colgarse la medalla de haber sido el primero en llegar a la curación de sus sufridos paisanos. Franco inauguraba pantanos con agua, pero es que estos abren hospitales vacíos sin quirófanos y dan el tijeretazo a la cinta con la bandera española de unos palés con vacunas que ni siquiera han inventado ellos y que es patrimonio y éxito de todos. Tan grotesco y kafkiano como preocupante.

Viñeta: Igepzio

ODIO Y FUEGO

(Publicado en Diario16 el 11 de diciembre de 2020)

El incendio en la nave de Gorg-Badalona que ha costado la vida a tres personas y heridas a otras 17 ha destapado las condiciones de vida deplorables en las que viven decenas de personas en el feudo de Xavier García Albiol, el líder del PP local que en los últimos años se ha destacado por su discurso abiertamente populista contra la inmigración. A esta hora ya se sabe que en el edificio incendiado vivían entre 150 y 200 personas, todas ellas en condiciones de vida lamentables más propias de un caótico campamento de refugiados de Lesbos que de una Cataluña próspera y avanzada. El suceso −que de no ser por la rápida y eficaz intervención de los bomberos podría haber terminado con más víctimas mortales−, ha causado tal indignación en la ciudad que ayer tarde decenas de personas se echaban a la calle en una manifestación multitudinaria para exigir una “vida digna”.  

Los vecinos de Badalona conocen desde hace años la triste historia del edificio de Gorg, cuya desastrosa situación humanitaria se viene manteniendo en el tiempo sin que nadie le haya dado una solución. El inmueble vacío se había convertido en refugio improvisado de migrantes, la mayoría de ellos senegaleses en situación irregular que se ganan la vida buscando chatarra y recogiendo muebles viejos. Hasta donde se sabe, quienes allí vivían (por decir algo lo de vivían) habían sido abandonados a su suerte, sin duda como consecuencia de las políticas ultras e insolidarias que Albiol viene aplicando desde hace años en aquel municipio barcelonés. Es conocido que el polémico líder local popular es una especie de Trump a la catalana que no dudaría en levantar un muro de hormigón en su pueblo para que no entre allí ni un solo extranjero. Hablamos de un hombre que alcanzó la Alcaldía en 2011 gracias a un discurso xenófobo que caló en los barrios más populosos y degradados, alguien que recurrió al vergonzoso lema “limpiando Badalona” y “primero los de casa” para llegar al poder. Todavía se recuerda cómo en los meses anteriores a los comicios editó unos panfletos que vinculaban a los gitanos rumanos con la delincuencia, además de calificarlos como “una plaga que solo ha venido a delinquir”. “O aceptan nuestros valores o que se vuelvan por donde han venido”, dijo en una famosa sentencia que se adelantó varios años al trumpismo más racista que hoy recorre Europa como un espectro.

Hoy podemos decir que las propuestas ultras de Albiol han fracasado pese a que el sheriff de Badalona, azote de africanos y manteros, sigue siendo el mismo hombre y sigue echando los mismos sermones demagógicos. A falta de que las fuerzas de seguridad terminen de esclarecer las causas del fuego en la nave de Gorg, varias organizaciones cívicas, oenegés y la oposición política han cargado contra el alcalde por “criminalizar” y “culpabilizar” a las víctimas del incendio y por fomentar el racismo y la xenofobia. Sugerir que los inmigrantes que malvivían en la nave abandonada, como hace Albiol, generaban “conflictos” e “inseguridad” para el vecindario –“tráfico de drogas, robos, amenazas y otros problemas de convivencia”− no solo es un insulto a las víctimas sino un sarcasmo político, ya que a fin de cuentas el inmueble destruido se encuentra en el término municipal que gobierna el alcalde y con la lógica en la mano la seguridad y la salubridad de las personas que allí se hacinaban era competencia exclusiva del ayuntamiento de la ciudad.

Por si fuera poco, el primer edil se ha referido despectivamente a las personas que habitaban la nave incendiada como “okupas”, ha admitido que el consistorio conocía la situación del inmueble y ha reconocido que “la aglomeración de personas malviviendo no es ninguna novedad”. Además, tal como era de esperar, Albiol ha aprovechado para comprar el discurso de la extrema derecha populista al lamentar que “la ley de este país no permite ni que el Ayuntamiento ni la Policía puedan entrar en un local sin autorización judicial”. Es decir, como siempre la culpa es del Gobierno rojo bolivariano, ese que da cobijo a los okupas y ofrece trabajo a los de fuera en lugar de a los españoles. Todo menos asumir que su gestión municipal en materia de derechos sociales e integración de extranjeros está siendo nefasta.

A esta hora se desconoce en qué situación se encuentran los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Badalona, esos que deberían ser los encargados de atender a los pobres infelices de Gorg, aunque no hay que poner demasiada esperanza. Ya se sabe que de ultraliberales populistas como Albiol no cabe esperar demasiada inversión pública en nada ni demasiada sensibilidad social. De hecho, aunque el alcalde se ha mostrado dispuesto a ayudar a las personas que han perdido el mal techo que les cobijaba tras el incendio, ha recordado que “es evidente que el Ayuntamiento de Badalona no puede estar pagando el hospedaje eternamente de nadie y menos a personas que estaban okupando”.

De momento el Síndic de Greuges ya ha abierto una investigación de oficio para conocer qué ha pasado realmente en Gorg. El Síndic quiere saber cuándo se tuvo constancia de la ocupación de la nave, el número de personas que malvivían allí, su situación de acuerdo con el padrón municipal y si había niños. También le ha pedido información al consistorio sobre las actuaciones que han programado las diferentes áreas, especialmente Servicios Sociales, para resolver la situación. Albiol tiene encima de su mesa un marrón, como suele decirse, además de tres personas muertas. Lo cual demuestra que la demagogia populista puede servir para ganar elecciones, pero no para resolver problemas en la vida real.   

Viñeta: La Rata Gris

LAS ROYAL BLACK

(Publicado en Diario16 el 10 de diciembre de 2020)

Ya no hay un solo inspector de Hacienda en este país que no lo tenga claro: a Froilán y Victoria Federica, los nietísimos de Franco, les afecta el supuesto fraude fiscal cometido por el rey emérito. “Va a haber actuaciones contra esas personas beneficiarias de fondos irregulares. Se va a abrir expediente, incluso ya se ha iniciado, pero por el deber de sigilo que asiste a todo contribuyente no se dice nada”, asegura Ramsés Pérez Boga, presidente de Inspectores de Hacienda del Estado en el programa Hoy por Hoy de la Cadena Ser. “La Agencia Tributaria podría intervenir, pero dejando que sean la Fiscalía y los jueces los que digan lo que es derecho y lo que no”, asegura el portavoz de la asociación. Además, reconoce que en este asunto los inspectores han tenido constancia de la situación patrimonial del emérito a través de un juzgado, en este caso el Tribunal Supremo, por lo que “la Agencia Tributaria no pudo iniciar acciones legales”, tal como suele ocurrir con un expediente abierto contra cualquier contribuyente por fraude tributario.

De esta manera, las dudas y sospechas crecen cada día: ¿por qué no denunció Fiscalía en su momento? ¿Qué responsabilidad tiene Hacienda en lo que parece una clara ocultación de un ilícito penal? Es evidente que ha habido un trato de favor con el emérito, tanto es así que gracias a la “regularización exprés” el monarca no podrá ser llevado a los tribunales para que responda por delito fiscal. Al primero de los Borbones, una vez más, le han servido la ley a la carta pero esa bula, con ser nefasta para un Estado de derecho, no puede, no debe, extenderse también al resto de la familia, véase las infantas Elena y Cristina y nietos como Froilán y Victoria Federica, que tendrán que pasar por ventanilla, como un españolito más, para explicar los viajes en Uber, los regalos de El Corte Inglés, la yegua y demás prebendas. No es de recibo que cualquier ciudadano de a pie tenga que trabajar toda su vida para reunir 700.000 euros −la cuota defraudada que va a abonar el rey emérito en su declaración complementaria−, mientras al ex jefe del Estado le llueve el maná mexicano, árabe y suizo. Pero mucho menos se puede tolerar que una nueva casta cortesana (similar a las camarillas que en el pasado carcomieron los reinados de tantos monarcas ineptos y corruptos) se acabe instalando en la Corte y se esté dedicando a vivir del cuento, o sea del dinero no declarado del abuelo.

Ahora que, tras el desahucio de los Franco, toda España está viendo con sus propios ojos lo que había dentro del Pazo de Meirás –los cuadros, muebles, bronces, cristales, lámparas, tejidos de seda y tapices− conviene tener en cuenta que la Monarquía debe ser fiscalizada y examinada con lupa, como ocurre con cualquier otra institución del Estado, para que no nos llevemos una nueva sorpresa dentro de otros cuarenta años, cuando se vuelva a hacer inventario en los palacios y comprobemos con estupor que allí había cosas que no tenían que estar. La expropiación de Meirás, de la que todos los demócratas deben sentirse orgullosos (aunque llegue demasiado tarde) nos deja una gran lección de historia: que cuando un país es tolerante con las trapacerías de sus gobernantes está condenado al fracaso como sociedad. Hoy el producto del expolio sale de Meirás, mañana puede ser Zarzuela el desván que dé cobijo al botín. Felipe VI debe tomarse el asunto de las black, las comisiones y los paraísos fiscales como un asunto de Estado de suma gravedad, ya que está en juego no solo el futuro de la institución sino el futuro mismo de España. Ya tarda la Casa Real en impulsar de oficio una reforma de la Constitución que acabe con la inviolabilidad del rey y una ley orgánica o estatuto de funcionamiento interno de la institución que prohíba, bajo severas condenas, los negocios particulares, ingresos en B, regalos y donaciones. Eso para empezar, aunque hemos llegado a un punto en que cualquier medida higiénica se antoja insuficiente porque no garantizará el futuro de la Monarquía, que sale seriamente tocada tras el affaire Corinna.

Isabel Díaz Ayuso, en una de sus cabriolas trumpistas, acaba de reinventar la democracia, un sistema en el que no todos los ciudadanos son iguales ante la ley, un modelo de convivencia donde hay unos que están sometidos al ordenamiento jurídico y otros al imperio de sus caprichos y voluntades. O sea una sociedad de señores y vasallos, de poderosos y débiles, de reyes y súbditos, como en el Antiguo Régimen (no solo el franquista, sino el anterior a 1789). Ayuso nos quiere devolver a la Edad Media, con su derecho de pernada y servidumbres feudales, y por eso la democracia española no debe consentir, ni por un día más, la opacidad, la falta de transparencia y los privilegios y exenciones fiscales.  

Mientras el rey emérito consuma la farsa de su declaración complementaria reintegrando la calderilla de 678.000  euros, una mínima parte del dinero transferido desde la cuenta bancaria del empresario mexicano Allen Sanginés-Krause; mientras Ayuso reinstaura los principios generales del nuevo Movimiento Nacional en Madrid, enterrando el sagrado principio constitucional de igualdad y elevando al rey a los altares, como si se tratase de una especie de Dios intocable; y mientras los Franco salen del Pazo de Meirás cuarenta y pico años después de la llegada de la democracia a nuestro país, cabe concluir que la Segunda Transición es más necesaria que nunca. La crisis institucional de España es de un calado monumental. Ya no valen vanas excusas, cortafuegos, ni coartadas. Felipe VI se encuentra ante un dilema casi gatopardesco: renovarse o morir. Si la Monarquía se ha convertido en una institución inservible y en un problema para el país, inevitablemente y de forma natural se abrirá paso la solución de la República. Tan sencillo como eso.

Viñeta: Igepzio

LOS NIETÍSIMOS

(Publicado en Diario16 el 10 de diciembre de 2020)

Regalos de El Corte Inglés, taxis en Uber, clases de piano  y hasta una yegua. La black de Zarzuela era un pozo sin fondo y los nietísimos Froilán y Victoria Federica estaban encantandos con las “chuches” del patriarca, a quien el pueblo, siempre tan ingenioso e hiriente, ya ha bautizado en las redes sociales como el “Visa-buelo”. Nunca un mote estuvo tan bien puesto. La investigación fiscal avanza y cualquier cosa puede salir ya del patrimonio oculto del rey emérito, hasta la piedra lunar del Apolo 11 que los yanquis regalaron a Franco y que ahora no aparece en el inventario del Pazo de Meirás. Pero al margen de que Anticorrupción llegue más o menos lejos en este caso (en algún momento alguien ordenará parar las pesquisas para que no revienten las costuras del Estado), cabe plantearse cómo puede ser que haya tanta gente en la Familia Real –hijos, nietos, sobrinos, primos, cuñados y otros− que estén viviendo de gañote, de gratis, by the face, del dinero de una institución pública como es la máxima jefatura del país. No parece que los controles en Zarzuela y las promesas de transparencia hayan funcionado, ya que de lo contrario el dinero negro no hubiese fluido por palacio con la misma facilidad con que lo hacía por los despachos de Génova 13 en los buenos tiempos de la Gürtel.   

Está bien que un abuelo haga un regalo a su nieto de cuando en cuando, e incluso que le deje caer en el bolsillo un aguinaldo o billete grande (ahora que estamos en entrañables fechas navideñas). De lo contrario sería un fraude de abuelo imperdonable para cualquier nieto. Pero cuando empiezan a aparecer las yeguadas, las Visas opacas y las cantidades importantes en negro, alguien tiene que decir basta ya y poner la lupa en las alegrías y estipendios de esa Casa Regia que, no lo olvidemos, vive de los Presupuestos Generales del Estado, es decir, de los impuestos que pagamos todos los españoles.

Izquierda Unida, que acaba de depositar la fianza de 12.000 euros impuesta por el Tribunal Supremo para ejercer la acusación popular en el caso, cree que hay indicios de hasta 13 delitos en la conducta de Juan Carlos I, aunque la Fiscalía lleva dos años dando largas al asunto sin meterle mano, bien porque hay respeto o miedo reverencial a la figura del patriarca de la Transición o porque la inviolabilidad diluye cualquier posibilidad de apertura de un proceso judicial. El escándalo se va a aparcando un año tras otro, el listado de sospechas aumenta y cada mañana Zarzuela se levanta con un nuevo sobresalto. A este paso no va a haber declaración complementaria o regularización que pueda tapar semejante agujero. ¿A santo de qué daba un empresario mexicano al emérito cientos de miles de euros sin justificar? ¿Eran donaciones, regalos, contraprestaciones por trabajos realizados por el anciano monarca? Los españoles tienen derecho a saber qué se cocinaba en la Corte, ya que si hubo una transacción mercantil o negocio por medio el asunto sería todavía más grave, ya que estaríamos hablando de algún tipo de cohecho o enriquecimiento ilegal. A fecha de hoy sabemos que cuando menos se ha cometido lo que los expertos en Derecho Financiero conocen como “un ilícito tributario”, es decir, que el monarca abdicado no cumplió con sus obligaciones con Hacienda. La intención de regularizarse, de ponerse al día con los inspectores mediante una declaración complementaria, es de por sí toda una confesión de culpabilidad y una asunción de responsabilidad en toda regla del emérito. Ahora bien, de esa famosa tarjeta black que parecía una fuente inagotable se han beneficiado supuestamente varias personas, no solo él. Lo cual nos lleva a que la obligación de declarar no se ciñe solo al exmonarca, sino también a sus hijas y a sus nietos, tal como han asegurado en las últimas horas prestigiosos expertos fiscales.

En principio no estamos hablando de un delito, pero esa irregularidad debe ser subsanada, porque de otra manera la Administración tendrá que intervenir, liquidar y sancionar al contribuyente que no haya declarado los ingresos en B.

Todo ciudadano debe estar al día con la Agencia Tributaria porque nadie está por encima de la ley. Eso es algo que en un Estado de Derecho no necesitaría más explicación. Sin embargo, ayer mismo el vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Montesinos, atribuyó el caso de las tarjetas black de Zarzuela a una “campaña de desprestigio” supuestamente orquestada por el Gobierno de coalición, mayormente por Pablo Iglesias, que pretendería “erosionar las instituciones del Estado” porque ve el horizonte de la Tercera República cada vez más cerca. “Nosotros vamos a defender el legado del rey emérito; lo vamos a defender alto y claro”, alega Montesinos. Por su parte, Espinosa de los Monteros, en nombre de Vox, mantiene que el artífice de la democracia en España no está encausado “en nada”, de modo que hay una “campaña promovida por el Gobierno y sus periodistas afines para intentar desprestigiar a la Corona, no al rey Juan Carlos”. Una vez más, las derechas tratan de construir un relato alternativo, un universo paralelo cuando cualquiera con dos dedos de frente puede ver con sus propios ojos que el único que está trabajando para instaurar la Tercera República en España es el propio rey Juan Carlos con sus desvaríos y ocultaciones fiscales. ¿Cómo puede mantener el Trío de Colón el disparate de que todo este inmenso embrollo que amenaza a una institución como la Jefatura del Estado es producto de una conspiración del Gobierno cuando hasta la Fiscalía suiza, de la mano del fiscal Yves Bertossa, está tirando de la manta y de los negocios secretos de Don Juan Carlos? ¿Acaso Bertossa es también un agente secreto del chavismo internacional? Las teorías de Pablo Casado son cada día más delirantes.

Viñeta: Pedro Parrilla