(Publicado en Diario16 el 16 de octubre de 2019)
Quim Torra sigue inmerso en sus actos reivindicativo-lúdico-festivos mientras
Cataluña arde como un polvorín. Los episodios vandálicos de la pasada noche, los contenedores quemados y el
Far West en el que se ha convertido una ciudad como
Barcelona, siempre cosmopolita, acogedora y pacífica, deben sin duda formar parte de ese “apreteu, apreteu” con el que el
molt honorable suele arengar a los
CDR.
Si bien es cierto que las manifestaciones, marchas ciudadanas y otros
movimientos de protesta contra la sentencia del ‘procés’ están siendo en
su mayor parte pacíficos, el ala dura del independentismo se ha
propuesto pasar a una nueva fase del conflicto y acometer acciones mucho
más contundentes en las que no falta una cierta dosis de violencia.
Mientras
Pedro Sánchez asegura que no le temblará el pulso a la hora de tomar cualquier medida para garantizar el orden en Cataluña, el
president de la
Generalitat sigue
a lo suyo. Hasta en tres ocasiones los periodistas le han preguntado
por este asunto y él ha escondido la cabeza debajo del ala. Por otra
parte, era algo previsible en un guiñol ciego, sordo y mudo que ha sido
colocado ahí, como muñeco de pim pam pum, por
Carles Puigdemont
precisamente para eso, para que no haga ni diga nada, para que deje
hacer, para que la kale borroka pase a la acción y tome el mando de la
situación.
Horas después quiso rectificar su ambigüedad calculada: “La violencia no nos representa ni nos representará nunca al movimiento independentista catalán”, dijo en un tuit a destiempo.
Por la mañana hay un Torra, por la tarde otro. Justo cuando el
president se disponía a iniciar una marcha de protesta acompañado del
exlehendakari vasco
Juan José Ibarretxe, los reporteros
le preguntaban si piensa condenar los actos de violencia. Pero cada vez
que la prensa se le acercaba, él se daba media vuelta, haciéndose el
despistado, o se paraba con algún fan para posar en un distendido selfi,
o charlaba amistosamente con alguno de los manifestantes, siempre
haciendo caso omiso a las preguntas.
Tan solo en una ocasión ha mostrado su apoyo a las
manifestaciones que se están llevando a cabo como reacción a la
sentencia del
Supremo. “Es fantástico ver al pueblo
movilizado. Es emocionante. Que nadie dude de que este presidente y el
Govern está al lado de la gente”, ha dicho mientras se sumaba a las
“Marchas por la Libertad” impulsadas por
ANC y
Òmnium Cultural.
Para Torra los incendios, las barricadas, el cuerpo a cuerpo entre
catalanes, los adoquines volando, todo ese desastre junto, es un
espectáculo “fantástico”. Él no ve humo ni nota el olor a gasolina y a
fogata; tampoco escucha los disparos de las pelotas de goma, los gritos
de los heridos y descalabrados, el fragor de la batalla campal y las
pendencias. Todo eso para él forma parte de la performance, un activismo
pacífico y elegante, una forma cívica y civilizada de mostrar al mundo
la opinión de la ciudadanía en contra de la sentencia. Donde hay una
barricada envuelta en llamas hasta el tercer piso Torra ve una alegre y
sabrosa butifarrada. Donde hay un CDR con la testa abierta por el
porrazo de un mosso Torra ve un daño colateral o un figurante que lo
hace muy bien. Donde hay una carga policial de veinte antidisturbios
mazaos y fuertes como armarios empotrados él ve una parte del
espectáculo que da color y emoción a la noche épica y gloriosa. Y donde
hay un españolista traidor acorralado por sus muchachos en un callejón
no hay nada, solo un pequeño incidente que no debe ser recogido en los
atestados policiales. ¿A quién no se le va la mano un poco en la fiebre
de las refriegas?
Así es Torra El Esloveno, un tipo extraño que donde hay porrazos,
empujones, patadas y puñetazos entre policías y manifestantes solo ve
juegos florales como en el día
San Jordi, actos
festivos y pacíficos, la normalidad democrática y la libertad de
expresión más absoluta y legítima. Torra, tras caminar un kilometrillo
de la “Marcha por la Libertad” hacia
Tarragona (más no, que andar cansa mucho, más para alguien que sufre sobrepeso) desea toda la suerte del mundo y el éxito operativo a su
Tsunami Democràtic y se vuelve después a su apacible y seguro
Palau de Sant Jordi a merendarse una crema catalana y a seguir por
TV3,
la tele amiga, las últimas batallas de la guerra medieval contra las
tropas borbónicas. Y ya al caer la noche, cuando el humo y los
resplandores de fuego asoman sobre la
Sagrada Familia, se conecta a
Telegram y le da el último parte del día al general de
Waterloo:
“Solo un ojo reventado, un testículo averiado y una vieja españolista
arrastrada por los suelos. Sin novedad en el frente, señor”. Finalmente
se mete en la cama con las obras completas de
Companys y a dormir como un angelito, que mañana será otro día emocionante. Aunque la guerra siempre la hagan otros.
Quim Torra sigue inmerso en sus actos reivindicativo-lúdico-festivos mientras
Cataluña arde como un polvorín. Los episodios vandálicos de la pasada noche, los contenedores quemados y el
Far West en el que se ha convertido una ciudad como
Barcelona, siempre cosmopolita, acogedora y pacífica, deben sin duda formar parte de ese “apreteu, apreteu” con el que el
molt honorable suele arengar a los
CDR.
Si bien es cierto que las manifestaciones, marchas ciudadanas y otros
movimientos de protesta contra la sentencia del ‘procés’ están siendo en
su mayor parte pacíficos, el ala dura del independentismo se ha
propuesto pasar a una nueva fase del conflicto y acometer acciones mucho
más contundentes en las que no falta una cierta dosis de violencia.
Mientras
Pedro Sánchez asegura que no le temblará el pulso a la hora de tomar cualquier medida para garantizar el orden en Cataluña, el
president de la
Generalitat sigue
a lo suyo. Hasta en tres ocasiones los periodistas le han preguntado
por este asunto y él ha escondido la cabeza debajo del ala. Por otra
parte, era algo previsible en un guiñol ciego, sordo y mudo que ha sido
colocado ahí, como muñeco de pim pam pum, por
Carles Puigdemont
precisamente para eso, para que no haga ni diga nada, para que deje
hacer, para que la kale borroka pase a la acción y tome el mando de la
situación.
Horas después quiso rectificar su ambigüedad calculada: “La violencia no nos representa ni nos representará nunca al movimiento independentista catalán”, dijo en un tuit a destiempo.
Por la mañana hay un Torra, por la tarde otro. Justo cuando el
president se disponía a iniciar una marcha de protesta acompañado del
exlehendakari vasco
Juan José Ibarretxe, los reporteros
le preguntaban si piensa condenar los actos de violencia. Pero cada vez
que la prensa se le acercaba, él se daba media vuelta, haciéndose el
despistado, o se paraba con algún fan para posar en un distendido selfi,
o charlaba amistosamente con alguno de los manifestantes, siempre
haciendo caso omiso a las preguntas.
Tan solo en una ocasión ha mostrado su apoyo a las
manifestaciones que se están llevando a cabo como reacción a la
sentencia del
Supremo. “Es fantástico ver al pueblo
movilizado. Es emocionante. Que nadie dude de que este presidente y el
Govern está al lado de la gente”, ha dicho mientras se sumaba a las
“Marchas por la Libertad” impulsadas por
ANC y
Òmnium Cultural.
Para Torra los incendios, las barricadas, el cuerpo a cuerpo entre
catalanes, los adoquines volando, todo ese desastre junto, es un
espectáculo “fantástico”. Él no ve humo ni nota el olor a gasolina y a
fogata; tampoco escucha los disparos de las pelotas de goma, los gritos
de los heridos y descalabrados, el fragor de la batalla campal y las
pendencias. Todo eso para él forma parte de la performance, un activismo
pacífico y elegante, una forma cívica y civilizada de mostrar al mundo
la opinión de la ciudadanía en contra de la sentencia. Donde hay una
barricada envuelta en llamas hasta el tercer piso Torra ve una alegre y
sabrosa butifarrada. Donde hay un CDR con la testa abierta por el
porrazo de un mosso Torra ve un daño colateral o un figurante que lo
hace muy bien. Donde hay una carga policial de veinte antidisturbios
mazaos y fuertes como armarios empotrados él ve una parte del
espectáculo que da color y emoción a la noche épica y gloriosa. Y donde
hay un españolista traidor acorralado por sus muchachos en un callejón
no hay nada, solo un pequeño incidente que no debe ser recogido en los
atestados policiales. ¿A quién no se le va la mano un poco en la fiebre
de las refriegas?
Así es Torra El Esloveno, un tipo extraño que donde hay porrazos,
empujones, patadas y puñetazos entre policías y manifestantes solo ve
juegos florales como en el día
San Jordi, actos
festivos y pacíficos, la normalidad democrática y la libertad de
expresión más absoluta y legítima. Torra, tras caminar un kilometrillo
de la “Marcha por la Libertad” hacia
Tarragona (más no, que andar cansa mucho, más para alguien que sufre sobrepeso) desea toda la suerte del mundo y el éxito operativo a su
Tsunami Democràtic y se vuelve después a su apacible y seguro
Palau de Sant Jordi a merendarse una crema catalana y a seguir por
TV3,
la tele amiga, las últimas batallas de la guerra medieval contra las
tropas borbónicas. Y ya al caer la noche, cuando el humo y los
resplandores de fuego asoman sobre la
Sagrada Familia, se conecta a
Telegram y le da el último parte del día al general de
Waterloo:
“Solo un ojo reventado, un testículo averiado y una vieja españolista
arrastrada por los suelos. Sin novedad en el frente, señor”. Finalmente
se mete en la cama con las obras completas de
Companys y a dormir como un angelito, que mañana será otro día emocionante. Aunque la guerra siempre la hagan otros.
Viñeta: Igepzio