(Publicado en Diario16 el 10 de octubre de 2019)
Como en la más disparatada película de Álex de la Iglesia, el prior Cantera parece dispuesto a llegar hasta el final, más allá de los límites del valor si es necesario, para impedir que la comisión judicial entre en la Basílica del Valle de los Caídos y ejecute la sentencia del Supremo que ordena exhumar los restos de Franco. Cantera ha avisado ya de que el fallo del Alto Tribunal “vulnera la libertad religiosa al tratarse de un lugar sagrado”, de modo que piensa encastillarse en el mausoleo hasta que no llegue la necesaria autorización eclesiástica. Es decir, que Cantera se ha declarado en rebeldía, un desobediente, un insumiso. Como un CDR del catolicismo.
El delirio en el que parece haber caído el prior (un falangista declarado que concurrió a unas elecciones en representación del partido ultra, no lo olvidemos) amenaza con paralizar la voluntad legítima y mayoritaria de todo un país. Y eso cuando los tres poderes del Estado –el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial− han coincidido en que los restos de un dictador no deben estar en un lugar de culto. Pero Cantera se ha dejado llevar por aquellas lecturas de adolescente seminarista y ya se ve a sí mismo como el héroe de un episodio de Hazañas Bélicas (aquel cómic de posguerra donde los buenos siempre derrotaban a los malos bolcheviques). Cantera se siente como el salvador de la patria amenazada por el ateísmo comunista y como el mártir de la última santa cruzada que debe librarse antes del final de los tiempos.
Al prior del Valle uno se lo imagina por la noche, en el silencio de la biblioteca benedictina, bajo la luz de una vela, consultando febrilmente polvorientos incunables medievales sobre demonios, brujas y aquelarres (el perfil de exorcista lo clava), más alguna que otra biografía de Franco firmada por Pío Moa y los últimos artículos incendiarios de Jiménez Losantos. En ese ambiente gótico, hermético, insano, mientras escucha obsesivos cantos gregorianos y el murmullo lejano de los rezos que llegan de la capilla, quizá haya desarrollado un extraño comportamiento freudiano que nadie, ni en España, ni en el Vaticano, ni en el resto del mundo acabar de entender. Seguramente a esta hora el padre Cantera ya tenga planes detallados para defender de las hordas marxistas, palmo a palmo, la sagrada posición del Valle. Todo está a punto: el agua bendita y la ristra de ajos para los vampiros socialistas; el aceite hirviendo que se le echaba a los moros infieles en la Reconquista; las afiladas flechas falangistas apuntando directamente a la puerta; una trampa mortal de cirios ardientes cayendo de la bóveda por sorpresa; y el enorme crucifijo perfectamente engrasado como fetiche infalible. El viejo mosquetón del abuelo que ya no dispara porque está averiado solo como último recurso y para asustar.
Cantera no piensa dar un solo paso atrás. De nada servirán las órdenes de la ministra de Justicia, ni las sugerencias veladas de la Conferencia Episcopal, ni los ruegos del Papa Francisco (ese traidor). Él llegará hasta el final, hasta que su cuerpo ya derrotado por el demonio rojo caiga de bruces y exánime sobre la tumba del general. Y en ese momento, cuando vea volar por los aires el helicóptero del PSOE fletado expresamente por Moncloa para llevarse en volandas el féretro de su Excelencia (con Sánchez a los mandos) ya podrá dar por terminada su ingrata pero necesaria misión terrenal. Y su espíritu podrá ascender entre los cielos azules (por supuesto un cielo facha donde los proletas y comunistas rebeldes no tienen cabida) y sentarse a la diestra del Sumo Hacedor: Don Francisco Franco Bahamonde.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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