(Publicado en Diario16 el 7 de octubre de 2019)
“El pánico hace milagros”, ha dicho Pedro Sánchez sobre el ofrecimiento de Albert Rivera para pactar con el PSOE y desbloquear la formación de un Gobierno en España. Es evidente que el presidente de Ciudadanos, ante los malos augurios de las encuestas, se consume en una hoguera de miedo, de terror, de canguelo. Y a falta de un mes para las elecciones le han entrado las prisas. Si hace un cuarto de hora le había puesto un cordón sanitario (casi radiactivo) a los socialistas −los amigos de los que quieren romper España−, ahora sería capaz de firmar acuerdos con la banda de Sánchez, con el diablo, con el mismísimo Quim Torra con tal de salvar su sillón de cuero el 10N. Cualquier día lo vemos entrando en Waterloo, con la bandera blanca en la mano, pidiéndole una tregua y hasta una coalición a Puigdemont.
Así es la veleta naranja. Hoy dice esto, mañana dice aquello. Hoy van de liberales a la europea, mañana de franquistas furibundos dispuestos a defender España de los rojos ateos y comunistas que según ellos ya piensan en quemar las iglesias como en el 36. Nada en Rivera es de verdad. Todo es puro artificio, pantomima, postureo y sobreactuación. Ciudadanos es una broma pesada en un momento histórico en el que España no está para bromas.
El chaqueteo del político catalán se veía venir desde hacía tiempo. Se lo estaba diciendo todo el mundo, los liberales europeos, el Financial Times, Manuel Valls, su amigo Toni Roldán (con el que rompió por arrogancia), la patronal, el Íbex y hasta el rey en la ronda de consultas. Todos le decían: “Déjalo de una vez Albert; abandona la senda ultraderechista, que para eso ya está Vox; vuelve a la moderación; levántale el castigo a Sánchez, que es un buen chico con el que se puede negociar; reflexiona, medita, relájate…” Pero él no hizo caso y siguió a lo suyo, contumazmente instalado en la hipérbole permanente, en la exageración histriónica de opereta, en la histeria y la calumnia. Cada vez que se subía al atril de las Cortes (demasiado adrenalínico y térmico) montaba el pollo; cada vez que daba un mitin en Badalona liaba una trapatiesta que para qué; cada vez que se daba una vuelta por Vic o Rentería, en plan provocador y para arañar unos votillos, resucitaba el fantasma del guerracivilismo. Del espectáculo que dio en los debates televisivos (incluido aquel cursi y delirante minuto de oro) mejor no hablar. Parecía ese feriante cargado de cachivaches y trastos que cambia de número cada minuto con tal de que entre más gente en su barraca.
Viñeta: Xipell
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