(Publicado en Diario16 el 4 de octubre de 2019)
Díaz Ayuso, la de las travesuras de niña mala, la ha vuelto a liar en la Asamblea de Madrid con unas declaraciones incendiarias sobre la exhumación de los restos de Franco. Tras el aspecto melifluo, cándido e inocente de la presidenta popular se esconde un auténtico Joker, una descontrolada dinamitera capaz de volar por los aires el Gotham madrileño en un calentón de apenas un minuto. No controla, no filtra, no mide sus palabras. Es más peligrosa que una caja de bombas y en el PP lo saben. Su declaración de ayer en el hemiciclo –“me espanta la Ley de Memoria Histórica… ¿Qué será lo siguiente? ¿La cruz del Valle? ¿Todo el Valle? ¿Las parroquias del barrio? ¿Arderán como en el 36?”– pasará a la historia de la democracia española como lo más descabellado, disparatado, loco y psicotrópico que se ha dicho nunca desde una tribuna de oradores (lo cual ya es decir). Fue un auténtico cigarro de opio que dejó un aroma lisérgico, además de retro, naftalínico y rancio, en todo el Parlamento madrileño.
Pero si nefasta fue su intervención (que por cierto leyó al pie de la letra de una chuleta que llevaba escrita de casa, lo cual ya demuestra su nivel Maribel) peor aún fue la reacción del portavoz de Ciudadanos, Ignacio Aguado, el liberal Aguado, el moderado Aguado, quien al término de la sesión parlamentaria dijo sin despeinarse, y avalando las palabras de la Ayuso, que en su partido harán “todo lo posible” para que las iglesias “no vuelvan a arder”. Otra sentencia estupefaciente que pedía con urgencia la camisa de fuerza.
Por un instante fue como si en el “trifachito” madrileño se hubiesen conjurado, todos a una, para defender la memoria y la obra amenazada del paterfamilias, del gran patriarca, del pobre Tío Paco al que unos rojos malvados quieren desahuciar de su última morada. Y reaccionaron como hienas rabiosas ebrias de odio, lanzando dentelladas a diestro y siniestro, mayormente contra la bancada errejonista, cuyo líder, sin dar crédito al aquelarre facha regado con buena queimada que se había montado en un momento, contemplaba atónito el espectáculo limpiándose las gafas.
Y no solo va a tener un problema para explicar si ha dado ya la orden a la Legión para que defienda Madrid de los peligrosos comunistas que pretenden arrojar a la hoguera a curas y monjitas, como ha sugerido en la Asamblea, sino para explicarle al jefe Casado y a la Plana Mayor nacional (el general Núñez Feijóo, siempre en la sombra) por qué ha vuelto al giro ultraderechista cuando en Génova 13 había orden de regresar a la vieja táctica, a la búsqueda del centro y de la perdida y abandonada senda de la moderación. La falangista Ayuso va a tener que quitarse la boina azul, colgarse el mosquetón a la espalda, subir al despacho del coronel, cuadrarse, levantar el brazo, dar el pertinente taconazo militar en el suelo con el consiguiente Arriba España y poniendo su habitual carita de niña buena que no ha roto un plato en su vida justificar ante el alto mando por qué ha decidido por su cuenta y riesgo una maniobra táctica tan arriesgada como negligente que puede conducir a las divisiones populares a un barranco de arenas movedizas a pocos días de la batalla crucial del 10N. Y es que no se puede dejar llevar el tanque a una menor de la política que no tiene el carné.
Viñeta: Igepzio
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