(Publicado en Diario16 el 16 de octubre de 2019)
Al menos 30 detenidos. Más de 70 heridos. Barricadas, incendios, golpes, palizas, helicópteros, sirenas y ambulancias. Ese fue el triste balance de una noche de fuego, violencia y odio. Cualquier tipo de diálogo entre el Gobierno central y la Generalitat se antoja ahora mismo imposible. Los puentes están dinamitados; las vías de comunicación rotas. Solo queda el paisaje triste, tenebroso y desolador del día después de la batalla campal.
La política ha fracasado. La Justicia ha fracasado. El Estado nacido en el 78 y el propio independentismo han fracasado. Ya solo queda el odio enquistado, los gañidos salvajes, las patadas y los puños. Los dos cabestros embistiéndose en un laberinto diabólico.
Las calles de Barcelona, antes un espacio de libertad y tolerancia, se han convertido en una tierra de trincheras. Viendo las imágenes en televisión resulta imposible no comparar el escenario vivido la pasada noche con los tiempos más negros de nuestra historia. La Semana Trágica, el pistolerismo anarquista, la represión militar… Recuerdos del oscuro pasado, cosas malditas que estaban bien guardadas en un baúl, bajo llave y candado, a buen recaudo. Cosas que nadie debería tener la tentación de rescatar. Cosas con las que es peligroso jugar.
Alguien debería detener esta espiral de locura pero lamentablemente no quedan interlocutores disponibles en ninguno de los dos bandos. Todos han desertado ya o los han arrinconado por equidistantes o los han purgado por traidores y botiflers. Solo queda un silencio sordo y terrorífico que sobrecoge a las personas pacíficas y de buena voluntad. La verdad no interesa, ha sido enterrada; se impone el patrioterismo barato. Puigdemont desde su guarida de Waterloo y Quim Torra desde Sant Jaume siguen avivando el incendio y arengando a los CDR. Apreteu, apreteu… Por un lado envían a los catalanes a la guerra contra los españoles borbones; por otro movilizan a los Mossos d’Esquadra para que los muelan a palos en el aeropuerto de El Prat o la Estación de Sants. Es la vieja táctica maquiavélica: la pancarta de Visca Catalunya Lliure en una mano y la porra en la otra. Por debajo y clandestinamente, a golpe de wasap, agitan a las masas con nombres engañosamente líricos: Tsunami Democràtic.
La esquizofrenia delirante de los que mandan en aquella tierra catalana que siempre fue de tolerancia, de paz, de cultura y de seny ha contagiado a la gente y empieza a dar los primeros síntomas febriles de fase terminal. Los hospitales no solo se llenan de heridos en las manifestaciones (la mayoría pacíficas, es cierto, otras violentas), también de enfermos de una epidemia de intolerancia.
¿Y qué tenemos en el otro bando, en la parte unionista, en la España que dormita mientras explota por el Noreste? Los habituales salvapatrias que tanto daño han hecho a este país a lo largo de su historia. Los espadones y charlatanes que babean y echan espuma de falso patriotismo por la boca y se frotan las manos al ver que Cataluña revienta por los cuatro costados. La consigna es “cuanto peor mejor”, como dijo el gallego del puro y el Marca. La ultraderecha españolista tiene la partida en el lugar donde quería. Ya ha rescatado el viejo argumentario decimonónico: la anarquía reina en Cataluña, nos gobiernan los rojos pusilánimes que no toman decisiones, aquí hace falta mano dura… Pablo Casado exige que se active ya la Ley de Seguridad Nacional. Albert Rivera fuerza al Gobierno a que garantice la seguridad y el orden público. Santiago Abascal carga duramente contra los socialistas por permitir una “Generalidad en rebeldía, porque la violencia es impune y porque el Gobierno de Sánchez es incapaz de defender orden constitucional”. El PSOE, una vez más, tal como ocurrió en el 36, está atrapado entre dos fuegos rabiosos.
La palabra enmudece. El incendio se aviva. Ha llegado la hora de los pirómanos, locos, iluminados y otras especies que lamentablemente nunca se extinguen. Ha llegado la hora de la caverna y el berrido animalesco. Visca Catalunya Lliure, Visca Companys; Viva la muerte, Arriba España con dos cojones. Los viejos topicazos vilmente resucitados, el testamento de la sangre y de la guerra civil desenterrado por una banda de pirados. El fanatismo nacionalista cegado por una estrella fugaz; la derecha falangista que desempolva la camisa azul, los cánticos militares y el odio revanchista bien engrasado. Ya estamos ahí. Ya ha llegado la hora que todos ellos han estado esperando durante cuarenta años de convivencia en paz. España no tiene arreglo. Somos una tribu maldita condenada a cometer los mismos errores una y otra vez. Y la gente pacífica, los sensatos, los razonables, los lúcidos, toda esa gente que es la inmensa mayoría, ¿dónde diablos se ha metido de repente? ¿A dónde se han ido? ¿Por qué no sale a la calle pidiendo cordura y entendimiento de una vez?
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