(Publicado en Diario16 el 17 de octubre de 2019)
Por la mañana pacíficas marchas por la libertad y por la noche el terror en las calles. Esa es la maquiavélica hoja de ruta que ha impuesto Quim Torra a su pueblo. O quizá habría que decir que ha impuesto Puigdemont, el general en jefe de Waterloo, porque Torra no es más que un personaje creado al efecto para que continúe el hilo argumental del drama catalán.
El ‘procés’ es tan bipolar como su presidente, que a primera hora del día se niega a condenar la violencia y por la tarde, tras ver las imágenes en TV3, pone un tuit para decir que los violentos no representan a los independentistas. Desde el principio de toda esta historia Torra ha sido el presidente de la mitad de la población, aquella que está a su lado en la descabellada aventura secesionista. A la otra mitad de los catalanes solo les queda meterse en sus casas como en los peores tiempos del franquismo, cerrar las ventanas para que no entre el humo de las barricadas y rezar para que un CDR no le parta la cabeza de un adoquinazo. Es cierto que el movimiento independentista catalán nunca ha sido violento, como dice Torra. Pero ahora empieza a parecerlo. Y si España perdió la batalla de la comunicación en Europa durante las infames cargas policiales del 1-O, los gamberros de los CDR la están perdiendo ahora al pretender convertir Barcelona en una Gaza ocupada. Otra ensoñación que alguien les ha metido en la cabeza a los muchachos que se envuelven en la estelada. Cataluña no es Palestina, donde la gente muere bajo las bombas, anda descalza y come barro, sino una de las potencias económicas más poderosas del continente. Pero esa falacia histórica que resulta grotesca ha calado en las mentes de la chavalería.
Mientras tanto, cada noche es peor que la anterior. La cosa empezó con unos cortes de carretera y ya vamos por coches quemados, ácido tóxico y peligrosos incendios que ponen en peligro la vida de la gente. Las imágenes de ese hombre con un bebé a punto de ser alcanzado por las llamas resultan escalofriantes y demuestran el grado de delirio al que ha llegado Torra. Pero más allá del parte de guerra de esta nueva Semana Trágica, más allá de los disturbios, los heridos y los detenidos de cada madrugada cabe preguntarse quién manda ahora mismo en Cataluña. Y la respuesta no puede ser otra que los CDR.
Muchos expertos se preguntan hasta cuándo resistirá la economía regional por el camino de la tensión permanente, cuando no de la anarquía, el terror y el caos nocturno. Pero al alegre binomio Torra/Puigdemont, los Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio que se cargarán el edificio entero antes de colgarle el letrero rojo de la República como pretenden, parece no importarle que en poco tiempo el país vaya a entrar en recesión y que los catalanes empiecen a pasar penurias. Cabe recordar aquellas palabras nefastas de los líderes políticos que pusieron en marcha el ‘procés’, cuando prometieron que los catalanes “comerían piedras”, si era preciso, con tal de alcanzar la libertad. Todo tiene un precio en esta vida y cada cual se suicida como quiere, pero habría que preguntarle también a ese cincuenta por ciento de la población (quizá más) si está dispuesto a retroceder ochenta años hasta la posguerra, cuando las ratas eran un suculento manjar en las casas de muchos catalanes. Habría que consultar a todos esos ciudadanos hoy callados por el miedo a la guerrilla urbana si están dispuestos a pagar el carísimo tributo. Ese es el referéndum que debe convocar el impasible, flemático y alucinado Torra.
En su comparecencia de apenas dos minutos de anoche, cuando Barcelona volvía a arder por las barricadas de los CDR, el president aseguró que los incidentes violentos que se han registrado en los últimos días “no se pueden permitir”. Todo un acto de cinismo y de esquizofrenia política, ya que es él mismo quien alienta los actos violentos al tiempo que envía a los Mossos a reprimir a los comandos. “Esto se tiene que parar ahora mismo. No hay ninguna razón ni ninguna justificación para quemar coches ni para ningún otro acto vandálico”, ha insistido en su declaración institucional. Torra ha vuelto a decir que la protesta en la calle debe ser “pacífica y cívica”. El problema es que quizá ya sea demasiado tarde. Los muchachos de los CDR, esos a los que él aplaude y les insta a “apretar”, le han cogido el gustillo a la algarada diaria, le están sacando el placer a la pedrada fácil, al escaparate roto y a la mecha incendiaria, y ya va a ser difícil pararlos. La violencia es como una droga: una vez que se prueba ya no se puede dejar. Y ahora los chicos se sienten los dueños y señores de las calles. Lo cual ocurre porque nadie gobierna en Cataluña, salvo un Fantomas escurridizo que a veces aparece y desaparece y una marioneta que piensa de forma primaria y rudimentaria. Español malo, catalán bueno. Como los muñecos de Barrio Sésamo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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