(Publicado en Diario16 el 1 de octubre de 2019)
Una diputada de Vox por Baleares, Malena Contestí, ha anunciado que deja el partido porque “criminaliza” a la mujer, porque es “homófobo” y porque es “extremista”. La decisión que ha tomado no puede por menos que ser aplaudida, pero habría que preguntarle a la señora diputada dónde ha estado metida todo este tiempo. Cabría preguntarse qué hacía ella cuando el juez Serrano exigía las listas de los funcionarios que luchan contra la violencia machista en Andalucía para purgarlos; cabría preguntarse qué estaba haciendo ella cuando Ortega Smith y los suyos se ponían de perfil durante el minuto de silencio en recuerdo a la última asesinada por su pareja; y cabría preguntarse en qué andaba ocupada y entretenida cuando Rocío Monasterio reclamaba que la cabalgata del Orgullo Gay sea recluida en un gueto.
Rectificar es de sabios pero Malena, que tiene nombre de tango, ha tardado demasiado en dejar de marcarse su baile fatal con los franquistas. Ocurre que con el fascismo no se juega, poca broma, tolerancia cero, nada de coqueteos ni probaturas, porque cuando uno se mete en la Falange hasta las trancas, junto a un líder que alardea de pistola, sabe a lo que va y a lo que se expone. A un partido facha no se va de picnic, ni a participar en sesudas tertulias sobre el legado de José Antonio (que también), ni a montar un puestecillo ambulante en Atocha para venderle a los madrileños unas gorillas con el logotipo de Vox, más la gitana flamenca, el toro de Osborne y el banderín rojigualda. A esa guerra se llega ya bautizado en los principios generales del Movimiento, versado en la vida y obra de Ledesma y Redondo, mamado de nacionalsindicalismo y viajado a los Santos Lugares, mayormente el Valle de los Caídos. También ejercitado en el Cara al Sol y en el levantamiento súbito de brazo, arriba España.
Si Malena Contestí, cuando se metió en Vox a ciegas, según ella, no sabía nada del opio ideológico que se preparaba allí, es que ha sido una digna representante de esa nueva clase de políticos aficionados que, sin haberse leído el programa electoral de su partido y sin tener mucha idea sobre nada, se han lanzado en los últimos años de degradación democrática a la arena pública solo por hacer carrera o por salir un minuto en la televisión. Decir ahora aquello tan inocente y exculpatorio de “yo no sabía de qué iba esto de Vox”, “a mí me metió mi cuñado” o “si lo llego a saber…” no solo es un sarcasmo sino una mala excusa que no cuela. Al franquismo no se llega por casualidad ni porque uno no tenía otra cosa mejor que hacer en su casa, sino porque la cosa se lleva por dentro, porque tira mucho el uniforme escuadrista y por amor a Dios, a la patria y al orden. Esta señora que trata de corregir un error imposible de enmendar debe saber que España es peor ahora que cuando ellos (los suyos) irrumpieron en el Congreso de los Diputados como una banda de tunos gamberros y embriagados. Y esa ha sido y será su responsabilidad. Con su apoyo a la causa, con su esfuerzo en mítines y noches electorales, con su labor proselitista para resucitar el Movimiento Nacional ella ha contribuido decisivamente a que la cosa cuaje, a que el monstruo recupere aliento y a que España se parezca hoy un poco más a aquel país fanatizado del 36.
Hoy Malena asegura haber visto la luz. Aquella “ilusión inicial”, como dice ella, se ha tornado poco a poco en una “profunda decepción” tras la coalición electoral que provocó su llegada a la formación verde. Contestí señala que su “decepción” viene “derivada de la imposición del dogmatismo político; de múltiples escándalos de supuestas irregularidades que no sólo no se investigan sino que se protegen; de la exclusión y el insulto constante a los demás partidos; de la demagogia, la homofobia y los extremismos varios”. Incluso ha sentido “profunda vergüenza” viéndose relacionada con “un oportunista como Salvini” o con las políticas del caudillo Abascal que propugnan “una vuelta al armario” de los homosexuales. “Por eso prefiero irme a casa que seguir en Vox”, concluye la conversa a la democracia. Pues bienvenida. Es de alabar que comprenda después de tanto tiempo que estaba alimentando a la bestia sin querer. Lástima que no se haya dado cuenta antes.
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