(Publicado en Diario16 el 21 de octubre de 2019)
Cuando estalla la violencia, la verdad es la primera víctima y al pacifista se le cuelga el cartel de traidor. Siempre fue así. Basta comprobar lo que le ha ocurrido a Gabriel Rufián este fin de semana, cuando bajó a las trincheras a tratar de poner calma y cordura entre los airados cachorros de Torra. No tardaron ni cinco minutos en abuchearlo y tacharlo de “botifler” (traidor en catalán), de modo que al brillante y joven político de ERC no le quedó otra que agachar la cabeza y volverse para Madrid. Pedro Sánchez, al pretender actuar con proporcionalidad y mesura en la crisis catalana, también se ha visto atrapado entre los dos fuegos rabiosos, entre los dos volcanes nacionalistas. Por un lado está la siempre africanista y exacerbada derecha española, los Rivera, Casado y Abascal, que le piden mano dura (y hasta durísima) contra Cataluña. En el otro flanco está Torra El Esloveno con su ejército infantil, esas milicias formadas por cachorros y brigadas de anarquistas extranjeros que mediante el sabotaje, la violencia y el caos pretenden chantajear al presidente del Gobierno y forzarlo a firmar un referéndum de autodeterminación.
Ambos nacionalismos se necesitan y se retroalimentan para seguir existiendo en su espiral de odio. Ambos nacionalismos viven el uno del otro. Rivera, que no debe entender demasiado de separación de poderes ni ha leído a Montesquieu (tampoco le importa para su estrategia de crispación permanente) quiere “meter en la cárcel a quienes intenten romper España”, como si estuviera en la mano de un político dictar una orden de ingreso en prisión y como si hubiera cárceles suficientes en el país para recluir a dos millones de independentistas. A su vez, Casado sigue haciéndole el mobbing al presidente del Gobierno, día sí, día también, para que aplique ya el artículo 155, la Ley de Seguridad Nacional, la Ley de Cuerpos y Fuerzas del Estado y la Biblia en pasta. Qué diferencia con aquel PSOE que se puso de lado de Rajoy cuando, llegado el momento, hubo que aplicar el temido artículo de la Constitución.
Y de Abascal qué se puede decir: llegó a la política en el papel de agitador de barra de bar para terminar de destruir lo poco bueno que queda de democracia en España y va camino de conseguirlo (las encuestas le dan un subidón de escaños el 10N que ni él mismo se esperaba). Lo último es que ha exigido a Moncloa la declaración del Estado de excepción en Cataluña, o sea la Legión desfilando por la Diagonal, con cabra y todo, una propuesta descabellada que tendría consecuencias dramáticas y situaría al país al borde de una confrontación civil.
Torra no piensa condenar la violencia desatada, entre otras cosas porque es él mismo el jefe de los CDR y quien marca los tiempos de la barricada, el adoquinazo, la pedrada al policía y el saqueo de comercios. Pero la celada es magistral, ya que pone entre la espada y la pared a Sánchez y le deja sin margen de acción a pocas semanas de los comicios. ¿Qué hace ahora el presidente socialista? ¿Aplica el 155 como le pide la derecha nacionalista española o se sienta a negociar la paz con Torra? Cualquiera de las dos salidas a esta encrucijada maldita es nefasta para el presidente en funciones. En ambos casos pierde, ya que se trata de medidas impopulares, cómo se está empezando a ver en las encuestas. El PSOE, que iba como un tiro antes de estallar la Semana Trágica, empieza a perder fuelle en los sondeos. Y mientras se revuelve y se retuerce en esa tela de araña que le han tendido sus enemigos, Vox crece poco a poco y el independentismo catalán se hace más fuerte en las calles. El escenario soñado por los extremistas de uno y otro bando, que en su ceguera ya no ven otra cosa que el verde y amplio campo de batalla en el que terminar de dirimir sus viejas rencillas seculares.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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