(Publicado en Diario16 el 2 de octubre de 2019)
La familia Franco ha anunciado que agotará todos los recursos posibles tras el varapalo que ha supuesto la sentencia del Tribunal Supremo que ordena la exhumación de los restos del dictador del Valle de los Caídos. A la estirpe del general cada vez le quedan menos balas en su nefasto y desesperado intento por evitar que la democracia haga justicia con el que fue el mayor de sus enemigos. La propia resolución del Supremo corta de raíz cualquier clavo legal al que pudieran aferrarse los nietos del tirano, como recurrir a la jurisdicción contencioso-administrativa para que el juez Yusty Bastarreche paralice la exhumación por supuestas irregularidades en la licencia de obra, que por otra parte no es necesaria para levantar la lápida de la tumba, ya que un Estado de Derecho, a través de una decisión parlamentaria, está perfectamente legitimado para desmantelar el último refugio del terrorífico Antiguo Régimen.
El Supremo ya ha dicho que no hay lugar a esa licencia que no es más que un artificio, un truco legal con el que los abogados de la familia Franco pretendían dilatar lo irremediable y lo que es de justicia: que los huesos del general sean extraídos de su infame mausoleo a mayor gloria del crimen y la tortura y depositados en el cementerio de Mingorrubio.
Pero, pese a que el histórico fallo del Supremo impide en la práctica cualquier margen de respuesta de los letrados de los Franco, ellos, los nietísimos, los familiarísimos, los descendientes directos del hombre que destruyó la democracia e inició una descabellada aventura militar que costó más de un millón de muertos, cientos de miles de represaliados y desaparecidos y la peor dictadura que haya conocido jamás este país, insisten en seguir adelante con el esperpento, con la mascarada y con un espectáculo sonrojante que, eso sí, les ha permitido volver al papel couché, a la televisión y a los telediarios, esos que en los últimos años se había olvidado de ellos porque ya no eran nadie, ni daban audiencias ni noticias.
Es más que previsible que el recurso ante el Alto Tribunal ni siquiera sea estimado, como asegura el catedrático Martín Pallín, por lo que a los herederos del dictador solo les quedará ya una carta por jugar: recurrir al Tribunal Europeo de Estrasburgo, el máximo órgano judicial en defensa de los derechos humanos. Ese será el juicio final al franquismo, el Núremberg del que se libró Franco, la paradoja suprema y el culmen del cinismo a la altura de lo que fue aquel gobierno de psicópatas, fanáticos y asesinos.
Por esos pasillos europeos del TEDH (Dios quiera que lo veamos pronto) desfilarán en el epílogo de lo grotesco los abogados de los Franco, que implorarán justicia y respeto a los derechos de sus defendidos, esos mismos derechos que el dictador pisoteó impunemente durante cuarenta años de infamia. Entonces la historia hará justicia de una vez por todas. Entonces saldrán a relucir las fosas comunes y cunetas con miles de desaparecidos cuyos cadáveres no han sido aún devueltos a sus familiares. Todos esos miles de pobres desgraciados que no tuvieron un juzgado con un juicio justo, ni un Constitucional al que apelar, ni un Estrasburgo donde recurrir. Será en ese momento cuando se verá la gigantesca farsa y el monumental sarcasmo de un grupo de nostálgicos del fascismo que ganaron la guerra de España pero perdieron la guerra de la historia, por mucho que ahora traten de revisarla y cambiarla con sus disparates, bulos y mentiras.
En otros países europeos a los Franco no se les hubiese dado tanto cuartelillo (nunca mejor dicho) ni hubiesen gozado del derecho a la pataleta y al ruido (que en realidad es lo que están haciendo), ya que es obvio que la razón, la ley, la moral y la justicia están absolutamente en su contra. En Alemania los familiares de Hitler tuvieron que vivir escondidos durante décadas y los hubo que incluso se vieron obligados a cambiarse el apellido para no verse estigmatizados por influencia del fantasma del patriarca genocida. Y qué decir del dictador rumano Ceaucescu, condenado a muerte por un tribunal militar en un juicio sumarísimo y arrojado a la tumba más cutre y polvorienta del más austero de los cementerios. Aquí, como Spain is different, no solo hemos permitido que la familia del tirano haya vivido a cuerpo de rey y haya seguido gozando de las riquezas expoliadas a miles de familias republicanas represaliadas y de un patrimonio manchado de sangre, sino que les hemos pagado las exclusivas en las portadas de las revistas del corazón, los hemos invitado a horteras concursos de televisión y les hemos dejado tomar parte en cenas y saraos de la jet set, todo ello con sus mejores galas y lentejuelas, como si se tratara de estrellas del cine, cuando todos sabíamos que tras esas sonrisas felices e inocentes se escondía la amarga tragedia de todo un pueblo, un drama que su abuelo, y no otro, decidió desencadenar aquel aciago 17 de julio de 1936. Que vayan, que vayan a Estrasburgo a hacer el ridículo. Y que de paso reciban como premio la carcajada mundial que sus mentiras, su fanatismo, su prepotencia y su supremacismo autoritario se merecen.
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