(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2019)
El balance de los disturbios en Cataluña empeora cada noche: 121 detenidos (9 de ellos en prisión provisional, 4 menores de edad), 207 agentes heridos (uno grave), 800 contenedores quemados y 107 vehículos policiales dañados. La impresionante manifestación pacífica de este viernes, en la que han participado más de 500.000 personas, ha dado paso a la noche más dura y violenta de esta semana trágica de octubre que pasará a la historia. El epicentro de los disturbios se situó esta vez en Vía Laietana, frente a la Jefatura Superior de Policía, una calle que a las 22.00 horas ya estaba totalmente cubierta por un manto humeante de escombros, adoquines, basura y ceniza. Los restos de una guerra de guerrilla que se agrava cada noche.
A esta hora es imposible calcular cuántos CDR forman parte de los choques con los antidisturbios pero fuentes policiales aseguran que varios miles, la mayoría de ellos gente muy joven. La consigna de “apretar” que Quim Torra dio al ala más radical y violenta del independentismo parece que ha calado en los más jóvenes, chicos que han visto en la revolución casi suicida una aventura seductora. Así, puede decirse que el ejército improvisado de Torra es eminentemente juvenil, estudiantes universitarios (también de institutos y Formación Profesional) trabajadores y muchachos de los extractos sociales más bajos del cinturón obrero e industrial. Un fenómeno que remite a aquellos cachorros de la kale borroka que en el País Vasco se forjaron en los peores años de ETA. Todos ellos, cubiertos con sus capuchas y con el manual de la guerrilla antisistema conocido como Black Bloc bien aprendido y bajo el brazo, han conformado una fuerza resistente que está poniendo en serios apuros a los cuerpos policiales tanto autonómicos como del Gobierno Central. “En Cataluña nos estamos enfrentando a algo que no habíamos visto nunca”, se lamenta un agente de los antidisturbios destinados estos días en Barcelona.
Los CDR (Comités de Defensa de la República) saben bien lo que tienen que hacer tras provocar un estallido de violencia extrema. Es como si hubiesen estado estudiando todos estos años y entrenándose a fondo para el momento que esperaban: la pelea cuerpo a cuerpo con lo que consideran fuerzas represoras de ocupación, una lucha sin cuartel por alcanzar la soñada República. Van provistos de casco, mochilas con todo el “armamento” que van a utilizar contra el enemigo y hasta botiquines de primeros auxilios y provisiones para matar el hambre y la sed durante la batalla campal que puede prolongarse durante horas extenuantes. Todo sirve para atacar a la Policía: piedras, adoquines, tuercas y tornillos, botellas de plástico, gasolina, sustancias inflamables, mechas, cócteles molotov y alguna que otra sustancia ácida que puede llegar a ser muy peligrosa al contacto con la piel. Sin duda, son guerrilleros urbanos y como tales están siendo tratados por los agentes que les hacen frente.
A los radicales catalanes se han unido en las últimas horas las “brigadas extranjeras”, radicales antisistema de corte anarquista llegados de Italia, Holanda, Alemania y Francia. Células perfectamente adiestradas en tácticas militares aprendidas en Internet, algunas dirigidas por líderes bravos y peligrosos, expertos en conflictos y grandes protestas internacionales. Todos ellos, un grupo de entre 1.000 y 2.000 personas, saben moverse y cómo actuar en la intrincada ratonera en la que se ha convertido la ciudad de Barcelona, vieja escuela de anarquistas desde hace más de un siglo. Levantar barricadas, prender fuego con contenedores, maceteros y restos de basura, lanzar súbitas lluvias de piedras de forma coordinada, levantar humaredas tóxicas con plásticos, volcar y quemar coches y vehículos, dirigir los punteros láser a los ojos de los policías para cegarlos. El objetivo de los comandos siempre es el mismo: aislar a varios agentes, emboscarlos, arrinconarlos y ensañarse con ellos a patadas y puñetazos. A última hora de la noche de ayer el espectáculo era dantesco: el fuego, el humo, los grupos enloquecidos a la carrera, las ambulancias, las furgonetas policiales y los disparos de postas y salvas de fogueo de los antidisturbios recordaban ciertamente a ciudades en conflicto bélico. Mientras, la inmensa población pacífica, cientos de miles de barceloneses atónitos, permanecían encerrados en sus casas, algunos viendo cómo las hogueras rozaban peligrosamente sus ventanas.
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