(Publicado en Diario16 el 2 de febrero de 2019)
Santiago Abascal, líder de Vox, se ha sentido muy ofendido porque la Academia de Cine no le ha invitado a la gala de los Goya. Despechado y herido en su amor propio, no ha tardado ni un minuto en lanzar algunos de sus habituales infundios, como que en España hay “una mafia” en torno al cine español que “persigue a actores y directores que no son afectos a la izquierda”, una trama organizada que según él sería la culpable de la crisis de nuestra industria cinematográfica. Y concluye: “No pasa nada. Los españoles seguiremos viendo a Clint Eastwood, a Mel Gibson o a quien haga falta”.
Parece que esos son los cineastas de cabecera de los que ha bebido el político ultraderechista. Sobre Mel Gibson no habría mucho que decir, ya que se siempre ha simpatizado con los grupos más ultraconservadores de Estados Unidos. Pero si Abascal piensa que Clint Eastwood es de su cuerda probablemente se equivoque. Es cierto que cuando le preguntan sobre economía, el mítico director de cine ha llegado a decir: “Soy un halcón en lo que se refiere al recorte del déficit”, mientras se ha posicionado a favor del libre mercado. Y también es cierto que siempre ha prestado su apoyo a candidatos republicanos como Nixon, Reagan o Mitt Romney. Pero al señor Abascal habría que recordarle, por si no lo sabía, que el gran Clint ha sido un firme defensor, en contra de lo que opina el Partido Republicano, del matrimonio gay y del ecologismo, dos cuestiones a las que Abascal parece tener alergia. Así que por ahí le ha salido rana.
Abascal, como suele ocurrirle a todo político fanatizado por unas ideas, piensa en clave esquemática, superficial, epidérmica, y se ha quedado con aquella imagen estereotipada de Harry El Sucio empuñando su Magnum 44 mientras limpiaba la ciudad de delincuentes. Por eso no es capaz de entender el vasto y riquísimo mundo intelectual y artístico del Eastwood creador, el más sensible, profundo y magistral director de cine de nuestro tiempo. Abascal, un hombre siempre anclado en el pasado, no ha caído en la cuenta de que el Eastwood actor no tiene nada que ver con el Eastwood realizador y si ha tenido la suerte de ver una obra maestra como Gran Torino y sigue pensando que el cineasta americano es uno de los suyos es que no entendió la película, como tampoco entiende que nada en el mundo es blanco o negro, sino que este es un planeta complejo lleno de matices y tonalidades distintas.
Gran Torino es probablemente una de las mejores películas que se han hecho nunca contra el racismo (con permiso de Centauros del desierto de John Ford, otro maestro a quien los reaccionarios quisieron secuestrar para la causa). Su personaje principal, Walt Kowalski, un viejo veterano de Corea que vive solo con su perra Daisy tras perder a su mujer, reside en un barrio que antes era exclusivo de anglosajones y ahora, como consecuencia de la globalización, ha sido ocupado por inmigrantes asiáticos. ¿Les suena la historia? Kowalski es el típico intolerante al extranjero, un xenófobo, por qué no decirlo, y se dirige a los asiáticos con calificativos despectivos como “ojos de rendija”, “cabeza de chorlito”, “rollito de primavera” o “charlatán amarillo”. Su resistencia a mezclarse con los otros, con la raza distinta, le lleva a aislarse del resto del vecindario y solo vive por y para su coche: su hermoso Gran Torino del 72. Sin embargo, una terrible injusticia hace que algo cambie en la mente del huraño y cascarrabias Kowalski hasta hacerlo evolucionar desde la repulsión que siente hacia los inmigrantes hasta dar su vida por ellos (y perdonen el spoiler, pero es por una buena causa). Gracias a esa evolución personal, el viejo Kowalski logra salvarse del racismo en el último momento con un acto de nobleza humana, de espiritualidad metafísica, de altruismo, esas palabras que Abascal no debió aprender en la escuela. Precisamente ese final grandioso de la película es lo que hace de Eastwood un intelectual progresista en el sentido existencial, no político del término, todo lo contrario que el líder de Vox, que sigue encerrado en su tribu y en su caverna. Kowalski es la antítesis del político ultra. A Kowalski lo redime su evolución; Abascal sigue lastrado por su involución.
Pero más allá de los maravillosos personajes de ficción de Eastwood, solo un loco diría que es un fascista. Si algo es el director californiano es un liberal, un conservador si se quiere, pero un moderado, un tipo civilizado e intelectualmente bien preparado, culto y nada fanatizado. Es lo que en otros tiempos pasados se llamaría un individualista, alguien que va por libre y a quien le importa un bledo lo que piensen los demás, sean demócratas, republicanos o medio pensionistas. De ahí que alzara su voz contra Nixon durante los años de la guerra de Vietnam y de ahí que se haya mostrado sumamente crítico con las recientes intervenciones militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Puede que el gran cineasta norteamericano no sea un pacifista movilizado y activo en el sentido de lo que entiende la izquierda, pero desde luego no es un belicista a ultranza: “La guerra es una de esas cosas que tendrían que hacerse pensándolo mucho, si es que necesitan hacerse; la protección es muy importante para las naciones, pero tiendo a posicionarme en el bando de que cuanto menos mejor”. Eastwood es ese hombre soberano capaz de criticar los rescates de los grandes bancos y multinacionales automovilísticas que se llevaron a cabo durante los mandatos de Bush y Obama y al mismo tiempo rodar un anuncio para la Superbowl con las grandes empresas de Detroit que se beneficiaron de tales ayudas. Un ser de contradicciones, como todo genio, pero no un totalitario.
Eastwood puede ser muchas cosas pero siempre un cineasta que denuncia el racismo y esos postulados retrógrados que dice defender Vox. Señor Abascal, mucho nos tememos que Clint Eastwood, de vivir en España, no le daría su voto. Es demasiado inteligente para apostar por un programa electoral que hubiese redactado un hombre de Cromañón. Que le quede claro al caudillo de Vox: Eastwood es Eastwood.
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