(Publicado en Diario16 el 24 de noviembre de 2018)
La Iglesia no quiere sacerdotes homosexuales en sus filas. Los curas tienen que ser necesariamente hombres heteros, machos en el sentido tradicional del término, aunque después presten sagrado juramente de celibato y renuncien a ejercer como tales. Así lo ha dejado claro el secretario general de la Conferencia Episcopal (CEE), Luis Argüello, que ha reivindicado el derecho de la curia católica a seleccionar a sus ministros de Dios. “Pedimos que se reconozcan y sean enteramente varones, por lo tanto heterosexuales”, ha aseverado el responsable de la jerarquía católica.
Definitivamente se ha metido en un charco la Iglesia española, que a partir de ahora, si impide entrar en los seminarios a personas homosexuales y transexuales, tendrá que vérselas con las leyes civiles del Estado y con los tribunales ordinarios de Justicia en el caso de que los candidatos a sacerdotes que se sientan rechazados decidan emprender acciones legales por discriminación sexual.
Las palabras de Argüello demuestran que la Iglesia no solo es una institución machista (desde hace dos mil años prohíbe que las mujeres ejerzan los sagrados sacramentos) sino que a partir de ahora se define también, abiertamente y sin tapujos, como una congregación homófoba, una corporación que rechaza a las personas por su orientación sexual. Colectivos en defensa de los derechos de los homosexuales ya han anunciado que llevarán la decisión de la Conferencia Episcopal a los tribunales, al considerar que vulnera la Constitución, las leyes vigentes sobre igualdad y las cartas y convenios internacionales sobre derechos humanos. “Nosotros, en nuestra comprensión del ministerio, admitimos diáconos permanentes que sean hombres casados, pero en el presbiterado como en el episcopado pedimos varones célibes y dentro de esta configuración de varones célibes pedimos también que se reconozcan y sean enteramente varones y por tanto heterosexuales”, ha sentenciado el secretario de la CEE.
Argüello no ha entrado a explicar si Jesús exigía que sus discípulos fuesen varones de pedigrí “solteros y enteros”, como suele decirse coloquialmente, pero no parece que en el Nuevo Testamento haya un solo capítulo ni versículo que se refiera a la sexualidad de aquellos que optan por seguir el mensaje del mesías. Es más, Cristo siempre habló de amar e integrar al desplazado, al marginado, al perseguido. El colectivo gay fue durante más de cuarenta años de franquismo sostenido por la Iglesia católica el símbolo de la represión por razones sexuales y bien haría la jerarquía de la Conferencia Episcopal Española en corregir viejos errores del pasado admitiendo en sus parroquias a aquellas personas que más difícil lo han tenido en la vida por su condición de homosexuales.
Lejos de aplicar comprensión, humanidad y tolerancia, tres principios básicos del cristianismo, Argüello ha mostrado hoy la cara más reaccionaria del clero al tirar de dogmas milenarios trasnochados, e incluso se ha permitido el lujo de bromear con un asunto tan delicado al asegurar que “sólo el sexo sentido, no el sexto sentido, puede ser suficiente para algo tan serio como es el cambio de sexo. Se ha elevado a categoría jurídica el sentimiento a la hora de poder cambiar de sexo y de ir al registro y decir: ahora no me llamo Antonio y me llamo Mari Pili”, ha manifestado jocosamente sobre la situación que sufren las personas transexuales. Falta saber cómo reaccionará el Papa Francisco ante estas palabras, ya que el Santo Padre se había mostrado comprensivo con los derechos de los homosexuales en los últimos tiempos.
Tampoco ha entrado Argüello en explicar qué orientación sexual tienen los curas católicos procesados en todo el mundo por abusar de menores, aunque quizá, visto lo visto y escuchadas sus retrógradas declaraciones, piense que todos ellos eran peligrosos homosexuales, viciosos desviados, enfermos mentales depravados y no puros, castos y virginales heteros, legítimos representantes varones de esa Iglesia que solo quiere “hombres” para consumar el matrimonio y perpetuar la prole. Como Dios manda.
Ilustración: Jorge Alaminos
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