(Publicado en Diario16 el 31 de enero de 2019)
“Podemos tuvo cinco millones de votos, no creía yo que hubiera tantos tontos en España”, ha dicho Fernando Savater en ABC. Y lo ha soltado así, sin inmutarse. Toda una vida estudiando a Platón, a Descartes y a Kant para terminar reduciendo algo tan complejo como la política a una cosa de tontos y listos. De esta sentencia esquemática, simplista y hasta frívola del viejo profesor a aquella otra frase célebre de Jesulín de Ubrique (“la vida es como un toro: hay que echarle un par de güevos”) hay solo un paso.
Se ha cubierto de gloria el maestro Savater con una declaración más propia de la barra de un bar, de un andamio o de un taxi que del pensador español de referencia que se supone que es. A veces los grandes intelectuales de nuestro tiempo, los faros de las letras, las cúspides de la cultura occidental, nos sorprenden con declaraciones pedestres impropias de su genio. Se supone que un filósofo debería llegar a la causa de un problema por medio de la razón y de un método epistemológico que nada tiene que ver con el calentón político, el prejuicio, el insulto grueso y el desprecio a los votantes de una determinada opción ideológica. Para eso ya están los de Vox y Rafa Hernando, que viene a ser lo mismo.
La “ironía socrática” siempre es una buena herramienta para llegar a la verdad de las cosas pero en este asunto parece que al maestro no le ha interesado indagar en el origen último del fenómeno Podemos sino más bien ponerse faltón, denigrar e insultar a millones de españoles que legítimamente depositaron su confianza en unos candidatos. Todo muy democrático. Decir que detrás del partido de Pablo Iglesias hay “cinco millones de tontos” es tanto como decir que detrás de UPyD, el proyecto de Savater hoy en defunción, había un millón de estúpidos fracasados, y tampoco es eso.
La trampa que nos pone el filósofo en este lamentable episodio está en querer confundir cínicamente al tonto con el idealista, que no es lo mismo, y en ponerse la venda en los ojos para no ver que detrás de un partido, de cualquier partido, sea del signo que sea, no hay millones de bobos como él dice, sino millones de sueños y esperanzas a menudo frustradas por la incompetencia y mediocridad de sus líderes políticos.
Podemos fue una buena idea en su momento y tuvo su sentido. De hecho, ha aportado cosas positivas a la sociedad española. Por eso extraña que un hombre de la categoría y agudeza de Savater no alcance a ver que la formación morada, en todo caso, ha sido la consecuencia histórica no de cinco millones de tontos, sino de cinco millones de desesperados, de cinco millones de desahuciados, de cinco millones de utópicos que soñaron con cambiar las cosas mientras el sistema reventaba por los cuatro costados. Podemos ha sido la última bala de idealismo socialista que quedaba antes de la barbarie de Vox, el último intento de los parias de la famélica legión por asaltar los cielos y por hacer realidad la utopía inalcanzable de la revolución. Al final es cierto que mucha gente se dejó convencer por un espejismo fugaz, por el dulce embrujo de la adolescencia de sus dirigentes (a fin de cuentas la juventud resulta fascinante), por la inocencia del acné y por unos chicos airados que al final, tal como les ocurrió a sus padres felipistas, han aprendido lo que es el progresismo: progresar en la vida, o sea pasar de una VPO en Vallecas a un casoplón en Galapagar.
Ahora ya sabemos que Podemos no era un proyecto serio ni cuajado, sino un simulacro más para los tiempos líquidos de la posverdad, una actividad extraescolar para universitarios ociosos y un divertimento político-práctico para funcionarios aburridos de tanto leer a Marx. Ahora se ha visto que los líderes de Podemos no eran dioses chavistas y raciales pata negra, sino mortales con sus vicios y ambiciones, con sus rencillas, envidias y celos, con sus camarillas, grupitos, pandillas y tránsfugas a otros partidos para seguir haciendo carrera, que es lo que anhela todo hijo de vecino. Tras la movida de Errejón y su “carmenización” repentina ya casi nadie duda de que no estamos ante los estadistas de la izquierda que necesitaba el país, sino ante niños mimados y consentidos de la izquierda aburguesada, párvulos todo el rato a la gresca en el jardín de infancia, adolescentes inmaduros y narcisistas que se enamoran y se desenamoran con una facilidad terrible y que un día se quieren un montón y se dan morreos de tornillo en público y levantan el puño todos a una y al día siguiente se ponen los cuernos y se llevan a matar, como en un culebrón venezolano, nunca mejor dicho.
Podemos ha sido un partido milenial, con todo lo bueno y lo malo de la red social y lo digital (lo digital siempre es efímero), una hornada con desorden hormonal que llegó para instaurar el manual de la “nueva política Barrio Sésamo”, el arriba y abajo, lo viejo y lo nuevo, más la transversalidad, la confluencia, los inscritos y las inscritas y otras jergas propias de sectas milenaristas. De ese proyecto ya solo queda el resacón de un partido controlado por un estalinista de los de toda la vida, un secretario general que se cree el héroe de Juego de Tronos y prefiere sincerarse con un tronco de madera antes que con los errejonistas por miedo a las conspiraciones.
En el fondo estamos hablando de las contradicciones seculares del socialismo español, de la utópica unidad de la izquierda y de esa maldición faraónica de la que habla el siempre atinado Enric Juliana en sus tertulias con Ferreras. Todo eso y mucho más está en el éxito y fracaso de la formación morada, pero al filósofo Savater ya no le interesa llegar a la raíz del asunto, como haría todo buen erudito. Es mucho más fácil soltar el disparate de que Podemos es el producto “de cinco millones de tontos”. Por lo visto, en filosofía como en política, también hemos ido a peor. Si Sócrates levantara la cabeza.
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