viernes, 15 de febrero de 2019

LOS SOCIALISTAS DEL PP


(Publicado en Diario16 el 7 de febrero de 2019)

A veces se tiende a pensar que el nacionalismo es una cosa lejana de regiones periféricas, de culturas minoritarias con lenguas e identidades propias, de vascos y catalanes, en suma. Y no es cierto. El nacionalismo español está tan arraigado como el otro y emerge con toda su fuerza y visceralidad no solo en partidos conservadores sino en partidos que se suponen de izquierdas como el PSOE. Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra, José Bono, Emiliano García-Page, los barones en definitiva, practican un nacionalismo introvertido, de capilla y confesonario, íntimo, quizá no tan africanista y explícito como el que demuestran Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal (los líderes del “trifachito”) pero sí al menos tan interiorizado que en ocasiones por sus bocas no parece hablar un hombre auténticamente de izquierdas sino un neofalangista.
Suele hablarse del patriota de derechas como modelo único de ese hombre atávico y reaccionario pero a menudo nos olvidamos que el mismo pecado del nacionalismo anida en esos socialistas veteranos que vienen de un mundo que fue pero ya no es. Muchos de ellos provienen de acomodadas familias falangistas y por lo visto no han logrado despojarse del trauma infantil. A ninguno de estos barones del PSOE (más bien habría que llamarlos patriarcas que invocan la Constitución como si fuese la Biblia) le ha gustado que Pedro Sánchez haya pactado con los independentistas la inclusión de un “relator” para abrir el proceso de diálogo en Cataluña. Enfurecidos y con rictus severo, las manos en los bolsillos de sus abrigos de paño de mil euros y soltando vaho frío por la boca (una imagen que recuerda mucho a aquellos prebostes del franquismo) se dejan entrevistar en la televisión para arremeter contra su líder Sánchez, al que se han propuesto liquidar por unos supuestos coqueteos indepes que no son tales sino parte de una inteligente estrategia de negociación diplomática para pacificar la situación en Cataluña. Estos ancianos exaltados del PSOE, estos matusalenes de la izquierda española achacosa y trasnochada, todavía no han llegado a tildar al presidente del Gobierno de “traidor y felón” a España, como ya ha hecho Casado, pero esperemos a que lo pillen a solas en un rincón del Comité Federal ‒en una nueva encerrona como la que le organizó Susana Díaz en su momento‒, y ya hablaremos.
Con socialistas de derechas como ellos que anteponen el patrioterismo barato a la resolución pragmática de un conflicto autonómico monumental, el PSOE no va a ninguna parte. Produce escalofrío oírlos hablar de españolismo, de esencias patrias inamovibles e inmutables, de banderas y sentimentalismos decimonónicos, tal como hace el mismísimo Santiago Abascal, que debe alucinar al ver cómo unos tipos que se dicen de izquierdas pretenden arrebatarle la clientela. Así, tras conocerse el asunto del relator, a Emiliano García-Page le ha faltado tiempo para exigir una reunión urgente de los máximos órganos del PSOE. “Tengo muchas ganas de decir con claridad lo que pienso sobre este asunto, porque cuando se habla de España, decidimos todos los españoles”, ha dicho con ardor chauvinista. Y ahí está la diputada Soraya Rodríguez, antigua portavoz parlamentaria del PSOE, que no quiere “ni mediadores ni relatores” –exactamente las mismas palabras y el mismo discurso que están empleando Rivera y Casado– o el presidente de Aragón, Javier Lambán, que ha llegado a decir que “aprobar un presupuesto no justifica cesiones que pongan en cuestión la Constitución, la unidad de España, el Estado de derecho ni la decencia”, al tiempo que ha instado a Sánchez a no ceder a “chantajes de los independentistas, cáncer de la democracia con el que hay que acabar”. Ni Millán-Astray lo hubiese explicado con mayor vehemencia y españolidad. Todos ellos han sacado el patriota que llevan dentro, pero faltaba el histórico Alfonso Guerra, pata negra del rancio y caduco PSOE, que durante la presentación de su nuevo libro, La España en la que creo, ha aprovechado para lanzarle un dardo envenenado al presidente, con quien es público y notorio que no se lleva, él sabrá por qué: “Este libro está escrito por el autor. Podrá ser todo lo malo que se quiera, pero es mío”, ha dicho Guerra en un golpe bajo fuera de lugar.
Resulta extraño que gente que dice provenir de la izquierda clásica pueda caer en este tipo de discursos gruesos y demagógicos, y más aún cuando no son conscientes del daño que pueden ocasionarle a un PSOE tambaleante, último reducto de la socialdemocracia en España antes del advenimiento de los ultras. El relator no es un mediador internacional (Carmen Calvo se está desgañitando la mujer para explicarlo por activa y por pasiva) y ni siquiera se han fijado las atribuciones y competencias que pudiera llegar a tener este personaje en el proceso de negociación entre el Estado y la Generalitat. Pero es que aunque así fuese, aunque el relator sea una concesión al independentismo, ¿qué otra salida le queda a Sánchez para tratar de reconducir el problema catalán? El pacto, el consenso y el diálogo, gran éxito de aquella Transición a la que tanto apelan los barones nostálgicos del partido socialista, es imposible sin pagar algún precio político. Llegar a acuerdos supone dejarse ideas y principios por el camino y salvo que la vieja guardia del PSOE esté pensando en aplicar el 155 duro en Cataluña como única solución posible (tal como exigen las derechas cada minuto) al Gobierno no le queda otra que convocar una mesa de negociación en la que tendrá que hacer concesiones de forma y de fondo.
Sin embargo, lejos de escuchar con honestidad y enfocar el problema desde un punto de vista realista y práctico, lejos de calmar su hormona patriotera y comprender que el futuro del Estado no está en peligro porque Sánchez no puede dar nada a los independentistas que no esté en la Constitución, los jerarcas del aparato ya han olido la sangre y se han lanzado a la caza del hombre, o sea de Sánchez, al que se la tienen  jurada desde que reconquistó el partido con su chupilla de cuero, su viejo Peugeot  y su “no es no a Rajoy”.
Quizá, en el fondo de lo que estemos hablando no sea del famoso relator, sino de algo mucho más trascendente para los barones: de una segunda parte de aquella vendetta no consumada, de una nueva revancha con rencillas y rencores por un episodio que no quedó bien cerrado, de la cruenta y encarnizada lucha por el poder en el PSOE, que no es sino la pugna entre dos formas de entender el socialismo. Indudablemente, con socialistas como estos que compran el discurso rancio de las derechas Sánchez no necesita enemigos. De modo que a nadie le extrañe que alguno de estos barones o marqueses ‒progres decadentes y venidos a menos que a fuerza de girar a la derecha van camino de terminar en Vox‒, se deje caer por la manifestación de las derechas del próximo domingo para mostrar su amor a España y su odio contra Sánchez “el felón”. Sería como cerrar un irónico círculo: un día salieron de Falange y ahora regresan a casa.

Viñeta: Igepzio

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