(Publicado en Diario16 el 7 de noviembre de 2018)
Cuando Lydia Cacho era solo una niña su madre le dijo: “Hagas lo que hagas, camina siempre sobre tus propias palabras. Si estás contra la violencia no practiques la violencia. Si estás contra el machismo no lo reproduzcas”. Y así lo ha hecho siempre la periodista mexicana y activista por los derechos de la mujer. Toda su obra periodística y literaria la ha ejercido desde un profundo compromiso feminista, sin apartarse ni un solo instante del consejo de su madre. “Camina siempre sobre tus propias palabras”.
Ayer, Lydia Cacho pasó por la Fundación Telefónica en Madrid para presentar su nuevo libro, Ellos hablan, una recopilación de testimonios de hombres que indagan en el origen mismo del machismo, es decir, en los primeros años de la vida de todo varón, cuando el patriarcado se inyecta como un veneno en sus venas.
La reportera y escritora aún recuerda la primera vez que entró en la sede de un periódico y solo había una mujer. Hoy las mujeres copan las redacciones de los diarios de todo el mundo. Ellas han conseguido hacer una auténtica revolución mientras el hombre mira aterrorizado y confuso sin saber qué ha ocurrido, cómo pudo perder su posición hegemónica. “Las mujeres ya hicimos la revolución en el siglo XX. Y los hombres, ¿a qué carajo esperan para hacer la suya? Conozco periodistas que han aprendido el lenguaje de lo políticamente correcto, pero cuando se ponen a escribir sobre un crimen machista les salen cosas como ‘muere una mujer’. ¡No muere una mujer! ¡A esa mujer la han asesinado!”, se lamenta la periodista.
La idea de Ellos hablan le surgió a Lydia Cacho en plena efervescencia del movimiento Me Too, impulsado por las denuncias de las actrices de Hollywood que confesaron haber sido víctimas de abusos sexuales. Muchos hombres se sintieron agredidos, acorralados, y los americanos empezaron a dividirse en dos bandos en una especie de reedición de la vieja “batalla de los sexos”, según la periodista de Ciudad de México. “Es ridículo, no se trata de batallas sino de encontrar una nueva forma de relacionarnos hombres y mujeres, de encontrarnos, por eso escribí este libro desde la paz, no desde la guerra, como una herramienta, no como un arma arrojadiza; ya estamos demasiado rodeados de violencia”, apostilla la periodista.
Cacho define el machismo como la idealización de la violencia como fin. Ya los antiguos griegos, cuando inventaron la democracia, excluyeron de ella a las mujeres, que no podían votar. “Aquella democracia fue el embrión de la que tenemos hoy, entre comillas”, ironiza la autora mexicana. Pero más allá de que el poder político y religioso haya aplastado a las mujeres durante miles de años, la clave sigue estando, una vez más, en la educación. “Hombres y mujeres hemos sido educados en el machismo. El contexto cultural es machista, los liderazgos son machistas y las mujeres han tenido que ceder sus valores de lo femenino. Si esto está sucediendo es porque así nos educaron”, explica la autora del libro. La niña Lydia Cacho ya intuía en su infancia que algo no funcionaba como debiera y se rebelaba contra las aplastantes leyes del patriarcado. Así, cuando su padre –“un hombretón alto, fuerte, moreno y guapo como un galán de cine mexicano”−, le decía aquello de “¡chamaca, ven aquí inmediatamente!”, ella se daba media vuelta y desobedecía.
“¿Por qué pasa esto con los hombres? ¿Cómo construyen su masculinidad, qué cosas aprendieron de niños? ¿Cómo las aprendieron?”, se preguntó la periodista antes de recuperar los apuntes que habían quedado aparcados de su anterior libro, Esclavas del poder, para ponerse a redactar Ellos hablan. Y como si de una cirujana se tratara empezó a diseccionar célula por célula el tejido maligno de la masculinidad. Se reunió con decenas de hombres de todo pelaje y condición, desde profesores universitarios hasta presos condenados por haber ejercido la violencia machista contra las mujeres. Los sometió a largas y agotadoras entrevistas, horas y horas de grabaciones solo con un único objetivo: dar con la clave de la enfermedad. “Todos aceptaron hablar conmigo, pero al menos la mitad me advirtió que no habían tenido una infancia violenta. Entonces yo les decía: ¡es perfecto!, eso es lo que me interesa, cómo se estructura la masculinidad, si pudieron elegir…”, afirma Cacho.
Tras las sucesivas entrevistas, en las que afloraban los viejos recuerdos y enseñanzas machistas, muchos acababan llorando, rotos por dentro, sin importarles la grabadora, y la periodista concluyó que muchas características del supremacismo del varón se repiten, hermanando en el patrón machista. “Había circunstancias en sus vidas en que pudieron rebelarse pero, ¿cómo se rebela un niño al que le dicen cómo tiene que ser un hombre de verdad?”, se pregunta. La mayoría de los entrevistados coincidían en que sus madres eran mejores personas que sus padres pero ellos querían parecerse al progenitor por aquello de que su vida y su libertad eran mucho más apasionantes y deseables.
Para Lydia Cacho las mujeres ya hicieron esa tarea necesaria de introspección. Sin embargo, los hombres no, o solo a nivel individual, sin socializarla, sin ponerla en común con otros hombres. Entonces la cirujana Lydia Cacho llega a la conclusión de que los varones tienen miedo a otros varones, al padre, al abuelo, al sacerdote, al jefe en el trabajo. Ellos podrían sentarse en un bar con un amigo y, en lugar de hablar de fútbol, desnudar su corazón, como hacen las mujeres entre ellas. Nada de eso ocurre. Un muro impenetrable encierra los sentimientos masculinos. Hoy el macho está confuso en un papel decadente y son ellas las que toman la iniciativa en las relaciones afectivas. “El prototipo del varón siempre preparado para el sexo se ha terminado. Muchos hombres tienen que decir que les duele la cabeza cuando son ellas las que se muestran siempre dispuestas. El hombre se siente inseguro ante una mujer progresista, fuerte, experimentada e independiente económicamente”, alega. De ahí que muchos hombres vuelquen su frustración en las redes sociales. Cientos de chicos aprenden lo que es el sexo a través de la pornografía que se difunde en internet pero luego salen a la calle y se convierten en puteros. Y otro dato: el 80 por ciento de los chavales se cree con derecho a controlar el teléfono móvil de sus novias mientras que solo el 20 de ellas lo ve necesario. Una vez más, la educación no funciona en la transmisión de los valores.
“El patriarcado está en la familia, en ese padre al que no se cuestiona nada y que mandata cómo debe ser un hombre y una mujer”, asegura. No obstante, el feminismo de Lydia Cacho es humanista, tendente al entendimiento entre sexos, y no cree que las mujeres sean “portadoras exclusivas de la inteligencia emocional”, como manifiestan algunas feministas radicales desde la pura demagogia. También hay mujeres corruptas, malvadas, portadoras del machismo secular. Así, el debate feminista corre el riesgo de quedarse en la superficie, en el eslogan manido, olvidando lo realmente importante: recuperar la igualdad entre hombres y mujeres, profundizar en las relaciones afectivas, en el amor, el sexo, la amistad. “Por eso he escrito este libro, para que ellos aprendan rellenando las encuestas que les propongo para que vean si son machistas o no y para que las mujeres feministas se relajen un poco y puedan respirar”, añade.
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