viernes, 15 de febrero de 2019

LA IZQUIERDA CAINITA


(Publicado en Diario16 el 23 de enero de 2019)

La izquierda española ha pasado del viejo axioma “un hombre un voto” al de “un hombre un partido político”, aseguraba la pasada noche en El Intermedio El Gran Wyoming. Más allá de la ironía hiperbolizada del humorista clarividente, la idea esconde una gran parte de verdad. Ya se habla de la fundación de un nuevo partido para ocupar el espacio perdido por Podemos y pronto habrá tantos partidos de izquierdas que no habrá sitio en el registro oficial para todos.
De la crisis de la izquierda ya hablaba don Manuel Azaña, quien llegó a decir en cierta ocasión: “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. A lo que podríamos añadir sin temor a equivocarnos que la izquierda española es cainita, utópica, sectaria, inmadura, panfletaria, contradictoria y a menudo huérfana no solo de líderes intelectualmente preparados que sepan estar a la altura de las graves circunstancias históricas del país sino de nuevas ideas que permitan la tan necesaria renovación mientras la ultraderecha avanza arrolladoramente en toda España.
La crisis que se ha desatado en los últimos días en Podemos es un claro ejemplo de esa tesis. Hasta hoy, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón eran los líderes de un partido bicéfalo, con dos almas, que tras el 15M y la brutal crisis económica había conseguido armonizar aparentemente las dos corrientes de pensamiento que alimentan a la izquierda moderna: la escuela posmarxista representada por Iglesias y la socialdemócrata de Errejón. Durante un tiempo el proyecto pareció funcionar, como prueban los buenos resultados electorales que la formación morada cosechó en sus primeras citas electorales. Miles de personas se sintieron por fin representadas por un proyecto auténticamente socialista y transversal (esa palabra tan manida) que parecía carburar tras años de motor gripado. Sin embargo, todo ha sido un espejismo, ya que los movimientos telúricos eran intensísimos y agrietaban poco a poco la arquitectura del partido. La decisión de Errejón de transfugarse al partido de Manuela Carmena y su consiguiente renuncia al escaño de diputado, abriendo un cisma de consecuencias imprevisibles en Podemos, demuestra que esa casa no solo se había levantado deprisa y corriendo por las urgencias de una buena parte de la ciudadanía indignada que necesitaba más izquierda como agua de mayo, sino que se había estaba asentado sobre un imposible.
El más que probable fracaso estructural de Podemos –las últimas encuestas arrojan un mal resultado con una bajada de cuatro puntos en intención de voto, desde el 21 hasta el 17,1 por ciento‒ viene a demostrar que la supuesta unidad de la izquierda española no es más que otra utopía irrealizable. Como ya le sucediera al PSOE en sus buenos años de esplendor y a otros partidos de izquierda europeos, las dos escuelas ideológicas no han podido convivir, ya que están condenadas a entrar en colisión, como ocurre en el mundo de la física cuántica, donde cada partícula tiene su consiguiente antipartícula y ambas se aniquilan al entrar en contacto. De alguna manera, una de las corrientes de la izquierda tiene que acabar imponiéndose a la otra, ya que en realidad estamos hablando de proyectos muy distintos. Ambas ideologías, el posmarxismo 2.0 y la socialdemocracia, vienen de un tronco común y tienen puntos de coincidencia, pero hoy, en pleno siglo XXI, llevan caminos tan distintos que son como el agua y el aceite. De ahí que mezclen tan mal.
Pero más allá de cuestiones ideológicas históricas, el fracaso de Podemos tiene mucho que ver con las conductas personales, con los vicios y virtudes de sus dirigentes, con la falta de cálculo y de pericia política y con la incapacidad para gestionar un partido importante con aspiraciones de gobierno. Iglesias y Errejón, dos fieles amigos que decidieron fundar un proyecto común para la izquierda española, no solo han roto su amistad sino el partido. Aquella foto de los dos universitarios algo jipis y desgreñados sentados codo con codo en el campus de la Complutense lo dice todo sobre el paso del tiempo y lo que pudo ser y no fue.
Hoy los dos amigos no han sabido resolver sus diferencias ni sacrificar sus rencillas en beneficio del bien general, ya sea por ambición o por orgullo. Y ahí es donde entra la grandeza o la mediocridad de un dirigente político. Ya sabemos cómo acabó aquel Congreso de Vistalegre que pretendió ser el Suresnes de Podemos. Con una serie de tuits pueriles y sonrojantes, con una falsa imagen de unidad, con una purga al más puro estilo soviético, con más aparato y más poder para Iglesias. En aquel momento el proyecto empezó a resquebrajarse pero todo empeoró cuando Pablo Iglesias e Irene Montero (ella elevada a la categoría de número 2 por decisión exclusiva del jefe, no lo olvidemos) se mudaron a un lujoso chalé en Galapagar. Fue así como el mesías que había irrumpido en el templo de la democracia para fustigar a la casta terminó pareciéndose demasiado a los “instalados” contra los que decía venir a luchar. Y el líder que llegó prometiendo a “la gente” un “asalto a los cielos” terminó construyéndose su propio cielo particular en la tierra.
Sin duda, tras ese cambio de rumbo personal, el sector de Podemos que se sintió humillado con la defenestración de Errejón perdió la fe en el proyecto, que hoy se desinfla como un globo de feria. A fin de cuentas todo partido es un relato y se trata de que ese discurso sea creíble. Si no es así, pierde la magia, el hechizo.
No entraremos a valorar aquí la importancia de otros factores en la decadencia prematura de la formación morada, como la posición ambigua de Podemos en el conflicto catalán, el gallinero de las confluencias, la imagen de fragmentación y hasta de confusión para el electorado en cada comunidad autónoma o su tardío y desesperado acercamiento al PSOE, un partido que, pese al intento de Pedro Sánchez por recuperar sus señas de identidad cometió el error de abandonar la senda de la izquierda hace ya tiempo para situarse en un aguachirle de centro-izquierda liberal.
A estas alturas de la historia, lo único cierto es que el electorado de izquierdas se ha desmovilizado, como ya se ha visto en las pasadas elecciones andaluzas. Y cuando el votante progresista se queda en casa avanza la derecha, en este caso la ultraderecha, que viene pegando fuerte por el viento europeo de cola que la impulsa. Podemos ha perdido una oportunidad histórica mientras ya se habla de la fundación de un nuevo partido de izquierdas, otro más, que solo servirá para aumentar la división y el desencanto del votante.

Viñeta: Igepzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario