(Publicado en Diario16 el 25 de agosto de 2020)
Cuando las palabras pierden su significado real, una sociedad está abocada al caos y a la barbarie. Es lo que ocurrió en los comienzos del siglo XX, cuando los fascismos crearon su propio vocabulario y elenco de eufemismos para esconder los crímenes más horrendos. Así, los jerarcas nazis institucionalizaron el concepto “campos de trabajo” para designar aquellas grandes fábricas formadas por hornos crematorios y el mucho más macabro término de “solución final”, bajo el cual se escondía el exterminio industrial y en serie de millones de personas. Más recientemente, en los años del plomo de ETA, los partidos políticos abertzales que apoyaban la violencia consideraban que el asesinato mediante el coche bomba o el tiro en la nuca era una ejecución, el terrorismo “lucha armada” y el chantaje y la extorsión “el impuesto revolucionario”.
Hoy, tanto el totalitarismo nazi como el etarra parecen felizmente superados, aunque recálquese lo de “parecen”, ya que en este mundo donde los cataclismos naturales, sociales y políticos se suceden a velocidad de vértigo, de la noche a la mañana, nadie puede estar seguro de que todo aquello no retorne en un futuro más o menos cercano. Sin embargo, los siniestros eufemismos siguen larvados en la sociedad y esperando que el huevo se abra algún día, como demuestra la intolerable persecución fascista que sufre estos días la familia Iglesias/Montero, un sangrante caso de extorsión y acoso político que algunos tratan de blanquear como mera y legítima “protesta pacífica”. La extrema derecha ha diseñado una campaña perfectamente organizada de acoso a la pareja y a sus hijos y se ha propuesto no dejarlos vivir. El último episodio de grave intimidación ha tenido lugar hace unos días en el pequeño municipio asturiano de Felgueras, adonde la familia se había trasladado para pasar unos días de vacaciones, a los que tienen derecho como todo ciudadano de este país. Hasta la casa donde se alojaban acudieron algunos grupúsculos dispuestos a practicar el matonismo guerracivilista más abyecto mediante insultos y amenazas en la calle y pintadas como “Coletas rata”. Cierto sector de la prensa de la caverna que está de acuerdo con la fechoría trata de hacer ver que esta salvajada propia de trogloditas ha sido una simple manifestación cívica, un “escrache” como el que solían montarle a los ministros del PP, en sus años mozos, los dos jóvenes políticos podemitas. Plumas notables de este país consideran que estamos ante el mismo “jarabe democrático” que en su día practicaba el propio Iglesias, solo que a la inversa. Sin embargo, pretender comparar aquella cucharadita de poción −la que aplicaban a gente como Rodrigo Rato los jóvenes activistas y también los preferentistas estafados al grito de “chorizo”− con la sobredosis de medicina excesiva, violenta y letal que administra hoy la extrema derecha es un insulto a la inteligencia. Resulta obvio que no estamos ante el mismo caso ni cuantitativa ni cualitativamente, si bien vaya por delante que la violencia (ya sea verbal o física) que suelen entrañar los casos más agresivos de escraches es reprobable en todos los casos y con independencia de quién sea el sujeto escracheado.
Y aquí es donde empieza, una vez más, la terrible tergiversación del lenguaje, el mezquino retorcimiento de las palabras y la cruel manipulación con afán violento y totalitario. No debería hacer falta repetir que cualquier manifestación pacífica es legítima, como corresponde al derecho a la libertad de expresión consagrado en la Constitución Española del 78, mientras que lo que le están haciendo a Iglesias y a su familia es sencillamente extorsión, terrorismo de baja intensidad, pero terrorismo a fin de cuentas. Nada tiene que ver una manifestación estudiantil en una universidad o una protesta más o menos airada contra un gobernante en un acto público con organizar comandos diurnos y nocturnos y persecuciones constantes, por todo el país, contra los líderes de Unidas Podemos. Asumir que son la misma cosa sería tanto como entender que la reciente protesta del movimiento antirracista norteamericano a las puertas de la Casa Blanca es lo mismo que dar caza al negro en los campos de algodón, como suele hacer el Ku Klux Klan. Y para nada.
Ayer, sin ir más lejos, Iglesias y Montero presentaban sendas denuncias en Comisaría por tuits amenazantes contra sus hijos y por el lanzamiento de objetos contra la casa familiar en Galapagar (Madrid). No parece que poner la diana mafiosa a tres niños pequeños con frases como “sois carne de colleja en el colegio” y os van “a inflar a hostias”, o lanzar pedradas y proyectiles contra el chalé, sean comportamientos demasiado democráticos y edificantes para una sociedad.
Hace bien la pareja en denunciar las conductas de los que no son más que cobardes practicantes de una nueva kale borroka, matones tuiteros y sicarios de WhatsApp que tras el anonimato de los grupos secretos feisbuqueros forman parte de una peligrosa nueva masonería neofascista. En cualquier sociedad democrática esta vergüenza contra dos legítimos representantes del Gobierno de España (nada más y nada menos que un vicepresidente y una ministra) debería ser investigada, perseguida y sancionada hasta sus últimas consecuencias como lo que es: una clara incitación al odio que roza peligrosamente el terrorismo en su primera fase. Lamentablemente, mucho nos tememos que en esta ocasión no se pondrá el mismo énfasis en llegar hasta los culpables que cuando se trata de perseguir a una estudiante cuyo mayor delito ha sido enseñar los pechos en una iglesia y gritar aquello tan literario y libertario de “sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios”. Así es este país donde algunos ya han repartido el carné de buenos y malos españoles.
Viñeta: Iñaki y Frenchy