(Publicado en Diario16 el 29 de julio de 2020)
La última ocurrencia de Isabel Díaz Ayuso −crear una “cartilla covid” para tener controlados a los contagiados por la pandemia− ha escandalizado a la comunidad científica y a buena parte de los expertos en Derecho Constitucional. El pasaporte de “curado de pedigrí” no solo será ineficaz desde el punto de vista de la prevención sanitaria y del tratamiento de la enfermedad, sino que además supondrá una aberración desde el punto de vista ético y legal. Es decir, abrirá una peligrosa puerta a la estigmatización de los pacientes y a la creación de una sociedad racista, no ya por el color de la piel, sino por la calidad y pureza de las células y linfocitos.
A la inefable presidenta de la Comunidad de Madrid no se le suele ocurrir nada bueno, pero esta vez ha ido demasiado lejos. Quizá el virus está produciendo extraños efectos adversos en la psique de la primera dama castiza, o quizá se esté agudizando su trastorno de ideología ultraconservadora hasta derivarla hacia propuestas propias de estados totalitarios. Es lo que tiene no mantener la distancia de seguridad con la extrema derecha, que al final, de una manera u otra, se acaba pillando el virus del fascismo.
Hay que tener muy buena intención y muy buena fe para no ver en esa “cartilla covid-19” que Ayuso nos está poniendo encima de la mesa una reedición de aquellos viejos documentos con los que los Estados fascistas del siglo XX controlaban no solo el origen y la procedencia de las personas, sino su adscripción a un grupo étnico determinado, su condición sexual y su situación penitenciaria. Las cartillas, sean de racionamiento, sanitarias o de cualquier otro tipo, las carga el diablo. Siempre fueron instrumentos de control del poder, grilletes de papel con los que los gobiernos amordazaban a las gentes. Hoy, en pleno siglo XXI, parecían superadas y habían quedado como piezas de museo. Pero por lo visto hay quien piensa implantarlas de nuevo aprovechando el auge de los populismos de extrema derecha y la ola de pánico que la propia pandemia ha desatado en la población. El coronavirus está fabricando sociedades dominadas por el miedo y la obsesión con la seguridad, un escenario perfecto para que los nostálgicos de los Estados totalitarios, entre los que parece encontrarse Ayuso, recuperen sus viejas armas y artefactos burocráticos de control policial.
El gran problema de la presidenta de la Comunidad de Madrid es que no ha leído a los clásicos distópicos que advierten de siniestros proyectos como el suyo. Huxley, Bradbury, K. Dick… Si se hubiera empapado bien de 1984, la magnífica novela de Orwell en la que se describen, punto por punto y con sumo detalle, todos y cada uno de los mecanismos de control del Estado totalitario, no habría salido ayer, tan alegremente, a proponer esa escalofriante cartilla propia del nazismo. No calibró bien las consecuencias de su tarjetita inmunológica y se lanzó a la rueda de prensa convencida de que todos la aplaudirían esta vez al haber encontrado la solución mágica a la pandemia, la piedra de roseta para desactivar el virus. Lo que ningún laboratorio del mundo ha logrado hasta el momento, frenar el covid-19, lo iba a hacer una niña de Chamberí con un pasaporte sanitario similar al carné joven. Qué chiquilla tan imaginativa. En ningún momento fue consciente de la aberración que estaba sugiriendo, a fin de cuentas a ella la contrataron para gestionar la cuenta de Twitter del perro Pecas, no para salvar a la humanidad. Fue entonces cuando los periodistas olieron el rastro de la sangre y del titular fuerte, se frotaron los ojos y empezaron a preguntarse: ¿Pero qué demonios está diciendo esta señora? ¿Una chapa colgada en el cuello de los infectados, como en los campos de concentración del Tercer Reich? ¿Un número tatuado en el cuello, como en los gulags soviéticos?
Como no podía ser de otra manera, a los cinco minutos de su rueda de prensa eminentes juristas salían al paso para enmendarle la plana y le recordaban que la Constitución Española prohíbe el uso y tráfico de datos privados que tengan que ver con la salud de las personas o con otras cuestiones como la orientación sexual, la ideología política o las creencias religiosas. Los expertos le advirtieron de que la famosa cartilla sería el primer paso para una peligrosa discriminación social entre individuos inmunes y contagiados, entre vigorosos y griposos, consumándose así la distopía más perfecta y macabra que pudiera imaginar el mejor novelista de ciencia ficción. Piénsese por ejemplo en las repercusiones que tendrá el “pasaporte covid” cuando un enfermo sin el papelamen se vea en la necesidad de pedir trabajo a una empresa pública o privada. La víctima estará condenada al paro perpetuo sin remedio, de tal forma que habremos instaurado una sociedad desigual, dividida por castas epidemiológicas, discriminatoria a todas luces por razones médicas. Un mundo donde los individuos sanos tendrán todas las oportunidades mientras los enfermos estarán abocados al gueto epidémico. Un mundo basado en un sistema de apartheid por razones de supuesta prevención sanitaria donde los pacientes de coronavirus no podrán entrar en bares, cines o teatros; donde habrá autobuses para sanos y contagiados; donde la escuela estará vetada a los niños portadores del germen. Un mundo, en definitiva, donde la policía podrá detener a un infectado y conducirlo a Comisaría por razones preventivas y de seguridad nacional. Una maldita locura.
Todo ese sórdido y terrorífico universo se esconde detrás de la inocente cartillita de Díaz Ayuso. Ningún organismo oficial, ni la OMS, ni la UE, ni los tribunales internacionales de Justicia avalarán nunca tal monstruosidad porque sería sencillamente el final de la civilización humana tal como la entendemos hoy en día. Pero qué sabe Isabelita de todas esas disquisiciones metafísicas y discursos democráticos propios de vejestorios políticos e intelectuales pasados de moda de la Era Precovid. Ella ya tiene bastante con salir mona y con cara de virgen casta y pura en las entrevistas de los periódicos afines al Movimiento.
Viñeta: Igepzio
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