lunes, 10 de agosto de 2020

MÉDICOS Y CAMAREROS

(Publicado en Diario16 el 30 de julio de 2020)

La Sanidad pública de Díaz Ayuso es una auténtica ruina. A la rebelión de los médicos de Atención Primaria –que le han dado un ultimátum a la presidenta del Gobierno regional madrileño para que refuerce las plantillas de cara al próximo otoño, cuando una segunda oleada de la pandemia será inevitable– se une el estado de agotamiento en el que se encuentran los profesionales tras meses de trabajo extenuante y los bajos salarios que perciben, sobre todo los más jóvenes.

Preocupa especialmente la endémica precarización de los MIR, los médicos internos residentes que empiezan su carrera en los hospitales públicos y que están siendo explotados a conciencia en turnos de guardia interminables. En los peores días de la pandemia, cuando los pacientes morían en los pasillos de las Urgencias sin poder ser atendidos, los MIR se comportaron como auténticos héroes. Muchos de ellos, a pesar de no haber completado sus estudios, se presentaron como voluntarios para pelear contra el covid-19 en la primera línea de combate: el improvisado hospital de Ifema. Se les pidió que se comportaran como médicos con veinte años de experiencia  profesional, se les arrojó a las consultas sin equipos adecuados y se les exprimió todo el jugo posible en contra de la legislación laboral. Ellos, por su parte, respondieron dejándose la piel. Decenas cayeron contagiados pero con su esfuerzo y valentía ayudaron a salvar miles de vidas. Hoy se sienten abandonados por la Administración regional, al igual que sus compañeros más veteranos. No solo no se les asegura un contrato fijo y un futuro medianamente estable ante el segundo virulento rebrote que se prevé para el mes de octubre, sino que buena parte de ellos han vuelto al dique seco. Ayuso los ha utilizado cuando los necesitaba y después los ha dejado en la estacada, como suele hacer todo buen neoliberal que antepone el valor del dinero a los valores humanos.

Hace solo unos días, más de 2.000 jóvenes MIR se manifestaban ante los centros sanitarios para “decir basta ya a los sueldos precarios, a ser mano de obra barata para los hospitales y la Atención Primaria en vez de ser personal en formación, a cargar con responsabilidades que superan sus competencias”. La situación que sufren es tan sangrante que el sueldo de residente de primer año apenas roza los mil euros mensuales, un salario a la altura de oficios como el de camarero. “La carrera, la especialización, seis años de estudio, las prácticas en hospitales y todo para terminar cobrando 960 euros. Así no se puede vivir en Madrid”, asegura un joven médico movilizado en defensa de sus derechos. 

Para tratar de apaciguar la rebelión, Díaz Ayuso ha enviado a las trincheras a su consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, que tiene la difícil misión de capear el temporal y tranquilizar los ánimos. En declaraciones a La Sexta, Ruiz Escudero ha dicho estar dispuesto a “negociar y a valorar las reivindicaciones”, pero aconseja a los jóvenes médicos huelguistas que se dirijan a la ventanilla del Gobierno central, ya que “son parte del convenio colectivo a nivel nacional”. Las palabras del titular regional de Sanidad tuvieron inmediata respuesta por parte de los profesionales de la Medicina: “Es falso. Lo que dijo el consejero sobre trasladar al Ministerio de Sanidad las peticiones de los MIR es una forma de echar balones fuera. Las comunidades sí tienen competencias y así está regulado en el real decreto sobre los facultativos residentes”, asegura Tomás Toranzo, presidente de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos. Es cierto que ese real decreto regula los sueldos de los médicos, pero deja amplio margen de libertad a cada Gobierno regional para que fije sus propias tablas salariales. “Aunque no se puede modificar el salario base, sí se puede aumentar el precio por hora de guardia, aumentar los complementos autonómicos, poner nuevos, reorganizar libranzas, descansos, rotaciones, bajas, tocar las pagas extras… Las competencias son enormes”, insiste Toranzo.

Las coartadas de Ayuso y su consejero caen por su propio peso. Las comunidades autónomas están perfectamente capacitadas para mejorar los salarios de los profesionales que trabajan en los distintos servicios regionales, ya que las competencias están transferidas. De no ser así, los Gobiernos autonómicos no tendrían razón de ser, quedarían como una inútil burocracia más y Díaz Ayuso sería poco menos que un figurín con muy buen sueldo para las portadas de las revistas.

Ahora bien, ¿por qué esas diferencias retributivas entre unos territorios y otros, por qué Madrid es la región que peor paga a sus profesionales de la Sanidad pública? Sin duda, la causa de la nefasta precarización que padece el personal contratado –y que no solo afecta a los hospitales sino también a las residencias de ancianos–, hay que buscarla en los años de políticas privatizadoras impulsadas por los diferentes gobiernos del PP, entre ellos el de Esperanza Aguirre, predecesora de la actual presidenta. Si Díaz Ayuso no mejora las condiciones económicas de sus médicos y enfermeras es sencillamente porque no considera oportuno hacerlo y porque no cree en la Sanidad pública. El PP es un partido que se deja seducir por lo privado mientras abandona un Estado de Bienestar que para ellos es un engorro y además no da dinero porque no es negocio. La pésima Sanidad que sufren los madrileños no nace de la nada: es el resultado de una filosofía política concreta y de una forma de entender la vida que consiste en que cada cual se pague su médico con arreglo a sus posibilidades económicas. Es el modelo Trump, hacia el que peligrosamente se va deslizando, cada vez más, la presidenta regional. Por eso la polémica delfina de Pablo Casado invierte en curas y capellanes que den la extremaunción a los pacientes del covid en lugar de en rastreadores que sigan la pista de los contagiados. Por eso se saca de la manga una tarjeta, pasaporte, cartilla o como quiera que se llame ese engendro que ayudará a discriminar entre madrileños sanos y enfermos. Será una forma de concentrar los esfuerzos en salvar a aquellos que tienen posibles mientras los pobres son atendidos por los médicos deprimidos, mal pagados y abandonados a su suerte en el gueto de Vallecas.

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

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