(Publicado en Diario16 el 20 de agosto de 2020)
Padres de alumnos se quejan a las diferentes administraciones públicas de que a pocos días para la “vuelta al cole” no existen protocolos sanitarios de prevención para proteger a los niños contra el coronavirus. A su vez, el presidente de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, José Manuel Ramírez, denuncia el “caos” en la tramitación de las solicitudes del ingreso mínimo vital, que considera un “desastre”, y pide que se simplifiquen los trámites. Mientras tanto, las ayudas a autónomos y pymes siguen llegando con cuentagotas por falta del personal necesario para gestionar el papeleo. Son solo algunos ejemplos de que la burocracia ha colapsado y el Estado de Bienestar está haciendo aguas peligrosamente.
La propagación del virus ha desbordado a todas las administraciones, la autonómica y la central, las del PSOE y las del PP, sin que nadie parezca querer tomar las riendas. Hoy más que nunca hacen falta liderazgos, personas que se remanguen y se pongan al frente de la crisis. En medio de una guerra, y esto es lo más parecido a una contienda bélica que el ser humano ha vivido desde 1945, las sociedades necesitan de personajes y figuras que destaquen por encima de los demás en inteligencia, lucidez, capacidad de trabajo y valor. Hoy el virus sigue avanzando descontrolado en todo el país y lo que tenemos son 17 comunidades autónomas compitiendo unas con otras y haciendo la guerra por su cuenta. Una vez más, la mala política se está imponiendo a la ciencia. La burocracia, ese mal tan español, a la realidad. El virus no entiende de fronteras regionales y hoy está en Aragón y mañana en Cataluña o en el País Vasco. Es indudable que hace falta mucha más coordinación y menos desconfianza entre territorios, más médicos y menos tecnócratas, más dinero e inversión y menos debates estériles. En definitiva, más Estado. El curso escolar se acerca y cada región prepara sus propios planes sanitarios, que por cierto ya van con retraso, tal como denuncian los preocupados padres de los alumnos. De nada servirá que Núñez Feijóo haga un papel estupendo en la gestión de la pandemia si Isabel Díaz Ayuso vuelve a fracasar con sus singulares y polémicas medidas en Madrid. El virus se seguirá expandiendo y el país no levantará cabeza.
Cada día que pasa se hace más necesaria una actuación conjunta. El Estado debe invertir en la contratación de más rastreadores para seguir la pista de supuestos contagiados y no lo ha hecho; el Estado debería haber contratado ya a más médicos y enfermeras de cara a la nueva oleada que se prevé para otoño y no lo ha hecho; el Estado debería haber aumentado las plantillas de profesores y sanitarios en las aulas y no lo está haciendo. Seis meses después del estallido de la pandemia, el personal hospitalario todavía no cuenta con los medios humanos y materiales necesarios para hacer frente al coronavirus. En algunas provincias incluso han tenido que ir a la huelga porque la Administración no les hace caso. Hablamos de trabajadores agotados y mal pagados que se sienten abandonados por sus gobiernos. Por no tocar el surrealista asunto de la sofisticada aplicación para teléfonos móviles que está preparada para rastrear contagios pero que a fecha de hoy resulta inservible por falta de coordinación en los bancos de datos o el grave problema de los mayores que viven en los geriátricos y que ven con auténtico pavor cómo se acerca el otoño sin que nada sustancial haya cambiado. ¿Para cuándo el tantas veces anunciado gran pacto por la Sanidad pública y la Atención Primaria que implique a toda la sociedad, por encima de estúpidas ideologías y trifulcas cainitas, en la lucha contra la enfermedad?
Todo está por hacer mientras los demás países de nuestro entorno europeo nos llevan la delantera una vez más, tal como ocurrió en épocas pasadas a lo largo de nuestra triste historia. Si no superamos la pandemia con unidad, como tribu que se ve amenazada por un terrible y poderoso enemigo exterior, estamos perdidos. Nos veremos abocados a un nuevo confinamiento, al caos y a la ruina económica definitiva. España no puede pretender que mamá Bruselas venga de nuevo a resolvernos la papeleta con el maná gratuito de los millones caídos del cielo. Los gobiernos, todos los gobiernos sin distinción, el central y los autonómicos, deben ponerse las pilas de una vez por todas. España está haciendo muchas cosas mal en esta crisis sanitaria. Quizá demasiadas. En enero cabía la justificación de que el covid-19 nos había cogido desprevenidos pero esa excusa ya no sirve. Hemos tenido medio año para reaccionar y anticiparnos al ente maligno y sin embargo cunde la sensación de ineficacia, de improvisación, de derrota. Ya sabemos muchas cosas sobre el virus, cómo se propaga y cómo no, cómo ataca al sistema inmunitario de las personas, cómo prevenirlo. Sabemos que las grandes aglomeraciones ciudadanas, manifestaciones callejeras y fiestas privadas son auténticas bombas contagiosas. ¿Por qué no se prohíben bajo advertencia de fuertes sanciones, multas e incluso procesos judiciales por graves delitos? ¿Por qué le cuesta tanto a este Gobierno actuar con mano dura contra los comportamientos de los irresponsables, negacionistas, gamberros y suicidas sin mascarilla que ponen en riesgo la salud de la población? Basta ya de complejos históricos timoratos. La Policía, la Guardia Civil y hasta el Ejército están para ser utilizados y si es preciso ponerlos a patrullar las calles contra los agitadores sociales y terroristas sanitarios hágase. Es preciso terminar cuanto antes con esa imagen de república bananera, de país sumido en la anarquía y en el cachondeo que algunos pretenden transmitir a la sociedad con el fin de derrocar al Gobierno. España es un Estado fuerte con instituciones mucho más sólidas y asentadas de lo que algunos pretenden hacernos creer. Pongámoslas en marcha ya sin más demora. La cosa es seria, no una simple gripecita otoñal, y puede serlo todavía más. Hoy más que nunca, señor Sánchez, tome el timón sin timideces para evitar el sindiós. La inmensa mayoría de los españoles se lo está pidiendo y hasta implorando.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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