(Publicado en Diario16 el 1 de agosto de 2020)
Juan Carlos I se resiste a abandonar Zarzuela y no quiere ni oír hablar de renunciar al título de rey emérito de España que cree le corresponde por legítimo derecho pese a las supuestas trapacerías y negocios que le imputa la prensa. El orgullo del patriarca, una simple cuestión de honor, es la causa de que se esté retrasando su salida de palacio, una medida que hace solo unos días parecía definitivamente pactada por el Gobierno y la Casa Real. La cuestión es que la negativa del anciano monarca a someterse al exilio (dorado o más bien sombrío) –algo que él considera una humillación denigrante tras 40 años de reinado–, está generando problemas y distorsiones en el seno del Gobierno de coalición.
Pedro Sánchez se ha encontrado con una patata caliente inesperada en medio de la pandemia y podría decirse que se encuentra atrapado entre dos fuegos: por un lado los ministros de Unidas Podemos, que presionan con fuerza para que la medida se lleve a cabo cuando antes, ya que el goteo incesante de escándalos y noticias sobre el patrimonio oculto del emérito es ya insoportable para la formación morada; por otro el malestar de ciertos barones nostálgicos del PSOE, a los que les duele el destierro de Juan Carlos I de Zarzuela, mostrándose como los más fieles y fervorosos monárquicos. El emérito sigue teniendo buenos amigos entre las filas socialistas, de hecho el periodista de asuntos dinásticos Jaime Peñafiel ha revelado en las últimas horas que un conocido alto cargo de Felipe González de los año 90 ayudó al rey a traer el dinero de Suiza después de que el siempre sabio y templado Sabino Fernández Campo, secretario y tutor de la Casa Real, le prohibiera taxativamente tocar uno solo de aquellos maletines delictivos. “Sabino lo sabía y no le gustaba. Como su secretario no lo ayudaba, Juan Carlos buscó colaboración en un dirigente socialista. Mi respeto por el que fuera jefe de Su Casa, que va más allá de su muerte y me impide dar el nombre del político del PSOE que le solucionó el problema de los dineros suizos”, afirma Peñafiel.
Aunque conviene no olvidar que el Consejo de Ministros tiene plenas competencias para emitir un real decreto que retiraría el título de rey emérito al primero de los borbones como paso previo a su salida del país, parece improbable que el PSOE se atreva a tanto, ya que entonces la extrema derecha montaría un 36 y con el coronavirus rebrotando con fuerza no está el país para andar jugando a los guerracivilismos. En cualquier caso, llama la atención la lentitud con la que se está llevando el proceso. Si hace solo unos meses sacar la momia de Franco del Valle de los Caídos parecía misión imposible para el Gobierno de coalición, hoy Sánchez se ha encontrado con otro inquilino de difícil desalojo. Es como si el destino hubiese deparado al PSOE la espinosa y dura tarea de desahuciar de sus últimas moradas a ex jefes del Estado, ya sean vivos o muertos. Sea como fuere, Don Juan Carlos ya ha dicho que no se va, que no lo sacan de palacio ni con la Guardia Civil, aunque al ritmo que avanzan las investigaciones del fiscal suizo Yves Bertossa no se descarta que la Benemérita tenga que intervenir en cualquier momento en algún registro por sorpresa, ya que según ha confesado Corinna Larsen “el dinero está en Zarzuela”. La empresaria alemana ha asegurado que el rey emérito traía dinero a espuertas de los países árabes y luego lo contaba todo, billete a billete, en una máquina que lo ponía a cien, como un niño con un juguete nuevo.
Por otra parte, que Juan Carlos se resista a salir de su casa es un sentimiento normal en cualquier ser humano. A nadie le gusta que lo pongan de patitas en la calle y menos que lo larguen de la vivienda que ha ocupado durante cuatro décadas. No es fácil digerir que a uno lo tachen de okupa, como hace Santiago Abascal con Pedro Sánchez todo el rato. Por eso no extrañaría que el emérito terminara como Manolo, aquel personaje moroso de 13 Rue del Percebe que se atrincheraba en su buhardilla, con todo tipo de artilugios defensivos y triquiñuelas, ante la llegada de los resignados acreedores que nunca podían hacer efectivo el cobro de las letras impagadas. Manolo era capaz de todo para que no lo limpiaran de su vivienda, desde apuntar a la puerta con un potente cañón hasta instalar una alambrada electrificada que ni el muro de Trump. Al igual que el personaje del genial Ibáñez se aferraba a su derecho a quedarse, el rey emérito abraza también esa filosofía del no pagar lo que uno considera indebido. El rey emérito está convencido de que fue un héroe que devolvió a España la democracia, de modo que las comisiones, las cuentas suizas, los paraísos fiscales y las sociedades offshore son solo el precio final, la minuta de liquidación, el finiquito que los españoles deben consentirle, aunque solo sea como favor por los servicios prestados.
Está visto que al viejo Borbón no lo saca de Zarzuela ni su hijo Felipe y si es preciso se acantona con la Guardia Real y con su camarilla de fieles, entre ellos Espinosa de los Monteros, que parece estar dispuesto a dar la vida por la Monarquía si es preciso. Cualquiera que lo conozca sabrá que el emérito es un duro que soportó muchas penurias en la Transición y tuvo que lidiar con peligrosos legionarios y chusqueros golpistas. No va a dejarse amilanar ahora por un presidente guaperas y cuatro bolivarianos que no habían nacido cuando el tejerazo del 23F. De Zarzuela no lo mueve ni Dios. Desenvainará la muleta esperando a sus enemigos, se aferrará al trono regio y al grito de No pasarán y el Resistiré del Dúo Dinámico, el cetro en una mano y la corona en la otra, venderá cara la piel del oso. Aunque, bien mirado, en este caso el depredador de Botsuana será la presa. Cazador cazado.
Viñeta: Igepzio
No hay comentarios:
Publicar un comentario