(Publicado en Diario16 el 12 de agosto de 2020)
Vox ya se ha personado como acusación particular en la investigación abierta por el juez de Madrid que indaga en la financiación y contabilidad de Unidas Podemos. Ya tardaba en aparecer el Gran Inquisidor, el Torquemada nacionalcatolicista cuya primera y casi única misión en la política española es garantizar la continuidad del franquismo sociológico, proteger los privilegios de las élites económicas y financieras y evitar que el socialismo real pueda llegar algún día al poder. La participación de los abogados de Vox en el juicio contra los políticos del procés ya fue bochornosa para la Justicia española por lo que tuvo de contaminación, parcialidad, judicialización de la política y caza de brujas contra el demonio indepe.
De un tiempo a esta parte, cada vez que se organiza algún montaje o persecución cloaquera contra Unidas Podemos allí está el partido de Santiago Abascal, en primera línea de combate judicial, impulsando la investigación, aprovechando los resquicios legales para hacer política desde los tribunales, tomándose el asunto con más interés que el propio juez. La personación de los ultras en el “caso Calvente” era algo que se esperaba y se temía en el partido de Iglesias. Hace unos días, Abascal anunciaba su intención de promover una moción de censura contra el Gobierno de coalición a la vuelta de las vacaciones pero faltaba la pieza clave del puzle: un escándalo repentino que a la extrema derecha le viene como anillo al dedo en sus planes de desestabilización del país. Ahora el Caudillo de Bilbao ya tiene su nuevo juguete y se frota las manos imaginándose las manifestaciones que piensa convocar en lo que él mismo ha calificado como “otoño caliente”. La investigación que está instruyendo el magistrado Juan José Escalonilla tras la denuncia interpuesta por el abogado despedido de Podemos José Manuel Calvente es el mejor combustible para calentar a las masas y avivar el incendio en las calles en el peor momento, justo cuando la ruina económica del coronavirus hace mella en la población asustada, indignada y pobre.
La bomba con temporizador para Podemos −y de paso para Pedro Sánchez, ya que aquí se trata de matar dos pájaros de un tiro− está activada y es de un diseño casi perfecto. El juez instructor ha fijado el 20 de noviembre, día de homenaje y liturgia franquista (oh, casualidad), para tomar declaración a los tres cargos imputados de Unidas Podemos: Juan Manuel del Olmo, secretario de Comunicación y responsable de las campañas electorales; Daniel de Frutos, tesorero; y Rocío Esther Val, gerente de la formación morada. Ver desfilar por el juzgado a los peligrosos comunistas bolivarianos por un supuesto caso de corrupción en la fecha del año que más pone a las derechas españolas no deja de tener su morbo y hará babear de gusto al votante reaccionario. Pero más allá de eso, llama la atención que el juez haya pospuesto las declaraciones de los personajes afectados por esta truculenta historia hasta dentro de tres meses o incluso más. Agosto es un mes inhábil en el que se paraliza la actividad judicial, no se mueve un papel, pero lo lógico hubiese sido arrancar con las declaraciones en septiembre, ya que estamos hablando de un caso prioritario y urgente que afecta de lleno a la credibilidad del Gobierno de coalición, es decir, al futuro inmediato del país. Fiarlo tan lejos, aparcar las comparecencias hasta tan tarde (en el mes de diciembre los imputados todavía seguirán bajo sospecha) beneficiará a los planes de las derechas, que podrán seguir haciendo campaña de cara a su moción de censura y una refriega permanente que sin duda erosionará al Ejecutivo Sánchez.
Preparémonos por tanto para asistir a los habituales titulares ácidos y corrosivos de la prensa del Movimiento, al rosario de declaraciones constantes, injurias y calumnias gratuitas de los mamporreros e incendiarios sin filtro y sin control y a la batería de insultos de Pablo Casado desde la tribuna de las Cortes. El guion es impecable, una emboscada de manual: caña en las calles y máxima presión en el Parlamento. La tormenta perfecta que están preparando PP y Vox amenaza con convertirse en una escalada de tensión y crispación como nunca antes se había vivido en España y que, cómo no, tendrá su éxtasis final en la votación de la moción de censura del Congreso de los Diputados. Abascal intenta convencer a Casado para que vote a favor de esa moción y aunque de momento el presidente popular mantiene que el PP no está por la labor de apoyar una iniciativa abocada al fracaso y que reforzaría al gabinete socialista, podría subirse a ese tren finalmente. El caramelito es demasiado goloso como para dejarlo pasar y la tentación de vendetta de la moción de censura que descabalgó a Mariano Rajoy en 2018 (la venganza es un plato que se sirve frío, no lo olvidemos) es fuerte.
No hace falta ser un avezado analista político para entender que una
abstención de Casado mientras Abascal aprieta el acelerador para
derrocar al “okupa Sánchez” y al Pablo Iglesias de la caja B volverá a
dejar al PP como “derechita cobarde”, y ya se sabe que no hay nada que
dé más miedo al líder de Génova 13 que ver cómo su
competidor le va comiendo la tostada por la derecha. No sería por tanto
de extrañar que el bloque conservador vote en última instancia en
comandita para escenificar su unidad de acción. Aunque la moción de
censura no sea más que un paripé, una puesta en escena, un teatrillo que
está perdido de antemano.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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