(Publicado en Diario16 el 17 de agosto de 2020)
El delegado del Gobierno en Madrid ha calificado de “descerebradas” a las personas que participaron en la manifestación de ayer en la Plaza de Colón saltándose las más elementales medidas de prevención establecidas contra el coronavirus. “Lo que ha pasado es gravísimo, hay al menos 30 denuncias, y no va a salir gratis”, asegura José Manuel Franco. Ya tardaban las autoridades en tomar cartas en el asunto contra los anarco-populistas, libertarios de extrema derecha y negacionistas en general que ponen en peligro la salud pública y la estabilidad de la democracia en nuestro país. Si irresponsable ha sido que cientos de personas salgan a la calle sin respetar las medidas de seguridad, intercambiando fluidos orales letales y mortales gotitas de Flügge que se expelen al respirar y toser, más criticable aún es que el Gobierno haya autorizado semejante concentración de los ejércitos de la ignorancia. Por encima del derecho a la reunión y manifestación está el derecho a la salud y a la vida y es preciso frenar cuanto antes esta kamikaze corriente social impulsada por homicidas pandémicos, fanáticos medievales y talibanes de la ideología reaccionaria que en lugar de emplear chalecos bomba para matar gente lo hacen a golpe de salivazo, tos y estornudo. Aunque quizá, bien mirado, lo mejor que se puede hacer con ellos es dejarlos que se contagien unos a otros y que la selección natural −que siempre distingue a los más tontos de los más astutos e inteligentes−, vaya haciendo su trabajo.
Fue Spengler quien proclamó aquello de que Occidente se encuentra en la etapa final de decadencia y vaticinó que nuestra cultura entrará en un estadio de pre-extinción anterior a la aparición de un “cesarismo” totalitario. Por lo visto ese momento ya ha llegado. Las imágenes de centenares de cabezas huecas protestando contra el uso de la mascarilla obligatoria porque supone un supuesto “recorte” a las libertades resultan espeluznantes. Como surrealista es escuchar a todo ese mundo hortera, rancio y friqui −alentado por la extrema derecha populista− gritar “queremos ver el virus”. En realidad, sería imposible organizar una jornada de puertas abiertas para que los escépticos e incrédulos salieran de dudas en el CSIC: no habría microscopios suficientes para tanto majadero y terminarían colapsando los laboratorios.
No resulta sencillo explicar lo que está ocurriendo en las sociedades contemporáneas ni de dónde demonios ha salido un fenómeno tan peligroso como el negacionismo, que amenaza con gangrenar el sistema. Vamos a necesitar de los mejores sociólogos, filósofos y psicólogos para desentrañar las causas profundas de una enfermedad social que provoca que un señor (o una señora), hasta hoy cuerdo y sensato, salga a la calle un tranquilo domingo de verano −entre banderas, gorras, silbatos y frívolas sonrisas−, para protestar contra una supuesta conjura internacional que solo está en su delirante imaginación, exponiéndose alegremente a la infección de un virus mortal y asumiendo que va a transmitir el mal a sus paisanos.
El hecho es complejo, una mezcla de irracionalismo, nihilismo existencial, tendencias conspiranoicas y suicidas, analfabetismo integral y cierta dosis nada desdeñable de fascismo debidamente mutado, tuneado y propagado a tuits como cañonazos. Estamos hablando de personajes que al amparo de movimientos políticos como el “trumpismo” duro norteamericano y el neofalangismo ibérico y casposo de Vox en España (más el poder de influencia de ciertos medios de comunicación cavernarios y algunos chamanes culturales que agitan la desinfomación en las redes sociales como Miguel Bosé o Alfonso Ussía) lo niegan todo. Niegan que la pandemia esté ocurriendo en realidad (lo cual es tanto como negar la ciencia y la medicina); niegan que el Gobierno esté legitimado para tomar medidas para la prevención y control de la enfermedad; y niegan la democracia con todo lo que ello supone. Al fin y al cabo, lo que están negando es la verdad y la realidad misma y el daño que causan en la sociedad empieza a ser irreparable. Cuando hay tipos y tipas que andan por la vida diciendo que solo reconocen el gobierno de los suyos (“yo solo hago lo que me dice mi Santi Abascal”) es que todo está perdido sin remedio.
El virus del bulo, la conspiranoia, la superchería y el fanatismo se extienden como un cáncer por todas partes. Abochorna tener que escuchar en pleno siglo XXI cómo un iluminado grita que quiere ver un virus con sus propios ojos mientras los infectados siguen llegando por miles a los hospitales y centros de salud. Pero es lo que hay. Han sido demasiados años de dejación de funciones, demasiados años de gobiernos corruptos e inútiles que han fomentado una educación de baja calidad donde la filosofía era anulada sistemáticamente y donde la ciencia era una maría en los planes de estudio. Demasiados años de programas en la televisión basura que como armas de destrucción masiva achicharraban las neuronas del personal y propagaban la estulticia, los valores del dinero y la fama y la desinformación hasta aniquilar todo rastro de cultura y humanismo. Demasiados años de tolerancia con movimientos políticos y sociales antidemocráticos, nostálgicos y revisionistas de la historia que se han ido enquistando y que ahora se aprovechan de la necedad del inculto que nunca ha leído un libro, del fanatismo del crédulo religioso y del odio y la rabia contra el sistema del desesperado y el revanchista. Todo ello, sin duda, para tratar de llegar al poder e imponer el oscuro y macabro programa de la estupidez y el elitismo totalitario de las clases dominantes.
Ahora que el mal ya está hecho se quiere frenar el terremoto con unas
cuantas multas contra unos manifestantes domingueros que nadie pagará.
El desastre cultural de Occidente que han provocado los astrólogos, los
videntes, los clérigos fanatizados, los antivacuna, los terraplanistas,
los parapsicólogos, los negacionistas de la ciencia y de la historia,
los posfascistas y otras especies peligrosas ya no tiene vuelta atrás.
El mundo de hoy pertenece a los retóricos y charlatanes que no sabrían
explicar lo que es un átomo o una galaxia; a los proselitistas de la
anticultura y la antidemocracia que se han apoderado de las redes
sociales con sus discursos simplones y sus burdas faltas de ortografía; a
los influencers que proyectan su burricie infantiloide sin ningún rubor entre anuncios de perfumes y maquillajes que lo petan en Youtube;
y a los “cacerolos” y “borjamaris” que cada día se suman en mayor
cantidad, como una legión de descerebrados imparables, al gran
movimiento irracional y conspiranoico contra un Gobierno que ya nada
puede hacer contra una terrorífica distopía sin control. Una pesadilla
que, como en las mejores novelas de ciencia ficción, ha terminado por
hacerse realidad e implantar su lodazal de incultura, griterío,
fanatismo y odio. Spengler tenía razón. La decadencia de Occidente ya
está aquí.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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