viernes, 21 de mayo de 2021

EL VIRUS DERROTADO

(Publicado en Diario16 el 21 de mayo de 2021)

Le guste o no al resentido Pablo Casado, el Gobierno Sánchez va camino de vencer a la pandemia. Aunque parezca un milagro, la promesa del presidente de lograr la inmunidad de rebaño a corto plazo, probablemente este verano, está a un paso de hacerse realidad. Todos los datos coronavíricos son positivos. La cifra de muertos cae notablemente hasta las 33 defunciones y las UCI de los hospitales vuelven a estar por debajo del cinco por ciento de ocupación, un inmenso balón de oxígeno no solo para el maltrecho sistema público de salud (que ha estado al borde del colapso) sino también para el personal sanitario, nuestros héroes exhaustos a los que le debemos todo.

Tras la peste, el optimismo se abre paso, el escenario de los alegres años veinte que predicen algunos se materializa ante nuestros ojos y se puede empezar a soñar con vivir de nuevo. Ayer mismo se alcanzó un nuevo récord de vacunados (medio millón de personas más inmunizadas) y la cifra total de españoles que ya tienen al menos una dosis en su cuerpo ronda los 16 millones (uno de cada tres). Por si fuera poco, los científicos concluyen que todas las vacunas son eficaces contra las diversas mutaciones, incluso la mortífera variante india, que se coge al vuelo y mata por miles. Todo son buenas noticias.

Lo que parecía una quimera hace solo un par de meses (dejar atrás la pesadilla, pasar la página más negra desde la Guerra Civil y volver a algo muy parecido a la normalidad de antes) está cada vez más cerca. Si logramos el objetivo de inmunizar a la mayor parte de la población española, los británicos levantarán el semáforo rojo a nuestro país, de tal manera que la campaña turística promete ser fructífera, disparando el crecimiento económico. Salvo infortunio, nuestro moribundo PIB despegará como un tiro en forma de uve simétrica. Ese será el momento de brindar con champán y de darle una patada a la mascarilla, aunque siendo justos habrá que ir pensando en levantar monumentos en nuestras ciudades a ese trozo de tela que tantas vidas ha salvado.

Por supuesto, pese a la evidente mejoría, la crisis seguirá estando ahí durante algunos años más, pero al menos el país habrá superado el horror y empezará a encarar el futuro con confianza. Sánchez ya ha captado cuáles son los nuevos signos de los tiempos. Con todas las cautelas sanitarias, la pandemia ya es historia y toca reconstruir el país. La consigna de Moncloa es vender vitalidad, energía, futuro, optimismo.

En esa estrategia política cabe incluir el plan España 2050, un pantallazo propagandístico a todas luces, pero sin duda un punto de arranque imprescindible a la hora de emprender la ardua tarea. Ciertamente ningún español en sus cabales está pensando en lo que será de él a mediados de este siglo, cuando todos estemos calvos, sino más bien en cómo pagar las facturas del mes que viene. Pero el New Deal sanchista tiene algo bueno: por primera vez en mucho tiempo, quizá en siglos, España cuenta con una hoja de ruta a largo plazo, un guion, un proyecto real de reformas.

Cualquier país que pretenda afrontar la salida de la crisis sin una hoja de ruta que contemple la reconversión hacia una economía limpia y sostenible y el fortalecimiento del Estado de bienestar (sanidad, medicina, educación, investigación científica y escudo social) estará condenado a seguir embarrancando entre los escollos. Desde ese punto de vista, el plan 2050 es mucho más que publicidad gubernamental: contribuye a transmitir a la sociedad española la sensación de que el país está en marcha, con el consiguiente chute de esperanza y euforia.     

A estas alturas de la pandemia, ya sabemos que de esta crisis no saldremos más fuertes ni mejores. Pero sí al menos con más experiencia sobre lo que tenemos que hacer para afrontar el nuevo mundo de las pandemias que se nos viene encima. Otros virus vendrán que bueno harán al covid-19 y debemos estar preparados. Habrá que invertir mucho más en investigación, desarrollo y tecnología; será necesario reforzar la sanidad; y redoblar esfuerzos en la escuela pública. Si algo se ha demostrado es que la demagogia neoliberal ayusista puede servir para ganar elecciones porque moviliza el voto del miedo, el hartazgo, el nihilismo negacionista y la fatiga pandémica, pero es un lastre cuando llueve del cielo una calamidad global que exige un Estado de bienestar fuerte y preparado.

Aunque todavía no ha llegado el momento de pasar facturas políticas (el bicho sigue ahí), conviene ir incidiendo en el papel que ha jugado cada cual y cómo nuestros padres de la patria se han retratado para la historia en este sindiós que empezó allá por marzo de 2020. De Pablo Casado, un suponer, quedará para la posteridad su triste lata de gasolina con la que ha ido avivando un poco más el dramático incendio de España. Una lata herrumbrosa, una lata que por su insignificancia histórica no da ni para el museo de cera, un auténtico latazo inservible el que nos ha estado dando el líder de la oposición. El nuevo Cánovas del Castillo, tal como lo definió el desertado Pablo Iglesias, no será recordado precisamente por su grandeza, su generosidad, su altura de miras y su sentido de Estado.

Santiago Abascal, por su parte, pasará como el gran agitador social que promovió el negacionismo del virus en los peores momentos (recuérdense aquellas manifestaciones de chalados en sus locos cacharros por las calles de Madrid) y también el odio ciego contra el inmigrante estigmatizado como gran culpable de todo, tal como se está comprobando estos días prebélicos en la frontera sur con Marruecos. El árbol podrido del racismo siempre extiende sus raíces en el estiércol de la catástrofe y la miseria.

Del hombre que sueña con ser Caudillo de España por la gracia de Dios algún día solo quedará su dureza extrema y estéril, su fanatismo cainita y su intolerancia. La “guerra cultural” que ofrece a los españoles es puro veneno ideológico, el preludio de más conflictos y desastres. Véase las cosas que va diciendo su acólita Cristina Seguí. Hay que tener la mente muy sucia y enferma para ver un abuso sexual en el fraternal abrazo a un náufrago que acaba de salvar el pellejo. Serán cosas del covid, que por lo visto ha terminado de grillar algunas cabezas. 

Viñeta: Pedro Parrilla  

TRAIDORES

(Publicado en Diario16 el 21 de mayo de 2021)

¿Se puede ser un ferviente patriota español y al mismo tiempo defender a aquellos que están atacando a la patria más allá de nuestras fronteras? Sin ningún problema, de hecho, Vox lo está haciendo con total naturalidad estos días de conflicto territorial con Marruecos a cuenta de la crisis migratoria en Ceuta. Desde su creación, el partido de Santiago Abascal se ha postulado como una especie de sucursal española del trumpismo de nuevo cuño. De hecho, hay quien sostiene que el partido verde no es más que el fruto de los contactos de los nostálgicos ultras ibéricos con el mundillo de Steve Bannon, el estratega político que llevó a la Casa Blanca al magnate neoyorquino.

El propio Abascal no ha escatimado en elogios a la hora de poner por las nubes a su admirado líder yanqui, hoy derrocado por el demócrata Joe Biden. “Nosotros miramos al presidente Trump con mucho respeto, sobre todo porque nos sentimos identificados con el modo con el que se le ha tratado en Estados Unidos y en la prensa mundial (…) Nosotros entendemos que el presidente Trump defiende los intereses de los norteamericanos”, llegó a decir el Caudillo de Bilbao en cierta ocasión.

Hasta ahí todo perfecto. Ahora bien, da la maldita casualidad que detrás de todo el carajal del Tarajal está una polémica decisión del expresidente republicano, que en uno de sus últimos decretos reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental y anunció la normalización de las relaciones diplomáticas del Gobierno de Rabat con Israel. De esta manera, el inquilino de la Casa Blanca fortalecía sus relaciones de amistad con su tradicional aliado marroquí (que se remontan a más de dos siglos) y ponía patas arriba el frágil equilibrio internacional en el Magreb.

La orden de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental choca frontalmente con las resoluciones de la ONU, que cataloga al pueblo saharaui como territorio pendiente de descolonización a la espera de un referéndum de autodeterminación sobre su futuro como nación. Pero no solo eso. Con la firma de ese documento, Trump dio carta de naturaleza a Marruecos para que, si lo estimaba oportuno, arreciara en sus reivindicaciones históricas sobre Ceuta, Melilla y las Islas Canarias. Es decir, fue como si Trump le dijese a Mohamed VI: si tú normalizas relaciones diplomáticas con Israel, yo te doy barra libre y te respaldo hasta las últimas consecuencias en tu estrategia de tensión contra España. Y así ha sido.

Apenas unos días después de que el estado hebrero iniciara su sangrienta y brutal operación de castigo contra los líderes de Hamás y el pueblo palestino, el monarca alauí daba la orden de abrir la puerta de su valla fronteriza, permitiendo una avalancha de miles de inmigrantes desesperados por entrar en España en busca de un futuro mejor en Europa. Con esta maniobra, y sintiéndose arropado por el “amigo americano”, Mohamed VI no hacía sino cobrarse el precio de su inmenso favor a Trump.

Tras desencadenarse el grave conflicto diplomático, el apoyo de la Administración norteamericana al tradicional aliado marroquí, dejando en la estacada a un país de la Unión Europea como España, no se ha hecho esperar. Poco ha importado si Trump ya no está en la Casa Blanca y su puesto lo ocupa el somnoliento Biden. De nada ha servido que nuestro país sea uno de los aliados más importantes de la OTAN. El departamento de Exteriores del presidente demócrata, atado de pies y manos por los pactos y compromisos de Estados Unidos en política internacional (la diplomacia es sagrada para Washington), no ha podido hacer otra cosa que emitir un rutinario comunicado en el que ratifica “la importancia de la sólida relación bilateral y el papel clave de Marruecos en el fomento de la estabilidad en la región”. Pocas veces se ha visto una humillación tan flagrante de la primera potencia del mundo hacia nuestro país.  

Ningún patriota de verdad quedaría indiferente ante semejante afrenta. Ningún auténtico patriota permanecería impasible ante la gravedad de la deslealtad (más bien traición) perpetrada por el bloque yanqui-sionista al servicio de Marruecos. Y por supuesto, ningún patriota se pondría de lado de un Eje del Mal que trabaja para las ambiciones territoriales de un sátrapa como el monarca alauí. Lo normal en cualquier partido español, y más uno del espectro ultranacionalista que dice defender las esencias patrias, habría sido condenar sin paliativos este infame contubernio internacional, esta conspiración en toda regla, esta “marcha negra” contra Ceuta perfectamente orquestada y tramada por la Casa Blanca y el cobarde tirano de Rabat, el mismo que arroja a sus niños al mar como arietes contra España.

Por desgracia, en Vox no son verdaderos patriotas sino una panda de farsantes, actores y figurantes sin ideales a los que el dúo Trump/Bannon remitió un manual de instrucciones del buen trumpista para llegar al poder a cualquier precio, incluso vendiéndose a los enemigos declarados de la patria. Lejos de ponerse en su sitio y cerrar filas con el Gobierno de la nación, Abascal se ha bajado al moro para agitar el odio contra el “mena” entre los vecinos aterrorizados de Ceuta y Melilla y de paso propalar una rabia ciudadana tan injustificada como irracional contra Sánchez.

A toda esa gente, el Caudillo de Bilbao les está contando un cuento trumpista fácil de digerir pero que en nada se ajusta a la realidad. La única y gran verdad, y así lo atestigua la serie de extraños acontecimientos que han ocurrido esta semana de clima casi prebélico, es que los verdaderos enemigos del país no están en Moncloa, ni siquiera en Unidas Podemos, sino en la Casa Blanca, en Wall Street, en Jerusalén y en los suntuosos palacios del dictador de Rabat. Toda esa mafia imperialista que no dudará en acabar con España para defender sus nauseabundos intereses económicos y geoestratégicos y a la que la troupe circense de Vox apoya con una alegría y un entusiasmo que asusta. Se les llena la boca de españolismo pero se alían con los enemigos de la nación. Patriotas de pacotilla.

Viñeta: Artsenal JH

YANKEES GO HOME

(Publicado en Diario16 el 20 de mayo de 2021)

Tal como era de prever, el “amigo americano” se ha puesto de parte de su tradicional aliado Marruecos en el conflicto migratorio que se ha desencadenado en la frontera sur de Ceuta. Ya podemos darnos por muertos y liquidados. Históricamente, de una forma o de otra, los norteamericanos siempre nos la jugaron y esta vez, cuando hay tantas cosas en disputa (geoestrategia, negocios, inversiones, colaboración militar, lucha contra el fundamentalismo yihadista y reconocimiento de Marruecos al estado de Israel), no iba a ser menos.

En las últimas horas, la diplomacia yanqui ha destacado “la importancia de la sólida relación bilateral y el papel clave de Marruecos en el fomento de la estabilidad en la región”. O traducido al román paladino: que le vayan dando a España. De nada han servido las imágenes que han dado la vuelta al mundo de los soldados marroquíes abriendo la verja para dar rienda suelta a la avalancha de inmigrantes sobre la frontera sur española (desatando una crisis migratoria sin precedentes). Cuando ha llegado el momento de posicionarse, Joe Biden, el izquierdista Biden, el progre Biden, ha apostado por mezquinos intereses particulares y no por la razón de la justicia y el derecho internacional.

Ya va siendo hora de que alguien lo diga alto y claro. Desde el hundimiento del Maine, la guerra de Cuba y la pérdida de las colonias de ultramar, USA no ha hecho más que conspirar, intrigar y tratar a España como a un aliado de segunda categoría. Hasta Marruecos, una satrapía infecta que lanza a su gente al mar para que se busque la vida (la mayoría niños), tiene preferencia en la mesa de la Casa Blanca cuando se trata de repartir los mendrugos del nuevo orden mundial.

Todo ello por no hablar del infame posicionamiento de los norteamericanos respecto al régimen de Franco, al que primero planeó derrocar por fascista y después, por necesidades de la Guerra Fría y la lucha contra los soviéticos, acabó reconociendo y apoyando a cambio de la instalación de las bases de Rota y Morón de la Frontera, un elevado peaje por la sumisión que a día de hoy todavía seguimos pagando.

Está claro que de los yanquis no podemos esperar nada. Es bien conocida aquella triste historia de la España de posguerra, analfabeta, paupérrima y en blanco y negro, que en los duros cincuenta esperaba las ayudas de Washington para la reconstrucción de Europa como un maná caído del cielo y que al final tuvo que conformarse con las migajas de siempre. De aquel episodio nos queda una canción, “americanos os recibimos con alegría”, y un peliculón de Berlanga en el que quedó retratada para la posteridad la crueldad supremacista con la que nos trataron nuestros supuestos aliados del otro lado del Atlántico, véase Bienvenido, Mister Marshall.

De una forma o de otra, España siempre se ha comportado ante el rubio gringo como ese pelota sumiso que tan bien interpretaba en los años del landismo el gran José Luis López Vázquez (“póngame a los pies de su señora”) y aunque pocas veces sacamos algo en claro de esa tóxica relación bilateral con los amos del mundo ahí seguimos, dispuestos a prostituirnos con los señores de dólar y de Wall Street, ansiosos por formar parte del selecto club de los aliados calvinistas donde no pintamos nada, resignados a vender lo poco que nos queda ya de orgullo patrio a cambio de la chatarra que no quiere la NASA, unos cuantos botes de leche en polvo y cuatro tanques averiados de mierda.

España insiste una y otra vez en que seamos los mejores nuevos amigos de los estadounidenses, intentamos que se den cuenta de que hemos evolucionado, que ya no somos aquellos europeos bajitos, peludos y ágrafos del NO-DO, lo cual es imposible, ya que siempre estuvimos en el lado equivocado de la historia y al final no recibimos más que el desprecio de los generalotes del Pentágono. Nada de lo que hagamos servirá para que ellos nos quieran y nos respeten, ni siquiera enviándoles a un presidente que es un tonto a las tres para que ponga los pies encima de la mesa del Tío Sam, se fume un puro con el capataz del rancho de Texas y nos meta como lacayos en una guerra ilegítima e inmoral que ni nos va ni nos viene.

Le guste o no a Ansar, de Irak no sacamos ni más petróleo ni más empresas, que eso se lo repartieron todo entre Halliburton y los halcones de Dick Cheney, sino una foto amarillenta en las Azores para el álbum de Génova 13, unas palmaditas en la espalda de Bush Junior y los doscientos muertos de Atocha. Eso sí, por un instante salimos del rincón de la historia, que era lo que quería el aznarismo, aunque fuese para mal.

Ya va siendo hora de que nos caigamos del guindo. El único que puso en su sitio a los cuatreros estadounidenses fue un tal Zapatero con su desplante más que justificado a las barras y estrellas. No sirvió de mucho, pero al menos ese día pudimos levantar la cabeza con orgullo y dignidad. Estados Unidos estará siempre con Marruecos, no solo porque el reino alauí sigue siendo el aliado más antiguo de Washington (el primer tratado de paz y amistad suscrito por el sultán se remonta a 1787, y eso une mucho) sino porque los yanquis saben que controlando el Magreb con la CIA y un rey títere seguirán dominando el norte de África (un auténtico polvorín codiciado por el ISIS), mantendrán bajo custodia el Mediterráneo y estarán más cerca del petróleo y del hermano judío, al que los árabes tienen rodeado.

Antes de irse, Trump lo dejó todo atado y bien atado: USA reconoce la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y a cambio Marruecos restablece relaciones con Israel. Una jugada perfecta para Mohamed VI, ese sátrapa que ahora se siente respaldado por el gran gendarme internacional y puede permitirse declarar la guerra demográfica y migratoria a nuestro país. Nada de eso lo podremos cambiar. La historia tiene sus reglas y sus leyes inamovibles e inmutables.

Definitivamente, de Estados Unidos solo recibimos una estafa tras otra. Pedro Sánchez debería reconsiderar un cambio drástico en la política exterior y diplomática de España, soltar lastre con Washington y el bloque atlantista, reforzar la cooperación con nuestros países hermanos de América Latina y mejorar su posición en Europa, que desde los tiempos de Felipe González tenemos algo abandonada. Y de paso que renegocie el tratado de las bases militares americanas en suelo español, que ya va siendo hora. O sea, yankees go home

Viñeta: Pedro Parrilla

MOHAMED VI

(Publicado en Diario16 el 20 de mayo de 2021)

Platón veía a los guerreros como “guardianes” de las polis griegas. Clausewitz creía que la guerra moderna era la continuación de la política por otros medios. Y Hegel escribió aquello tan descabellado de que “la guerra es bella, buena, santa y fecunda porque crea la moralidad de los pueblos” (pese a la soberana gilipollez, aún se le sigue estudiando en las pocas escuelas de filosofía que van quedando ya).

Estos días Mohamed VI está reinventando la guerra, la guerra demográfica, la guerra malthusiana consistente en llenar de gente un país enemigo, ocuparlo –no invadirlo como dice la extrema derecha porque en realidad no hay tal poderío militar ni soldados–, inundarlo de miserables y hundir su economía y su sociedad por pura explosión o reventón estadístico. Pocas ideas habrá tan maquiavélicas, retorcidas y despiadadas. 

A falta de un ejército moderno y preparado, a la espera de los temibles misiles tierra-aire, las bases aéreas y los reactores nucleares prometidos por el amigo yanqui que no terminan de llegar, el monarca alauí ha encontrado una delirante estrategia bélica tan atroz como repugnante: arrojar a sus niños hambrientos al mar –náufragos no le faltan, los tiene por miles vagando por las calles de todo el país–, y lanzarlos contra las codiciadas plazas de Ceuta y Melilla.

En el fondo, Mohamed VI no hace sino continuar con las macabras tácticas guerrilleras inventadas por Bin Laden. Si el barbudo saudí de la Yihad empleó unas cuantas cuchillas y una panda de idiotas dispuestos a secuestrar aviones y lanzarlos contra Nueva York, poniendo el mundo patas arriba, el sátrapa de Rabat cree haber encontrado su propia arma mortífera para doblegar a los españoles: una inmensa infantería de niños desnutridos y desarrapados; un pueblo famélico deseoso de sortear la frontera para escapar del infierno; una gran “marcha negra”, como aquella marcha verde del 75, para arrasarlo todo a su paso.

“Preferimos morir aquí que regresar a nuestro país”, afirma uno de los niños rescatados en las aguas de El Tarajal. “Viva España, oé”, entonan los jóvenes náufragos apilados como fardos, por la Guardia Civil, en las playas de Ceuta. La imagen no puede ser más deleznable y bochornosa para la corrupta monarquía marroquí.

Entre tanto, Santiago Abascal se ha bajado al moro para avivar la llama del odio contra el inmigrante. Trata de convencer a los asustados vecinos de las ciudades autónomas de que esto es una invasión como en el 711 cuando en realidad es la guerra perdida de un rey acabado; la eterna batalla entre pobres y ricos; piedras contra tanques y alambradas; cabreros medievales contra la opulenta Europa; señores feudales del hachís contra la democracia y el Estado de derecho. Los niños manipulados y reprogramados como inocentes guerreros. Una inmolación infantil en el mar como estrategia para poner de rodillas al enemigo. Ni en los tiempos de las Cruzadas, cuando se enviaba a la gente a morir como ganado contra el perverso infiel, se llegó al nivel de bajeza y perversidad moral de la monarquía alauí.

Ya no cabe ninguna duda: el rey de Marruecos es un tirano de manual. Mientras su pueblo naufraga en la miseria, la Casa Real recibe una asignación anual de 250 millones de euros. La revista Forbes ha calculado su fortuna en 5.000 millones de dólares (el hombre más rico del país, lo cual no tiene demasiado mérito si tenemos en cuenta que la mayoría de la población malvive con menos de diez euros al día). Hoy por hoy, el dictador es el quinto gobernante más adinerado del continente africano.

El sujeto en cuestión posee doce palacios, más de mil sirvientes, un castillo en Francia, el cuarto hotel más lujoso del mundo y uno de los diez yates más imponentes del planeta. Para desplazarse no le basta con un avión privado, necesita dos, y es conocida su adicción irrefrenable a los coches (se dice que en el garaje real tiene aparcados más de seiscientos automóviles). Por descontado, como todo buen déspota es un yonqui de los trapitos y los pelucos de oro: su presupuesto para vestuario supera los dos millones de euros al año. Ni el tristemente célebre coronel Gadafi, otro desalmado opresor, cayó tan bajo.

Sin embargo, pese a las riquezas acumuladas bajo manga, Mohamed VI no atraviesa por su mejor momento en términos de popularidad. Cuando accedió al trono, hace 22 años, prometió acabar con la pobreza y la corrupción, así como garantizar el respeto a los derechos humanos. A la vista de lo ocurrido en las últimas horas en la frontera sur de Ceuta, cabe concluir que no ha conseguido nada de lo que ofreció. Al fin y al cabo, es un rey y ningún hombre solo, por muy investido de mandato divino que esté, es capaz de sacar a su pueblo de la miseria.  

El país se le va al garete y el monarca atraviesa horas bajas. El supuesto camino hacia las reformas democráticas, la separación de poderes, la ruptura con el estado teocrático/religioso, la libertad de prensa y el pluralismo político no fue más que un paripé, un engaño, una farsa. En Marruecos todo el mundo sabe que allí se hace lo que dice el rey. O sea, autoritarismo puro y duro, cuando no dictadura.

Hace apenas un año, Mohamed VI volvió a ser operado del corazón y aunque la prensa local vendió la intervención quirúrgica como un gran éxito, retratando a un líder fuerte y con una salud de hierro, Marruecos vive inmerso en un proceso de imparable deterioro institucional, crisis económica pertinaz y permanente inestabilidad. La guerra migratoria que nos declara ahora el monarca vecino (al que dicho sea de paso los borbones españoles siempre han tratado como a un hermano) no es más que una huida hacia adelante. La última carta a todo o nada de un tipo decrépito y decadente al que se le ha acabado el cuento de las mil y una noches.

Viñeta: Artsenal JH

EL GUARDIA Y EL BEBÉ

(Publicado en Diario16 el 19 de mayo de 2021)

Y en medio del clima trompetero y prebélico entre España y Marruecos, del ruidoso ajedrez político y de la retórica altisonante de las cancillerías y embajadas, nos desayunamos con la espeluznante fotografía de ese guardia civil rescatando a un bebé en las aguas del mar de Ceuta. Ahí está la gran verdad de todo el sindiós migratorio que está aconteciendo en este mundo globalizado. Ahí está la auténtica explicación a la crisis humanitaria (más bien inhumana) que se ha desatado en las últimas horas en la frontera sur.

La imagen lo tiene todo para convertirse en Pulitzer y en triste emblema de nuestro tiempo, como en su día lo fue la foto del niño sirio Aylan o la joven del napalm de la guerra de Vietnam. La instantánea resume a la perfección el drama cósmico que vive la especie humana. El cuerpecito menudo del bebé, casi inerte, levitando sobre las olas entre los brazos del agente; el inútil flotador que sirve de más bien poco; y el rostro conmocionado del guardia con la mirada perdida en el infinito, sin poder entender nada, mientras una fina lluvia salada arrecia sobre ambos. La fotografía pone los pelos de punta y debería ser suficiente para sacudir nuestras adormecidas conciencias. Lamentablemente, de aquí a una semana ya se habrá olvidado todo.

Lo que se vivió ayer en la bahía de Ceuta, las imágenes de los náufragos desplomándose exhaustos sobre la arena y de cientos de niños empapados, abandonados a su suerte y deambulando de acá para allá en un espectáculo de horror televisado en directo y en alta definición, no se había visto nunca en nuestro país. Es cierto que en otros lugares del planeta donde los campos de refugiados se han convertido en parte del paisaje –las islas griegas, Italia, Turquía y la frontera mexicana con Estados Unidos– ya se han acostumbrado a escenas similares de deshumanizada brutalidad. Pero aquí, en la piel de toro, estábamos todavía vírgenes de este infierno surrealista de pesadilla.

Sabíamos que por ahí abajo, a las puertas de la moribunda África, había una infame alambrada que muchos tratan de atravesar como sea cada día, incluso a costa de dejarse la piel y la vida en el empeño. Pero esa marabunta hambrienta y suicida, ese cuadro rebosante de cuerpos desesperados chapoteando en el mar y tratando de alcanzar la orilla, no lo habíamos visto jamás con tal nivel de crudeza. Lo más parecido a lo de ayer es un estanque de aguas pútridas de insolidaridad en el que miles de peces se retuercen y dan sus últimos coletazos y bocanadas en silencio.

Por fortuna, esta vez supimos estar a la altura como país, lo cual es mucho tratándose de esta España cainita y caótica. O mejor dicho, los agentes de las fuerzas de seguridad, los soldados del Ejército, los voluntarios de Cruz Roja, los servicios sanitarios y de Protección Civil, todos los que vivieron una experiencia que no podrán olvidar el resto de sus vidas, estuvieron a la altura. Y no era fácil.

En un momento de catástrofe humana como la que se vivió ayer en El Tarajal lo normal hubiese sido que los servicios públicos del Estado quedaran desbordados y que finalmente reinara el caos. Pero supieron hacerlo con una templanza y decencia sobrecogedoras. En la frontera de Texas con México, por ejemplo, hace ya tiempo que los policías fronterizos disparan primero y preguntan después. Y los cuerpos de los acribillados flotan mansamente por Río Bravo.

Una vez más, se ha demostrado que las mujeres y hombres de este país que trabajan por los demás son los mejores profesionales, aunque desempeñen su labor en condiciones laborales deplorables, con escaso salario, recursos materiales insuficientes y horarios interminables. Cualquier periodista que haya trabajado alguna vez con ellos, codo con codo en la frontera sur, sabrá de lo que estamos hablando.

Si en estos meses de pandemia nuestro personal sanitario ha dado toda una lección de bravura, de saber hacer y de dedicación abnegada a los demás (hasta casi vencer al coronavirus), ayer fue el turno de los que están en primera línea de otro conflicto no menos descarnado, mirando cara a cara a ese monstruo de miseria y hambre que se revuelve contra la opulenta Europa desde todos los rincones de la madre África. Debemos estar orgullosos de cómo se comportaron en el espigón de la fatalidad.

Ya poco importa si el Gobierno Sánchez ha estado acertado o no en la diplomacia con Marruecos y por qué no se olió lo que se nos venía encima; ya da igual si Pablo Casado no ha sabido estar a la altura y se ha entregado al patrioterismo barato, haciendo infame y bochornoso seguidismo de Abascal, que exige emplear la fuerza armada contra unos supuestos soldados invasores que no son más que unos chiquillos famélicos y asustados.

Lo verdaderamente importante es que los nuestros, los que estaban al pie del cañón, se han comportado con una entereza que asusta y han lanzado un mensaje fraternal al resto del mundo, que no es otro que a toda esta gente no hay que recibirla a porrazos ni con el fuego o las balas, sino que es preciso ayudarla, socorrerla, sacarla del mar, darle una manta térmica y un café caliente al menos. Ya llegará luego el momento de la repatriación si es que las leyes injustas nos impiden buscar un futuro mejor a estas generaciones machacadas por la desgracia colonialista y globalizante.

Jamás podremos olvidar esa imagen, ese pobre bebé sostenido entre los brazos de un agente que no entendía nada pero que cumplía con su deber con humanidad y buen corazón. Gracias a todos los que estuvisteis ayer en el infierno del Tarajal. Con gente como vosotros quizá no todo esté perdido y todavía haya una esperanza para la humanidad.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA FRONTERA SUR


(Publicado en Diario16 el 19 de mayo de 2021)

Más de 8.000 migrantes han llegado en las últimas horas a las playas de Ceuta en un incidente migratorio sin precedentes. El Gobierno español ya ha devuelto a la mitad de ellos a su país de origen, Marruecos, en aplicación estricta y respetuosa de la legalidad vigente (las devoluciones en caliente están autorizadas por la Justicia española siempre que no se trate de niños, mujeres embarazadas o discapacitados, ya que todas estas personas tienen derecho a permanecer en nuestro país con arreglo a la ley y los convenios internacionales firmados por España).

Pero más allá del hecho en sí, más allá del suceso que quedará para la historia y marcará un antes y un después en las siempre difíciles y tormentosas relaciones diplomáticas entre España y Marruecos, conviene recapitular y poner en orden los datos, condicionantes y factores que nos han arrastrado, cronológicamente, a esta grave y compleja situación.

Sin duda, para entender lo que está ocurriendo tenemos que viajar en el tiempo hasta diciembre del pasado año, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una polémica declaración política reconociendo la soberanía del Reino de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Además, enmarcó el nuevo escenario geoestratégico en la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y Marruecos, que se acabó convirtiendo en el cuarto país musulmán en mantener un trato cordial con el estado hebreo después de Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán.

Aquel irreflexivo y temperamental puñetazo en la mesa de Trump apenas unas horas antes de cesar en su mandato para concurrir a las elecciones presidenciales iba a alterar el frágil equilibrio internacional. De entrada, el representante del Frente Polisario ante Naciones Unidas, Sidi Omar, colgó un tuit en el que le recordaba a Trump que el estatuto legal del Sahara Occidental “lo determinan la legislación internacional y las resoluciones de la ONU”, no el omnipotente señor presidente de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Marruecos se sentía respaldado por el gran gendarme del mundo en su política de represión contra el pueblo saharaui y con ese salvoconducto inició una agresiva campaña de reivindicación de Ceuta y Melilla. Trump se iba de la Casa Blanca dejando uno de los avisperos del mundo a punto de estallar.

El siguiente capítulo en esta enrevesada historia tuvo lugar en Madrid hace solo unas semanas. El pasado mes de abril, Brahim Ghali, líder del Frente Polisario Saharaui, de 73 años, era internado en un hospital de Logroño para recibir tratamiento médico por un cuadro agudo de coronavirus. “Según han señalado varios medios, Ghali llegó a España con pasaporte diplomático argelino y una identidad falsa, haciéndose pasar por Mohamed Benbatouch”, informó eldiario.es.

La ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, aseguró que el líder polisario fue admitido en nuestro país “por razones estrictamente humanitarias”, ya que España es “un país responsable con sus obligaciones”. Sin embargo, el trato de favor a Ghali encendió los ánimos en el palacio de Mohamed VI.

La decisión de la ministra Laya no fue unánimemente acogida, ni mucho menos, en el seno del Gobierno de coalición, ya que el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, se opuso enérgicamente al traslado del líder polisario consciente de que abriría una crisis diplomática con Rabat, como así ha sucedido después. Ese fue el gran detonante del rápido deterioro en las relaciones entre ambos países. De hecho, ayer mismo la embajadora de Marruecos en España, Karima Benyaich, lo reconoció implícitamente al asegurar que cuando se trata de diplomacia bilateral hay actos que “tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Todo un mensaje amenazante para nuestro país.

A partir de ahí, se puede entender mucho mejor que la inédita avalancha de inmigrantes de las últimas horas sobre las costas ceutíes no ha sido fruto de la casualidad. No cabe duda de que el incidente no se ha producido de forma espontánea, sino que ha sido organizado en las redes sociales y cuanto menos tolerado por el Estado de Marruecos como represalia por la política de acercamiento de España con el pueblo saharaui. Avala ese dato el hecho de que los servicios de inteligencia marroquíes conocían el salto masivo a la valla de la frontera sur que se estaba preparando mientras que el CNI español ni siquiera olió lo que se nos venía encima.

Otro elemento de juicio que nos lleva a pensar que la operación puede ser producto de una bravuconada de la monarquía marroquí es que sus agentes fronterizos abrieron la puerta de la verja, deliberadamente, a miles de inmigrantes para que intentaran llegar a nado a las costas de Ceuta. Una prueba más de que Marruecos ha estado utilizando el arma de la presión demográfica fronteriza como revancha o vendetta contra el Gobierno de Madrid.

Lamentablemente, han sido demasiados años de tolerancia con una satrapía corrupta y dictatorial, tanto que España se ha humillado en reiteradas ocasiones ante su vecino del sur e incluso se ha inhibido vergonzosamente en sus responsabilidades como estado excolonial al no defender con vehemencia, ante la comunidad internacional, los derechos del pueblo saharaui. Hasta Alemania se ha involucrado más que España a la hora de reclamar respeto a la legitimidad del Sahara Occidental.

Ahora son muchas las preguntas que quedan en el aire. ¿Estamos ante un episodio aislado que quedará ahí o tendrá continuación en las próximas semanas en forma de más saltos masivos contra la valla fronteriza española? ¿Hasta qué punto se podría haber evitado el incidente de haber intercedido el rey emérito, Juan Carlos I, ante Mohamed VI? Durante décadas, la monarquía española ha actuado como dique de contención frente a las ansias expansionistas de la Casa Real marroquí, una dictadura, no lo olvidemos, que todavía sueña con recuperar Ceuta y Melilla.

En ese sentido, durante la crisis migratoria de 2006, la diputada Ana Oramas llegó a sugerir que había bastado con una llamada de Juan Carlos I al monarca alauí para solucionar el problema en una “acción diplomática importantísima”. No obstante, y mal que le pese a la señora Oramas, quizá el problema haya que interpretarlo justo al revés: han sido largos años de componendas, francachelas, tolerancias, negocios y compadreos con un oscuro régimen dictatorial. Y de aquellos polvos estos lodos.

En cualquier caso, la rápida actuación del Gobierno de Pedro Sánchez puede haber resultado decisiva para frenar una crisis diplomática que estaba adquiriendo tintes preocupantes. El simbólico viaje del presidente a Ceuta (aunque recibido por algunos elementos de la ultraderecha con abucheos, insultos y descalificaciones) ha cumplido su objetivo de hacer entender a Marruecos que Ceuta y Melilla no son ciudades abandonadas a su suerte, sino que forman parte del territorio nacional español. Ayer mismo el Gobierno de Rabat rectificó y volvió a cerrar el grifo en la frontera, cortando el goteo humano hacia Ceuta.

El tono firme pero conciliador (Sánchez ha tratado al país vecino como “socio y amigo”) y su invitación a dialogar para resolver el problema, también ha servido para rebajar la tensión y calmar las aguas. “La integridad territorial de España, sus fronteras, serán defendidas por el Gobierno ante cualquier desafío y conjuntamente con nuestros socios europeos”, ha sentenciado Sánchez. En ese sentido, el contundente posicionamiento de la UE (“las fronteras de España son las fronteras de Europa”) habrá ayudado a que el vecino país musulmán entienda el mensaje, por mucho que se sienta respaldado por el poderoso amigo americano.

Y luego está el espinoso asunto de los derechos humanos. El ministro Marlaska garantiza que no se ha devuelto “ni un solo menor” a su país de origen en cumplimiento de la legislación vigente, otro punto a favor de la gestión del Gobierno. Es decir, repatriación inmediata de aquellos que pretenden entrar ilegalmente en nuestro país y auxilio a los más vulnerables, necesitados y desfavorecidos. Una postura razonable frente al disparate de la ultraderecha española de Vox, que ha pedido el uso de la fuerza militar contra los “menas marroquíes”. Si esta gente llega a gobernar algún día con sus delirantes ideas no solo la “guerra cultural” está asegurada, sino también la otra guerra, la guerra de siempre: la de unos pueblos contra otros.

Viñeta: Igepzio

EL CARAJAL DE CASADO

(Publicado en Diario16 el 18 de mayo de 2021)

Es un tipo funesto que vive de la carroña y de las tragedias que asolan al país. Cuando estalla una pandemia, ahí está él para desestabilizar en lugar de arrimar el hombro. Cuando Bruselas nos riega con el maná de las ayudas a la reconstrucción, ahí está él para torpedear el ansiado plan Marshall y que España se hunda un poco más. Y ahora que estalla la peor crisis diplomática con Marruecos a cuenta de la avalancha de inmigrantes en Ceuta, él se pone a jugar a las batallitas, en plan general Patton, exigiéndole al Gobierno que “garantice las fronteras nacionales”, como si estuviésemos al borde de un Pearl Harbor a la española.

Cómo no, hablamos del hombre unidireccional que solo tiene una idea en la cabeza: quitar a Sánchez de Moncloa para sentar sus posaderas en el trono del reino. Pablo Casado es una desgracia para los españoles. Allí donde estalla un incendio, allá está él con la lata de gasolina presto a avivarlo; allí donde explota una crisis, sea del tipo que sea, allá aparece él con más madera para avivar el siniestro. Nunca está de acuerdo con nada, siempre va a la contra de todo (a veces contradiciéndose a él mismo), porque lo que en realidad le interesa no es que España vaya bien, sino que a él le vaya bien.

Hoy el jefe de la oposición más destructiva y tóxica que se recuerda (está dejando a Aznar a la altura del betún) ha telefoneado al presidente del Gobierno para decirle que está a la espera de que le devuelva la llamada. ¿Pero este hombre quién se ha creído que es, la Reina de Saba? Con la que está cayendo en Ceuta, con los miles de náufragos exhaustos arrastrándose por las playas del Tarajal (más bien carajal), con el ejército y los carros de combate desplegando posiciones y recordando mucho a las imágenes que se están viviendo en Gaza estos días, ¿cómo puede pensar este fatuo que el presidente del Gobierno está para atenderle a él y para jugar a sus caprichosos divertimentos retóricos de niño malcriado?

Llegados a este punto cabe preguntarse qué puede solucionar alguien como Casado en todo este sindiós humanitario que se ha montado en un momento en la olvidada frontera sur. Hasta donde sabemos, nada. Es el típico españolito iracundo e inane que estorba en el peor momento. Lo que hace falta en Ceuta es más efectivos policiales, más voluntarios de Cruz Roja y ayuda de la Unión Europea, no un hombre ensimismado en su ambición que no sabe hacer otra cosa que malmeter en los momentos más delicados y trascendentales del país.

Sin embargo, lejos de quedarse callado y dejar que otros hagan su trabajo, Casado insiste una y otra vez en su política ruidosa, obstruccionista y destroyer. Todavía no se le ha escuchado ni una sola declaración que ponga en su sitio la verborrea bélica que ha empezado a soltar Santiago Abascal. Por lo visto, el líder de Vox ya ha desempolvado el viejo mosquetón del abuelo, los rancios discursos guerreros y los mapas coloniales para tratar de vender que esta oleada bestial de inmigrantes que sufre Ceuta es una reedición de la guerra contra el moro de hace un siglo, o sea la rebelión de Abd el-Krim, la ofensiva de los rifeños y el desastre de Annual.

“Esta invasión de menas es el resultado del consenso progre de políticos, periodistas y poderosos, que nos demonizan por denunciarla. El problema es que las consecuencias no las pagan los culpables, sino todos los españoles con la ruina y la inseguridad”, proclama el Caudillo de Bilbao.

Para desgracia de Vox, esto no es ninguna invasión ni ninguna guerra, es sencillamente la gente que se está muriendo en la África explotada y hambrienta, la miseria que se revuelve contra la Europa opulenta y rica, la injusticia humana y la crueldad que recala en nuestras costas. A quien tendría que telefonear Casado no es a Sánchez –que está haciendo lo que tiene que hacer, movilizar al ejército, constituir un gabinete de crisis para hacer frente a la situación, departir con el rey y llamar a consultas a los embajadores de Marruecos–, sino a su desquiciado socio de gobiernos trifachitos, al que ya le falta poco para pedir la declaración de guerra contra nuestros vecinos del otro lado del mar.

A poco que nos descuidemos, los ultras exigen el despliegue de las fragatas capaces de bombardear y hundir las inocentes pateras de los pobres desgraciados, como hizo en su momento el pirado primer ministro ultra italiano, Matteo Salvini.

Pero lejos de hacer frente al auténtico enemigo de la democracia, que no es otro que Vox, Casado se alinea con el discurso patriotero de que Sánchez “ha rendido la frontera sur”. ¿De qué otra manera puede entenderse si no esa patraña en forma de exigencia de que Moncloa debe garantizar la integridad territorial en Ceuta? Las fronteras en ningún momento han estado en peligro o amenazadas, tampoco la soberanía nacional, por mucho que Casado y Abascal se empeñen en crear la ficción de un conflicto armado y de presentar lo que es una crisis humanitaria sin precedentes como una nueva invasión, tal como ocurrió en el 711 con los bereberes de Táriq. Si Casado es capaz de mantener esos discursos africanistas y carpetovetónicos es que trabaja ya en perfecta sintonía con los nostálgicos del imperialismo español.

Cada día que pasa se diluyen un poco más las diferencias entre los discursos de PP y Vox. Sus mensajes son calcados y sus estilos y maneras prácticamente los mismos. Lo de Ceuta es una catástrofe humanitaria que hay que atender con ayuda y con respeto a las convenciones internacionales sobre derechos humanos. La guerra contra el moro invasor que pretende declarar Abascal (con la tolerancia de Casado) es otro delirio de grandeza de esta nueva extrema derecha trumpista que, más allá de pandemias y dramas, se ha convertido en el mayor peligro público para este país.

Viñeta: Pedro Parrilla

FINKELSTEIN


(Publicado en Diario16 el 18 de mayo de 2021)

Desde que en 1933 los nazis se reunieron en la Opernplatz de Berlín para quemar más de 20.000 libros contrarios al “espíritu alemán”, el totalitarismo fascista ha hecho de la persecución de la cultura y los intelectuales disidentes uno de sus sellos de identidad. La palabra, la idea, la razón en definitiva, es el arma más temida por la ultraderecha racista. Por eso estos días los misiles de Israel reducen a escombros el edificio de la prensa internacional. Por eso los generales de Netanyahu consuman el apagón mundial de la televisión y echan a los periodistas de Gaza. Para asfixiar la palabra, para que aquello siga siendo una guerra silenciosa, para que nadie pueda ver, escuchar o decir nada mientras las bombas inteligentes siguen matando niños.

Ya se sabe que en toda guerra la primera víctima es la verdad y el horror de Palestina no podía ser menos. Norman Finkelstein lo está sufriendo en sus carnes. El profesor universitario, estadounidense y judío, ha decidido posicionarse en contra de la barbarie y ahora está pagando las consecuencias en forma de caza de brujas, persecución y muerte civil.

“No me gusta usar la carta del Holocausto, pero desde ahora me siento obligado a hacerlo. Mi padre estuvo en Auschwitz, mi madre estuvo en el campo de concentración de Majdanek. Cada uno de los miembros de mi familia por ambos lados fueron exterminados. Mis padres estuvieron en el levantamiento del gueto de Varsovia y, precisamente, por las lecciones que nos dieron mis padres a mí y a mis dos hermanos, no voy a ser silenciado cuando Israel comete crímenes contra los palestinos”, aseguró el profesor en una de sus clases magistrales.

De inmediato, los censores del nuevo nazismo camuflado en las sociedades democráticas pusieron sus ojos en él. ¿Un intelectual judío rompiendo la ortodoxia, enfrentándose al genocidio y criticando los desmanes del ejército hebreo? Había que acabar con él como fuera, silenciarlo, condenarlo al ostracismo y a la pérdida de facto de la cátedra. Estremece pensar cómo el péndulo de la historia va girando una y otra vez, con una sincronía perfecta, en un macabro y eterno retorno circular. Si en los años treinta del pasado siglo fueron los escritores, artistas, filósofos, científicos y cineastas quienes tuvieron que huir de Alemania para salvar la vida (el célebre éxodo de los intelectuales a América) hoy, en pleno siglo XXI, se reproducen escenas muy similares que parecían felizmente superadas.

Finkelstein es experto en Ciencias Políticas y en temas relacionados con el conflicto palestino-israelí. Su trayectoria académica es tan impecable como brillante: ha impartido clases en el Brooklyn College, Rutgers University, Hunter College, New York University, y más recientemente en la universidad DePaul, donde fue profesor asistente durante seis años. O sea, no es ningún indocumentado ni un aficionado que se haya puesto a escribir hace un rato, como esos revisionistas que andan retorciendo la historia desde la extrema derecha para acomodarla a sus caprichos, delirios y macabros propósitos.

En su obra ensayística, Finkelstein aborda el trauma que sufrieron sus padres judíos durante la Segunda Guerra Mundial, las salvajadas que se cometieron en la Alemania nazi, la vida de su familia en los campos de concentración. El asesinato de muchos de sus parientes más cercanos. Y lo cuenta todo con tal humanidad descarnada y desprovista de todo artificio retórico que asusta. “Tras leer a Noam Chomsky, entendí que era posible unir rigor académico con indignación moral mordaz; que el argumento inteligente no tenía por qué ser intelectualizante”.

En los últimos días de brutales ataques israelíes contra Palestina, la obra de Finkelstein ha atraído la atención del público y de la prensa por su punto de vista crítico en el conflicto árabe-israelí. Sus declaraciones y ensayos –mantiene la tesis de que el Holocausto se ha convertido en una industria, hasta tal punto que está siendo explotado con fines espurios para financiar a grupos políticos ultras mientras se entierra la memoria de los verdaderos supervivientes– le han granjeado la etiqueta de judío traidor a su pueblo. Pero lejos de las descalificaciones y el acoso, es lo mejor de la izquierda que ha dado últimamente la fértil cultura hebrea.

Raul Hilberg, historiador del exterminio judío, ha llegado a decir de Finkelstein que muestra “coraje académico para hablar con la verdad aun cuando nadie le apoye” y que por su valentía y conciencia crítica sin duda “su lugar en la historia está asegurado a pesar del gran coste personal que le significará”. Su crítica demoledora contra el nuevo fascismo que anida en el Gobierno de Israel le han supuesto acusaciones de antisemita, enemigo de la patria, charlatán y hasta plagiador. Cuando el valiente desenmascara la verdad sus enemigos no tardan en poner en marcha la despreciable maquinaria del fango para desacreditarlo.

Desde que en el año 2010 dijese que no estaba dispuesto a “creer en las lágrimas de cocodrilo” de Israel, Finkelstein no ha vuelto a ejercer en ninguna facultad norteamericana. Fue apartado de la DePaul University y destinado a tareas administrativas como un chupatintas más. De nada le sirvió amenazar con la desobediencia civil si las autoridades educativas insistían en mantenerlo alejado de sus alumnos. Finalmente fue expulsado del sistema.

Sin embargo, las fuerzas reaccionarias aún no han conseguido que Finkelstein se calle ni que deje de denunciar los crímenes de guerra que el Estado de Israel comete cada vez que se deja llevar por una de sus orgías de violencia y muerte. “Nada más despreciable que usar el sufrimiento de ellos (las víctimas del Holocausto) para intentar justificar la tortura, la brutalidad y la demolición de hogares que Israel comete diariamente contra los palestinos. Me niego a ser intimidado o presionado por las lágrimas, nunca más. Si tuvieras corazón, estarías llorando por los palestinos”. Clarividente y demoledor.

Viñeta: Artsenal JH

LOS HEREDEROS

(Publicado en Diario16 el 18 de mayo de 2021)

A Franco no le gustaban los judíos, aunque es cierto que su antisemitismo fue graduándose en función de la coyuntura internacional. Mientras a Hitler le iba bien en la guerra, al dictador español le salía el ramalazo antisionista para que el poderoso amigo alemán viera que se podía confiar en él. Cuando las cosas empezaron a irle mal a las Potencias del Eje, el general gallego empezó su acercamiento a los aliados, haciéndose filoserfardita de cara a la galería y reservando su odio secreto y chistes racistas sobre judíos para sus recepciones privadas con los jerarcas falangistas en El Pardo. Y así fue hasta 1950, cuando el franquismo fue reconocido por las democracias occidentales como un fiel aliado frente al enemigo soviético. Para entonces ya no quedaba nada del Caudillo antijudío.

La historia cuenta que Franco denegó la entrada a 3.000 refugiados judíos que cruzaron la frontera cuando Hitler invadió Francia y que el régimen franquista devolvió a muchos de ellos al Gobierno colaboracionista de Vichy para que fueran debidamente recluidos en campos de concentración, torturados y asesinados. Célebre es el caso del filósofo Walter Benjamin, que tras ser rechazado por la policía española y ante la tesitura de caer en manos de los nazis, decidió quitarse la vida tomando una dosis letal de morfina en un hotel del pequeño paso fronterizo de Portbou. Otro crimen que anotar en la lista negra del Generalísimo, que no distinguía entre poetas como Lorca y filósofos como Benjamin. Si eran judíos, rojo o maricones, todos al mismo saco, paseíllo y a otra cosa. ​

Aquella famosa coletilla sobre la España perpetuamente amenazada por el “contubernio judeo-masónico-comunista-internacional” fue repetida por Franco, machaconamente y hasta la saciedad, en sus multitudinarios discursos en la Plaza de Oriente. De hecho, en 1939, durante el desfile de la Victoria, ya empezó con el mantra antisionista:​ “No nos hagamos ilusiones: el espíritu judaico que permitía la gran alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un solo día y aletea en el fondo de muchas conciencias”. Y en uno de sus últimos discursos, el celebrado el 1 de octubre de 1975, mes y medio antes de su fallecimiento, volvió a tirar del racismo judío para enardecer a las masas.

La apelación al contubernio judeomasónico (que en aquellos años de ignorancia y falta de cultura pocos sabían lo que demonios significaba) nunca fallaba cuando se trataba de despertar al gentío adormilado en sus tediosos mítines y baños de masas.

Con todo, Franco era mucho menos antisemita que algunos de sus compañeros de armas como Mola, Queipo de Llano o Carrero Blanco, aunque no cabe duda de que su régimen fue esencialmente racista. Hasta los curas adoptaron el discurso del Caudillo para amartillar la fe católica como religión única, auténtica y verdadera. Así, el cardenal Isidro Gomá, gran obispazo franquista y primado de España, declaró tras la toma de Toledo por los sublevados de Franco: “Judíos y masones envenenaron el alma nacional con doctrinas absurdas, cuentos tártaros y mongoles convertidos en sistema político y social en las sociedades tenebrosas manejadas por el internacionalismo semita”. No hace falta decir más, sobran comentarios.

Hoy los que se declaran herederos del franquismo sociológico reniegan del pasado y se ponen de parte del matón Estado de Israel en su horrible y execrable limpieza étnica de palestinos. Ayer mismo, el vicepresidente primero de Vox, Jorge Buxadé, expresaba el apoyo de su formación al Estado judío frente al “ataque del terrorismo yihadista que ha sufrido gran parte de Europa” y que, a su juicio, “sigue siendo una amenaza para la seguridad no solo del país, sino de todo Occidente”. Es el viejo recurso contra el enemigo judeomasónico solo que al revés. Ahora los malos son los musulmanes. Pero la patraña sigue calando en la sociedad.

Curiosamente, la extrema derecha española siempre ha estado de lado de los aniquiladores y verdugos, antaño con los nazis de Hitler, hoy con los nazis de Netanyahu. A los ultras hispanos de hoy les da igual si el amo es judío o un jeque árabe, siempre estarán con el poderoso, ya sea militar o financiero, porque el racismo es básicamente un rechazo a una minoría desarrapada que apesta a pobreza.

Abascal y los suyos han condenado las manifestaciones en apoyo al masacrado pueblo palestino que se han celebrado en los últimos días en varias ciudades españolas al considerar que están “azuzadas” por organizaciones del terrorismo yihadista con el apoyo de la extrema izquierda, que se encuentra en un “constante discurso de odio”. De nuevo el contubernio marxista, esta vez con los árabes.

Lo de Palestina nada tiene que ver con el terrorismo yihadista sino con la ocupación ilegal de unos territorios por parte de Israel y con el fascismo en el que ha caído ese pueblo, que en su paranoia por la seguridad y la supervivencia justifica y da por buena la muerte de decenas de civiles a cambio de un cabecilla de Hamás. De hecho, una de cada cuatro víctimas de los bombardeos israelíes es un niño inocente. Es decir, holocausto, pogromo, fascismo filonazi. Claro que, desde la posición ideológica de Vox, todo crío musulmán, ya vague por las calles de Madrid o de Gaza, es un peligroso mena que se merece un zambombazo, misilazo inteligente o la deportación de una patada en el trasero.

Son tiempos de confusión política o como dijo Zygmunt Bauman el mundo y la política de hoy vive de una masiva y constante producción de basura ideológica. Lo último: franquistas apoyando a judíos. El mundo al revés, una diarrea histórica considerable. Si Franco levantara la cabeza.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA CUERDA DEL GOBIERNO

(Publicado en Diario16 el 17 de mayo de 2021)

La ministra Montero aconseja a todo aquel que crea que el Gobierno va a caer antes de tiempo que “espere sentado”. Es la forma que tiene la ministra de Hacienda de decir que hay Ejecutivo de coalición para rato. Pero más allá del optimismo inquebrantable que demuestra la portavoz del gabinete Sánchez, cabría preguntarse si de verdad existen razones para pensar que la primera experiencia de coalición de izquierdas desde la Segunda República tiene recorrido o ha entrado ya en vía muerta.

La decisión del Gobierno de finiquitar el estado de alarma y delegar las medidas sanitarias en las comunidades autónomas y en los respectivos tribunales de Justicia no ha gustado a los expertos epidemiólogos, que alertan de que todavía es pronto para derogar un decreto que a la larga ha dado un buen resultado (las cifras de contagiados se han reducido en nuestro país y en los próximos días podríamos bajar de 150 infectados por cada 100.000 habitantes).

Sin embargo, sorprenden las prisas que le han entrado a Sánchez por liquidar el marco legal que regula las restricciones sin intentar prorrogarlo el tiempo que sea necesario, y todavía llama más la atención que el presidente se haya dejado influir por los efectos de la aplastante victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, que con su discurso libertario y contra las medidas intervencionistas del Gobierno ha logrado convencer a los madrileños de que la pandemia ya es historia, lo cual no es cierto.

Era importante que el Gobierno sacara lecciones de su derrota sin paliativos en Madrid, pero no era necesario entregarse a la idea ayusista de que el virus es cosa del pasado, tal como el mismo premier socialista declaró hace solo unos días, cuando dijo aquello de que “el estado de alarma es el pasado; hay que mirar al futuro, que es la vacunación”. Solo le faltó gritar viva la libertad y pedirle el voto a los hosteleros.

¿Qué parte de debilidad y de miedo a que el “efecto Ayuso” se extienda por toda España está detrás de la decisión del Gobierno de pasar página y entrar en una nueva fase que puede ser todavía prematura? No lo sabemos, pero sin duda las imágenes de cientos de jóvenes dándose al botellón en todas las grandes ciudades españolas al grito de “libertad” y “se acabó el estado de alarma” han pesado en el Consejo de Ministros, que ha decidido cambiar de estrategia y pasar del intervencionismo sanitario puro y duro al mensaje implícito de haga cada cual lo que estime oportuno, que yo me lavo las manos.

Obviamente, el Gobierno ha debido ver una seria amenaza para su futuro en la “revolución del botellón”, o sea todos esos ciudadanos levantiscos que cada fin de semana se dan a la fiesta y a la borrachera contra el tirano Sánchez (que los encierra en sus casas) y en nombre de la libertaria Ayuso, elevada a la categoría de gran heroína o mujer que realmente logró vencer al coronavirus. Esa farsa ha colado en la sociedad española (harta de la fatiga pandémica) y el presidente del Gobierno ha decidido que era un buen momento para levantar el pie del acelerador, ser algo más tolerante y permisivo con las medidas sanitarias y dejar que los españoles se relajen en la playa o en el campo tras largos meses de angustia, confinamiento y terror a causa del virus.

Por tanto, las últimas decisiones del Ejecutivo solo pueden ser interpretadas en clave de corrección de una estrategia política que había quedado obsoleta, de brusco viraje ante la incertidumbre que produce un PP disparado en las encuestas, en buena medida impulsado por el fenómeno fan de los ayusers. Parece claro que de esta crisis sanitaria sale un Sánchez antipático para mucha gente (una gran injusticia, ya que el presidente siempre adoptó medidas para salvaguardar la salud pública, dotando de ayudas sociales a los damnificados) y una Ayuso idolatrada por su capacidad para transmitir alegría, jolgorio y libertinaje.

La presidenta de Madrid se ha metido al pueblo en el bolsillo porque, por desgracia, siempre caerá mejor una folclórica cupletista que proporciona placer y cachondeo al pueblo que un señor con bata blanca empeñado en que el paciente no salga de casa, no beba y no fume. La demagogia es tan vieja como el ser humano y en política está todo inventado.

Ahora el Gobierno se encuentra en un momento especialmente delicado, ya que por mucho que sus ministros se empeñen en que no se deben extraer conclusiones nacionales de un proceso electoral autonómico, lo cierto es que en Moncloa existe preocupación ante la posibilidad de que el desgaste le lleve a perder el poder en dos o tres años. Así las cosas, de lo que se trata ahora es de vender optimismo, ese factor emocional determinante que las izquierdas, ofuscadas en una campaña electoral madrileña centrada en el eje democracia o fascismo, pasó por alto en un error garrafal.

De esta manera, en las próximas semanas vamos a oír hablar mucho al Gobierno de vacunación, del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (o sea los 140.000 millones de euros de Bruselas para nuestro país) y de medidas sociales para los más castigados por la crisis. Pero si la campaña turística fracasa y la situación económica no mejora, el Ejecutivo de coalición estará herido de muerte.

Con todo, no es la pandemia la única tormenta que puede llevarse por delante a Pedro Sánchez. Si finalmente Esquerra y Junts consiguen formar un gobierno en Cataluña, el próximo escollo será la difícil negociación y el diálogo de la mesa de partidos tras el fallido procés de independencia (con el polémico asunto de los indultos a los presos soberanistas como trasfondo). Otra bomba de relojería tan potente como el propio coronavirus. Ni que decir tiene que el frentista Pablo Casado hará de todo esto una nueva guerra fratricida para exigir elecciones anticipadas y asestar el último golpe mortal a Sánchez. «No siento que se estén consumiendo los últimos meses de esta legislatura […] Ahora empieza el trabajo que el Gobierno tenía pendiente desarrollar”, asegura con convicción la ministra Montero.

Y luego están las siempre tormentosas relaciones entre PSOE y Unidas Podemos en el seno del gabinete gubernamental. La salida de Pablo Iglesias del Consejo de Ministros y su sustitución por Yolanda Díaz puede llevar algo de calma y sosiego a la coalición. Pero el equilibrio es inestable y en cualquier momento la alianza de izquierdas puede estallar por los aires.

Ilustración: Artsenal JH

TODOS CALVOS

(Publicado en Diario16 el 17 de mayo de 2021)

Iván Redondo, el arúspice de Pedro Sánchez, cree que España debe empezar a pensar en el horizonte 2050 para hacer realidad las reformas estructurales necesarias que nos permitan salir de la grave crisis institucional, económica, social y política que padece la nación desde hace años. Lo cual que el Gobierno ya piensa en planes quinquenales, en clave de futuro a largo plazo, para cuando todos estemos calvos.

En un artículo firmado en el diario El País, el gurú del sanchismo hace suyo el reto del Gobierno de coalición de modernizar España y relata cómo se ha trazado desde Moncloa el croquis de la España que está por venir. Por lo visto, fue Sánchez quien reunió a su equipo de gabinete de Presidencia y les pidió que interiorizaran una idea fuerza: nuestro país se está quedando atrás respecto a las demás democracias europeas y es preciso que se coloque en la casilla de salida de la recuperación una vez superada la pandemia. En una palabra: modernización.

Así nació el proyecto España 2050, un desafío de futuro en innovación, transición ecológica y desarrollo económico que, tal como el propio presidente dijo a sus más directos y estrechos colaboradores, “conseguirlo no será fácil, pero no es imposible”. Bajo esa premisa, en enero de 2020 el presidente constituyó la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, un organismo que a Iván Redondo le recuerda mucho a aquel Instituto Nacional de Prospectiva que en su día, allá por 1976, puso en marcha Adolfo Suárez para tratar de sacar al país del pozo ciego en el que se encontraba.

Obviamente, los problemas de una y otra época son diferentes, como también las circunstancias históricas y sociales. La España de Suárez venía lastrada por el franquismo, el atraso secular de su industria, el paro, la crisis galopante, el ruido de sables y el terror etarra. La España de Sánchez se ve afectada por los estragos de una pandemia mundial sin precedentes, el cambio climático, el reto de la digitalización, el envejecimiento de su población, la cohesión social (España se sitúa a la cabeza de los países occidentales en precariedad laboral y desempleo) y la excesiva dependencia de un modelo productivo cimentado en el turismo que se ha quedado obsoleto.

Pero salvadas las distancias entre uno y otro momento histórico, Sánchez tuvo claro desde el principio cuál era el camino a seguir: investigación científica, ecología y acometer las reformas estructurales necesarias para dejar atrás la España averiada y caduca del siglo XX, lanzándola de lleno al ultratecnologizado e inquietante siglo XXI con sus robots, su inteligencia artificial y la amenaza de los nuevos virus.

Según cuenta Redondo en su artículo para Prisa, la idea del Gobierno, el New Deal a la española, es trabajar a largo plazo, tanto como de aquí a treinta años, y ahí es donde surge la primera gran cuestión: ¿está España preparada para soportar tres décadas de travesía en el desierto, de duras reformas, de drásticos cambios, de reciclajes, de transformaciones, hasta llegar al edénico paraíso prometido de la economía verde y humanizada que nos propone Sánchez? ¿O por el contrario, el horizonte de prosperidad y futurismo a varias generaciones de españoles de hoy les queda ya demasiado lejos?

Para Redondo y su nueva escuela de modernos krausistas, la respuesta está clara: el pasado y el presente ya no pueden cambiarse, “solo el futuro puede ser modificado y es en el futuro donde viviremos el resto de nuestras vidas”. Lamentablemente, como decía Paul Valéry, el problema de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era y nadie sabe qué futuro nos espera, en el caso de que haya futuro.

Pero pese a todo, Sánchez y sus brillantes guionistas del relato de anticipación (todos ellos optimistas por naturaleza quizá porque tienen el porvernir más que asegurado) nos emplazan directamente a un mañana lejano, un más allá de los tiempos, una frontera de medio siglo a la que muchos españoles no llegarán sencillamente porque se habrán ido para el otro barrio, bien por viejos, bien por las plagas que nos acechan o por la miseria que cada día es mayor y ya nos corroe por los pies.

El español de hoy mira a ese futuro incierto, ese futuro redondo que nos promete el avezado gurú de Sánchez, con miedo y desánimo, no solo porque no sabe lo que va a comer mañana (mucho menos de aquí a treinta años), sino porque la derecha autoritaria va ganando terreno en todo el mundo y el capitalismo salvaje –el de toda la vida, el que lleva siglos machacando al ser humano–, sigue arrasando e imponiendo su nefasta ideología de insolidaridad, barbarie y ley de la jungla. La izquierda necesita rearmarse y ofrecer soluciones concretas para hoy, para ya mismo, porque de lo contrario lo nazi triunfará de nuevo.

El dúo Sánchez/Redondo nos pone una fecha mítica para alcanzar la felicidad como aquella vieja promesa de 1992 que nos hizo Felipe González y que sirvió para que algunos se forraran a gusto y poco más. Hace 30 años el felipismo nos ofreció ser los alemanes del sur y ahora Sánchez nos propone que en 30 años todos tendremos un coche híbrido o volador en el garaje, frondosos bosques para que las ardillas crucen el país de árbol en árbol (como en los tiempos de los romanos) y ni un solo pobre con cartela sin una renta básica para poder subistir.

Vender el humo de las placas solares y el mito de la renovación verde y tecnológica para dentro de tres décadas está muy bien por lo que tiene de intento de superación de una España agotada y trasnochada que se ha venido abajo por lo de siempre: por la corrupción de sus caciques políticos, por unas élites empresariales y bancarias despiadadas y por una monarquía trincona.

Pero más allá de utopías que solo verán los más jóvenes (y con suerte) no podemos cerrar los ojos a la triste realidad que supone que este país no puede esperar, no ya treinta años, sino treinta días más. Los ERTE se acaban, la temporada turística puede irse al garete si los ingleses nos cuelgan el sambenito de país apestado, los dueños de los bares y hoteles se desesperan, las ayudas sociales son exiguas (llegan cuando llegan) y el paro se dispara.

Tratar de construir la España de ciencia ficción del 2050, la de los ríos y mares cristalinos y un aire puro que alimenta, es un objetivo tan loable como inaplazable, pero entre tanto el español, que es de natural indómito, impaciente y cainita, tiene la mala costumbre de comer y de odiar a sus gobernantes. Ya hemos visto en qué termina una sociedad encolerizada contra quien no le da el pan nuestro de cada día. En una muchachita folclórica o diva como Isabelita Díaz Ayuso que canta como nadie la copla del populismo y la demagogia.

Dice Iván Redondo que “no se trata de adivinar el futuro porque nadie tiene, ni en política ni en la vida, el algoritmo del éxito”. Pensar en el futuro es justo y necesario. Pensar en sacar al país de la decadencia posindustrial y el atraso secular es imprescindible. Pero que no se olvide el Gobierno de que antes del futuro está el presente y antes de llegar al valle prometido, o sea el Silicon Valley a la española, está el sagrado y diario plato de lentejas.

Viñeta: Pedro Parrilla

domingo, 16 de mayo de 2021

PALESTINA

(Publicado en Diario16 el 13 de mayo de 2021)

Los palestinos tienen la justicia de su parte, pero los israelíes tienen los tanques. Es tan sencillo como eso. La fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza. El conflicto (qué macabro eufemismo para describir lo que es simple y llanamente un exterminio a cámara lenta) se ha enquistado ante la indiferencia de Occidente. Todo el derecho internacional está de parte del pueblo palestino, desde la histórica resolución de diciembre de 2012 por la que la ONU dio carta de naturaleza al Estado de Palestina hasta los pronunciamientos de ​la UE, que en 2014 animó a la jefa de la diplomacia europea a promover el reconocimiento en todos los Estados de la Unión.

​Entonces, si la ley ampara al Estado palestino, ¿cómo puede ser que la comunidad internacional mire para otro lado cada vez que estalla un brote de violencia? Las noticias que nos llegan de la zona son alarmantes. Se habla de bombardeos a uno y otro lado de la frontera, de asesinatos, de detenciones ilegales, de colonos israelíes destruyendo viviendas palestinas y de ataques contra mezquitas. También de respuesta a las agresiones en forma de cohetes de Hamás. Es la guerra ancestral de los viejos que terminan pagando los jóvenes. La chatarra militar tercermundista de Mahmud Abbas contra los misiles selectivos, satélites y mentiras de Netanyahu avaladas por Biden, otro anciano que repite las palabras inútiles de siempre: el “derecho legítimo de Israel a defenderse”. La misma película de terror contada una y otra vez.

La espiral de muertos se inició tras la muerte a tiros de un joven árabe en una reyerta con un grupo de judíos. Fue el estallido de Lod. Durante el entierro de la víctima, el polvorín explotó y una lluvia de mortero cayó sobre Israel. Los palestinos no solo están hartos de que los maten impunemente, sino de que los traten como a simple ganado, como a animales recluidos en territorios ocupados, como a seres inferiores. A las lamentables condiciones de vida que soportan desde hace décadas, se une ahora el drama del coronavirus, que está golpeando con fuerza en este área de Oriente Medio. Allá donde la pobreza es mayor, el virus encuentra su mejor caldo de cultivo.

Mientras los israelíes celebran la vuelta a la normalidad y se divierten en conciertos sin mascarilla, los hospitales palestinos se llenan de contagiados, el personal sanitario escasea y las vacunas no terminan de llegar. Es el bloqueo indecente, el cruel apartheid que el gobierno judío ha impuesto al otro lado de los muros y alambradas. Según Médicos Sin Fronteras, “una nueva ola del virus golpea con fuerza a Cisjordania. Los más de 20.000 casos activos han agregado mucha presión sobre un sistema de salud ya de por sí frágil. No hay suficiente espacio, camas o personal para asistir a todos los pacientes críticos, y la gente está muriendo”. El infierno de la guerra viene a sumarse al infierno de la peste. Los jinetes del Apocalipsis cabalgando a sus anchas en aquellas tierras malditas donde los dioses Alá o Jahvé, qué más da, hace tiempo que desertaron.

Cuando se aborda el problema enquistado de Palestina ya solo cabe hablar de graves crímenes contra la humanidad, bien por la acción militar directa de Israel, que se niega sistemáticamente a avanzar en las conversaciones de paz, bien por la tolerancia de la comunidad internacional. Siempre es lo mismo. Cada vez que estalla una revuelta o Intifada en la Explanada de las Mezquitas o muere un niño en la Franja de Gaza las Bolsas se resienten, el precio del petróleo se dispara y los telediarios le dedican un minuto al asunto y a veces ni eso. Sin embargo, al día siguiente Palestina vuelve a desaparecer del mapa (el terráqueo y el mediático) y nadie vuelve a hablar de ello hasta el siguiente cañonazo judío o mortero de Hamás.

La indiferencia de Occidente, la indiferencia de cada uno de nosotros ante la injusticia cósmica que está sucediendo, anida en el embrión mismo del terrorismo internacional que se ha recrudecido desde el 11S. Cuando un pueblo misérrimo es sistemáticamente condenado a la humillación perpetua y a la falta de futuro, explota la revolución en forma de pedrada de un niño contra un tanque, de cóctel molotov, de bomba suicida o de barbudos fanáticos dispuestos a degollar cristianos en París, Londres o Madrid. No es el manido choque de civilizaciones envuelto en un conflicto entre religiones y culturas del que nos advirtió Huntington, sino un choque brutal entre justicia e injusticia, entre ricos y pobres, entre señores y esclavos. Nada cambia desde que el mundo es mundo.

La comunidad internacional tiene que resolver de una vez por todas el problema palestino, no solo porque es una cuestión de humanidad y pura lógica moral y jurídica, sino porque aquella pequeña franja en un lugar perdido puede terminar convirtiéndose, más tarde o más temprano, en un avispero ingobernable del que brotarán los jóvenes soldados unformados con la camiseta del Barça o del Real Madrid dispuestos a ajustarnos las cuentas en la guerra santa. Cuando la vida no tiene nada más que ofrecer que una charca pestilente y moscas solo queda la falsa promesa de un paraíso en el más allá.

Ahora que el trumpismo está llegando a todas partes como un chapapote ideológico, también Israel se ha sumado a la moda del miedo y el desprecio al otro, el nacionalismo religioso y la falsa idea de que la solución pasa por levantar muros de hormigón para defenderse de los apestados de la otra orilla. Palestina es la historia de una dramática resignación. Pero como dice Lawrence de Arabia en la maravillosa película de David Lean, “para ciertos hombres, nada está escrito si ellos no lo escriben”. La historia no tiene por qué estar predestinada ni condenada a cumplir con un guion cíclico, macabro y fatídico de crueldad y muerte. Se pueden cambiar las cosas; la paz es posible. Solo hace falta voluntad política y una dosis de valentía. Algo de lo que, lamentablemente hoy por hoy, carecen quienes gobiernan este enloquecido planeta.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

YOLANDA LOS PONE EN SU SITIO

(Publicado en Diario16 el 13 de mayo de 2021)

Mientras Pablo Iglesias se corta la coleta para romper con su pasado, la figura de Yolanda Díaz crece por momentos. La izquierda española puede dormir tranquila: la ministra de Trabajo es la mujer perfecta para defender los intereses de la clase obrera. Ayer, la sucesora de Iglesias dio un soberano repaso –con cifras y letras y un estilo parlamentario refinado–, a sus señorías de la bancada conservadora y ultra. Así se rebaten las formas y bulos trumpistas, con elegancia y con los puntos sobre las íes, demostrando que las buenas maneras democráticas nada tienen que ver con el origen o la clase social, sino con la educación que se haya recibido.

La sesión de control prometía bronca asegurada y no defraudó. Tras la victoria arrolladora de Isabel Díaz Ayuso y con un Casado crecido y espídico, PP y Vox entraron como un elefante en la cacharrería del Congreso. Tocaba amedrentar a la ministra, atornillarla, intentar encogerla afeándole la gestión económica del Gobierno, el paro y los datos macro. Últimamente las derechas le han cogido el gustillo al mantra de los seis millones parados (una estadística rotundamente falsa se mire por donde se mire) y ayer tocaba dar esa matraca.

En la actualidad, hay oficialmente registrados cuatro millones de desempleados en España, pero Casado, don Teodoro y la bancada franquista de Vox no van a dejar de repetir la mentira una y mil veces hasta conseguir doblar el número real de parados (básicamente, en eso ha consistido la victoria electoral de Ayuso, en machacar al personal con un bulo, en este caso la trola de la libertad amenazada). 

Sin embargo, pese al juego sucio de las dos derechas ya aliadas en forma de pinza, Yolanda Díaz no se arredró. Hasta ayer sabíamos que la ministra de Trabajo tenía el talento para la oratoria y el discurso estructurado, complejo y profundo sobre los diferentes asuntos de su negociado. Desde ayer, también sabemos que no rehúsa el navajaeo político, que tiene encaje para el cuerpo a cuerpo y bravura por arrobas. Sus adversarios políticos pensaban que, muerto y enterrado el macho alfa Iglesias, Díaz era una perita en dulce, una presa fácil para las hienas de colmillo retorcido, una cándida cenicienta. Craso error.

Cuando la ministra fue despachando, una a una, a cada ave de rapiña y aguiluchos varios que trataban de picotearla por un flanco y por el otro, se vio claramente que el resto de la Legislatura no será coser y cantar (como pensaban las derechas tras la espantada de Iglesias) sino que les ha salido un hueso duro de roer. Y no solo porque la ministra es una abogada laboralista que se conoce el paño de los estrados y los recovecos de la retórica, sino porque su perfil de mujer de izquierdas inteligente, ilustrada y a la europea deja a la altura del betún las malas artes de la derecha española gamberra, carpetovetónica y africanista.   

Fue Teodoro García Egea quien abrió fuego al preguntarle si cree que la mayoría del pueblo “avala su programa político”. La absurda interpelación estaba a la altura intelectual del hombre que la formulaba. “Lo que avala el programa del Gobierno es su dedicación a la ciudadanía, sea de Vigo o de Barcelona”, se defendió Díaz con elegancia. Pero el estoque definitivo al miurita Egea iba a llegar algo después, cuando la sucesora de Iglesias soltó una frase para los anales del parlamentarismo patrio: “Los españoles recuerdan cuando gobernaban ustedes los viernes de Dolores con recortes en las pensiones, con desahucios, con sufrimiento y con dolor”. Touché.

La respuesta era lo que tocaba decir, ni más ni menos, y Díaz redondeó su rejonazo con un dato demoledor: “Por mucho que lo repita mil veces, el único momento de tasa de paro histórica es con el PP: el 57 por ciento de paro juvenil y tres millones de puestos de trabajo destruidos. A día de hoy quedan solo 200.000 puestos por recuperar tras la pandemia”.

Pero quedaba la dosis habitual de demagogia tardofranquista de Vox y esa la iba a poner, cómo no, Macarena Olona, la dura motera del grasiento mundo ultra. Cada vez que se dirigía a Díaz lo hacía con la coletilla previa de “comunista”, como tratando de ofender, de insultar, una táctica parlamentaria de brocha gorda más bien burda, zafia y faltona. La mala educación parlamentaria de una mujer que entiende la democracia como un cuadrilátero de lucha libre o barro de Pressing Catch en el que todo vale no iba a ser obstáculo para que Díaz la pusiera en su sitio con la naturalidad de una gran dama de la política.

El momento surrealista de la mañana llegó cuando Olona le afeó a Díaz que esté protegiendo a la banca. Ella, precisamente ella, que es la líder de un partido que defiende los intereses de la aristocracia, la nobleza, la élite corrupta y el sistema financiero ultracapitalista. El mundo al revés. La respuesta de la vicepresidenta fue otro fino ejercicio de esgrima política: “A día de hoy, usted sigue defendiendo que los españoles puedan ser despedidos cuando estén enfermos, y también defienden privatizar la sanidad y la educación pública. Sería bueno que usted hiciera algo por España”. Fue un gancho de izquierda claro, conciso y directo.

El repaso de la ministra al búnker, al que aireó todas sus contradicciones y mentiras con apenas dos párrafos bien tirados, fue antológico. Definitivamente, Yolanda Díaz da el perfil de estadista que en cualquier otro país europeo sería el salvoconducto perfecto para llegar a presidenta algún día. Por desgracia, España es ese lugar que encumbra al mediocre y arribista y hunde a quien tiene talento de verdad.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA TRUMPITA EN EL TIMES

(Publicado en Diario16 el 12 de mayo de 2021)

La prensa internacional no para de hablar de Isabel Díaz Ayuso, la “trumpita” europea que va a su aire. El botellódromo (más bien tontódromo) en que se ha convertido el Madrid libertario de la presidenta popular no está pasando desapercibido para los medios extranjeros, que dedican amplios espacios a esa España que naufraga en un miasma de virus, enfermos y ruina económica mientras sus ciudadanos se lo pasan en grande en una yinkana de cubatas de todos los sabores.

La agencia de noticias norteamericana Associated Press ya califica a España como “un oasis de diversión en el desierto de restricciones de Europa” y a Madrid como esa ciudad donde los jóvenes buscan “diversión ilícita y clandestina a través de los servicios de mensajería”. El reportaje añade que “están ansiosos por divertirse como no habían podido hacerlo durante meses en casa bajo estrictos bloqueos” y compara el desmadre a la española con las medidas severísimas que se están tomando en Alemania y Francia, por ejemplo, donde rige un toque de queda nocturno con el cierre total de bares y restaurantes.

Por si fuera poco, el Financial Times denuncia que el mayor error cometido por España ha sido el descontrol de los brotes y recuerda que la mayoría de las comunidades autónomas abandonaron las restricciones de las fases de desescalada marcadas por el Gobierno central sin estar preparadas para afrontar un nuevo aumento de casos ni tener el personal suficiente para realizar la vigilancia, rastreo y seguimiento de contagios y contactos estrechos.

El asunto es de la máxima gravedad, ya que nos estamos jugando la campaña turística y la salida de la recesión. De alguna manera, la imagen de la ácrata y jaranera Villa y Corte de Ayuso se ha terminado identificando con la del resto del país y esa simbiosis fatal puede arrastrarnos a todos al desastre. El retrato como país que proyectamos al exterior es totalmente distorsionado e injusto, ya que si bien es cierto que en la metrópoli castiza se vive “a la madrileña”, es decir, con faldas y a lo loco y en plan carpe diem suicida, otras comunidades autónomas como Valencia están haciendo las cosas bien para controlar la pandemia y poder recibir a los visitantes extranjeros en condiciones sanitarias de seguridad.

Pese a que el líder valenciano, Ximo Puig, ha hecho los deberes y ha logrado situar a su región entre las que presentan mejores tasas de contagio de toda Europa, los tabloides británicos ya han puesto sus motores y rotativas a pleno rendimiento para propagar la leyenda negra de la gripe española, transmitiendo la sensación de que Madrid es España y España es Madrid, tal como sugiere Ayuso, una nefasta identificación que mete a todos los territorios en el mismo saco y que obliga a pagar a justos por pecadores.

En este caso la pequeña pecadora pandémica no es otra que Isabel Díaz Ayuso por su permisividad con la plaga, su negligencia en la gestión y su descabellado discurso de todos a la calle, libertad libertad, que aquí no pasa nada y el virus es cosa de Sánchez, que es un triste.

Tal como era de esperar, tras leer los titulares amarillos del Sunday Times, a Boris Johnson le ha faltado tiempo para levantar el teléfono y decirle a su flotilla de corsarios, agencias de viajes y turoperadores que informen a los ciudadanos británicos de que España es un destino peligroso, de modo que no deben desplazarse a nuestras tierras tifoideas bajo ningún concepto. Ya se sabe que Johnson es el nuevo Drake de la reina Isabel, un supremacista blanco que no parará hasta robarle todo el oro turístico a los morenos ibéricos del sur.

Ya en los Episodios Nacionales Pérez Galdós escribía “que es la Inglaterra, esa puerca, ya lo sabe usted, a quien dan el mote de la Pérfida Albión”, y desde entonces los ingleses no han parado de tocarnos los peñones. Pero en este caso habría que decir, en descargo del Imperio de su Majestad, God Save de Queen, que los culpables de nuestra ruina como país no son los británicos, sino que nosotros mismos no hemos metido, por nuestro cainismo, ciego apasionamiento y falta de cultura democrática, en esta charca cenagosa hirviente de virus. El daño que está haciéndole Ayuso a España promoviendo su disparatada idea de un Madrid de charanga y pandereta en medio de una pandemia devastadora es tremendo.

De momento, otros países ya sopesan seguir los pasos de Downing Street y colgarle a los españolitos vividores y flamencos el sambenito de alegres borrachos apestados a los que conviene no acercarse demasiado. La idea de que con la paella y la jarra de sangría va también una pizca de azafrán coronavírico se está difundiendo de forma imparable por todo el viejo continente y aún más allá. A nadie se le escapa que si termina cuajando el rumor de que España es un destino letal para los turistas, podemos darnos por muertos, ya que dependemos absolutamente de los meses estivales para salir de la crisis monumental y reactivar el crecimiento económico.

La historia es un entramado complejísimo de circunstancias, coyunturas y decisiones tomadas por hombres y mujeres y ahora quizá estemos ante uno de los momentos más delicados y cruciales. Si los hoteles se llenan de guiris, tendremos una segunda oportunidad; si se vacían por el miedo y la alarma social que se difunde desde los medios londinenses, nos quedaremos con una mano delante y otra detrás, como los desarrapados de Europa en medio de un solar cuarteado de miseria. Es así de sencillo, así de duro y así de cruel.   

La prensa mundial ha calado a Díaz Ayuso, le ha pillado el juego y el truco, que no es otro que dar pan y circo y un discurso de falsa libertad que a fin de cuentas supone una invitación al suicidio colectivo solo para mantenerse en el poder a toda costa. Luego, cuando llegue el verano y las playas se queden desiertas debido al espanto de los europeos ante la leprosería española, IDA siempre le puede echar la culpa al comunista Sánchez. O a los ingleses, que nos tienen manía. Gibraltar español.

Viñeta: Pedro Parrilla