(Publicado en Diario16 el 6 de mayo de 2021)
El terremoto Ayuso empieza a generar sus réplicas y sacudidas en los territorios periféricos. Movimientos sísmicos con epicentro en Génova 13 que amenazan con llevarse por delante a aquellos dirigentes que no estén en la onda trumpista ganadora. La primera en caer ha sido la presidenta del PP en la Comunidad Valenciana, Isabel Bonig, a la que “han dimitido”, según el diputado valenciano Joan Baldoví, para colocar al presidente provincial del partido en Alicante y de la Diputación Provincial, Carlos Mazón, llamado a ser el candidato popular a las próximas elecciones autonómicas frente al socialista Ximo Puig.
Bonig quedará como la mujer que trató de desinfectar de corrupción el PP valenciano, regenerándolo y poniéndolo en condiciones de gobernar de nuevo. Una conservadora no tan implicada en la nueva y efervescente ola ayusista que recorre el Partido Popular. Ese perfil no ha debido gustar a Pablo Casado, que a partir de ahora va a pedir a sus huestes que se aprendan de memoria el manual trumpista, o sea el discurso de libertad, libertad, mucha libertad, más la construcción de realidades alternativas, la deslegitimación del rival político, adiestramiento en la política como show y escasos escrúpulos democráticos a la hora de pactar con la ultraderecha de Vox. Como la actual dirigente valenciana no daba el perfil (las fuentes de Génova hablan de “pérdida de confianza”) le cortan la cabeza y santas pascuas.
El hombre que viene a sustituir a Bonig tiene una larga trayectoria ultraconservadora que hunde sus raíces en el viejo zaplanismo (no en vano fue hombre de confianza del ex presidente de la Generalitat y ex ministro de Trabajo, Eduardo Zaplana). El alicantino Mazón cuenta con una acreditada hoja de servicios marcada por una oposición corrosiva y feroz contra el tripartito de izquierdas de Ximo Puig y Mónica Oltra, una tarea destructiva que ha contado con el apoyo inestimable de Ciudadanos en la Diputación de Alicante. Con el nuevo responsable del PP valenciano llegan, por tanto, los viejos discursos de siempre: la guerra del agua, la privatización a calzón quitado de la Sanidad, el capitalismo de amiguetes, el castellano como lengua vehicular de los escolares y el rechazo de los aranceles a la industria tradicional y agroalimentaria. Es decir, un descarado retorno al pasado, una vuelta a aquellos felices años del ladrillo, a la sintonía anestésica de Julio Iglesias, a los chicos de la Famiglia Gürtel y las piscinas bañadas con Dom Perignon que marcaron la triste historia del zaplanismo en Valencia.
De modo que esa es la apuesta de Casado, ese es el modelo económico y político tan cacareado por los populares durante estos quince días de campaña electoral en Madrid. Al líder del PP nacional se le llena la boca de moderación, pero está loco por la música ultra, por la recuperación del retro-aznarismo y por la caspa de siempre. Casado ha entendido que para llegar a Moncloa solo necesita seguir la hoja de ruta trazada por la flamante presidenta madrileña, y ya que no puede colocar a una Ayusita en cada autonomía (eso es imposible, cuando hicieron a la lideresa castiza rompieron el molde y no puede haber otra igual), al menos intenta colocar a nuevos barones territoriales que se acerquen al perfil ultra, trumpista y cañí. Así pretende tener apaciguado el cortijo y de paso restablecer el viejo eje Madrid-Valencia, un proyecto que, no lo olvidemos, entroncó a ambas comunidades en sonados casos de corrupción.
De momento, Mazón ya ha publicado una nota de prensa en la que agradece a Isabel Bonig su “enorme labor y dedicación todo este tiempo”, agradeciéndole su confianza y su trato personal. Cuenta la prensa local que el delfín valenciano de Casado ha sabido atraerse a buena parte del grupo parlamentario afín a Bonig, “lo que hará más fácil el proceso de transición durante los próximos meses”. En realidad, se trata de una puñalada trapera con guante de seda que pone en evidencia las nuevas formas que se imponen en el Partido Popular. Así las cosas, no se descarta que regresen las viejas cuentas pendientes no cerradas entre zaplanistas y campsistas. Las espadas siguen en todo lo alto (recuérdese que en su momento el propio Mariano Rajoy apostó por Francisco Camps, a quien dijo aquello de “Paco, siempre estaré detrás de ti, o delante, o a un lado), de modo que el navajeo político en el PP valenciano promete ser apasionante en las próximas semanas.
Todo vuelve y Pablo Casado, cegado por la euforia triunfante de la pasada noche en el balcón de Génova, ya ve retornar los años gloriosos del aznarismo, cuando las victorias electorales llovían del cielo azul. Habrá que esperar para ver si el líder del PP consigue tener bajo control el fenómeno Ayuso o el monstruito populista/demagógico se acaba volviendo en su contra hasta opacarlo y reducirlo a la categoría de mueble innecesario. Con una Ayuso pletórica e imponiendo su estilo en todo el partido, ¿para qué sirve el casadismo?
En cualquier caso, tras la histórica jornada electoral del 4M, Casado se ve ya en Moncloa, el cuerpo le pide urnas, y no tardará en hacer del adelanto electoral su nuevo mantra o macguffin político. El jefe de la oposición ha llegado a la conclusión de que, con Vox apretando por detrás, la senda de la moderación solo conduce al vertedero de la historia, donde ya ha caído Ciudadanos. Rescatar el zaplanismo es poner de moda un trumpismo de piel morena y camisas guayaberas que los valencianos ya vivieron hace décadas. A fin de cuentas, Donald Trump no ha inventado nada. En España sabemos muy bien lo que es el populismo folclórico de extrema derecha como herencia del fascismo. Lo vivimos en nuestras carnes durante cuarenta años de franquismo.
Viñeta: Igepzio
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