sábado, 1 de mayo de 2021

LA VIOLENCIA

(Publicado en Diario16 el 27 de abril de 2021)

Se queja el eurodiputado de Vox Jorge Buxadé de que Moncloa todavía no haya condenado los ataques de la extrema izquierda ocurridos en el pasado mitin ultraderechista de Vallecas. “Seguimos esperando una condena por parte del PSOE, que es el responsable de que el comunismo esté en el Gobierno de España”, asegura. Y añade: “No vamos a admitir ninguna lección de democracia ni de Pedro Sánchez, ni de los tertulianos”.

Ahora bien, ¿es cierta esa afirmación, es verdad que el Ejecutivo de coalición condena la violencia cuando viene de manos del terrorismo fascista pero guarda silencio cuando es la extrema izquierda la que la promueve, o nos encontramos ante el enésimo bulo del partido de Santiago Abascal? Más bien esto último, y basta con echar un vistazo a la hemeroteca para contrastarlo. Así, apenas unas horas después de la batalla campal en la Plaza Roja vallecana, la ministra de Defensa, Margarita Robles, sostenía que “ningún tipo de violencia tiene cabida en ningún sitio”. La titular del departamento pudo guardar silencio, mirar para otro lado, buscar artificios retóricos o envolverse en una bandera con la hoz y el martillo para negar la evidencia, pero fue honesta a la hora de defender que nuestro país aspira a ser “una sociedad tolerante, en convivencia y en paz, en la que cada uno pueda tener sus ideas respetando a los demás”.

Apenas unos días antes, Carmen Calvo había dado otra lección magistral de democracia. La vicepresidenta primera fue preguntada por la prensa acerca de los incidentes y altercados provocados por grupos anarquistas y de extrema izquierda durante las protestas por el encarcelamiento del rapero Hasél y dio su versión sobre el terror como arma política: “La libertad de expresión no puede amparar la promoción de delitos y actitudes violentas. No se puede jalear lo que acaba en odio y en violencia. Esto parece una cuestión de sanidad democrática”. Más claro agua. En cuanto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, su postura respecto a la confrontación civil, venga de donde venga, también quedó meridianamente clara: “La violencia es inadmisible en una democracia y el Gobierno garantiza la seguridad”.

Queda claro, por tanto, que no es lo mismo la izquierda democrática que la extrema derecha franquista, por mucho que el señor Buxadé se empeñe en meter a todos los partidos en el mismo saco para alimentar el odio, la confusión y el totum revolutum con el que Vox pretende intoxicar a la sociedad española hasta crear un clima político irrespirable. La pasada semana, cuando Rocío Monasterio se sentó frente a Pablo Iglesias en los estudios de la Cadena Ser para participar en el debate de candidatos moderado por Àngels Barceló, perdió una gran oportunidad de demostrar que Vox es algo más que un partido populista de extrema derecha (tal como lo califican los buenistas de la democracia que abogan por darle voz en las instituciones) o grupo neonazi (como dicta la lógica tras esa infame pegada de carteles racistas de propaganda electoral en el Metro de Madrid).

Cuando Iglesias se dirigió a la candidata de Vox a la Presidencia de la Comunidad de Madrid para pedirle que condenara explícitamente el envío de balas de fuego y cartas amenazantes contra él y otros miembros del Ejecutivo de coalición, la respuesta de Monasterio fue justo la opuesta a la que hubiese dado cualquier demócrata decente y de bien: “Yo de Pablo Iglesias me creo poco. Creo que todos los españoles, cada vez que vemos algo que dice Iglesias lo ponemos en duda”. Es decir, de nuevo el negacionismo de la realidad, el mensaje guerracivilista y la apología de la violencia contra el rival político, en este caso el líder de un partido de izquierdas que concurre legítimamente a unas elecciones.  

A estas alturas de la historia ya ha quedado acreditado que el gran programa político nacional de Santiago Abascal consiste en transportar a los españoles en el tiempo y conducirlos hasta los años 30 del pasado siglo, a las puertas de nuestra sangrienta confrontación civil. El Caudillo de Bilbao pretende hacer creer al país que una revolución soviética está próxima, como en el 34; que los rusos, chinos y venezolanos, bajo la batuta de Sánchez, preparan una nueva invasión roja para convertir España en un estado satélite del comunismo; y que el Parlamento está infestado de diputados socialistas, republicanos y podemitas que andan por ahí con la pistola en la sobaquera, en plan Indalecio Prieto, cuando aquí el único que va armado es él con su frío hierro Smith and Wesson. Es decir, un delirio formidable, una perfecta chifladura, una auténtica paranoia. A Abascal jamás lo veremos debatir sobre los números, las cifras de la pandemia o los fondos europeos porque como buen dirigente de un partido fascista ellos no están aquí para limitarse a hacer política y resolver los problemas del país, sino para hacer historia, como diría Sánchez Ferlosio (en este caso historia de la mala, le faltó decir al maestro).

El gran proyecto político de Abascal consiste en el retorcimiento cuántico del espacio tiempo y retroceder en el pasado hasta aquella España analfabeta, feudal y tercermundista donde se quemaban conventos, los colectivistas agrarios de la famélica legión se levantaban en armas y los pistoleros de la falange y los marxistas del POUM se retaban al amanecer en las calles de Madrid para resolver sus cuitas a tiro limpio. Oh, qué nostalgia del pasado brutal y salvaje, qué maravilla de época sangrienta, debe pensar el presidente de Vox sobre aquellos años trágicos que él añora.

La primera fase del proyecto ultra, esa que consiste en presentar a los mártires voxistas como víctimas de la horda roja ya ha comenzado. Luego llegará la segunda parte (acción/reacción), siguiendo el viejo manual joseantoniano. Por esa razón, en Vox jamás condenarán la violencia de las armas, el morbo de las balas y las maniobras cuarteleras, ya que eso sería tanto como traicionar la hoja de ruta del franquismo posmoderno y los principios en los que se funda su nuevo Movimiento Nacional que ahora ellos llaman “guerra cultural” por disimular, por reciclar la basura ideológica supremacista para hacerla más seductora a ojos de las masas y para que no se note demasiado que son los nazis de toda la vida, lo cual siempre es malo para el negocio de las urnas porque espanta a las clases medias, decisivas en toda victoria electoral. En realidad, es lo mismo que ocurría cuando ETA mataba a un policía o a un concejal y HB buscaba cualquier eufemismo o coartada para no condenar la violencia contra el enemigo español. Va a ser cierto que los extremos se tocan. Bien mirado, a medida que avanza esta campaña sucia y cainita, a Abascal se le está poniendo una cara de Otegi que tira para atrás.

Viñeta: Igepzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario