Sophia, un androide clavadito a una mujer de carne y hueso, informará a los periodistas sobre cada incidencia y noticia que vaya dejando la jornada electoral en el Centro de Datos habilitado por el Gobierno regional. Lo que faltaba para terminar de darle a estas elecciones un ambiente todavía más extraño, distópico y surrealista. Por lo visto, el engendro es capaz de interactuar con los 160 periodistas acreditados, ya que puede imitar gestos humanos y expresiones faciales, así como contestar a cualquier pregunta sobre temas predefinidos, en este caso las elecciones a la Asamblea regional. Espeluznante.
En esta campaña hemos visto de todo: una mujer que va a ser presidenta de los madrileños sin más programa electoral que un cuento chino sobre la libertad; carteles de propaganda racista como en la Alemania nazi; batallas campales entre rojos y fachas, como en el 36; y hasta cartas con balas amenazantes, como en los peores años del plomo de ETA. Pero esto del humanoide de ojos encendidos en neón respondiendo a las preguntas de los periodistas es demasiado y supone el punto final perfecto para una campaña absurda que por momentos ha sido más bien un circo, una barraca de feria o espectáculo friqui de vodevil que lejos de entretener y divertir ha dejado en el madrileño, y en el español en general, un poso de amargura, tristeza y algo de miedo e inquietud ante el futuro que nos espera.
Sin duda, la participación del androide Sophia en estas elecciones, por primera vez, marcará un antes y un después en la historia de España. Se cierra una época y se abre otra con sus engendros mecánicos, sus realidades virtuales y su política ficción. La verdad ya no existe, solo la apariencia de veracidad; los valores de la Ilustración han sido enterrados bajo el poder de las redes sociales, la retórica y la propaganda goebelsiana, o sea la política fast food o política basura. Y es en ese contexto de crisis de toda una época, de decadencia, de degeneración de la democracia, donde emerge el robot, el androide, la inteligencia artificial o dios cibernético creado para suplantarnos algún día, lo cual no le será difícil porque el ser humano no deja de ser un tarado y un tonto integral.
La auténtica revolución o guerra cultural a la que vamos a asistir en la trascendental jornada de hoy no es la que nos propone la extrema derecha de Vox con sus nostalgias racistas decimonónicas, su idea del superhombre o macho ibérico y su guerracivilismo teatralizado. Tampoco la redefinición del nuevo concepto de libertad con el que IDA ha estado taladrando nuestras pobres cabecitas durante semanas interminables (por si no lo recuerdan, libertad es poder salir de cañas y no encontrarte con tu ex por Madrid, cágate Platón). Ni siquiera la nueva izquierda combativa y racional que nos trae, como un soplo de aire fresco, la guerrillera infatigable Mónica García. La revolución determinante, el cambio brutal, el giro copernicano o terremoto sociológico es ese muñeco de hojalata salido de algún laboratorio japonés que pone los pelos de punta y que es capaz de plantarse delante de los periodistas, como una fina analista de las tertulias sesudas de Ferreras, para mantener una conversación con ellos de tú a tú y como si tal cosa.
Con Sophia se acaba, definitivamente, el mundo tal como lo conocemos hoy y emerge otra realidad tan fascinante como aterradora formada por virus, pandemias, viajes a Marte y robots sabiondos. El futuro ya está aquí con sus trampas de circuitos y cables, sus computadoras con patas y una horda de cíborgs preparados para sustituirnos en el trabajo, cuidar de nuestros hijos, acostarse con nosotros y hasta votar en nuestro nombre. No puede decirse que Sophia se parezca demasiado a Díaz Ayuso (aunque por momentos la mirada fría y desnortada de la presidenta recuerde en cierta manera a uno de esos replicantes de Blade Runner), ni que tenga el gracejo innato de la lideresa castiza para soltar ocurrencias y bobadas todo el rato. Pero hace ya tiempo que venimos advirtiendo en esta columna de que la candidata del Partido Popular a la Presidencia de la Comunidad de Madrid tiene algo raro, extraño, un no sé qué como de experimento de laboratorio. No en vano, Ayuso es un invento salido de la probeta de Miguel Ángel Rodríguez para ensayar el trumpismo duro y sin complejos en nuestro país. A Pablo Casado le ha encantado el juguete, la sonriente y eficaz muñeca pepona que repite fielmente lo que le escribe MAR y que es capaz de disertar sobre la nueva política del vacío, del humo, de la nada. Lo cual que el líder del PP ya sueña con parecerse a ella y petarlo también en las encuestras y en las urnas.
No sabemos qué opinará Ángel Gabilondo de Sophia, aunque nos imaginamos que como buen filósofo de la escuela clásica estará horrorizado. Pablo Iglesias probablemente ya esté viendo en ella un infiltrado fascista o miembro de la nueva casta de Silicon Valley a la que habrá que combatir más tarde o más temprano por lo que tiene de poder fáctico que seguirá chupándole la sangre al obrero. Y a buen seguro el bueno de Edmundo Bal se esté preguntando si a la niña mecánica le habrán dejado hueco entre tornillos y circuitos para adaptarle un útero y venderla como vientre de alquiler. Ya se sabe que en Ciudadanos son pragmáticos y siempre le ven el punto crematístico a la cosa (véase Toni Cantó).
A pocas horas para que se abran los colegios electorales, Casado nos advierte de que el 4M será el “comienzo del fin del sanchismo” y la antesala de la llegada del PP al poder nacional. Pero uno, que es un desencantado de la política y de la vieja izquierda derrotada, cree que lo que se juega mañana no es la simple poltrona de una comunidad autónoma y una nómina de consejeros abúlicos que cobran un pastón, sino algo mucho más serio y trascendente: el poder de unos robots que en breve reemplazarán a los políticos, enterrando para siempre la democracia y fundando una nueva estirpe mucho más fuerte y totalitaria que la que predice el mismísimo Abascal. Lástima, con la de risas que nos hemos echado con Ayuso.
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