(Publicado en Diario16 el 19 de mayo de 2021)
Más de 8.000 migrantes han llegado en las últimas horas a las playas de Ceuta en un incidente migratorio sin precedentes. El Gobierno español ya ha devuelto a la mitad de ellos a su país de origen, Marruecos, en aplicación estricta y respetuosa de la legalidad vigente (las devoluciones en caliente están autorizadas por la Justicia española siempre que no se trate de niños, mujeres embarazadas o discapacitados, ya que todas estas personas tienen derecho a permanecer en nuestro país con arreglo a la ley y los convenios internacionales firmados por España).
Pero más allá del hecho en sí, más allá del suceso que quedará para la historia y marcará un antes y un después en las siempre difíciles y tormentosas relaciones diplomáticas entre España y Marruecos, conviene recapitular y poner en orden los datos, condicionantes y factores que nos han arrastrado, cronológicamente, a esta grave y compleja situación.
Sin duda, para entender lo que está ocurriendo tenemos que viajar en el tiempo hasta diciembre del pasado año, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una polémica declaración política reconociendo la soberanía del Reino de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Además, enmarcó el nuevo escenario geoestratégico en la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y Marruecos, que se acabó convirtiendo en el cuarto país musulmán en mantener un trato cordial con el estado hebreo después de Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán.
Aquel irreflexivo y temperamental puñetazo en la mesa de Trump apenas unas horas antes de cesar en su mandato para concurrir a las elecciones presidenciales iba a alterar el frágil equilibrio internacional. De entrada, el representante del Frente Polisario ante Naciones Unidas, Sidi Omar, colgó un tuit en el que le recordaba a Trump que el estatuto legal del Sahara Occidental “lo determinan la legislación internacional y las resoluciones de la ONU”, no el omnipotente señor presidente de los Estados Unidos de América.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Marruecos se sentía respaldado por el gran gendarme del mundo en su política de represión contra el pueblo saharaui y con ese salvoconducto inició una agresiva campaña de reivindicación de Ceuta y Melilla. Trump se iba de la Casa Blanca dejando uno de los avisperos del mundo a punto de estallar.
El siguiente capítulo en esta enrevesada historia tuvo lugar en Madrid hace solo unas semanas. El pasado mes de abril, Brahim Ghali, líder del Frente Polisario Saharaui, de 73 años, era internado en un hospital de Logroño para recibir tratamiento médico por un cuadro agudo de coronavirus. “Según han señalado varios medios, Ghali llegó a España con pasaporte diplomático argelino y una identidad falsa, haciéndose pasar por Mohamed Benbatouch”, informó eldiario.es.
La ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, aseguró que el líder polisario fue admitido en nuestro país “por razones estrictamente humanitarias”, ya que España es “un país responsable con sus obligaciones”. Sin embargo, el trato de favor a Ghali encendió los ánimos en el palacio de Mohamed VI.
La decisión de la ministra Laya no fue unánimemente acogida, ni mucho menos, en el seno del Gobierno de coalición, ya que el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, se opuso enérgicamente al traslado del líder polisario consciente de que abriría una crisis diplomática con Rabat, como así ha sucedido después. Ese fue el gran detonante del rápido deterioro en las relaciones entre ambos países. De hecho, ayer mismo la embajadora de Marruecos en España, Karima Benyaich, lo reconoció implícitamente al asegurar que cuando se trata de diplomacia bilateral hay actos que “tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Todo un mensaje amenazante para nuestro país.
A partir de ahí, se puede entender mucho mejor que la inédita avalancha de inmigrantes de las últimas horas sobre las costas ceutíes no ha sido fruto de la casualidad. No cabe duda de que el incidente no se ha producido de forma espontánea, sino que ha sido organizado en las redes sociales y cuanto menos tolerado por el Estado de Marruecos como represalia por la política de acercamiento de España con el pueblo saharaui. Avala ese dato el hecho de que los servicios de inteligencia marroquíes conocían el salto masivo a la valla de la frontera sur que se estaba preparando mientras que el CNI español ni siquiera olió lo que se nos venía encima.
Otro elemento de juicio que nos lleva a pensar que la operación puede ser producto de una bravuconada de la monarquía marroquí es que sus agentes fronterizos abrieron la puerta de la verja, deliberadamente, a miles de inmigrantes para que intentaran llegar a nado a las costas de Ceuta. Una prueba más de que Marruecos ha estado utilizando el arma de la presión demográfica fronteriza como revancha o vendetta contra el Gobierno de Madrid.
Lamentablemente, han sido demasiados años de tolerancia con una satrapía corrupta y dictatorial, tanto que España se ha humillado en reiteradas ocasiones ante su vecino del sur e incluso se ha inhibido vergonzosamente en sus responsabilidades como estado excolonial al no defender con vehemencia, ante la comunidad internacional, los derechos del pueblo saharaui. Hasta Alemania se ha involucrado más que España a la hora de reclamar respeto a la legitimidad del Sahara Occidental.
Ahora son muchas las preguntas que quedan en el aire. ¿Estamos ante un episodio aislado que quedará ahí o tendrá continuación en las próximas semanas en forma de más saltos masivos contra la valla fronteriza española? ¿Hasta qué punto se podría haber evitado el incidente de haber intercedido el rey emérito, Juan Carlos I, ante Mohamed VI? Durante décadas, la monarquía española ha actuado como dique de contención frente a las ansias expansionistas de la Casa Real marroquí, una dictadura, no lo olvidemos, que todavía sueña con recuperar Ceuta y Melilla.
En ese sentido, durante la crisis migratoria de 2006, la diputada Ana Oramas llegó a sugerir que había bastado con una llamada de Juan Carlos I al monarca alauí para solucionar el problema en una “acción diplomática importantísima”. No obstante, y mal que le pese a la señora Oramas, quizá el problema haya que interpretarlo justo al revés: han sido largos años de componendas, francachelas, tolerancias, negocios y compadreos con un oscuro régimen dictatorial. Y de aquellos polvos estos lodos.
En cualquier caso, la rápida actuación del Gobierno de Pedro Sánchez puede haber resultado decisiva para frenar una crisis diplomática que estaba adquiriendo tintes preocupantes. El simbólico viaje del presidente a Ceuta (aunque recibido por algunos elementos de la ultraderecha con abucheos, insultos y descalificaciones) ha cumplido su objetivo de hacer entender a Marruecos que Ceuta y Melilla no son ciudades abandonadas a su suerte, sino que forman parte del territorio nacional español. Ayer mismo el Gobierno de Rabat rectificó y volvió a cerrar el grifo en la frontera, cortando el goteo humano hacia Ceuta.
El tono firme pero conciliador (Sánchez ha tratado al país vecino como “socio y amigo”) y su invitación a dialogar para resolver el problema, también ha servido para rebajar la tensión y calmar las aguas. “La integridad territorial de España, sus fronteras, serán defendidas por el Gobierno ante cualquier desafío y conjuntamente con nuestros socios europeos”, ha sentenciado Sánchez. En ese sentido, el contundente posicionamiento de la UE (“las fronteras de España son las fronteras de Europa”) habrá ayudado a que el vecino país musulmán entienda el mensaje, por mucho que se sienta respaldado por el poderoso amigo americano.
Y luego está el espinoso asunto de los derechos humanos. El ministro Marlaska garantiza que no se ha devuelto “ni un solo menor” a su país de origen en cumplimiento de la legislación vigente, otro punto a favor de la gestión del Gobierno. Es decir, repatriación inmediata de aquellos que pretenden entrar ilegalmente en nuestro país y auxilio a los más vulnerables, necesitados y desfavorecidos. Una postura razonable frente al disparate de la ultraderecha española de Vox, que ha pedido el uso de la fuerza militar contra los “menas marroquíes”. Si esta gente llega a gobernar algún día con sus delirantes ideas no solo la “guerra cultural” está asegurada, sino también la otra guerra, la guerra de siempre: la de unos pueblos contra otros.
Viñeta: Igepzio
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