¿Se puede ser un ferviente patriota español y al mismo tiempo defender a aquellos que están atacando a la patria más allá de nuestras fronteras? Sin ningún problema, de hecho, Vox lo está haciendo con total naturalidad estos días de conflicto territorial con Marruecos a cuenta de la crisis migratoria en Ceuta. Desde su creación, el partido de Santiago Abascal se ha postulado como una especie de sucursal española del trumpismo de nuevo cuño. De hecho, hay quien sostiene que el partido verde no es más que el fruto de los contactos de los nostálgicos ultras ibéricos con el mundillo de Steve Bannon, el estratega político que llevó a la Casa Blanca al magnate neoyorquino.
El propio Abascal no ha escatimado en elogios a la hora de poner por las nubes a su admirado líder yanqui, hoy derrocado por el demócrata Joe Biden. “Nosotros miramos al presidente Trump con mucho respeto, sobre todo porque nos sentimos identificados con el modo con el que se le ha tratado en Estados Unidos y en la prensa mundial (…) Nosotros entendemos que el presidente Trump defiende los intereses de los norteamericanos”, llegó a decir el Caudillo de Bilbao en cierta ocasión.
Hasta ahí todo perfecto. Ahora bien, da la maldita casualidad que detrás de todo el carajal del Tarajal está una polémica decisión del expresidente republicano, que en uno de sus últimos decretos reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental y anunció la normalización de las relaciones diplomáticas del Gobierno de Rabat con Israel. De esta manera, el inquilino de la Casa Blanca fortalecía sus relaciones de amistad con su tradicional aliado marroquí (que se remontan a más de dos siglos) y ponía patas arriba el frágil equilibrio internacional en el Magreb.
La orden de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental choca frontalmente con las resoluciones de la ONU, que cataloga al pueblo saharaui como territorio pendiente de descolonización a la espera de un referéndum de autodeterminación sobre su futuro como nación. Pero no solo eso. Con la firma de ese documento, Trump dio carta de naturaleza a Marruecos para que, si lo estimaba oportuno, arreciara en sus reivindicaciones históricas sobre Ceuta, Melilla y las Islas Canarias. Es decir, fue como si Trump le dijese a Mohamed VI: si tú normalizas relaciones diplomáticas con Israel, yo te doy barra libre y te respaldo hasta las últimas consecuencias en tu estrategia de tensión contra España. Y así ha sido.
Apenas unos días después de que el estado hebrero iniciara su sangrienta y brutal operación de castigo contra los líderes de Hamás y el pueblo palestino, el monarca alauí daba la orden de abrir la puerta de su valla fronteriza, permitiendo una avalancha de miles de inmigrantes desesperados por entrar en España en busca de un futuro mejor en Europa. Con esta maniobra, y sintiéndose arropado por el “amigo americano”, Mohamed VI no hacía sino cobrarse el precio de su inmenso favor a Trump.
Tras desencadenarse el grave conflicto diplomático, el apoyo de la Administración norteamericana al tradicional aliado marroquí, dejando en la estacada a un país de la Unión Europea como España, no se ha hecho esperar. Poco ha importado si Trump ya no está en la Casa Blanca y su puesto lo ocupa el somnoliento Biden. De nada ha servido que nuestro país sea uno de los aliados más importantes de la OTAN. El departamento de Exteriores del presidente demócrata, atado de pies y manos por los pactos y compromisos de Estados Unidos en política internacional (la diplomacia es sagrada para Washington), no ha podido hacer otra cosa que emitir un rutinario comunicado en el que ratifica “la importancia de la sólida relación bilateral y el papel clave de Marruecos en el fomento de la estabilidad en la región”. Pocas veces se ha visto una humillación tan flagrante de la primera potencia del mundo hacia nuestro país.
Ningún patriota de verdad quedaría indiferente ante semejante afrenta. Ningún auténtico patriota permanecería impasible ante la gravedad de la deslealtad (más bien traición) perpetrada por el bloque yanqui-sionista al servicio de Marruecos. Y por supuesto, ningún patriota se pondría de lado de un Eje del Mal que trabaja para las ambiciones territoriales de un sátrapa como el monarca alauí. Lo normal en cualquier partido español, y más uno del espectro ultranacionalista que dice defender las esencias patrias, habría sido condenar sin paliativos este infame contubernio internacional, esta conspiración en toda regla, esta “marcha negra” contra Ceuta perfectamente orquestada y tramada por la Casa Blanca y el cobarde tirano de Rabat, el mismo que arroja a sus niños al mar como arietes contra España.
Por desgracia, en Vox no son verdaderos patriotas sino una panda de farsantes, actores y figurantes sin ideales a los que el dúo Trump/Bannon remitió un manual de instrucciones del buen trumpista para llegar al poder a cualquier precio, incluso vendiéndose a los enemigos declarados de la patria. Lejos de ponerse en su sitio y cerrar filas con el Gobierno de la nación, Abascal se ha bajado al moro para agitar el odio contra el “mena” entre los vecinos aterrorizados de Ceuta y Melilla y de paso propalar una rabia ciudadana tan injustificada como irracional contra Sánchez.
A toda esa gente, el Caudillo de Bilbao les está contando un cuento trumpista fácil de digerir pero que en nada se ajusta a la realidad. La única y gran verdad, y así lo atestigua la serie de extraños acontecimientos que han ocurrido esta semana de clima casi prebélico, es que los verdaderos enemigos del país no están en Moncloa, ni siquiera en Unidas Podemos, sino en la Casa Blanca, en Wall Street, en Jerusalén y en los suntuosos palacios del dictador de Rabat. Toda esa mafia imperialista que no dudará en acabar con España para defender sus nauseabundos intereses económicos y geoestratégicos y a la que la troupe circense de Vox apoya con una alegría y un entusiasmo que asusta. Se les llena la boca de españolismo pero se alían con los enemigos de la nación. Patriotas de pacotilla.
Viñeta: Artsenal JH
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