(Publicado en Diario16 el 18 de mayo de 2021)
Desde que en 1933 los nazis se reunieron en la Opernplatz de Berlín para quemar más de 20.000 libros contrarios al “espíritu alemán”, el totalitarismo fascista ha hecho de la persecución de la cultura y los intelectuales disidentes uno de sus sellos de identidad. La palabra, la idea, la razón en definitiva, es el arma más temida por la ultraderecha racista. Por eso estos días los misiles de Israel reducen a escombros el edificio de la prensa internacional. Por eso los generales de Netanyahu consuman el apagón mundial de la televisión y echan a los periodistas de Gaza. Para asfixiar la palabra, para que aquello siga siendo una guerra silenciosa, para que nadie pueda ver, escuchar o decir nada mientras las bombas inteligentes siguen matando niños.
Ya se sabe que en toda guerra la primera víctima es la verdad y el horror de Palestina no podía ser menos. Norman Finkelstein lo está sufriendo en sus carnes. El profesor universitario, estadounidense y judío, ha decidido posicionarse en contra de la barbarie y ahora está pagando las consecuencias en forma de caza de brujas, persecución y muerte civil.
“No me gusta usar la carta del Holocausto, pero desde ahora me siento obligado a hacerlo. Mi padre estuvo en Auschwitz, mi madre estuvo en el campo de concentración de Majdanek. Cada uno de los miembros de mi familia por ambos lados fueron exterminados. Mis padres estuvieron en el levantamiento del gueto de Varsovia y, precisamente, por las lecciones que nos dieron mis padres a mí y a mis dos hermanos, no voy a ser silenciado cuando Israel comete crímenes contra los palestinos”, aseguró el profesor en una de sus clases magistrales.
De inmediato, los censores del nuevo nazismo camuflado en las sociedades democráticas pusieron sus ojos en él. ¿Un intelectual judío rompiendo la ortodoxia, enfrentándose al genocidio y criticando los desmanes del ejército hebreo? Había que acabar con él como fuera, silenciarlo, condenarlo al ostracismo y a la pérdida de facto de la cátedra. Estremece pensar cómo el péndulo de la historia va girando una y otra vez, con una sincronía perfecta, en un macabro y eterno retorno circular. Si en los años treinta del pasado siglo fueron los escritores, artistas, filósofos, científicos y cineastas quienes tuvieron que huir de Alemania para salvar la vida (el célebre éxodo de los intelectuales a América) hoy, en pleno siglo XXI, se reproducen escenas muy similares que parecían felizmente superadas.
Finkelstein es experto en Ciencias Políticas y en temas relacionados con el conflicto palestino-israelí. Su trayectoria académica es tan impecable como brillante: ha impartido clases en el Brooklyn College, Rutgers University, Hunter College, New York University, y más recientemente en la universidad DePaul, donde fue profesor asistente durante seis años. O sea, no es ningún indocumentado ni un aficionado que se haya puesto a escribir hace un rato, como esos revisionistas que andan retorciendo la historia desde la extrema derecha para acomodarla a sus caprichos, delirios y macabros propósitos.
En su obra ensayística, Finkelstein aborda el trauma que sufrieron sus padres judíos durante la Segunda Guerra Mundial, las salvajadas que se cometieron en la Alemania nazi, la vida de su familia en los campos de concentración. El asesinato de muchos de sus parientes más cercanos. Y lo cuenta todo con tal humanidad descarnada y desprovista de todo artificio retórico que asusta. “Tras leer a Noam Chomsky, entendí que era posible unir rigor académico con indignación moral mordaz; que el argumento inteligente no tenía por qué ser intelectualizante”.
En los últimos días de brutales ataques israelíes contra Palestina, la obra de Finkelstein ha atraído la atención del público y de la prensa por su punto de vista crítico en el conflicto árabe-israelí. Sus declaraciones y ensayos –mantiene la tesis de que el Holocausto se ha convertido en una industria, hasta tal punto que está siendo explotado con fines espurios para financiar a grupos políticos ultras mientras se entierra la memoria de los verdaderos supervivientes– le han granjeado la etiqueta de judío traidor a su pueblo. Pero lejos de las descalificaciones y el acoso, es lo mejor de la izquierda que ha dado últimamente la fértil cultura hebrea.
Raul Hilberg, historiador del exterminio judío, ha llegado a decir de Finkelstein que muestra “coraje académico para hablar con la verdad aun cuando nadie le apoye” y que por su valentía y conciencia crítica sin duda “su lugar en la historia está asegurado a pesar del gran coste personal que le significará”. Su crítica demoledora contra el nuevo fascismo que anida en el Gobierno de Israel le han supuesto acusaciones de antisemita, enemigo de la patria, charlatán y hasta plagiador. Cuando el valiente desenmascara la verdad sus enemigos no tardan en poner en marcha la despreciable maquinaria del fango para desacreditarlo.
Desde que en el año 2010 dijese que no estaba dispuesto a “creer en las lágrimas de cocodrilo” de Israel, Finkelstein no ha vuelto a ejercer en ninguna facultad norteamericana. Fue apartado de la DePaul University y destinado a tareas administrativas como un chupatintas más. De nada le sirvió amenazar con la desobediencia civil si las autoridades educativas insistían en mantenerlo alejado de sus alumnos. Finalmente fue expulsado del sistema.
Sin embargo, las fuerzas reaccionarias aún no han conseguido que Finkelstein se calle ni que deje de denunciar los crímenes de guerra que el Estado de Israel comete cada vez que se deja llevar por una de sus orgías de violencia y muerte. “Nada más despreciable que usar el sufrimiento de ellos (las víctimas del Holocausto) para intentar justificar la tortura, la brutalidad y la demolición de hogares que Israel comete diariamente contra los palestinos. Me niego a ser intimidado o presionado por las lágrimas, nunca más. Si tuvieras corazón, estarías llorando por los palestinos”. Clarividente y demoledor.
Viñeta: Artsenal JH
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