sábado, 1 de mayo de 2021

LA TRAMPA

(Publicado en Diario16 el 27 de abril de 2021)

La encuesta que publica hoy Metroscopia para el diario El País da una clara ventaja a Isabel Díaz Ayuso, que dobla sus resultados de 2019 aunque necesitaría a Vox para gobernar. Por otra parte, el PSOE empeora sus datos (quedaría por debajo del 20 por ciento de los votos) e incluso se enfrenta a la sombra del sorpasso a manos de Más Madrid, el partido de Íñigo Errejón que parece haber acertado colocando a Mónica García como cabeza de cartel. A bote pronto, la primera conclusión que se desprende de este sondeo demoscópico (insuficiente para los intereses de la izquierda) es que la polarización de la campaña electoral en dos bloques fratricidas y antagónicos –cedistas y frentistas populares– beneficia a los partidos pequeños y se cobra una primera víctima colateral: Ángel Gabilondo.

Ayuso ha planteado una campaña electoral maniquea, casi un plebiscito sobre su persona donde se trata de elegir entre susto o muerte, entre buenos y malos, entre comunismo o libertad. A la lideresa castiza nunca le ha interesado confrontar en el terreno de los datos, los números y la gestión de sus políticas (donde se ha confirmado que es una auténtica calamidad), de ahí que la única salida airosa que le quedaba para revalidar el trono de Puerta de Sol era plantear unas elecciones en clave sentimental, apelando al corazón y la víscera y obligando a los madrileños a elegir entre ella y el caos bolchevique. Por supuesto, detrás de esa estrategia maquiavélica está MAR, el Rasputín en la sombra de Ayuso que a fin de cuentas es la mano que mece la cuna.

Por tanto, el PP optó por la propaganda goebelsiana (repetir una y mil veces una mentira hasta que se termine convirtiendo en realidad) y finalmente el escenario distópico se ha materializado, hasta tal punto que por momentos parecía que estábamos otra vez de vuelta en 1936 en un extraño fenómeno de déjà vu histórico que ha arrastrado a toda la sociedad madrileña. El ambiente guerracivilista que se ha instalado en Madrid en las últimas semanas (propagado por PP y su fiel aliado Vox, que ha cumplido a la perfección con su papel de gran agitador social) ha tenido varios momentos álgidos o culminantes: la batalla campal en Vallecas (escenificación de una guerrita civil bien dirigida por el tramoyista Abascal, todo un experto incendiario que sabe cómo prender la mecha al polvorín); el infame cartel contra los menores inmigrantes que el partido ultra colgó en el Metro de Madrid; y el debate en la Cadena Ser moderado por Àngels Barceló que terminó como el rosario de la aurora, con insultos y descalificaciones y la espantada de Pablo Iglesias de la mesa de candidatos, que fue tanto como abandonar la trinchera y dejarla en manos de los fascistas. 

El epílogo magistral de la farsa bien urdida por las derechas, el final a la eficaz performance ayusista que ha terminado por hacer creer a los madrileños que estaban a las puertas de otro 36 con posible quema de conventos y pistolerismo político, ha sido el misterioso episodio de las balas y las cartas amenazantes recibidas por Iglesias, el ministro Marlaska y María Gámez, así como la navaja ensangrentada remitida a la ministra de Comercio, Turismo e Industria, Reyes Maroto. Tales sucesos han venido a añadirle color al falso escenario de cartón piedra muy bien montado por MAR, y la izquierda ha vuelto a caer de lleno en la pantomima al considerarse víctima del supuesto pistolerismo fascista.

Las advertencias mafiosas con balas y facas (graves sin duda, pero que deberán ser esclarecidas por la Policía) han terminado por desatar una especie de gran fiebre histérica colectiva, de modo que por momentos parecía que los engominados y bigotudos camisas azules falangistas bajaban por la calle de Alcalá empuñando sus pistolones y dispuestos a darle el paseíllo a los rojos. Nada de esto ha beneficiado a la izquierda ni ha puesto en peligro la hegemonía de Ayuso en las encuestas. Más bien al contrario, ha reforzado a la presidenta, como demuestra su última confiada declaración a la prensa al respecto de los turbios sucesos gansteriles: “Todos recibimos amenazas y no hacemos circos; yo estuve en una lista yihadista”. Lo que faltaba para terminar de completar la mascarada: IDA objetivo de las huestes de Bin Laden. Así la presidenta queda definitivamente como la heroína de Chamberí llegada para defender la libertad ante cualquier tipo de totalitarismo, ya sea el rojo o el de la chilaba.

La cínica arrogancia de la candidata popular viene a demostrar que el plan de MAR va por buen camino y que además a Génova le sonríe la suerte, ya que la Policía acaba de descubrir que la navaja rebozada en sangre y remitida a la ministra Maroto no la envió ningún nazi golpista, sino un perturbado (en realidad la investigación no se antojaba tan compleja, ya que el propio loco había rubricado el sobre con su nombre y dirección, de tal manera que era cuestión de ir a su casa, ponerle los grilletes y caso cerrado). A expensas de que se aclare quién remitió las balas, el esperpéntico final de esta bufonada tampoco beneficia a las izquierdas.

Es evidente que el 4M tocaba poner la sordina a los grandes problemas y asuntos que preocupan a los madrileños: la pandemia que IDA no ha sabido controlar, la Sanidad pública que se cae a trozos, las privatizaciones que están acabando con el Estado de bienestar y la corrupción galopante de los fulanos de la Gürtel, todavía activa. Al fijar el terreno en lo sentimental, en lo nacionalista y emocional, opacando la realidad, MAR creó un universo alternativo. A partir de ahí, que jugara la izquierda. Y la izquierda jugó. El bloque progresista aceptó el envite de Ayuso y cayó de lleno en la trampa, oponiendo al célebre eslogan popular de “comunismo o libertad” otro no menos sensacionalista como “fascismo o democracia” que no ha traído nada bueno a la causa izquierdista.

La prueba de que Gabilondo, un hombre racional y de natural templado, ha entrado al trapo en la película de ciencia ficción que le proponía el PP madrileño es que en el debate de Telemadrid pidió el voto para los partidos de izquierdas, sea cual fuere, descapitalizando las expectativas electorales de los socialistas (recuérdese su desesperado “Pablo, Mónica, tenemos doce días para ganar las elecciones”). Obviamente, si le haces propaganda al competidor, la clientela se te acaba yendo al bar de enfrente.

Entrar en la campaña polarizante ha resultado un fiasco para el PSOE, que sufre una fuga de votos hacia Más Madrid y la consolidación de Unidas Podemos. Sin duda, Gabilondo paga el desgaste de haber jugado alegremente a las batallas guerracivilistas, un tablero donde las derechas se sienten cómodas y las izquierdas se pierden. Y fíjate tú que cuando empezó todo esto el hombre tenía claro cuál debía ser su estrategia a seguir: discurso moderado y kantiano, hablar de la pandemia y dejarse de extremismos y de esos supuestos falangistas armados hasta los dientes que, de momento, no se ven por ningún lado.

Viñeta: Pedro Parrilla

 

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