(Publicado en Diario16 el 28 de abril de 2021)
Beatriz de Vicente, la abogada y criminóloga de cabecera de La Sexta, relató ayer, con todo lujo de detalles, su experiencia traumática con el coronavirus y cómo el bicho la llevó al borde de la muerte. Pero más allá de su testimonio impactante desde el punto de vista humano (que debería hacer reflexionar a los negacionistas y seguidores de la secta Bosé) sobrecoge escuchar a alguien que se vio obligada a pasar horas agónicas en el hospital Zendal, el supuesto buque insignia de la privatizada Sanidad de Isabel Díaz Ayuso. “Aquello es una granja de pollos”, dijo descarnadamente De Vicente.
Solo alguien como ella que ha estado ingresada en el castillo del terror de IDA y ha vuelto de ultratumba para contarlo en un programa de máxima audiencia como Más vale tarde, de Mamen Mendizábal, puede darnos una idea de lo que es aquel sórdido lugar sacado de una novela gótica de Stephen King. Cientos de pacientes hacinados, uno tras otro, como en una granja de producción industrial; largos paseos para ir al baño con riesgo de caídas; y una falta absoluta de intimidad que obliga al ingresado a “mirar para otro lado” para no tener que contemplar una escena dramática a vida o muerte del compañero encamado de enfrente, son solo algunas de las penosas condiciones sanitarias que relata la letrada colaboradora habitual del presentador sucesero Manu Marlaska. “Entre un paciente y otro hay apenas una cortinilla que los separa, como en aquellos hospitales de posguerra”, describe la criminóloga. Sobrecogedor.
Ayuso ha llevado su delirio guerracivilista demasiado lejos, hasta tal punto que se ha permitido construir un mastodóntico y gris hospicio victoriano del siglo XIX, no un hospital moderno y avanzado, que era lo que tocaba, y si por ella fuese habría colocado a monjitas de la Caridad ataviadas con la cofia o cornette en lugar de enfermeras, para darle más dramatismo y sabor de época a la cosa.
Hablamos de una excéntrica presidenta regional que ha mostrado su pasión por el pasado y que pretende devolver a los madrileños a 1936 para hacer valer su épico eslogan “comunismo o libertad”. Desde que comenzó la campaña electoral, en el Madrid de Díaz Ayuso se respira un ambiente prebélico (milicianos contra falangistas, cedistas contra frentepopulistas, neoliberales contra anarquistas vallecanos) y en cualquier momento MAR contrata a un doble de Franco, lo monta en un caballo (dando vida a la estatua ecuestre de José Capuz) y lo hace desfilar por La Castellana abriendo paso con su Guardia Mora. Así se habrá consumado la mayor farsa de la historia de España, que consiste en propagar el bulo de que los rojos bolcheviques han vuelto para proseguir con la quema de iglesias, el ateísmo atroz y la restauración marxista. O sea la conspiración judeomasónica de toda la vida con la que el Caudillo ganó la guerra y Ayuso va a ganar unas elecciones trascendentales.
IDA y su asesor aznarista en la sombra sufren un delirio de añoranza que les lleva a querer recrear el Madrid convulso de aquellos años treinta. No pueden evitarlo, a fin de cuentas son nostálgicos, se han quedado enganchados a aquella época de tragedias y guerras y eso se nota en la austeridad funcional de la nueva arquitectura madrileña, en el carácter fascistoide de los edificios del postrero Movimiento Nacional ayusista. Y así, al igual que Mussolini ordenó construir el Colosseo Quadrato –gran emblema del fascismo italiano–, y Hitler levantó la Casa del Arte –entre otros grandes edificios del nacionalsocialismo–, Ayuso ha querido dejar su impronta también, su huella para la historia, en un hospital con claras reminiscencias de su régimen personalista entre folclórico, cañí y facha.
Todo en el Zendal recuerda a aquellas construcciones fastuosas de Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich, desde los materiales sin vida, el colosalismo y la megalomanía con la que está concebido el hospital (ocupa una extensión de más de 80.000 metros cuadrados, de modo que pequeño no es) hasta la sensación de frialdad, desolación e inhumanidad que transmiten sus muros y que lleva a todo aquel que ha pasado por allí a sentirse oprimido, angustiado, asfixiado, no tanto por los efectos pulmonares de la neumonía coronavírica, sino como consecuencia de haber pasado por la experiencia que reduce a la persona a la condición de ser aplastado por el Estado, de ente despojado de su esencia auténticamente humana, de su individualidad, de su dasein, que diría Heidegger. Porque el hospital de Díaz Ayuso podrá curar las enfermedades del cuerpo como el covid-19 (si hay suerte y equipos de respiración asistida suficientes) pero sin duda enferma el alma, como le ha ocurrido a Bea de Vicente, que jamás podrá olvidar su paso por aquella macabra institución, antesala de un infierno de soledades y miedos.
Con el tiempo, las escuelas de arquitectura de todo el mundo estudiarán el fenómeno Zendal como esa “granja de pollos” para personas a la que se refiere la popular criminóloga de La Sexta y que recuerda el novelón de Orwell en el que los animales eran recluidos en barracones de exterminio y tratados como esclavos en cámaras de tortura, o sea víctimas de un Estado totalitario.
Lo que cuenta Beatriz de Vicente, su experiencia al borde de la muerte, resulta espeluznante, pero aún lo es más cómo describe la clínica ayusista del doctor Mengele donde se trata a los pacientes como puro ganado, como cobayas, como números o expedientes a granel. Escuchando a la abogada no extraña los testimonios de otros que al igual que ella pasaron por aquel extraño lugar y que imploraron y rogaron y pidieron que no los llevaran allí, al Zendal no por favor, a cualquier otro sitio, a ser posible a un hospital de verdad como los de toda la vida. Lamentablemente, Ayuso entiende la Sanidad pública como una Feria de Fitur, industria, beneficios y rentabilidad, y además se ha fascistizado tanto después de tantas horas de reuniones y contactos con Rocío Monasterio y el jefe Abascal (el fascio redentor se pega como el virus) que ya no escucha a los madrileños cuando le piden centros sanitarios bien dotados de medios y personal. O sea, una Sanidad pública de calidad y sobre todo mucho más humana.
Viñeta: Igepzio
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