(Publicado en Diario16 el 10 de mayo de 2021)
Pablo Casado ha dado orden de asediar la Moncloa por tierra, mar y aire. El jefe de la oposición está eufórico tras las elecciones de Madrid (en realidad el triunfo no es mérito suyo, sino de la niña de sus ojos, la nueva Estrellita Castro de la política española), pero él se apunta el tanto sin el menor rubor. A Casado se le ha disparado la ansiedad por el poder y no ve el momento de darle el descabello a Sánchez. No puede esperar más, quiere elecciones anticipadas (nacionales, municipales, generales, las que sean) y las quiere ya, ahora, mañana mismo, convencido de que aplicando la recetilla de Ayuso sobre la libertad él repetirá la proeza.
Bien por celebrar el final del estado de alarma, bien por necesidad de dar rienda suelta a la tensión acumulada o por seguir con la resaca electoral, los madrileños se han echado a la calle en una especie de retorno a los locos años veinte. La ciudad vive en una perpetua Nochevieja, todo es felicidad y jolgorio, como si el virus hubiese sido derrotado y formara parte de la historia más negra de este país. Lamentablemente, la pandemia continúa pegando fuerte con sus cifras dramáticas de muertos y contagiados, pero Casado sigue a lo suyo, a cumplir como sea con la hoja de ruta del ayusismo libertario que es la gran panacea para llegar a la cumbre.
El presidente del PP nacional pretende clonar el mundo al revés de Ayuso (los franquistas defendiendo la libertad) y extender esa ola de optimismo espídico y frenético por todo el país para terminar de llevarse por delante a Sánchez. Ya tiene preparado el programa. En pocas horas volverá a la carga con la matraca de los fondos europeos, con el estado de alarma (nunca sabremos si el líder popular está a favor o en contra, aunque eso ya da igual) y para otoño se consumará la absorción de Ciudadanos que le dará un buen granero de votos. Por medio, una buena dosis de mentiras, insultos y odio cainita. El objetivo: ganar las elecciones de 2023.
Casado es un hombre tendente a padecer el mal de la ambición personal, la bilirrubina del poder, que hoy está por los suelos y mañana por las nubes, según lo que se coma y se beba ese día. El atracón de las elecciones madrileñas no le ha sentado nada bien y si se le hiciera un análisis los índices le saldrían disparados. Mientras tanto, al pueblo de Madrid le han abierto el grifo del garrafón y el alcohol corre a raudales por la ciudad, de modo que a la epidemia coronavírica viene a sumarse otra plaga de alcoholismo institucionalizado. Últimamente la capital está que no se puede andar por ella de la cantidad de dipsómanos y embriagados de cubatas y política tóxica que pululan de acá para allá, de Sol a Plaza Mayor y viceversa en un tontódromo improvisado. En Villa y Corte hace mucho que se está bebiendo de más, la borrachera es colectiva y monumental, y eso empieza a pasar factura a toda la sociedad.
La campaña pepera “comunismo o libertad”, con la consiguiente sacralización de los bares elevados a la categoría de monumentos nacionales, se ha llevado demasiado lejos, y de la libertad hemos pasado al libertinaje con el consiguiente peligro para la salud pública. Ayer mismo, sin ir más lejos, el alcalde Almeida se horrorizaba de la yincana de botellones, raves y guateques callejeros sin mascarilla que le han montado en la ciudad sin freno ni control. ¿Pero de qué se queja el primer edil? ¿Acaso no era lo esperable, acaso no ha sido él uno de los ideólogos instigadores del movimiento por el desenfreno multitudinario como una de las grandes expresiones posmodernas de la libertad? Pues ahora que apechugue con la muchachada criada en los valores hedonistas del negacionismo libertario.
La quinta, sexta o séptima ola de la epidemia (ya hemos perdido la cuenta) promete ser antológica esta vez, mientras la delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid ha pedido a IDA que solicite el aval de la justicia para aplicar el toque de queda. Ya puede esperar sentada. Ayuso no adoptará ni una sola medida impopular, así se le terminen muriendo todos los madrileños y se quede ella sola con su perro, entre los rascacielos de Chamartín, como el personaje aquel de Soy Leyenda. Las imágenes de miles de personas bebiendo sin mascarilla como si no hubiese un mañana no son de recibo y en cualquier momento la OMS o la misma Bruselas da un toque de atención a la presidenta castiza por negligente, permisiva y negacionista del virus.
El gran éxito de Ayuso consiste en haberle metido un chute de adrenalina al pueblo hasta hacerle olvidar la triste realidad que vivimos. IDA es como un diazepam con patas que nunca falla porque siempre le acaba proporcionando al pueblo el subidón que necesita para superar la fatiga pandémica, la depresión y el odio sanchista. Ayuso no sabrá una palabra de política, pero de técnicas de coaching anda sobrada.
Tantos años de corrupción aguirrirista, demagogia, ultraliberalismo insolidario y escuela pública reducida a la condición de gueto para pobres empiezan a pasar factura/fractura social, y los madrileños ya confunden los conceptos, la libertad con la cogorza, la velocidad con el tocino, cosas que no son exactamente lo mismo.
Ahora que nos ha dejado el gran Caballero Bonald, su pérdida irreparable viene a recordarnos lo que es la libertad de verdad, la libertad en su significado más profundo y místico, la libertad como palabra sagrada y no como ayusada que solo sirve para engañar al pueblo con un tocomocho retórico y ganar elecciones. El ya inmortal escritor de Jerez de la Frontera dio con sus huesos en la cárcel de Carabanchel cuando luchar por la democracia era mucho más que sentarse en una terraza a comerse unos torreznos con caña y ver pasar el tiempo. “Únicamente soy mi libertad y mis palabras”, dijo el poeta. En medio de esta pandemia de retórica hueca y vacía que nos vende el nuevo franquismo tuneado de hoy, hay que volver a sus textos para darle a las palabras su auténtico sentido.
Viñeta: Adrián Palmas
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