miércoles, 12 de mayo de 2021

LOS AYUSERS

(Publicado en Diario16 el 6 de mayo de 2021)

España es ese país en el que la mitad de sus habitantes no tiene una ideología definida. Según el CIS, el 53 por ciento del electorado español es capaz de votar a cualquier partido, indistintamente, y en función de sus propios intereses. Es la constatación fehaciente de que ya no hay ideas, ni valores, ni principios. A fuerza de injusticias, demagogias y corrupción han terminado por convertirnos en ciudadanos desideologizados, chaqueteros políticos, amorales y oportunistas de la urna que se dejan comprar y vender al mejor postor.

Miguel Ángel Rodríguez, hasta hace poco denostado por su pasado etílico y hoy encumbrado como el gran artífice o genio de la victoria ayusista, ha sido el asesor que mejor ha sabido leer ese fenómeno sociológico que atraviesa España de este a oeste y de norte a sur. La propia presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid reconoce que ha recibido “mucho voto prestado” de personas de “todas las ideologías”. Y así es. Ayuso ha suscrito un préstamo electoral, pero los préstamos hay que devolverlos más tarde o más temprano, por mucho que ella se empeñe en construir un paraíso o dumping donde no hay leyes financieras ni fiscales porque rige la ley de la jungla y el famoso principio ultraliberal del laissez faire, laissez passer. O sea que en Madrid se puede hacer lo que le rote a uno en cada momento, viva la libertad.

Sin duda, Ayuso triunfa porque le da al público lo que quiere, como una artistaza de Hollywood. La política de hoy funciona así porque, ya lo hemos dicho aquí otras veces, estamos en medio de la decadencia de la posmodernidad, de modo que el envoltorio prevalece sobre el mensaje, la retórica sobre la verdad y el individualismo egoísta y libertario sobre las utopías, el bien común y el Estado de bienestar. No nos cansaremos de repetirlo una y cien veces y lo seguiremos haciendo aún a riesgo de parecer pesados: Ayuso gana elecciones como churros porque, tal como dicta la posmodernidad decadente, antepone el valor de la economía y el dinero a cualquier cosa; anula la ideología y la reemplaza por la imagen icónica; domina como nadie el arte del bulo y el tono faltón; y convierte la democracia en puro show o espectáculo, que es lo que reclama el respetable madrileño fanático del musical, el teatro y la zarzuela. No tiene mayor secreto.

Cuando Ayuso pase de moda, que pasará porque es un hermoso traje de temporada que quedará viejo en el perchero de la política, los votos prestados volverán a sus legítimos dueños, ya sean Ciudadanos, el PSOE o Vox. Pero mientras tanto la muchacha libertaria va pescando en el caladero de todo tipo de votantes: apolíticos, centristas confusos, naranjitos desahuciados, conservadores de la derechita cobarde, aznaristas recalcitrantes, ultras camuflados o sin complejos, casadistas frustrados, socialdemócratas venidos a menos, socialistas rabiosos, estafados del 15M, felipistas antisanchistas y hasta comunistas arrepentidos y evolucionados como Federico Jiménez Losantos. Su público potencial es el mundo entero, no como hace la izquierda, que se empeña en polarizarnos en rojos y fachas. Así, contando solo con la mitad de la parroquia, no hay quien gane unas puñeteras elecciones, que alguien se lo explique de una vez a Gabilondo (a Pablo Iglesias ya no hace falta porque ha hecho mutis por el foro, dando la espantada).

Lo de Ayuso ya no es política, es mucho más, es un icono de la cultura pop, un producto de los tiempos líquidos que vivimos, como las youtubers expertas en cosmética y en darle patadas al diccionario, el reguetón o la Beyoncé. A la niña la han convertido en una bomba sociológica que se les ha ido de las manos, un perfume muy bien embotellado y envuelto con la etiqueta de Libertad, eau de Chanel, y en Génova ya estudian vender muchas cajas por Navidad para pagar la nueva sede que cuesta un pastón. No nos extrañe si cualquier día vemos a la Ayuso en un anuncio de televisión, atravesando una pasarela cual Charlize Theron enjalbegada de oro y rodeada de modelos como estilizados lingotes que hablan en francés y entre susurros para que no las entienda ni Dios. Ayuso es una mina y además habla claro a sus votantes, de eso no hay duda, a veces tan claro y coloquial que da la sensación de que está acodada en la barra del bar de uno de sus fans tabernarios, caña en mano, relajada y un poco alegre.

Papá Casado, el tito Teodoro y el profe MÁR nunca pensaron que el invento funcionaría tan potentemente ni llegaría tan lejos, pero en el PP ya están pensando en clonar a la muñeca, replicarla como al androide Sophia y presentarla también en Murcia, en Andalucía y hasta en Galicia, con el permiso de Núñez Feijóo, claro, que también parece entregado al ayusismo rampante.

Ayuso es lo más y está generando legiones de ayusers en un fenómeno fan que no se veía desde que Masiel ganó Eurovisión. La misma noche de la victoria, cuando estaba subida al balcón de Génova, se puso como una loca a vender pulseras con la bandera de Venezuela y el logotipo Libertad. Cuenta la prensa latina del otro lado del Atlántico que la “presi” ha sido trending topic de esos en el país de Nicolás Maduro y que miles de venezolanos están con ella, la adoran y han comprado sus relatos infantiles de cuando se hacía pasar por el perro Pecas. De aquí a poco Guaidó la ficha para uno de sus golpes de estado blandos y la coloca en el poder.

La lideresa castiza ya trasciende fronteras y hasta le dan portadas en el New York Times. La trumpita española, la llaman. Es obvio que la piel de toro empieza a quedársele pequeña y el objetivo de conquistar la Moncloa es peccata minuta para ella. A la mujer la han convertido en una Evita Perón revivida, una Estrellita Castro de la política, una diva, y eso de echar aburridos sermones que no escucha nadie en la Asamblea Regional se ha terminado. A partir de ahora los discursos en la Asamblea, pero de la ONU. Qué chiquilla, y mira tú que decían que no tenía luces ni talento para este negocio. Si llega a tenerlo se presenta a las Presidenciales de Estados Unidos, adelanta al maestro Trump por la derecha y deja a Biden con un palmo de narices. No le den ideas.   

Viñeta: Angel Ruiz

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