(Publicado en Diario16 el 29 de abril de 2021)
Joe Biden se está mostrando como un líder auténticamente de izquierdas al que no le tiembla el pulso a la hora de subir los impuestos a los ricos. Por lo visto, el presidente de EE UU pretende lanzar un ambicioso plan de infraestructuras para crear empleo y modernizar el país (más de dos billones de dólares, que se dice pronto) y ha decidido que buena parte de la factura la paguen los ricos y las grandes multinacionales tecnológicas, como debe ser. De esta manera, todo aquel que gane más de 400.000 dólares anuales contribuirá proporcional y progresivamente a la reconstrucción del Estado maltrecho, tal como aconseja el manual intervencionista que cualquier demócrata de izquierdas debería tener encima de la mesita de noche. En realidad, Biden no inventa nada, ya que lo que hace es desempolvar el New Deal (“Nuevo trato”), aquel viejo programa de gobierno que Franklin D. Roosevelt puso en marcha entre 1933 y 1938 para luchar contra los efectos del crack del 29 y la Gran Depresión. En política está todo inventado y se trata de aplicar lo que ya funcionó en el pasado.
Sin duda, el camino intervencionista que ha emprendido Biden es el adecuado. El mundo poscovid-19 va a exigir que los países y los gobiernos destinen ingentes cantidades de dinero a reforzar la Sanidad pública y la investigación científica, así como a construir un escudo social potente que permita salir de la miseria a millones de personas, tal como aconsejan prestigiosos organismos internacionales como la OMS o el FMI, nada sospechoso de predicar doctrinas económicas filocomunistas. El somnoliento Biden (así lo trataba, despectivamente, Donald Trump), no es tan remolón y lento de reflejos como decían, se ha puesto las pilas y se ha colocado a la cabeza entre los líderes de esos países socialdemócratas que se resisten a claudicar ante las dictaduras de las grandes corporaciones y que han decidido corregir las atrocidades del capitalismo ultrasalvaje, origen de todos los males que aquejan a la humanidad.
Hacía tiempo que el ala más progresista del Partido Demócrata venía reclamando un impuesto a los ricos como forma de afrontar la recesión y destinar fondos a la lucha contra la pandemia. Además, reconocidos intelectuales y personajes del mundo de la cultura han apoyado públicamente la medida, como Stephen King, cuya célebre sentencia “soy rico, súbeme los impuestos” ha quedado para la historia. Pero no solo la izquierda norteamericana se ha subido, con todas las consecuencias, al carro de este New Deal punto dos. También notables políticos del Partido Republicano están de acuerdo con la medida, lo cual demuestra que USA, pese a sus asaltos al Capitolio y pistolerismo racista y gansteril contra los negros, sigue siendo un país serio donde las cuestiones de Estado se abordan desde una perspectiva racional, civilizada y en beneficio del bien común.
La brisa progresista azuzada por Biden desde la Casa Blanca promete llegar también a Europa, donde países como la Alemania de Merkel ya han apostado por este tipo de planes intervencionistas como única vía de corregir los tremendos desequilibrios sociales y las inmensas bolsas de pobreza que dejará la pandemia tras de sí. ¿Y cómo abordamos los españoles la cuestión? Como siempre: desde el cainisno fratricida, desde las dos trincheras irreconciliables, desde la incompetencia y la incapacidad para conseguir que el sistema democrático funcione. Lo estamos viendo estos días en la cruenta campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas de Madrid. Mientras en la primera potencia mundial se abren paso las nuevas corrientes políticas que hablan de más Estado de bienestar, de proteccionismo estatal, de economía verde y sostenible y de corrección de la fractura social, Díaz Ayuso se aferra a un manual, el trumpista, que solo propone libertarismo egoísta, ley de la jungla económica y fiestón para los ricos como programa político.
El trumpismo forma parte de una página oscura en la historia de la humanidad y aunque amenaza con retornar no lo hará al menos en los próximos cuatro años. Sin embargo, Ayuso se aferra como a un clavo ardiendo a esas políticas privatizadoras de lo público que no hacen más que enriquecer a unos pocos y empobrecer a la mayoría. Obviamente, como no puede ser de otra manera, serán los madrileños quienes con su voto decidan el futuro que quieren para ellos y para sus hijos. Serán los ciudadanos quienes con su papeleta en la urna pongan el primer ladrillo para optar entre un modelo injusto, decimonónico y taylorista que genera desigualdad, racismo y gueto u otro mucho más humano y equitativo con el que hacer frente a los nuevos retos del siglo XXI.
Pero si nefasto es que Ayuso vaya contra el signo de los tiempos con su promesa reaccionaria de no cobrar impuestos (corroyendo los pilares básicos del Estado de bienestar) peor aún es que un candidato socialista como Ángel Gabilondo entre en ese juego, no le eche bemoles al asunto y evite ponerse a la vanguardia del socialismo internacional, codo con codo con Joe Biden. Esa propuesta que acaba de hacer a los madrileños para convencerlos de que si gana las elecciones nadie “pagará ni un euro más” solo puede calificarse de conservadora, timorata y renegada de los principios más elementales de la izquierda moderna. Sin impuestos no hay proyecto de país, solo un entreguismo suicida a la ley del más fuerte, en este caso las grandes corporaciones y el Íbex 35.
Gabilondo es un hombre ilustrado de los que ya no quedan, un gran intelectual y un referente de la cultura y el humanismo, pero tras evaluarlo rigurosamente, tras verlo en acción en esta campaña electoral de cara al gran momento de la verdad, cabe concluir que se ha echado para atrás, que le ha podido el miedo escénico, que se ha rilado definitivamente. Puestos a perder unas elecciones (Ayuso anda disparada en las encuestas y nada hace sospechar que el PSOE pueda remontar en los cuatro días que quedan de campaña) hay que hacerlo con las botas puestas, fiel a los mandamientos sagrados de la socialdemocracia, y no entrando en un mercadillo ultraliberal para arañar votos entre el votante centrista/conservador a cuenta de los impuestos, que son el pan de muchas familias y con el pan no se juega. Un político tiene que ser de todo menos cobarde y Gabilondo será un catedrático de talla universal, nadie lo discute, pero a la hora de plantar cara al trumpismo rampante ayusista ha pecado de amarrategui, continuista y reservón. El público le ha calado el aguachirle insustanciado (mayormente el votante socialista tradicional) y ya busca otros espacios en la izquierda emergente, véase Mónica García, una mujer con coraje y arrestos para defender lo que hay que defender. El 4M hasta le da el sorpasso al profesor.
Viñeta: Igepzio
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