domingo, 2 de mayo de 2021

EL PUCHERAZO


(Publicado en Diario16 el 30 de abril de 2021)

El trumpismo neofascista trabaja siempre bajo una máxima o premisa primordial: conquistar el poder a toda costa, como sea, mintiendo, difamando, propagando bulos infundados o generando el odio en la sociedad y, si ello no es posible, poner en cuestión las reglas del juego y las instituciones, recurrirlo todo, sembrar de dudas el procedimiento y deslegitimar la victoria del rival. Es decir, denunciar un supuesto pucherazo, organizar un escándalo como el presunto robo de las elecciones y lanzar a los cuatro vientos la idea de que la democracia misma ha fracasado. ¿Hay algo más fascista que eso?

Lo vimos cuando Donald Trump perdió las presidenciales en su intento de revalidarse como inquilino de la Casa Blanca. Nunca asumió su derrota y lo que es aún peor: lanzó a sus hordas fanatizadas, ejércitos conspiranoicos y paramilitares armados hasta los dientes del Proud Boys contra el Capitolio en un intento desesperado por mantener el poder, incluso consumando un golpe de Estado en toda regla.

Nuestro movimiento Trump en España es Vox, y ya ha empezado a calentar motores para poner a punto las maniobras antidemocráticas de cara a las elecciones del 4M en Madrid. En las últimas horas, Santiago Abascal ha lanzado la idea de que el sistema pretende robarle las elecciones al votante ultraderechista. “Para todos aquellos que hayan votado por correo y desconfíen de qué puede ocurrir con el voto por correo, les animamos a que hagan un voto presencial, porque el voto presencial anula el voto por correo”. Una afirmación calcada a la que hizo Trump hace meses, cuando dijo aquello de “detengan la locura de las papeletas”.

Abascal no ha debido leerse la ley electoral española –en realidad tampoco le hace demasiada falta, a un líder populista como él le basta y le sobra con la demagogia barata– porque de lo contrario habría podido comprobar que su propuesta es imposible, ya que votar dos veces es votar nulo, además de hacer trampas. El Caudillo de Bilbao demuestra, una vez más, su absoluto desconocimiento de cómo funciona una democracia (lo cual tampoco extraña teniendo en cuenta que él es un nostálgico del régimen anterior, aquel en el que estaban prohibidas las elecciones libres y los plebiscitos siempre los ganaba el mismo, o sea el Tío Paco, con el 99,99 por ciento de los votos). Pero Vox se dedica precisamente a esto, a boicotear el sistema desde dentro, a dinamitar el imperio de la ley y el Estado de derecho, que a ellos les molesta en su carrera hacia el totalitarismo elitista y hacia la ensoñación de volver a instaurar una dictadura en nuestro país. Lo ha explicado muy bien el catedrático Javier Pérez Royo: “Esta campaña extraña solo ha servido para generar desconfianza del ciudadano repecto a la democracia”.

A cualquier persona mayor de 18 años habría que decirle que su solicitud de voto por correo automáticamente invalida la opción de hacerlo presencialmente en una urna. Es cierto que el líder de Vox ha salido posteriormente a desmentir su dislate, tratando de convencer al pueblo de que él no ha dicho semejante disparate, pero insiste en su estrategia de sembrar las dudas sobre el sistema, siguiendo el clásico manual trumpista. Y eso, más que su incultura democrática acreditada, es lo peor de todo.

En las últimas semanas, el mundo verde de Vox se ha dedicado a calentar a sus seguidores en las redes sociales propagando basura conspiranoica con la intención de poner en duda el proceso electoral. De esta manera, poniendo la venda antes que la herida, advirtiendo de un hipotético “pucherazo” (que es imposible porque los mecanismos de control establecidos son rigurosísimos y exhaustivos), Abascal va preparando a sus huestes para una posible derrota electoral, ya que el proyecto lepenizador y nazificante de la sociedad española no marcha a la velocidad que él desea.

La extrema derecha, como cualquier otro fascismo mundial, siempre ha jugado a deslegitimar las instituciones. Ya lo hicieron en la Segunda República, cuando nunca aceptaron la victoria de las izquierdas, y todavía hoy siguen manteniendo la descabellada teoría de que la llegada de los progresistas al poder fue un pucherazo histórico. Tal versión avalada por una serie de friquis de la caverna ensayística y literaria no se sostiene, entre otras cosas porque aquel período histórico ha sido minuciosamente analizado en base a archivos, datos y documentos por multitud de historiadores, tanto por los autóctonos nacionales como por la prodigiosa quinta columna de hispanistas extranjeros (Jackson, Preston, Gibson, Thomas y Carr, entre otros muchos) y siempre se ha llegado a la misma conclusión: salvo algunas irregularidades excepcionales y lógicas en todo proceso electoral, los comicios de la Segunda República fueron mayoritariamente limpios y conforme a la legalidad vigente.

Pero Abascal insiste una y otra vez en inocular el virus de la sospecha y el rencor entre españoles mediante el bulo barato y vuelve a propalar entre sus seguidores la tóxica, guerracivilista y falsa idea de que las izquierdas recurren de nuevo al pucherazo. El juego resulta peligrosísimo por lo que tiene de generar desafección a la democracia entre los españoles y desconfianza ante un sistema electoral que ha funcionado de forma modélica en los últimos cuarenta años de régimen de libertades. Ante esta tesitura, cabe preguntarse qué hará Abascal al día siguiente del 4M en el caso de que sus expectativas electorales se vean frustradas. ¿Arengará a las masas voxistas a base de tuits mañaneros y las invitará a tomar el Parlamento regional, o ya puestos el nacional, como hicieron los bárbaros de Trump liderados por un cabestro con la testa de bisonte? ¿Se plantará frente a la Junta Electoral, con la vena del cuello hinchada, la bandera del pollo en una mano y la garganta en carne viva de tanto gritar aquello de ¡paren ya de contar votos!? ¿O quizá esté pensando en pasar a mayores y buscarse al Tejero o tonto útil de turno para que tome cartas en el asunto? Con Vox, cualquier cosa es posible.

Viñeta: Igepzio

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